lunes, 29 de noviembre de 2010

Charlotte "Charlie" Newton

(Teresa Wright, "La sombra de una duda")

"Charlie" y su sombra, en una impactante imagen de la película.

Una chica vitalista y adorable, que vive con su familia en un idílico pueblo de California, siente auténtica devoción por su tío, a quien no ve desde hace mucho tiempo. Cuando descubre que en realidad se trata de un asesino de viudas, su percepción de la vida sufrirá un durísimo golpe.
La idea argumental de "La sombra de una duda" ("Shadow of a doubt", 1943) es tan atractiva que ya tiene medio atrapado al espectador, sea amante o no de la intriga y del suspense. Si además la desarrolla un maestro como Alfred Hitchcock y la interpretan excelentes actores, entonces nos hallamos ante una gran obra cinematográfica.
Siento una debilidad especial por Teresa Wright, cuya trayectoria profesional me resulta incomprensible: en sus tres primeras películas recibió tres nominaciones al Oscar (ganó el de mejor actriz de reparto por "La señora Miniver"), salió encumbrada tras su experiencia en "La sombra de una duda"  y demostró sus dotes en otras dos excelentes películas, "Los mejores años de nuestras vidas" y "Perseguido". Y de repente, papeles de escasa relevancia, directores de menor prestigio, la televisión y el olvido.
La razón más extendida de este declive, además de su segundo matrimonio, fue su negativa a promocionar "Enchantment" (1948) con el argumento de que ella era actriz y no un florero. El caso es que Samuel Goldwyn, el mismo hombre que la descubrió para el cine, se tomó muy mal esa rebelion y provocó su estancamiento y su posterior marginación. Al menos, de ella nos quedan personajes tan sobresalientes como el de Charlotte Newton, llamada "Charlie" en honor a su tío, Charlie Oakley (Joseph Cotten).
Entre tío y sobrina existe una oculta conexión espiritual que se establece desde el inicio de la película. Ambos aparecen tumbados sobre una cama, meditando sobre el futuro: él, en una pensión de Nueva York; ella, en la casa familiar de Santa Rosa, en California, a miles de kilómetros de distancia. Los dos necesitan un aliciente que cambie sus vidas y cada uno piensa en el otro para que se produzca. Cuando ella decide mandarle un telegrama, en la oficina de telégrafos ya ha llegado uno remitido por su tío, en el que anuncia su inminente visita.
- ¿Sabe lo que es la telepatía, señora Henderson?
- Bueno, debería saberlo, ese es mi trabajo.
- Oh, no es telegrafía, sino telepatía mental.
"Charlie" idolatra a su tío porque éste representa lo que a ella le falta: emoción, viajes, lujo, independencia y una vida algo más aventurera que la que tiene en su ciudad. Seguramente, esa imagen se ha avivado gracias al cariño que su madre Emma (Patricia Collinge) ha sentido por su hermano pequeño de manera permanente. Ambas desconocen, por supuesto, que la persona a la que idealizan no existe: Charlie Oakley es un hombre que odia al mundo entero, porque el mundo entero es un infierno para él. Más allá de su familia no hay nada que le inspire ternura, afecto o simpatía. Siente un gran desprecio hacia los demás, sobre todo hacia las mujeres de vida ociosa. La explicación sobre el origen de su conducta es un tanto simple y nos lo ofrece su hermana Emma: de pequeño sufrió un grave accidente que le afectó al cerebro.
La personalidad de su sobrina es radicalmente diferente. "Charlie" es una joven desenfadada, risueña, atenta, inteligente, inconformista y muy responsable. Se diría que es el cabeza de familia para muchas situaciones. Con sus padres mantiene una relación tan estrecha que a veces ella misma parece la madre de ambos. En la escena en que aparece por primera vez en pantalla, tumbada en la cama y pensativa, le reprocha a su padre, Joseph Newton (Henry Travers), que su vida sea rutinaria y casi vacía. "Dormimos y comemos, nada más". Joseph ni siquiera se ofende, porque sabe que es un arrebato juvenil y que su hija siempre da mucho más de lo que pide.

"Charlie", deprimida por la rutinaria vida familiar, con su padre.

A pesar de ese conato de rebeldía, ella se siente muy a gusto en ese mundo de equilibrio y armonía que es Santa Rosa. Y conforme vaya descubriendo la verdad sobre su tío, se aferrará a todos esos valores tradicionales que transmite la acogedora y pacífica ciudad. Por ejemplo, en la escena del banco, donde trabaja Joseph de empleado, ella se siente un tanto escandalizada y molesta por la actitud cínica y burlona de su tío hacia su padre delante de todos: "Hola, Joe, ¿puedes dejar de malversar dinero durante un minuto y prestarme atención?".
La aparición de su tío en la estación de Santa Rosa constituye un momento único, el estado de felicidad absoluta. Ella parece vivir en un sueño del que no quiere despertar. No desea ni el regalo de rigor que ha traído para cada uno de la familia, porque su presencia es la única recompensa que esperaba. No obstante, el anillo que le obsequia será la primera sombra de esa duda que irá creciendo en su interior: la sortija lleva inscrita una dedicatoria y él se pone nervioso al comprobar que no ató todos los cabos de su último crimen.
Hitchcock crea una atmósfera de tensión tan perfecta que no nos damos cuenta de lo inverosímil que resulta el torpe empeño de Charlie Oakley para tratar de ocultar los indicios sobre su siniestro pasado. Durante la comida, "Charlie" tararea los compases de la opereta "La viuda alegre" y él derrama un vaso sobre la mesa para interrumpirla; cuando descubre en el periódico la noticia sobre el asesino de viudas (el plano es genial, él oculto tras el diario y una bocanada de humo de su cigarro que sale tras las páginas), se inventa un juego con su sobrina pequeña, Ann (Edna May Wonacott), para recortar con disimulo lo que desea ocultar. Realmente es absurdo actuar así, porque su familia ni va a reparar en ese suceso ni lo relacionará con él. Además, sólo consigue que la protagonista comience entonces a sospechar. Su comportamiento, desde luego, es inverosímil... pero ¿a quién le importa la verosimilitud en las películas de Hitchcock?
"No somos sólo un tío y una sobrina. Es otra cosa. Te conozco. Sé que no dices a la gente un montón de cosas. Yo tampoco. Siento que dentro de ti hay algo que nadie conoce ... algo secreto y maravilloso. Y lo voy a averiguar" 
Entre "Charlie" y Charlie existe una compleja relación psicológica que se irá retorciendo conforme ella empiece a descubrir la cara criminal de su tío. Cuando Jack Graham (Mcdonald Carey) -uno de los detectives que ha seguido los pasos de Oakley- le revela las graves sospechas sobre su culpabilidad en el asesinato de varias viudas, ella decide comprobar ese recorte del periódico. Al salir de la biblioteca, su mundo perfecto se ha desmoronado por completo. Hitchcock nos la muestra de espaldas y con la cámara ascendiendo con una grúa para acentuar el trágico descubrimiento.

Dos momentos opuestos en la relación entre tío y sobrina.

La actriz da un giro notable a su interpretación a partir de ese instante. La hemos visto reír con una alegría desbordante y juvenil, pero cuando sale de la biblioteca es como si hubiera alcanzado de golpe la madurez; su rostro es grave y extrañamente adulto y posee un halo trágico que le va a acompañar hasta el final. Su angustia es doble: por un lado, el tío es un asesino pero no puede revelarlo porque sería un golpe muy duro para su madre y un foco de habladurías malintencionadas en la ciudad; pero, además, lamenta que esa conexión mágica entre tío y sobrina se haya roto por completo. Todo lo que ha sentido durante años era una mentira. 
"Charlie" procura evitar a ese hombre, ahora extraño y maléfico. Al día siguente, durante la cena, le lanza dos comentarios intencionados que él capta enseguida, aunque no le impide ofrecer su impresión sobre esas viudas parásitas de la sociedad que no saben otra cosa que malgastar el dinero de sus esposos.

"Los maridos mueren y dejan su dinero a sus tontas esposas. ¿Y qué hacen esas estúpidas mujeres? Las vemos en los hoteles, en los mejores hoteles, por miles, bebiendo el dinero, comiendo el dinero, perdiendo el dinero en el juego..."


La escena es magnífica, y todavía más con el angustioso grito de "Charlie": "¡Pero son seres humanos!". Su tío la mira con desdén y la respuesta le encoge el corazón; "¿De veras, Charlie?". Hitchcock encadena dos grandes escenas: cuando el vecino Herbert (Hume Cronyn) llega como siempre para hablar con Joseph sobre su pasión por los crímenes, ella estalla de rabia, les reprocha a ambos que no sepan hablar de otra cosa y se marcha de casa; su tío la persigue, dispuesto a aclarar lo que está ocurriendo, y en un bar se descubre finalmente cómo es, un ser amargado, que odia a todo el mundo.


Cuando Tío Charlie se quita la máscara.

"Charlie" atraviesa por una fase de incertidumbre que resuelve con enorme entereza. Sabe que no puede revelar a nadie el secreto, ni mucho menos a Jack, el detective que se ha enamorado de ella. Por si fuera poco, la única prueba que tenía, el anillo, se lo ha devuelto a su tío. Vive una situación irreal y asfixiante que se tornará muy peligrosa cuando sufra una caída por las escaleras exteriores de la casa; está plenamente convencida de que quiere eliminarla. "Vete de aquí, te lo advierto, o yo misma te mataré. Eso es lo que ahora siento por ti", le aclara.
Una inesperada noticia cambiará la situación: la policía ha cerrado el caso del asesino de viudas cuando otro sospechoso muere durante una persecución. Charlie Oakley se siente eufórico, ya no tiene intención de marcharse, como le había prometido a su sobrina. Pero ella ha conseguido recuperar el anillo y, tras un segundo "accidente", se lo muestra en silencio como seria advertencia. Ahora no le queda más remedio que marcharse. Obligada a despedirse de su tío en el tren, el desenlace será coherente y liberador.

 Hitchcock sentía predilección por "La sombra de una duda", la consideraba su mejor película. En parte porque había varias referencias personales: el retrato de su niñez es parecido al de la infancia de Charlie Oakley y algunas de las actitudes de Emma corresponden, en realidad, a las de la madre del director, que falleció precisamente en 1943.
Aunque Thornton Wilder aparece como guionista de la película, en realidad sus aportaciones se limitan al tono literario del argumento, escrito por Gordon McDonnell, y a una excelente descripción de la vida en Santa Rosa, ya que dejó inacabado el guión. Wilder fue llamado a filas y participó en la Segunda Guerra Mundial hasta el final, pero su amigo Hitchcock le acreditó como uno de los guionistas, junto con Alma Reville, esposa del director, y Sally Benson.



miércoles, 24 de noviembre de 2010

Michaleen Oge Flynn

(Barry Fitzgerald, "El hombre tranquilo") 

Francis Ford, Wayne, McLaglen, John Ford y, sentado, Barry Fitzgerald.

Aunque no es frecuente que un personaje secundario sea capaz de transformar una película corriente en una gran película (se me ocurre el caso de Arnold, interpretado por Tony Randall, que convierte "No me mandes flores" (1964), de Norman Jewison, en una comedia notable y francamente divertida), lo habitual es que los intérpretes de reparto se limiten a engrandecer una obra maestra. Por ejemplo, "Irma la dulce" (1963, Billy Wilder) gana muchísimo con el personaje de Moustache (Lou Jacobi); Peter Falk (Joy Boy) es indispensable para "Un gángster para un milagro" (1961, Frank Capra) y “Cabaret” (1973), de Bob Fosse, no sería lo mismo sin el maestro de ceremonias que interpreta Joel Grey.
Entre esta pléyade maravillosa de actores y actrices secundarios tiene un lugar de honor Barry Fitzgerald con su Michaleen Oge Flynn, el borrachín casamentero de la comedia romántica "El hombre tranquilo" ("The quiet man", 1952), de John Ford. La película seguiría siendo una obra maestra del cine sin él, pero creo que es más grande gracias a este inolvidable personaje.
Su apariencia física es por sí sola un punto de comicidad añadido. Es un hombrecillo de aspecto graciosamente ceremonioso, con una barbilla prominente que le retrata ya, a simple vista, como un entrañable bonachón. Camina con su inseparable pipa en la boca, tiene el pelo alborotado cuando se quita el sombrero y muestra dos gestos característicos en su rostro: solemne y grave cuando sermonea (o intenta disimular su embriaguez), y sumamente travieso cuando se emociona o se divierte.
Michaleen es un tipo que sobrevive con espléndida dignidad en Innisfree pese a sus escasas ocupaciones productivas y su desmedida afición por la bebida. En cualquier otro lugar podría ser el borracho del pueblo, el hombre de quien todos se burlarían. Pero no, desde luego, en Irlanda. Suponemos que se ocupa de pequeños recados con su carruaje, además de ser casamentero y organizador de cualquier actividad, legal o no, que le aporte algún beneficio extra. Nuestro personaje simpatiza, por ejemplo, con la causa del IRA y no tiene inconveniente en llamar a uno de sus activistas "mi comandante". Cuando éste le hace ver que aún no están en guerra, Michaleen replica con ironía: "No pierdo las esperanzas"
Su aparición en la película intriga al principio a Sean Thornton (John Wayne), un norteamericano que ha vuelto a su tierra natal para recuperar la memoria de los suyos e instalarse en el hogar de sus ancestros. Michaleen se acerca sin decir nada hasta el tren, recoge su equipaje y se lo lleva consigo para alejar a Sean de los curiosos que le han rodeado a su llegada. Durante el camino a la villa, le mira continuamente con gesto contrariado, hasta que al final suelta la pregunta que parece atormentarle:
- ¿1,96?
- 92.
- ¡Qué barbaridad!

Maureen O'Hara, una pelirroja con todas las consecuencias.

Una vez conocida la estatura del forastero, Thornton revela su identidad para saciar por completo la curiosidad del hombrecillo, que ríe con gran sensibilidad al contemplar cómo ha crecido aquel muchacho a quien él le limpiaba los mocos de pequeño. Ese momento en concreto, en que Barry Fitzgerald mueve su cabeza hacia abajo con un gesto de emoción, es una espléndida lección de interpretación. Al instante, Sean se convierte en su protegido y recibirá consejos sobre lo que debe y no debe hacer, como si todavía fuera un chaval. Por eso le mira con severidad paternal cuando se fija demasiado en Mary Kate Danaher (Maureen O'Hara). Sean le pregunta si esa mujer es un sueño. "Es muchísimo peor; sin duda es un espejismo provocado por la sed" y dicho eso se dirige a la taberna Pat Cohan, el único hogar que conocemos del señor Flynn.

“Eso no está bien, no está bien, Sean Thornton. Eres atrevido y pecador. ¿Quién te ha enseñado a hacer manitas con agua bendita?”

Michaleen tendrá mucho trabajo a partir de ese momento. Mary Kate es la hermana de Red Will Danaher (Victor McLaglen), que se define a sí mismo como el hombre más importante de Innisfree. Es una especie de toro salvaje: bruto, arrogante, adinerado, despótico y siempre desconfiado. Con semejante individuo en el hogar, ella no ha encontrado a nadie que tenga el suficiente coraje como para cortejarla. "¿Casada? ¿Mary? ¡Qué disparate! Con su piel pecosa y su mal genio... Es una pelirroja con todas las consecuencias".
Conocemos su vida durante el día, ya que buena parte de ella transcurre entre su carruaje y la taberna. Allí se siente a gusto entre pintas de cerveza que bebe a gran velocidad y, a menudo, por invitación de los habituales clientes. "Podría contar historias increíbles sobre su abuelo, Sean Thornton, sin embargo mi garganta está seca", explica a la parroquia del Pat Cohan tras la llegada del "yankee". Cuando llega la noche, Michaleen desaparece ("Es una noche muy adecuada para reunirse con los amigos y comentar pequeñas traiciones", le replica a Sean cuando éste le invita a su casa) y no sabemos nada de él hasta el día siguiente.

Michaleen se pregunta quién será ese forastero.
En la divertida escena en que le anuncia a Mary formalmente el interés de "la primera parte" por conocer a "la segunda parte", Michaleen aparece elegante y señorial con su traje nuevo, muy digno... pero muy borracho. Cuando Mary Kate le ofrece agua con el whisky, su respuesta lo dice todo acerca de su peculiar sentido del humor: "Cuando bebo whisky, bebo whisky, y cuando bebo agua, bebo agua".
No nos dejemos engañar por su afición a la bebida: Michaleen es muy responsable cuando ejerce de recadero, casamentero o corredor de apuestas. Quiere que se cumplan las normas y es muy escrupuloso. En la primera visita formal a la casa de los Danaher, le recrimina a Sean cuando le ofrece en la puerta un ramo de flores. Con solemnidad les presenta, aunque el formulismo que elige nos suena a broma: "Señor Sean Thornton, le presento a la señorita Mary Kate Danaher, solterona. Señorita Danaher, le presento al señor Thornton, de Pittsburgh, Massachusetts, USA".
Tras haber participa activamente en la conspiración que ha urdido el padre Lonergan (Ward Bond) para que Red Will permita a su hermana ser la novia de Sean, Flynn asume la responsabilidad de garantizar que el noviazgo transcurrirá según las normas. "¿Qué es lo que haces, insensato? Las manos quietas, ya te diré yo cuándo se las puedes coger", le dice delante de todo el pueblo cuando trata de ayudarla a subir al carruaje. Pero ni siquiera Michaleen puede hacer frente a dos fuerzas de la naturaleza: una, el deseo de Sean y Mary Kate, que se escapan de su vigilancia; la otra, la minuciosa rutina a la que ha acostumbrado a su caballo; cuando el carruaje pasa por delante de la taberna Pat Cohan, el animal se detiene bruscamente: "Eres un caballo con mucho sentido común".
De Michaleen es la expresión más célebre, por imprevisible y absurda, de la película. Una vez casados los protagonistas, varios hombres de Innisfree llevan los enseres de Mary Kate a la nueva casa (Blanca Mañana) y el hombrecillo se queda de piedra al ver la enorme cama en el suelo, que ha debido hundirse por el ímpetu amoroso, o así lo cree él: "¡Impetuoso! ¡Homérico!", exclama al entrar en la habitación para depositar la cuna.

Borracho pero elegante.
 A Michaleen lo vemos sufrir realmente cuando Sean rechaza la pelea con Red Will, quien se niega a satisfacer la dote de su hermana. No es que le importe a Thornton, pero es un derecho vital para su esposa, que se niega a acostarse con él hasta que no le reclame a su hermano las 350 libras que le debe. Como todos los habitantes del pueblo, Michaleen está deseando que se produzca la inevitable pelea y siente que su amigo le defrauda con su supuesta cobardía.
El intento de huida de Mary convence a Sean para olvidarse de su pasado (rechaza las peleas porque cuando era un famoso boxeador provocó la muerte de un púgil) y enfrentarse a Danaher. Michaleen observa la reacción de su amigo e intuye con una pícara sonrisa que el acontecimiento esperado, la gran pelea, está a punto de celebrarse. Hasta comienza a tararear la melodía ("The rakes of Mallow") que va a marcar las siguientes escenas.
Antes del ansiado momento, Flynn organiza la larga espera de los habitantes. Sean está llegando desde la estación arrastrando a su esposa por el camino y él va y viene de la taberna a la calle para enterarse de la última hora. "Si tenemos pelea oiréis salvas de artillería", exclama eufórico. Para él, este enfrentamiento entre los dos colosos es mucho más que una pelea, es la prueba de que no se equivocó al admirar a su amigo Sean.
Lógicamente, nuestro hombre se convierte en el corredor de apuestas y en el imprescindible juez de la pelea: “Señores, si no les importa, está es una pelea privada. Las reglas del marqués de Queensbury deben respetarse en todo momento”, advierte a los demás cuando varios empiezan a cruzar puñetazos. Cuando termina, con Red Will tirado en la calle, a Michaleen se le ocurre la definición exacta de ese memorable acontecimiento: "¡Homérico!".
La vida continúa en el idílico Innisfree. Michaleen sigue como casamentero, esta vez para Red Will y la viuda Sarah Tillane (Mildred Natwick). Nos reconforta pensar que seguirá bebiendo con su pícaro sentido del humor, que será el gran apoyo de Sean y que siempre encontrará noches adecuadas para reunirse con los amigos y comentar pequeñas traiciones.

La película
- "El hombre tranquilo" está considerada con todo merecimiento como una de las obras maestras del cine, o como "uno de esos milagros que te salvan la vida", tal como la definió José Luis Garci. Frank S. Nugent y John Ford escribieron el guión, basado en una historia de Maurice Walsh, publicado en 1933.
- Barry Fitzgerald era uno de actores predilectos de John Ford y Howard Hawks, aunque fue una película de Leo McCarey ("Siguiendo mi camino"), la que le proporcionó el Oscar al mejor actor secundario. 
- En la película actuó también su hermano Arthur Shields, en el papel del reverendo Playfair. Pero la película tiene varios vínculos familiares: como figurantes o secundarios intervinieron dos hermanos de Maureen O'Hara, el hermano de John Ford y, entre otros, algunos de los hijos de John Wayne.
- La productora Republic Pictures acordó financiar la película si los dos intérpretes principales, John Wayne y Maureen O'Hara, y el director intervenían en un western. "Río Grande" fue el resultado de esa promesa.
- Innisfree ya era una localidad idealizada por el poeta William B. Yeats, pero la película de Ford convirtió al pueblo y a la comarca en una atracción turística. Numerosos fans de esta película se reúnen cada año en el castillo de Ashford como tributo a esta obra maestra.
- El carruaje que utiliza Michaleen es el célebre "jauting car", vehículo que se empleaba frecuentemente en el siglo XIX en Irlanda.
- La espléndida fotografía de Winton C. Hoch y Archie Stout ganó con todo merecimiento uno de los dos Oscar que recibió el film. El otro galardón se lo llevó John Ford como mejor director. La película también fue nominada como mejor película, mejor actor de reparto (Victor McLaglen), mejor dirección artística, mejor sonido y mejor guión adaptado.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Joanna y Mark Wallace

 Audrey Hepburn, Albert Finney
("Dos en la carretera")


- ¿Qué clase de personas se sientan en un restaurante sin nada que decirse?
- ¿Los matrimonios?

Analizar por separado cualquiera de los dos protagonistas de la magnífica "Dos en la carretera" ("Two for the road", 1967) me resulta una tarea tan incompleta como injusta. Joanna y Mark se complementan, participan con la misma intensidad en cada una de las escenas del film y son elementos inseparables de la historia. Por si fuera poco, no logro distinguir cuál de los dos intérpretes me gusta más. Albert Finney y Audrey Hepburn están soberbios porque dependen el uno del otro. La actuación del actor británico es sobresaliente porque la de ella también lo es y viceversa.
Stanley Donen dio en 1967 un notable giro en su carrera con esta melancólica reflexión sobre la evolución sentimental de una pareja a través de sus diferentes viajes por carretera. El guión, firmado por Frederic Raphael, se estructura mediante continuos saltos en el tiempo, de forma que los episodios de la historia se mezclan entre sí. Este tipo de narración combina esas etapas en la vida de los protagonistas de manera que nos permite apreciar mucho mejor la nostalgia de los tiempos felices, la pérdida de la pasión y los vaivenes emocionales  que sufren ambos.
La película habla del matrimonio, desde luego, pero ofrece demasiadas lecturas adicionales. Para mí, trata sobre todo de la nostalgia de la libertad. En el plano del presente, al principio del film, Mark y Joanna parecen tenerlo todo en la vida: lujo, prestigio profesional, comodidades y una hija. Pero recuerdan la independencia de sus primeros años, cuando se divertían haciendo autostop, dormían a la intemperie, se bañaban en un Mediterráneo sin colonizar todavía, comían lo que podían comprar en los pueblos y se amaban apasionadamente.
En su primer viaje llegan a una playa vacía que les recuerda al Edén. Ella comenta que el colmo de la felicidad sería dar una palmada y que un camarero acudiese con una suculenta comida. Pasan los años y los vemos en la misma playa, llena de turistas, hoteles y apartamentos: Mark da esa palmada y acude, en efecto, un camarero con la carta del restaurante, pero ahora sus deseos son otros: "¿No te gustaría dar una palmada y que toda esta gente desapareciese?".
La escena de presentación, que introduce el entrelazado flash-back, es un compendio de todas esas sensaciones: Mark y Joanna observan desde su coche una boda; los novios parecen serios. "¿Por qué no iban a estarlo? Acaban de casarse", observa él con intención. En el aeropuerto, ella se queja de Maurice Dalbret (Claude Dauphin), el jefe de su esposo que nunca le deja en paz, justo antes de que éste les localice por teléfono. Ella no es feliz, no tiene lo que desea. Su marido trabaja demasiado y no son libres como antes. Joanna echa en falta el periodo más pasional, atrevido, divertido y entusiasta de su vida. Echa en falta su juventud.
Mark tiene el mismo problema, pero está demasiado ocupado como para detenerse a pensar; sabe que algo no funciona como antes, pero confía en que ya se solucionará: Algún día, cuando acumule mucho dinero, mucho prestigio y mucha experiencia, ya recuperará ese momento de felicidad y reconducirá la situación. Mark no ha escuchado, por supuesto, a John Lennon: "Life is what happens while you're busy making other plans" ("La vida es aquello que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes").
Si desenredamos la madeja narrativa y la convertimos en un argumento lineal, tenemos la historia de una pareja que se conoce durante un viaje de estudios por Francia. Joanna forma parte de un coro femenino que va a participar en un festival musical. Mark, un altivo e independiente estudiante de Arquitectura, viaja por su cuenta visitando monumentos y haciendo autostop. Ambos seguirán juntos e iniciarán un idilio. En posteriores etapas de sus vidas comprobaremos cómo han ido progresando: vehículos cada vez más caros, hoteles cada vez más lujosos y un amor cada vez más decadente.
Mark aparenta tener las ideas muy claras desde el principio: quiere ser autosuficiente, detesta los convencionalismos y parece saber en cada momento cómo disfrutar de la vida. Opina de todo con vehemencia y sin temor a equivocarse. Ella calla, espera y asiente con una sonrisa, pero acabará siendo quien tome las decisiones y solucione los problemas.

Joanna, poco antes de declararse a Mark.

- ¿Qué ha pasado con tu elegante amigo del Alfa Romeo?
- Le dije que estaba enamorada de ti y me dejó en tierra.

El pasaporte de Mark es un poco el símbolo de esa relación. Él siempre lo pierde, Joanna siempre lo encuentra. "Si hay algo que me pone negro es una mujer indispensable", le reprocha en una ocasión. Mientras él teoriza sobre la vida, el amor, el matrimonio, el trabajo, los hijos y la posición social, con prepotencia masculina y con un idealismo que disolverá el paso del tiempo, ella es práctica y resolutiva en todos esos conceptos. Sabe lo que quiere y va a por ello sin alardes. Joanna es quien da el empujón definitivo a su relación cuando se le declara espontáneamente en la carretera y la que decidirá el futuro en común, con matrimonio y una hija. Ella será quien promocione a su marido ante el millonario Maurice (la clave de su desdicha posterior) y también la primera en detectar la alarmante apatía y el desamor que les invade con los años.
Joanna actúa con una honestidad que no siempre encontramos en su esposo. Así, Mark le será infiel a escondidas, pero ella es incapaz de ocultar su relación con David (Georges Descrières) y afronta las consecuencias con valentía. Cuando regresa a su lado, le mira a los ojos y busca su apoyo, más que su perdón:
- ¡Mark, he vuelto!
- Me has humillado, me has humillado y has vuelto.
- Es cierto.
- ¡Gracias a Dios!
La frágil apariencia de Joanna engaña desde el principio. Cuando Jackie (Jacqueline Bisset en sus comienzos) parece ser la única del grupo de amigas que no se ha contagiado de varicela, ella aparece a la mañana siguiente fresca y jovial, dispuesta a seguir con Mark, quien apenas oculta su desencanto por ello. No le importa desplazarse en un camión de ganado, caminar cargada de maletas, dormir donde elija él, pasar hambre o frío. Es frágil pero sale con éxito de las situaciones más comprometidas, incluso mucho mejor que su pareja.
Mark es egoísta y Joanna le permite que lo sea al comienzo de sus relaciones ("¿Recuerdas el viejo MG? ¿En cuál de mis cumpleaños te lo regalaste a ti mismo?"), pero con el paso del tiempo le reprochará su actitud en más de una ocasión. Por ejemplo, cuando no tiene reparos en discutir, gritar o golpear la pared de la habitación donde duerme la pequeña Caroline. "Tú no sabes lo que es querer. Lo único que has hecho en tu vida es adorar tu propia imagen".
Él siempre cree tener la razón y la defiende con ardor, pero es quien más a menudo se equivoca. Por ejemplo, cuando le pregunta si es virgen, no espera la respuesta: "Lo suponía, estudié dos años en la Universidad de Chicago". "¿Estudiando detección de vírgenes?", replica ella con sarcasmo. O cuando Mark la censura en silencio tras perder el tubo de escape del MG, aunque será su apaño (sujetarlo con trapos) el que provocará el incendio y la destrucción del vehículo.

Cuatro momentos diferentes en la vida de la pareja.

Joanna se siente atraída por ese tipo engreído e insufrible que actúa sin tacto ni consideración, pero que posee una envidiable vitalidad. Pese al carácter dominante de Mark, en realidad es ella quien controla las situaciones al principio. "Siempre acabas consiguiendo lo que quieres", le reconoce admirado cuando sabe que va a ser padre. No siempre será así, sin embargo. Con el tiempo, él gana reconocimiento profesional como arquitecto y una vida lujosa, pero a cambio el matrimonio pierde la independencia y la libertad que disfrutaban antes.
En una de las escenas más reveladoras, Joanna se baja del vehículo y sigue el trayecto andando, por culpa de la agresiva velocidad de Mark. Viajar ha dejado de ser placentero, porque ahora tiene prisa e importan más las obligaciones. Él trata de explicarle que para mantener su ritmo de vida (una mansión, cocinera, niñera, coches de moda, ropa cara...) tiene que atender a su jefe Maurice, pero ella le replica que, en realidad, no necesita nada de eso. Mark intenta convencerla enseñándole el caro reloj que ella le ha devuelto por despecho, pero en realidad lo que le hace detenerse es una de esas frases que no se pronuncian casi nunca, pese a sus mágicos efectos: "¡Joanna, te quiero!". Suene falso o no, es lo que ella necesita oír, como ocurría con frecuencia cuando la pasión no había desaparecido.
- ¿Sabes lo que seríamos sin Maurice?
- ¡Felices!
- Pobres.
- ¡Pobres, pero felices!
En su primer viaje como casados, además de amarse se divierten. El incendio del coche se ha producido ante el lujoso hotel Domaine St. Just (del que serán asiduos clientes cuando adquiera una alta posición social) y sólo tienen dinero para pagar una noche de habitación, pero no para comer en su restaurante. Mark tendrá que ir al pueblo a comprar comida y la introducirá en el hotel a escondidas. A la mañana siguiente, tras una noche espantando mosquitos, la camarera les pregunta por qué no han utilizado la red antimosquitos que tenían sobre sus cabezas y se quedará sorprendida cuando rechacen (¡por motivos religiosos!) el desayuno que no pueden pagar... sin saber que tanto la cena como el desayuno entran dentro de la tarifa.

- Cariño, ¿cómo se dice en francés "Inspector, no creo nada de lo que me dice y no voy a pagarle ni un centavo"?
- Oui, monsieur.

Maurice Dalbret, su futuro jefe, entra en escena cuando se encarga de pagar los desperfectos que ha causado la pareja a un campesino. Curiosamente es Joanna quien más interés pone para "vender" a su marido ante ese adinerado hombre que anda buscando a un arquitecto.
No es la única vez que la pareja se desplaza en compañía de alguien. El episodio más divertido de la película corresponde al viaje que efectúan con el matrimonio Manchester y su odiosa hija Ruthie (Gabrielle Middleton). Cathie (Eleanor Bron), que había sido novia de Mark, y Howard (William Daniels) les proponen ir hasta Grecia en coche, pero acaba siendo una completa pesadilla por la despótica actitud de la niña y el comportamiento de sus padres, incapaces de educarla con un mínimo sentido común.
Joanna y Mark ven reflejado en esa pareja lo que detestan del matrimonio: un hombre que organiza hasta los más nimios detalles y que no se sale de sus normas, una esposa de conversación banal y un tormento de hija, caprichosa y tiránica, a quien Howard dedica continuas atenciones para no traumatizarla, sin darse cuenta de que lo está por completo. "Probablemente se siente excluida del grupo", aduce cuando pellizca a Cathie. Cuando se le antoja arrancar las llaves del coche en marcha y tirarlas por la ventanilla, será finalmente Joanna quien solucione el problema con un conveniente grito que asusta a la pequeña.
La relación se acabará antes de llegar a Grecia por culpa de Ruthie, que revela la verdadera impresión que tienen sus padres de Joanna: "¿Por qué dijo mamá que era una infeliz provinciana inglesa?". Mark insulta al majadero de Howard y pone punto final al absurdo viaje.
Una mirada retrospectiva al final de la película nos demuestra que el amor siempre ha perdurado en la pareja. El amargo episodio de David, con quien Joanna tiene un romance auténtico, servirá para reactivar ese amor a través de otra dimensión, la de los celos. Personalmente, me parece lo más inconsistente de la película, porque David es un personaje poco desarrollado y demasiado arrogante, vacío e insípido como para interesar a Joanna. No está, ni de lejos, a la altura de Mark.

Mark y Joanna, a punto de iniciar una nueva etapa.

Pese a la decadente visión que nos transmite el film, el futuro es esperanzador: Mark planta a Maurice y emprende otra aventura con su esposa, rumbo a Roma. Ambos tienen dudas y parecen tantear un terreno incierto. En la frontera, como era de prever, él no encuentra el pasaporte, pero ella se lo coloca sobre el volante. A partir de ahora deberán aprender a convivir con las imperfecciones de su relación. No obstante, uno tiene la impresión de que mientras Joanna siga encontrando su pasaporte serán felices.

La película
- "Dos en la carretera" se convirtió en una película de culto en Europa gracias, en gran medida, a la adoración que sintieron hacia ella muchos componentes de la "Nouvelle Vague". El fim de Stanley Donen tiene mucho que ver, en cuanto a vanguardismo narrativo, con esta corriente artística. Hoy en día sigue siendo una película de culto para varias generaciones.
- La idea original partió de la mente del guionista, el singular Frederic Raphael ("Eyes Wide Shut", 1999, Stanley Kubrick), que había escrito "Fango en la cumbre" (1964, Clive Donner). A raíz de este trabajo, Donen le encargó que le presentara una historia y a Raphael se le ocurrió esta especie de "road movie" al recordar los viajes que hacía con su esposa por Francia.
- Paul Newman y Michael Caine fueron las primeras opciones para el personaje de Mark, hasta que el director reparó en Albert Finney, que había triunfado años atrás con la película "Tom Jones" (1963), una de las obras más representativas del "Free Cinema" británico.
- Audrey Hepburn se encontraba en la cumbre de su carrera tras haber protagonizado películas como "Desayuno con diamantes" (1961), "My fair lady" (1964), "Cómo robar un millón y..." (1966) o "Sola en la oscuridad" (1967), que le permitiría ser nominada al Oscar de mejor actriz. La madurez de Joanna significó una evolución en la línea de sus personajes anteriores, más juveniles y cándidos.

Audrey y Mel Ferrer.
- La actriz rechazó en principio la oferta para interpretar a Joanna por cuestiones personales. En esos momentos estaba atravesando una difícil etapa, ya que su matrimonio con el actor Mel Ferrer estaba a punto de acabar en divorcio. La insistencia de Donen y del propio Mel Ferrer le obligó a aceptar un personaje que tenía muchas similitudes con su vida privada.
- Audrey Hepburn se desvinculó para este film de su diseñador de vestuario favorito, Hubert de Givenchy. Stanley Donen quiso romper la imagen sofisticada que le aportaba y lució en la película modelos de diferentes creadores, como Paco Rabanne, Mary Quant o Kent Scott.
- Como casi siempre le ocurría a la actriz, los rumores sobre su idilio con Albert Finney persiguieron a Audrey Hepburn durante mucho tiempo, sobre todo cuando la prensa del corazón descubrió a ambos fuera del rodaje en actitud cariñosa.
- El compositor Henry Mancini se inventó una melodía delicada y armoniosa que capta perfectamente la intención nostálgica y sentimental de la historia. El tema principal es una joya musical que acompaña perfectamente a las imágenes. "Two for the road" es una de las melodías más destacadas de su extensa trayectoria profesional. 

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Bertram Potts

(Gary Cooper, "Bola de fuego")

"Le quiero porque es el tipo que se emborracha con un vaso de leche; y me encanta la forma en que se ruboriza hasta las orejas. Le quiero porque no sabe besar... ¡el tonto!"  (Sugarpuss O'Shea)

Bertram, petrificado ante los encantos de Sugarpuss O'Shea.

Gary Cooper fue un seguro de vida para muchos directores. Si Ernst Lubitsch quería darle más brillo a un personaje, bastaba con llamar al "americano ideal". Si Frank Capra buscaba un tipo honesto, formal y entrañable, contactaba con el agente del actor. Y si Howard Hawks, Fred Zinemann, Delmer Daves o William Wellman necesitaban a un héroe, allí estaba la estampa de Gary Cooper, que lo mismo se ponía en la piel de un sheriff o de un mito del béisbol que en la de un vaquero solitario o de un científico espía.
Quienes captaron enseguida sus grandes dotes para la comedia nunca se sintieron defraudados, porque el hombre nacido como Frank James Cooper salió siempre airoso, ya fuera un millonario caprichoso (su excelente papel de Michael Brandon en "La octava mujer de Barba Azul"), un idealista íntegro como Longfellow Deeds ("El secreto de vivir") o un tímido profesor de Lengua que apenas ha visto mundo. Ese es el espléndido personaje de Bertram Potts ("Bola de fuego", "Ball of fire", 1941), dirigida por el maestro Hawks.
El inspiradísimo guión de Billy Wilder, Thomas Monroe y Charles Brackett resulta toda una garantía: Potts es uno de los ocho profesores que trabajan desde hace años en la elaboración de una enciclopedia, encerrados en una vieja mansión. La visita de un basurero, que habla un argot incomprensible, le obligará a replantearse su trabajo como experto lingüista y a bajar al mundo real. Entre los personajes que conoce está Katherine "Sugarpuss" O'Shea (Barbara Stanwyck), la novia del gángster Joe Lilac (Dana Andrews). Éste aprovechará el interés del profesor por su chica para evitar que la policía le siga el rastro. Lilac no cuenta con que Sugarpuss se enamorará de Potts.
Aunque se trata del más joven, Bertram es también el más exigente y responsable de los profesores, todos ellos tan absurdos y chiflados como encantadores. Al llegar la primavera, mientras los otros siete disfrutan de su primer paseo matinal por el parque, él cierra su libro, mira el reloj y anuncia que se ha acabado el descanso, sin hacer caso de las protestas. Los "siete enanitos" -como hábilmente nos sugiere la introducción de la película- viven en un mundo apartado de la civilización, pese a que se encuentran en Nueva York. Son cultos e instruidos y cada uno domina una rama de la sabiduría, pero no saben desenvolverse en la vida cotidiana.
Bertram Potts ha vivido siempre en esa burbuja llena de libros y conocimientos desde que a los dos años aprendió a leer. Con 15 años se graduó en la Universidad de Princeton y se dedicó al estudio de la lingüística. Pero semejante obsesión le ha alejado de otras cuestiones importantes, como el amor. El profesor Gurkakoff (Oskar Homolka) le tiene que golpear en la espalda, por ejemplo, para que hable con la señorita Totten, la heredera del filántropo que les encargó esa vasta enciclopedia interminable. Y es que Potts parece aterrado en presencia de las mujeres.
El basurero del barrio (Allen Jenkins) le abrirá los ojos a otra realidad que creía tener dominada, la del argot callejero. El profesor no sabe qué es "chorba", "machacante", "guita" o "garbeo" y comprende que su estudio del slang (o lenguaje coloquial de la calle) se ha quedado desfasado, sólo ha embalsamado frases muertas. Cuando anuncia que va a salir a la calle, los demás se quedan horrorizados ante ese imprevisto que rompe su rutina diaria.
Potts recorre la ciudad, escucha una jerga nueva para sus oídos, se queda maravillado ante frases hechas tan comunes como "drum boogie" (soberbia escena musical) e invita a una serie de personajes pintorescos a que colaboren con él. La única que se resiste es la cabaretera Sugarpuss O'Shea, que en un principio lo confunde con el ayudante del fiscal que la busca como testigo de las andanzas criminales de su novio. "Supongamos que le dice al fiscal que se dé un garbeo por las afueras", le suelta ante la euforia del profesor, que interpreta esa frase como un magnífico ejemplo de argot.

"Dijo palabras tan asombrosas que me dejó estupefacto".

La vida de los profesores resulta tan rutinaria que la salida de Potts les ha excitado. Todos le rodean con el fin de conocer el relato de sus andanzas, aunque él se centra más en los avances lingüísticos que ha realizado en vez de recrearse en la descripción del cabaret, como esperan los demás.
- Dijo palabras tan asombrosas que me dejó estupefacto: Pise el acelerador, por ejemplo.
- ¡Sorprendente! ¡Qué barbaridad!
Es lógico que la llegada inesperada de Sugarpuss -que necesita un lugar seguro para esconderse de la policía- revolucione ese gallinero. Cuando aparece por la puerta, los profesores huyen despavoridos y Bertram se queda espantado. "Le ruego que les perdone por su atuendo y a mí por no llevar corbata", se excusa con exagerada formalidad. Ella responde con ironía: "No se preocupe, una vez vi a mi hermano mayor afeitándose".
El remilgo, la timidez y la exquisita educación que muestra Potts contrasta con el descaro, el sarcasmo y la insolencia de la chica: el resultado es delicioso para el espectador y para la alta comicidad de la película. Sugarpuss se va ganando el cariño de los demás profesores, más infantiles que su joven compañero, porque transmite alegría de vivir. A Bertram le absorbe el estudio del slang; a ellos sólo les importa aprender a bailar la conga o vestir a la última moda, como hace el profesor Robinson (Tully Marshall), que aparece radiante con su traje claro.
- "Una chica me persiguió por la Quinta Avenida", explica orgulloso.
- "...Para decirle que quitara la etiqueta del precio", le aclara ella.

Practicando el yum.
Bertram sabe que la presencia de la señorita O'Shea es un grave riesgo para el trabajo y, respaldado por la severa ama de llaves, la señora Bragg, decide echarla; pero cuando ella le llama "viejo anticuado", le confiesa que a él también le ha perturbado su presencia, por muy firme que se haya mostrado ante la tentación. Incluso le revela que tuvo que mojarse la nuca tras excitarse al contemplar cómo un rayo de sol le inundaba el pelo. Ella juega la carta de la seducción para quedarse: "Tal vez esté loca, pero para mí eres el clásico tipo yum-yum", le dice antes de besarle. Bertram sale corriendo para mojarse la nuca de nuevo. Incluso entonces sigue firme en su propósito, pero una vez que ha probado los labios de Sugarpuss, quiere un poco más: "¿Antes de que se vaya, le... le importaría... darme otro yum?". Definitivamente ha caído en sus redes.
A partir de es momento vemos a un Bertram ilusionado, exaltado incluso, sonriente y dichoso. Su felicidad contrasta con la actitud de la chica, que cuando él se le declara en la habitación, tímido, casi avergonzado y con un modesto anillo que contrasta con el lujoso pedrusco que ella luce en su mano, comprende que ha ido demasiado lejos. Potts no para de hablar; es como si su corazón dormido se hubiera despertado de golpe.

- ¿Qué ha sido mi vida hasta ahora? Un prólogo, un prefacio vacío.
- ¿No puedes hablar como las personas?

Sugarpuss atiende al principio divertida la declaración de amor de Bertram.

Podemos reírnos de los demás profesores, pero no de Bertram, que, sin darse cuenta, sufrirá una gran humillación cuando trate al novio de ella como si fuera su padre. En una escena demasiado cruel como para resultar cómica, Joe Lilac le hace creer que los padres de Sugarpuss quieren que la boda se celebre en Nueva Jersey. Su objetivo es que pueda burlar, acompañada por los chiflados profesores, a la policía, y una vez fuera de Nueva York, casarse con ella... ya que al ser su esposa no podrá declarar en su contra. Bertram está tan ilusionado que no se percata de la tremenda burla; le habla de sus limitados ingresos, de su sinusitis ya superada, de su predilección por el Partido Republicano...
Sugarpuss, que está empezando a enamorarse de ese hombre, se siente culpable e impotente. El hombre que le ha declarado su amor es muy diferente a todos los que ha conocido a lo largo de su vida. Es ingenuo, noble y honesto. No ha sufrido todavía ningún revés que le haga desconfiar de mujeres como ella: realmente parece un ser virginal.

Barbara Stanwyck y Gary Cooper, dos enamorados a oscuras.

En la notable escena de la despedida de soltero, una vez que se han quedado tirados por el camino debido a un accidente, Potts entra en su bungalow por error y le confiesa su pasión creyendo que le está hablando al viejo Oddly (el impagable actor Richard Haydn), quien ingenuamente le ha aconsejado inspirarse en una planta ranunculácea, nada menos que la Anemona Nemorosa, para tratar a Sugarpuss. Ella se lanza a sus brazos y cuando se queda sola tiene que mojarse la nuca para aplacar su excitación, tal como hacía él.
La magia amorosa se rompe brusca y cruelmente con la llegada de Lilac y sus matones, que desvelan la realidad con crudeza. Bertram es un hombre íntegro y leal, por eso no perjudica a la chica delatando la situación a la policía. Está dispuesto a superar la sensación de fracaso y humillación, e incluso a asumir todas las culpas de su conducta ante la señorita Totten, que quiere disolver la fundación y poner fin a la enciclopedia.
El desenlace nos permite apreciar a un nuevo hombre: eufórico, impulsivo e incluso divertido. Su chica le ha dicho no a Joe Lilac, lo que demuestra que le quiere a él. Junto con sus profesores aplicará los conocimientos que tienen de Historia (La espada de Damocles), Ciencias (el principio de Arquímedes) y Filosofía (la frase "El que más alto se sube de más arriba se cae") con el fin de desarmar a los matones y rescatar a Sugarpuss. Para enfrentarse al gángster no le van a servir los libros, por mucho que estudie un manual de boxeo: será su instinto el que derrote a Lilac.
Bertram ha recuperado su autoestima y Sugarpuss ha vuelto. Aunque está convencida de que será un estorbo para los profesores. Pero Potts ya ha adquirido cierta experiencia en el trato con las mujeres: se olvida de las palabras y la besa con pasión. El viejo Oddly se escandaliza: "Cielos, Bertram, recuerde la Anemona Nemorosa...". Nosotros lanzamos la última carcajada: ninguno de los dos le escucha.

Curiosidades
- Siete años después de rodar esta película, Howard Hawks se vio obligado por Samuel Goldwyn a encargarse de un remake bastante más insípido, "Nace una canción", con guión de Harry Tugend. El director confesó que no soportaba a los dos protagonistas, Danny Kaye y Virginia Mayo.
- Gary Cooper no era exactamente culto o intelectual, al menos no como aparece en la película, pero atrajo la amistad de de gente como Ernest Hemingway. Sobre todo era muy amigo de Hawks, con quien ya había rodado dos películas, una de ellas, "Sargento York", el mismo año, y por cuya actuación recibió un Oscar.
- La estrella, en esa época una de las más cotizadas de Hollywood, era un experto seductor. Jeffrey Meyers, autor de la biografía "El héroe americano", revela que se acostó prácticamente con todas sus parejas en la ficción. Y Barbara Stanwyck no fue la excepción.
- Uno de los aciertos de la película es la introducción del famoso número musical "Drum boogie", con el célebre Gene Krupa y su orquesta. La cantante Martha Tilton puso su voz en la canción, no la actriz.
- El guión estaba basado en un relato corto del genial Billy Wilder; este se inspiró ligeramente en una gran película de Walt Disney, "Blancanieves y los siete enanitos".
- Ginger Rogers y Carole Lombard fueron candidatas al papel de Sugarpuss O'Shea, pero quien más cerca estuvo fue Lucille Ball. Gary Cooper fue quien propuso a Stanwyck.
- La excelente escena en la que Bertram le habla a Sugarpuss creyendo que es uno de los profesores tuvo un truco notable en la iluminación. Hawks obligó a Barbara Stanwyck a cubrir toda su cara de negro, excepto los ojos, para que éstos resaltaran con un brillo especial en la oscuridad. El efecto es sobresaliente.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Gloria (Carmen Maura)

("¿Qué he hecho yo para merecer esto?")

Gloria no se atreve a mirar la escena de sexo que tiene a su lado.


"¿Qué he hecho yo para merecer esto?"
(1984, Pedro Almodóvar) me parece una obra maestra del cine, sin reservas, limitaciones ni prejuicios. Es decir, no se trata estrictamente de una película magistral del cine español, de lo esencial de Almodóvar o de los mejores filmes de los años 80. El propio director ahorró trabajo a los críticos al etiquetarla como una sórdida comedia neorrealista; sin embargo, uno tiene la sensación de presenciar un durísimo y dramático retrato social oculto tras una galería de personajes muy divertidos. Y ese drama cotidiano, a veces trágico, lo revela la asombrosa interpretación de Carmen Maura.
Su Gloria es uno de los personajes más verosímiles que he contemplado nunca en pantalla. En la vida real hemos visto a muchas Glorias paseando aturdidas por la calle, contando monedas en el supermercado para ver si alcanza a comprar un producto más o soñando ante el escaparate de una agencia de viajes. El mérito se debe en parte al probado conocimiento que Almodóvar tiene sobre la naturaleza femenina, pero corresponde sobre todo a la actriz madrileña, que puso su alma y su talento para bordar el papel.
El guionista y director no tarda ni diez minutos en mostrarnos un retrato bastante completo del personaje: es una mujer agobiada por su situación económica y familiar, obligada a limpiar en lugares como el gimnasio de artes marciales; echa de menos el sexo (la escena del calentón bajo la ducha con el policía, que al ser impotente tampoco la deja contenta, es bastante explícita); descarga toda su rabia acumulada practicando con una espada de kendo; en casa, al poner la lavadora, aspira con desesperación el olor del suavizante, como si fuera un sustituto de esas anfetaminas que utiliza para escapar de su vida; nunca sonríe, está hastiada de sus hijos, de su marido y de su suegra; no hay apenas comida en casa, sólo facturas y mucha ansiedad.
Su marido, Antonio (espléndido Ángel de Andrés), es un tipo déspota, machista y desengañado. Ha descuidado por completo su matrimonio, se despreocupa de sus hijos y sólo utiliza a su mujer en la cama para saciar vulgarmente su apetito. Aunque se desentiende por completo de la vida doméstica, de los problemas económicos y de las múltiples carencias familiares, eso no le impide abroncar a Gloria por un pollo algo quemado o por falta de vino en la mesa. Le da igual dejar un olor nauseabundo en el comedor al quitarse los zapatos o colocar la faria que se fuma sobre la cómoda de la habitación. Los dos saben que han fracasado como matrimonio y él sólo añora su pasado en Alemania y su relación con una tal Ingrid Müller (Katia Loritz).

Cristal, Gloria y la inclasificable abuela.

Gloria está sola para sacar adelante a una familia resquebrajada, con unos hijos que, pese a su corta edad, saben más de la vida que su madre. Toni trafica con drogas, mientras que Miguel es un chapero a sus 12 años. Cuando éste regresa tarde a casa y le pone como excusa que ha estado con un amigo, ella le reprocha con tremenda naturalidad: "¡Has estado acostándote con su padre, como todos los días!".
La vida de Gloria no tiene momentos de respiro. Esnifa pegamento, toma pastillas o cualquier otro remedio drogadicto casero con tal de encontrar uno de esos instantes de paz que le alejen de su estrés y de su angustia. Todos le cargan la responsabilidad de llevar el peso de la casa, pero a la vez le reprochan que haya polvo sobre las repisas. Varios detalles "de oficio" enriquecen esa percepción: cuando tiene que encender la luz del patio de casa con su barbilla, porque va cargada con las bolsas de la compra; o cuando aparta bruscamente las torpes manos de su suegra al recoger los trozos de cristal en el suelo, los de un vaso que se le ha caído a la abuela.
El único cariño que encuentra es en Vanesa, la maltratada hija de su vecina Juani (Kiti Manver), y en su vecina prostituta, Cristal (Verónica Forqué), una mujer ingenua y cariñosa que en más de una ocasión ha tenido que sacar de apuros a Gloria.
Carmen Maura apenas se deja contagiar por el tono de comedia que, salvo el marido, poseen los demás personajes. Tan sólo la escena en la que entrega en adopción a su hijo pequeño, en la sala del dentista, parece una tentación de Gloria a caer en el disparate, en los inverosímil, aunque lo aceptamos más como un síntoma de desesperación por la situación que atraviesa la economía familiar. Absolutamente creíble, aunque se trate de una (magnífica e hilarante) escena cómica, es la presencia de Gloria en el piso de Cristal para satisfacer a un cliente exhibicionista (un inspirado Jaime Chávarri). Su mirada, que evita posarse sobre la pareja, contiene hastío, indiferencia y pudor.
Gloria aún caerá más bajo en su autoestima cuando su marido reciba la inesperada llamada de su amor platónico, Ingrid Müller. Además de maltratada, amargada y derrotada, ahora se siente humillada al observar que Antonio sonríe y se muestra tierno hablando con esa mujer. Sabemos, por un diálogo anterior ("¿Es que no nos va a dejar nunca en paz?", le reprocha a su marido), que la relación de su esposo con la alemana ha tenido mucho que ver en el fracaso matrimonial.
Desesperada, acude a una farmacia de guardia para conseguir sus pastillas, pero la dependienta le hunde todavía más con su firme y cruel negativa.

- Bueno, bueno, pues soy dogradicta... drogadicta. ¿Y qué quiere que le haga? ¿Que le asalte y me lo lleve a la fuerza o qué?
- Le he dicho cuáles son las normas.
- ¿Y qué normas hay cuando una tiene que trabajar todo el día y no puede con su alma?
- Esa es cuestión suya.

La excelente escena con la farmacéutica.

Cuando regresa a casa, sin drogas que mitiguen su ansiedad y su angustia, hundida por la cruel franqueza de la farmacéutica, escucha esa canción alemana que le recuerda que su marido está enamorada de otra. Antonio se está afeitando, se pone colonia y se arregla un poco para agradar a la Müller, que llega a Madrid. No se da cuenta de que está insultando a su mujer cuando le pide que le planche su mejor camisa. Gloria se niega y estalla la tragedia: su marido la abofetea y ella reacciona con todo el odio que ha acumulado durante años.

"¡No se te ocurra volver a ponerme las manos encima!"


Ignoro cuántas veces hubo que repetir la escena o si salió a la primera, pero el resultado es perfecto y muy convincente. De Gloria ya sabemos que suele descargar su rabia con una espada de kendo en el gimnasio donde acude a limpiar cuando se queda sola. Primero se lanza a su cuello, luego le da un rodillazo en los testículos y, finalmente, le golpea en la cabeza con la desgastada pata de jamón, impulsada por el mismo grito que practica en el gimnasio: Antonio se desnuca al caer.
La naturalidad con la que afronta el crimen es muy similar a la que años después veremos en "Mujeres al borde de un ataque de nervios" (1989), también con Maura y Almodóvar. La estupidez de la policía es similar en ambas películas. El arma del crimen ha desaparecido y lo único que sacan en claro es que se golpeó al caer. Pero el arma está ahí, partida en varios pedazos para convertirse en caldo. Gloria le ofrece una taza al policía (Polo, Luis Hostalot), casualmente el mismo con el que tuvo ese rápido encuentro sexual bajo la ducha. Éste le dice que a ella le hará más falta tomarse algo. "No, ya nunca más podré tomar caldo", responde cómica o misteriosamente. Si existe algo de emotivo en esa escena, Almodóvar lo disipa al instante, cuando Polo tiene que sortear y empujar a sus torpes compañeros, que le obstruyen el paso.
La dramática existencia de Gloria no ha terminado con la muerte de su marido. Sigue necesitando pastillas o cualquier droga a su alcance, vuelve a soltar su rabia con la espada-bambú en el gimnasio de artes marciales y continúa estando sola, con Antonio o sin él. La presencia de su hijo mayor y de su suegra no atenúa su angustia. "No quiero que me ayudes tú ni que me ayude nadie, lo voy a hacer yo sola", le dice con brusquedad a Toni cuando éste se ofrece para echarle una mano.
Aunque la compañía de Vanesa es un alivio, sobre todo por sus poderes para mover objetos (la mágica solución que necesitaba Gloria para redecorar las paredes con papeles pintados y también para reconducir su vida), en realidad se encuentra a un paso de hundirse por completo. En el gimnasio confiesa su crimen a Polo, pero éste no le cree. Cuando Toni y su abuela se marchan al pueblo en autobús, descubre muy tarde el cariño de su hijo. "Vieja, que no me entere yo que vuelves a tomar pastillas", le dice con afecto. Sus lágrimas cuando regresa a casa, desolada y vacía, nos encogen el corazón.
Gloria recorre con su mirada las habitaciones vacías del piso, como si se despidiera de ellas. Cuando llega al balcón se apoya con inequívoca decisión de quitarse la vida. Al asomarse al vacío descubre a su hijo pequeño, que ha vuelto a casa después de vivir un tiempo con el dentista. Es posible que comience una nueva vida, pero el balcón siempre estará ahí esperándole.

Chus Lampreave y compañía
Lampreave, genial, con "Dinero".
Si la interpretación de Carmen Maura es francamente maravillosa (a la altura de sus papeles en "Mujeres al borde de un ataque de nervios" y "Ay, Carmela", aunque mi preferida sigue siendo Gloria), la de los actores y actrices que la acompañan no le va a la zaga. Además de Ángel de Andrés, Verónica Forqué, Amparo Soler Leal, Emilio Gutiérrez Caba (siempre brillante y a menudo genial) y Kiti Manver, por citar a los principales, las grandes sorpresas de la película son el actor no profesional Juan Martínez, espléndido en el papel de Toni, y, sobre todo, Chus Lampreave, la abuela. La veterana actriz (tenía 54 años entonces) compone un personaje sorprendente e inolvidable, basado en la madre del propio Almodóvar, según confesó el director. Su espontaneidad, su facilidad para agradar a la cámara y su intensa comicidad merecen algún día un análisis aparte.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Rufus T. Firefly

(Groucho Marx, "Sopa de ganso")

Rufus T. Firefly piensa, Freedonia tiembla.

Fiscal: ¡Ah, protesta! ¿En qué se basa?
Chicolini: No se me ocurre otra cosa que decir.
Firefly: ¡Se admite la protesta!
Fiscal: ¡Excelencia! ¿Admite la protesta?
Firefly: Desde luego, tampoco se me ocurre otra cosa que decir. ¿Por qué no protestas tú también?

Quienes crecimos viendo por la tele las películas de los Hermanos Marx, en más de una ocasión empezábamos sentados muy modosos en el sofá y acabábamos tirados por la alfombra encanados de risa. Mi primer recuerdo cinematográfico no es ni “Bambi” ni “Mary Poppins” sino “Sopa de ganso” (“Duck soup”, 1933), de Leo McCarey, y, en concreto, la surrealista escena del sidecar que arranca solo con Harpo y deja a Groucho clavado en la moto. Cuando eres un crío, ese tipo de humor resulta por sí solo todo un descubrimiento asombroso.
Rufus T. Firefly, el disparatado, caótico, insensato y grosero presidente de Freedonia, país imaginario donde habitan los protagonistas de la película, es pues un personaje que nos resulta muy familiar. Y aunque no soy un experto en pensamiento marxista (compendio de frases y actitudes de esos hermanos que ha enriquecido sobre todo la cultura internáutica), sí me declaro un apasionado de los estrafalarios personajes que han encarnado Harpo, Chico y, sobre todo, Groucho Marx.
"Sea lo que sea, estoy en contra", decía Wagstaff en "Plumas de caballo". Esa declaración de intenciones resume a la perfección el carácter de la mayoría de los personajes interpretados por Groucho hasta 1934, y Firefly no es ninguna excepción: es tan deliciosamente contradictorio que está en contra de la guerra y de la paz, de la corrupción y de la honestidad, de la libertad y de la tiranía, de la decencia y de la inmoralidad; arremete contra el embajador Trentino (Louis Calhern), ridiculiza a Gloria Teasdale (Margaret Dumont), se enfada y se reconcilia con Pinky (Harpo) y Chicolini (Chico), desprecia a su secretario, Bob Roland (Zeppo Marx), y se burla de ministros, fiscales, soldados, bellas secretarias, ayudantes y de todo aquello que represente el orden y la autoridad... aunque él mismo sea la máxima autoridad, el presidente de la República.

"Si pensáis que este país está mal, esperad a que acabe con él"

La aparición de Groucho en la pantalla es soberbia: mientras su secretario Bob y la adinerada señora Teasdale cantan sus excelentes virtudes en la fiesta de recepción, él está durmiendo con el traje puesto debajo del camisón, con un ridículo gorro y un puro en la boca, que parece un apéndice más de su cabeza; suena un timbre de alarma, en vez del despertador, y, sin perder el tiempo en lavarse y peinarse, en dos segundos ya está bajando por una barra de salidas de emergencia como la que utilizan los bomberos; en lugar de presentarse con la formalidad que requiere su cargo, se sitúa al lado de los guardias y levanta su puro como si fuera una espada al aire en señal de bienvenida en su honor. Cuando la buena mujer se acerca para saludarle con exagerada gravedad y solemnidad, Firefly le deja bien claro lo absurdo que va a ser todo: "Déjese de tonterías y coja una carta", le corta en seco con una baraja en la mano.

La señora Teasdale, encantada. 
Ese primer encuentro en la película entre Groucho y Margaret Dumont está repleto de citas y diálogos que han pasado a la historia gracias a la verborrea inagotable del cómico. De todos ellos, el que se ha convertido en una especie de tarjeta de presentación del actor, en todo un símbolo de su ingenio a través del tiempo, es el siguiente:

- ¿Se casaría conmigo? ¿Le dejó mucho dinero su marido? Conteste primero a lo segundo.
- ¡Me dejó toda su fortuna!
- ¿No entiende lo que trato de decirle? ¡La amo!

Después de insultar convenientemente a Trentino, embajador del país rival, Sylvania, Firefly expone cantando cómo será su administración: prohibirá silbar y mascar chicle, permitirá el adulterio, elevará los impuestos, fusilará a quien acepte sobornos y no le entregue a él su parte... Si esa declaración de intenciones parece absurda, no hay más que verlo cuando preside su primera reunión de ministros: primero juega con una pelota mientras su gabinete espera a que diga algo importante; luego rechazará todas las sensatas sugerencias que le plantean. Cuando le entregan un informe complicado, le molesta que cuestionen su capacidad. "Claro que lo entiendo, incluso un niño de cuatro años podría entenderlo", le replica al ministro... y a continuación se dirige en voz baja a su secretario: "Que me traigan a un niño de cuatro años. ¡No entiendo nada!".
La escena recuerda mucho a la del rector de la Universidad de Huxley, Wagstaff, en "Plumas de caballo", cuando desquicia a todo el consejo de profesores con sus absurdas decisiones. En "Sopa de ganso", lo que más le preocupa al presidente de la República es dónde está ese almuerzo que había envuelto en unos papeles... y el hecho de que esos papeles sean secretos de Estado poco importa.
Firefly resulta desconcertante porque nadie espera que la máxima autoridad se burle de la autoridad. Pero él es alguien que ha venido de la nada. La pomposa señora Teasdale lo eligió presidente no por su carrera política ni por sus dotes de mando, sino por capricho. No sabemos ni desde cuándo se conocen ni a cuento de qué, pero esa absurda manera con la que Groucho y la Dumont han construido su relación a través de las películas es clásica: en casi todos los filmes hubo un pasado quizá amistoso, quizá amoroso, pero ignoramos los detalles.
El personaje de Groucho sólo se ve desbordado en presencia de Chicolini y Pinky, dos tipos imprevisibles y disparatados que carecen de sentido común. A su lado, Firefly parece hasta razonable. Cuando suena el teléfono en el despacho del presidente, Chicolini lo coge con total confianza y responde que Firefly no está; cuando vuelve a sonar, ambos se lanzan a por él, pero llega antes Pinky para responder; aunque no habla, tiene un arsenal de bocinas de diferentes tonos para comunicarse. Alguien pregunta por Firefly y Pinky responde que no está; luego le informa que la llamada era para él. "Bien, no sabría qué hacer sin teléfono".

Firefly decide montarse esta vez en la moto, pero...

Como vanidoso, soberbio y caprichoso que es (entre otras muchos defectos que en esta comedia acaban siendo cualidades), Groucho decide pasar a la acción contra Trentino, que con la ayuda de la traidora Vera Marcal (Raquel Torres) aspira a casarse con la señora Teasdale para apoderarse de Freedonia. El plan que le ha sugerido su secretario es que le insulte para provocarle, una propuesta que le agrada enormemente. Firefly hace todo lo posible para ofenderle, aunque será él quien se sienta insultado cuando el embajador le llama "advenedizo", calificativo que seguramente ni entiende pero le suena mal. La guerra entre ambos países parece inminente, pero Gloria Teasdale hace un nuevo intento y los vuelve a reunir para que hagan las paces. Rufus T. se calma e incluso bromea con el insulto que le ha dirigido, del que ya no se acuerda. "¿Advenedizo?", le pregunta riéndose Trentino; Firefly reacciona indignado y vuelve a cruzarle la cara con un guante. El gag es muy divertido, pero aún resulta más hilarante la última tentativa para impedir la guerra. Gloria le pedirá que le estreche la mano y él accede, aunque de repente empieza a sospechar que, a lo mejor, cuando le extienda la mano la rechazará y le dejará en ridículo.
"Y estoy seguro de que él aceptará gustoso este gesto... Pero supongamos que no lo hace. ¡Menuda situación! ¡Yo le ofrezco mi mano y él se niega a aceptarla! Eso dañará mi prestigio. ¡Yo, la cabeza visible de un país, ofendido por un embajador extranjero! ¿Quién se cree que es? ¿Acaso piensa que puede venir aquí y darme un desplante delante de mi pueblo? ¡Yo le extiendo mi mano y esa hiena se niega a aceptarla! ¿Por qué? ¡Cochino, canalla, embustero! ¡Jamás se saldrá con la suya!". Cuando llega Trentino, sonriente y dispuesto a hacer las paces, Firefly lo recibe con una bofetada y le declara la guerra.

Firefly, ofendido, con Teadsdale, Trentino y Vera Marcal.

Con Groucho y Harpo, el gag del espejo roto, que otros cómicos como Charles Chaplin y Max Linder ya pusieron en práctica muchos años atrás, constituye uno de los mejores momentos de la historia del cine. Es tan surrealista como la escena del juicio a Chicolini, en la que Firefly, que se supone víctima, se pone de parte del acusado por alta traición. "Señores, puede que Chicolini hable como un idiota y parezca un idiota, pero no se engañen: es un idiota".
El desenlace de "Sopa de ganso" es toda una lección de humor absurdo en estado puro. Firefly, como jefe de las Fuerzas Armadas de Freedonia, lleva uniformes de diferentes épocas y ejércitos; cuando se pone a disparar lo hace contra sus propios soldados; pide ayuda por teléfono a otros países y de paso les solicita mujeres; ordena comprar trincheras porque no hay tiempo para cavarlas; a su secretario de Guerra (sorprendentemente, el traidor Chicolini) le pregunta por qué ha vuelto si se había pasado al enemigo: "Aquí se come mejor", le replica. Para animar a la tropa les recuerda que "estáis luchando por el honor de esta mujer, algo que ella no ha hecho jamás", en referencia a la señora Teasdale.
Pese a todo, el irresponsable Firefly se mueve con soltura en el caos que ha provocado y gana la guerra. Para celebrarlo, Gloria entona el sagrado himno de Freedonia y todos le lanzan tomates. Es el final irreverente y descarado que necesitaba la película.

Firefly lleva uniformes de diferentes ejércitos y épocas en la batalla.


Curiosidades
- El personaje de Groucho nace del guión de una serie radiofónica emitida por la NBC entre noviembre de 1932 y mayo del siguiente año, llamada "Flywheel, Shyster y Flywheel". Muchos de los absurdos diálogos de la película, también los de Chicolini, aparecieron ya en ese programa.
- Firefly es heredero directo de Quincy Adams Wagstaff ("Plumas de caballo") y Jeffrey T. Spaulding ("Animal crackers"), irreverentes y destructivos personajes que surgieron del vodevil, de numerosas pruebas teatrales, de programas radiofónicos, y que, sobre todo, no llegaron a pasar por el filtro doméstico de la Metro Goldwyn Mayer. Entre el Rufus T. Firefly de "Sopa de ganso" y el Otis B. Driftwood de "Una noche en la ópera" existen significativas diferencias pese a que sólo transcurrieron dos años: de la Paramount a la MGM, de un código liberal al código Hays de censura, del excesivo y temperamental productor Herman J. Mankiewicz al todopoderoso Irving Thalberg, de los guionistas Bert Kalmar y Harry Ruby a una nómina de seis escritores y fabricantes de gags (incluido Buster Keaton sin acreditar)... en fin, del caos anárquico al caos controlado y edulcorado.
- Aunque "Duck soup" se ha traducido siempre al castellano de forma literal, "Sopa de ganso", en realidad es una expresión norteamericana que viene a significar "muy fácil". En castellano sería similar a "pan comido".
- Leo McCarey se resistió todo lo que pudo al encargo de dirigir la película porque sabía que el rodaje con los cuatro hermanos iba a ser una pesadilla. Aunque llegó a reconocer que resultó una experiencia muy divertida, se desquiciaba a menudo porque siempre le faltaba al menos uno de ellos para rodar las escenas.
- La famosa y desternillante escena del espejo roto no era exactamente una idea original. Antes de los Marx ya la habían rodado Charles Chaplin y Max Linder casi veinte años atrás.
- "Sopa de ganso" es la película que devuelve la alegría de vivir a Cliff Stern ("Delitos y faltas"), interpretado por Woody Allen, gran admirador de los Hermanos Marx.
- La vertiginosa verborrea de Groucho Marx tiene su origen en la inseguridad del cómico en sus inicios. En sus memorias explica que cuando se enfrentó al público por primera vez tuvo miedo de que nadie entendiera sus chistes y decidió soltarlos rápidamente, encadenados. Ese mecanismo de defensa contra el fracaso se convirtió en uno de sus mejores recursos cómicos.
- Aunque la película no alcanzó el éxito de crítica y público que había conquistado la anterior, "Plumas de caballo", hoy en día no sólo está calificada por muchos expertos como la obra cumbre y más fresca de los Hermanos Marx (discutible en todo caso), sino que se considera un alegato antibelicista, producido cuando el fascismo empezaba a amenazar seriamente al mundo entero.