jueves, 30 de diciembre de 2010

Martina

(Lola Gaos, "Furtivos")

Martina comulga como si fuera a recibir la extremaunción.

"Quiero hacer una película con un bosque y Lola Gaos"
. El germen de "Furtivos" (1975) es esa rotunda intención del director José Luis Borau. Había visto a la actriz en "Tristana" (1969) y consideraba que Lola Gaos, en su papel de Saturna, estaba muy por encima de Catherine Deneuve, Fernando Rey y Franco Nero. A partir de esa idea comenzó a escribir, junto con Manuel Gutiérrez Aragón, la que se convertiría en una de las películas más duras, exitosas, controvertidas y duramente atacadas del cine español. Hoy en día, una vez que el tiempo ha conseguido separar mejor el grano de la paja, nos queda una obra maestra, una soberbia lección narrativa, algunas interpretaciones (incluida la del propio Borau como gobernador civil) para enmarcar y una escena tan brutal como, bajo mi punto de vista, lamentable e innecesaria: la muerte real de un animal, apaleado por la protagonista.
Supongo que Lola Gaos hubiera triunfado plenamente en Hollywood como una excelente actriz de reparto, al estilo de Thelma Ritter, Anna Lee, Mildred Natwick o Anne Revere, por citar a cuatro grandes intérpretes del teatro y del cine que poseían, además, características físicas muy apropiadas para determinados papeles. La actriz valenciana, pese a su tremenda calidad interpretativa, la dureza de su rostro y su grave y rasgada voz, pocas veces encontró en España a un cineasta capaz de inventarse personajes apropiados para sus recursos.
En "Furtivos" se pone en la piel de una mujer que se nos quedará grabada para siempre en la retina por muy olvidada que tengamos la película. Si los personajes de ficción pudieran cobrar vida por el alma y el esfuerzo que han puesto sus intérpretes, creo que su Martina sería uno de los que podría traspasar esa dimensión.
Martina es una mujer de carácter agrio y autoritario que vive con su tímido hijo Ángel (Ovidi Montllor) en una casona situada en pleno monte. Por los desvencijados letreros en la fachada sabemos que es algo parecido a una taberna, lo suficientemente cerca del pueblo como para que algunos vecinos acudan a jugar al tute mientras toman unos vinos. Martina se ocupa de las labores domésticas, del huerto y de hacer comidas para los visitantes ocasionales, mientras que Ángel "El Alimañero" es un furtivo que conoce a la perfección el bosque segoviano y se dedica a cazar para vender las pieles en los pueblos de la zona.
Ambos llevan una vida un tanto al margen de las leyes sociales y, en algunos casos, parecen más adaptados a las normas del mundo animal en el que conviven. Ella sugiere a veces la figura de una loba: posesiva, territorial y protectora con su hijo. Mantienen una relación incestuosa -o al menos es lo que sugieren algunas escenas- en la que la madre actúa de forma dominante ante la sumisión de su cachorro. 

Martina, con el gobernador civil.

Es mujer de pocas palabras y su mirada se asemeja a la de un depredador que vigila los peligros del mundo exterior, ya sean guardias que puedan interferir en la actividad ilegal de Ángel o mujeres que enturbien el extraño mundo que ha creado con su hijo.
En su primera aparición en pantalla, Martina observa desde lo alto del monte la llegada del autobús de línea, pero su hijo, que ha estado en la feria de la capital, no viene. Su mirada es tan dura e inexpresiva que no sabemos cuándo ha pasado de la expectación a la decepción: de vuelta a casa le pega una patada al perro, que no para de ladrar.
Del marido, si lo hubo, no sabemos nada. Ella amamantó de pequeño (de nuevo otra referencia a la loba) al gobernador civil de la provincia, un tipo que acude a la casa de Martina con escolta, funcionarios y coche oficial para probar las calderetas y cazar ciervos. Es como un niño repelente que se enrabieta cuando no le salen bien las cosas. Pero siente un afecto muy especial por aquella mujer que le cuidó de pequeño.

- De niño no había quien me arrancara de ella.
- Así me dejaste, mamón.

Martina le guarda mucho cariño y apreciamos cierta actitud servil en su comportamiento, pero en absoluto es por sumisión al poder; a los demás altos cargos que le acompañan en la cacería, sobre todo al secretario, les muestra un desprecio apenas disimulado.
Ángel llega al día siguiente con Milagros (Alicia Sánchez), una joven que se había escapado de un convento para reunirse con su novio, un delincuente a quien llaman El Cuqui (Felipe Solano). Martina se siente ofendida y celosa, como si ella fuera la esposa de Ángel y tuviera que aceptar la llegada de una amante. Ni le saluda ni pregunta quién es. Durante el desayuno, la madre (que bebe un coñac barato incluso a horas tempranas) se dirige a la joven a través de su hijo: "¿Le dará asco?", pregunta cuando derrama en un tazón un cuenco de leche con una espesa capa de nata.

Ángel y Milagros, con tazones de leche; Martina prefiere el coñac barato.

Desde el momento en que Milagros entra en esa casa, el objetivo de Martina será echarla de su hogar y recuperar la relación con su hijo, a quien abofetea sin más como si le culpara de una infidelidad. Pero antes tiene que sufrir una humillación inesperada: Ángel entra en el dormitorio (el único de la casa) y echa violentamente a su madre de la cama. La escena es de una ferocidad inigualable gracias a la resistencia animal que opone ella, agarrada con fuerza y desesperación a las barras de la cabecera, mientras su hijo trata de arrastrarla fuera de la habitación.

La escena más polémica de la película, la que movilizó a sociedades protectoras de animales y causó un gran escándalo, arranca con Martina en la cocina, bebiendo su coñac y ahogando sus lágrimas. De repente escucha aullar a la loba que había encadenado el día anterior bajo un puente, tras capturarla al caer en una trampa de su hijo. Ciega de rabia, baja al río y golpea con furia al animal, que muere apaleado brutalmente. La suave música que acompaña añade una pincelada más siniestra aún a ese escalofriante momento.
Martina había desvelado a su ahijado, el gobernador civil, el paradero de Milagros y la Guardia Civil no tarda en detenerla por escaparse del convento. Ángel tiene que casarse con ella para recuperarla. Durante la boda, la mirada de la madre es extraordinaria; parece una esposa despechada que tiene que resignarse a compartir el marido. Hay algo en los ojos de Lola Gaos que resulta fascinante: no necesita gesticular ni arquear las cejas para transmitir múltiples sensaciones.
Martina parece aceptar la situación definitivamente. Habla mucho más con su nuera, pero al mismo tiempo apreciamos que su instinto agresivo sigue latente: cuando ambas trabajan en el huerto, la madre lleva una pequeña azada en la mano y parece calcular cómo podría matar a Milagros, que está agachada de espaldas a su suegra, de un golpe certero.
La llegada de El Cuqui, el antiguo novio de Milagros, devuelve la esperanza a Martina de recuperar la vida normal que llevaba antes. A través de la ventana descubre, feliz y sonriente, que ambos se besan. Más tarde escucha la conversación que mantienen, en la que la joven declara que está dispuesta a marcharse con ese chulo. Pero la presencia del gobernador civil y de los guardias que le escoltan frustran sus esperanzas: El Cuqui tiene que escapar solo, a Ángel le encargan que lo busque por el monte y Milagros, que ha jugado con su esposo y su amante, se queda en la casa. "Así es que te quedas. Ayer te ibas y hoy te quedas", le reprocha.
José Luis Borau no quiso mostrar en ningún momento la muerte (al menos humana) en la película. La desaparición de Milagros no se ve en la pantalla, pero tampoco hace falta: Martina le manda a por patatas en el huerto más pegado al arroyo y cuando la observa por la ventana sabemos que la tragedia se está fraguando en ese momento. A su hijo le cuenta que ha huido. Actúa por instinto animal, para recuperar su vida anterior y su posición como "líder de la manada". Bajo esa perspectiva, su proceder criminal no es inmoral, simplemente ha hecho lo que una loba (hembra alfa, según la jerarquía de esta especie) hubiera hecho.
Por la noche, con un Ángel angustiado y entristecido, ella despliega su energía, su cariño y sus encantos. "Menos mal que estoy aquí. ¿Qué sería de ti sin mí, pobrecito? Estamos mejor así, los dos solos, como siempre". Él se deja desnudar y acariciar, de nuevo impotente e indefenso, hasta que se rebela tras un lascivo y ridículo comentario maternal ("¡Si se te ve el pajarito!", le suelta mientras se ríe de forma escandalosa).
El hijo se comporta igual que su madre. Si ella mató brutalmente a la loba que tenía encadenada, él descarga su ira disparando contra el hermoso ciervo "cinco estrellas" que parecía estar reservado a su hermano de leche, al gobernador.
Ángel descubre que Milagros no se hubiera marchado sin su pequeña caja de los tesoros y sabe que su madre la ha asesinado. Martina está al borde la tragedia. Su hijo le ordena que acuda a misa al día siguiente y ella seguramente intuye entonces que tendrá que estar en paz con Dios. Cuando el cura (Ismael Merlo) le ofrece la hostia durante la comunión, ella siente como si estuviera recibiendo la extremaunción.
Esperando la muerte.
Si no vemos el asesinato de Milagros a manos de su suegra, tampoco contemplamos el momento en que Martina cae sobre la nieve. Cuando salen del pueblo y se dirigen a casa a través del bosque, ella abre el camino, esperando escuchar en cualquier momento algo que la detenga para siempre. Ha salido de misa pero sigue rezando.

- ¡Espere!
- ¿Qué vas a hacer conmigo?
- Ya lo sabe usted.
- Pues hazlo pronto, jodido.

La última imagen que tenemos de Martina es un rostro seco, unos ojos que invaden la pantalla y un cuerpo que, después de tantos años luchando, va a terminar de sufrir por fin. "Concédeme una buena muerte", rezaba días antes, cuando Ángel la expulsó de la habitación. Quizá era esa, a manos de su hijo, su muerte soñada.

La película

- "Furtivos" sigue siendo, hoy en día, con más de 3,5 millones de espectadores, una de las quince películas del cine español más vistas en las salas comerciales. No fue un hito en su día, ya que "No desearás al vecino del quinto" (1970) o "La ciudad no es para mí" (1970) superaron los cuatro millones de espectadores.
- José Luis Borau tuvo que emplearse a fondo contra la censura franquista, que intentó eliminar numerosas escenas. El director aragonés se las ingenió para mantener la figura corrupta del jerarca franquista que él mismo interpretaba, así como las escenas de desnudo, unas cuantas palabras malsonantes, las insinuaciones de incesto y la escena de la muerte del lobo.
- El cineasta fue duramente atacado por fuerzas de la derecha y de la izquierda, en este caso porque la película tuvo diferentes interpretaciones ideológicas. Agustín Sánchez Vidal recoge, en su libro "Borau", que recibió numerosas amenazas.
- No obstante, el principal quebradero de cabeza para el director fue la escena del lobo apaleado hasta la muerte, por la que recibió muchísimas críticas. Borau repitió muchas veces que el animal estaba enfermo en fase terminal y que hubo un veterinario permanente para supervisar las escenas, sobre todo aquellas en las que aparecia un perro similar, para que no sufriera.
- Ovidi Montllor se rompió un dedo durante la escena en que echa de la cama a Lola Gaos y se lo tuvieron que escayolar, aunque cuando era preciso le quitaban el yeso para que no se notara en la película.
- La película sirvió para que muchos espectadores, críticos y cineastas se dieran cuenta de la tremenda calidad interpretativa de Lola Gaos, que estaba muy lejos de ser la "bruja" que parecía ser en la pantalla. Quienes la conocieron aseguran que era una mujer encantadora y simpática, además de muy comprometida, sobre todo en la lucha contra el franquismo.

jueves, 23 de diciembre de 2010

George Bailey

(James Stewart, "¡Qué bello es vivir!")

Mary, George y Zuzu viven un momento irresistible de felicidad.

James Stewart es una de las estrellas del cine que mejor han sabido sufrir en pantalla. Encarna como nadie la figura del héroe frágil y vulnerable, capaz de arrastrar su idealismo por el Senado norteamericano con un discurso agotador ("Caballero sin espada"), de enfrentarse a un temible pistolero con un delantal de camarero ("El hombre que mató a Liberty Valance") o de plantar cara, inválido y con una cámara de fotos, a un asesino ("La ventana indiscreta"). En muchos de sus westerns, en las películas de Hitchcock e incluso en algunas de sus comedias, su rostro refleja a la perfección miedo, dolor, angustia o terror.
"¡Qué bello es vivir!" ("It's a wonderful life", 1946) marca, en este sentido, un hito en la capacidad de sufrimiento que es capaz de transmitirle Stewart a cualquiera de sus personajes. Lejos de esa imagen feliz y afortunada que refleja la (maravillosa) escena final -y que parece contagiar al propio espíritu del film-, en realidad George Bailey es un hombre frustrado por no poder cumplir nunca sus sueños, por tener que vivir como un condenado en ese pueblo llamado Bedford Falls. Su negocio no prospera con el paso de los años y su vieja casa está muy lejos de ser la mansión que hubiera deseado regalarle a Mary (Donna Reed), su mujer.
En el Día D de su existencia (24 de diciembre de 1945), está al borde del abismo, vaga desesperado por las calles convencido de que vale más muerto que vivo. Siente pánico porque un descuido le va a llevar a la ruina y al escándalo. James Stewart pasa de la desesperación al terror cuando el entrañable ángel Clarence (Henry Travers) le priva de su vida para que pueda comprobar cómo sería la de sus seres queridos si él no hubiera nacido. Es difícil expresar mejor el espanto y la amargura como hizo este genial actor. Pese a ello, esta obra maestra de Frank Capra nos deja una cálida sensación de bienestar en el cuerpo: "Ningún hombre es un fracaso. La vida de cada hombre afecta a muchas vidas", explicó el director.
George Bailey es un triunfador pero no lo sabe. Tiene la felicidad muy cerca, en su casa, en su pueblo, con sus seres queridos, pero él cree que se halla en mundos desconocidos. Desde niño demuestra que, además de soñador, es solidario, valiente, generoso y sacrificado. Primero salva la vida de su hermano pequeño al evitar que se ahogue en un lago helado; impide también que su jefe, el señor Gower (H.B. Warner), envenene a uno de sus pacientes al advertir un cambio de etiquetas en un fármaco; y se encara con el ruín señor Potter (Lionel Barrymore), que desprecia la pequeña cooperativa de construcciones y préstamos de su padre, Peter Bailey (Samuel S. Hinds).

Mary Hatch se ha convertido en una espléndida mujer.

Cuando pasan los años, George sigue siendo soñador e idealista. Quiere viajar para conocer países exóticos y construir edificios por todo el mundo. Está a punto de emprender un viaje por Europa. Es divertido y se siente joven. Por eso le cuesta entender a su padre, que le define con pocas palabras: "Tú naciste viejo, George". Peter cree que es como él y desea que su hijo mayor se quede en Bedford Falls para hacerse cargo de la cooperativa en vez de ir a la Universidad.
La vida le sonríe en esos momentos, sobre todo cuando acude con su hermano Harry (Todd Karns) a la fiesta de fin de curso del colegio. Allí descubre fascinado a la deslumbrante y encantadora Mary Hatch, que de niña estaba enamorada de él.

"¿Qué es lo que deseas, Mary? Dime lo que deseas. ¿La luna? Pídemela y echaré un lazo y la bajaré para ti"

Mientras flirtea con la chica, su tío Billy (Thomas Mitchell) le busca para anunciarle que su padre ha sufrido un ataque al corazón. Su muerte retrasa los planes de George y cuando por fin ya está a punto de marcharse, escucha al viejo Potter quejarse de la familiaridad con que Peter trataba a sus clientes. "Para mi padre eran personas; pero para usted, viejo frustrado, son sólo bestias. Mi padre murió mucho más rico de lo que usted nunca será", le increpa.
Su reacción provoca que los socios de la compañía rechacen a Potter como presidente, pero a la vez le eligen a él para sustituir a su padre en el cargo. Su rostro se torna grave y dramático cuando tío Billy le recuerda que, si se va, el viejo usurero del banco se apoderará de la empresa y de la ciudad. George se queda paralizado: una vez más tendrá que cancelar su sueño.
Han pasado cuatro años. Pasea impaciente por la estación ferroviaria. Su hermano está a punto de llegar para tomar el relevo en el negocio familiar, de forma que él pueda explorar el mundo. Pero Harry se ha casado y por ello no va a dejar que la felicidad de su hermano menor se enturbie. George está decepcionado y furioso. Sus pasos le llevan hasta la casa de Mary, a quien no ve desde la muerte de su padre. Está extrañamente enfadado y molesto con ella, que le ha recibido con ilusión, en recuerdo de aquella noche especial en la que se enamoraron sin declararse. George Bailey está molesto, tal vez, porque no quiere atarse a nadie y, sin embargo, sabe que se ha enamorado irremediablemente.

Mary y George, en la bellísima escena de amor que están viviendo.

Estamos en la antesala de una de las escenas de amor más bellas y sensibles del cine. Mary se pone a hablar por teléfono con su amigo Sam, éste reclama que también escuche George y mientras conversan sobre el negocio del plástico, la proximidad de sus rostros les está embelesando. Él siente la caricia de su pelo y ella parece latir con el corazón de su amado. Bailey ya no puede soportar más esa tensión emocional, le agarra con fuerza y, antes de besar sus labios, le suelta una frase absolutamente conmovedora:

"¡Ahora escúchame a mí! No me interesa el plástico ni empezar ningún negocio ni quiero casarme nunca. ¿Has entendido? Quiero hacer lo que me venga en gana... Y tú eres... tú eres..."
      
Una vez más, George no podrá cumplir sus planes. El viaje de novios se cancela para siempre cuando la caída de la Bolsa de Nueva York provoca un clima de pánico en todo el país. Los clientes quieren retirar su dinero y la cooperativa de préstamos está cerrada al público. Él actúa con extrema tranquilidad cuando cruza delante de todos para acceder a las oficinas. Alguien anuncia que Potter está comprando las acciones de la cooperativa a la mitad de precio, lo que supondría la ruina para Bailey. "Potter no vende: compra. ¿Por qué? Porque nosotros sentimos pánico y él no", trata de advertirles. Vista hoy, la escena es magistral porque explica a la perfección aquel momento histórico de 1929 como muy pocas películas han sabido hacerlo. Cuando Mary entrega el dinero destinado a la luna de miel para satisfacer las necesidades de la gente, George consigue salvar por escaso margen la supervivencia del negocio.
El idealismo de Bailey ya no se refleja en su afán por explorar el mundo, sino en su lucha por conseguir que la gente llana y humilde tenga una vida digna. Pasan los años y su honestidad no se resiente ni siquiera cuando Potter le ofrece un sueldo anual de 20.000 dólares y una casa mucho más grande que la que posee para que venda la cooperativa. Su arranque de integridad al rechazar la oferta es ejemplar, pero eso no va a mejorar su rutinaria y sufrida existencia.
Llegan los niños, el pomo de la escalera de su casa siempre está suelto -como un símbolo de su austera existencia-, y la Segunda Guerra Mundial encumbra como héroes a casi todos sus conocidos, mientras que él, por su sordera en el oído izquierdo (cuando salvó a su hermano pequeño) tiene que conformarse con dirigir la defensa local en Bedford Falls. George ha envejecido, su pelo está más blanco y parece más cansado y triste.

James Stewart, magnífico en la escena en que le suplica a Potter.

En vísperas de la Navidad de 1945, su situación financiera no marcha nada bien, pero se complicará de forma trágica cuando tío Billy entregue a Potter por error un depósito de 8.000 dólares. George no puede más y estalla de indignación y rabia contra su tío: "¿Dónde está el dinero, viejo imbécil? ¿Sabes lo que significa esto? ¡Ruina, escándalo y cárcel!". Por primera vez en su vida está al borde de la desesperación. Arremete con violencia y agresividad contra todo y contra todos, incluidos sus hijos. Mary observa con horror la transformación insólita de su marido.
George visita a Potter para suplicarle ayuda. Es una escena soberbia, en la que James Stewart parece estar realmente hundido y destrozado. "Vales más muerto que vivo", le expone el banquero. Esas palabras le persiguen mientras huye sin rumbo por la ciudad. Llega hasta el puente del río, se asoma con intención suicida... y en ese momento cae alguien desde más arriba. Clarence Odbody, un viejecito de aspecto bonachón, se ha lanzado el agua para salvarle la vida. Es su ángel de la guardia, un ángel de segunda clase, y por eso no tiene aún las alas que tanto ansía.
Por mucho que se lo explique, George no se lo cree e insiste en que más le valdría no haber nacido. A Clarence se le ocurre entonces una genial idea: demostrarle cómo sería la vida de los demás si él no existiera. De repente, deja de nevar afuera y un fuerte viento golpea la puerta de la garita donde están secando sus ropas. Está hecho: George no existe. Su labio deja de sangrar y su oído izquierdo está perfectamente.

"No has nacido, no existes, no tienes preocupaciones ni molestias ni obligaciones. No has de conseguir ocho mil dólares. Potter no ha enviado a la policía en tu busca... tu labio ha dejado de sangrar"

Comienza así una nueva película: fantástica, gótica, tenebrosa, en ocasiones hasta terrorífica. Su coche no está empotrado en un viejo árbol; la ciudad se llama Pottersville porque él no estuvo para impedir que el banquero se apoderara de ella; su hermano lleva muchos años enterrado porque George no pudo salvarle al no existir; el viejo Gower es un borrachín vagabundo porque nadie impidió que le suministrara veneno a un cliente en vez de medicina; sus amigos y su madre no le reconocen; Mary es una solterona que se ocupa de la biblioteca... "Te ha sido concedido un gran don, la oportunidad de ver cómo habría sido el mundo sin ti", le aclara el ángel.

George, desesperado, al borde del suicidio.

Tras su frenético y angustioso descenso a su no-existencia, George vuelve al puente y comienza a rezar. Quiere vivir, quiere ver a su mujer y a sus hijos, quiere participar de nuevo en ese mundo imperfecto, aunque tenga que ir a la cárcel por malversación. Bert, el policía (Ward Bond), se le acerca en ese momento y le llama por su nombre: George ha vuelto a la vida, se ríe eufórico al descubrir que le sangra el labio y que unos pétalos de la flor de su hija Zuzu están en su bolsillo. Recorre la ciudad con una alegría infinita y llega a casa emocionado al ver a sus seres queridos. Sin duda, otro momento fantástico que nos ha regalado el cine y uno de los más recordados e imitados.
La magia de Capra, la esencia de su cine, se condensa con una inolvidable dosis de emoción en el tramo final de la película. Mary y tío Billy han difundido por la ciudad que George tiene problemas y todos los vecinos contribuyen con sus ahorros para cubrir el dinero perdido. Llegan todos los personajes entrañables de la película, como si fuera un homenaje al genial reparto de secundarios, y acude también Harry, que ha dado plantón al presidente del país cuando iba a condecorarle como héroe de guerra. "Brindo por mi querido hermano George, el hombre más rico de la ciudad".

George, eufórico tras volver a la vida.

George no dice nada, sólo mueve los labios para citar en silencio a los amigos que desfilan por su casa y lo observa todo con una mirada que nos invita a compartir la emoción del instante. Su vida tiene sentido después de tantos años. Los hombres honestos, solidarios y comprometidos no pueden desaparecer en el caos de una depresión económica o de una desoladora guerra mundial. Ningún hombre es un fracaso y menos George Bailey. "Nadie fracasa si tiene amigos", lee en ese viejo libro de Mark Twain que Clarence le ha dejado como regalo de Navidad. Para nosotros, el regalo navideño será siempre esta hermosa e imprescindible película.

La película
- Nada más concluir la Segunda Guerra Mundial, los coroneles Frank Capra, George Stevens, William Wyler y Samuel Briskin crearon Liberty Films, una compañía que funcionó mediante un acuerdo con la RKO. "¡Qué bello es vivir!" fue la primera de las nueve películas que tenían que realizar la productora.
- El film está basado en el cuento "El mayor regalo", escrito por Philip Van Doren Stern como una original felicitación navideña para sus amigos. "¡Esta era la historia que había esperado toda mi vida!", exclamó Capra al leer la historia.

Frank Capra.
- El director no tuvo dudas, pensó de inmediato en James Stewart como George y en Lionel Barrymore para el papel de Potter.
- "Creí que era el mejor film que había hecho en mi vida. Mejor aún, creía que era el mejor film que nadie había hecho nunca", confiesa Capra en su autobiografía "El nombre delante del título".
- James Stewart, que también había estado inactivo durante la guerra, tenía muchas dudas sobre la profesión de actor después de cuatro años sin actuar, como le reveló a Barrymore. Éste le convenció de que ningún oficio podía hacer tanto por la gente como el de un actor y Stewart decidió seguir su carrera, aunque a partir de esta película trató de conseguir papeles más duros y dramáticos.
- La película no alcanzó el éxito comercial que se esperaba. Tampoco triunfó en los Oscar, ya que un drama sobre la vuelta de los soldados tras la guerra, la maravillosa "Los mejores años de nuestra vida", de William Wyler, resultó la gran triunfadora. Pese a que James Stewart era el gran favorito para el premio al mejor actor, Fredric March le ganó por sorpresa.
"¡Qué bello es vivir!" empezó a convertirse en un clásico de las programaciones televisivas de medio mundo cuando en 1974 nadie se preocupó de renovar los derechos de autor del film. Durante casi treinta años ha sido la película más emitida en Navidad por múltiples canales televisivos. Hace poco años se recuperaron los derechos gracias a que una parte de toda la producción (concretamente, el cuento original) sí renovó dicha licencia. 



miércoles, 22 de diciembre de 2010

Paulina Escobar

(Sigourney Weaver, "La muerte y la doncella")

Sigourney Weaver, hermosa y sugerente.

Sigourney Weaver
es una actriz fuera de lo común. Empezó en el cine a los 28 años, con un corto papel en "Annie Hall" (1977, Woody Allen). Alcanzó la fama mundial como oficial de una misión espacial (la teniente Ripley) en la película de terror "Alien, el octavo pasajero" (1979, Ridley Scott), que se convirtió en una fructífera saga, así como en una comedia fantástica, "Los cazafantasmas" (1984, Ivan Reitman), que resultó otro gran éxito de taquilla. Mide más de 1,80, posee un atractivo perenne y una sonrisa que te desarma. Es una mujer culta, comprometida, activista en pro de los Derechos Humanos y, sobre todo, una actriz capaz de convertir un buen papel en un personaje extraordinario. Lo malo es que los guionistas y los directores no siempre se han percatado de su potencial y de su talento.
En 1994 se puso en la piel y en la mente de Paulina Escobar, una mujer a quien el destino le ofrece la posibilidad de vengarse del hombre que la torturó durante la dictadura en un país sudamericano (Chile, Argentina, Brasil o cualquier otro). En "La muerte y la doncella" ("Death and the maiden", Roman Polanski), uno intuye que el papel de Paulina lo escribieron expresamente para ella, pero lo cierto es que la misma sensación podemos tener ante la Helen Hudson de "Copycat" o la Dian Fossey de "Gorilas en la niebla".
Paulina es un ser atormentado por los recuerdos de abril de 1977, fecha en que fue secuestrada, recluida durante semanas, torturada y violada. Su mente y su cuerpo fueron ultrajados sin compasión para que confesara las actividades clandestinas de su novio, Gerardo Escobar (Stuart Wilson), redactor jefe del periódico Liberación y uno de los líderes de la Resistencia contra la dictadura. No lo consiguieron.
Aquella joven estudiante universitaria soportó un durísimo castigo y regresó destrozada al lado de Gerardo, justo para descubrir a éste en la cama con una mujer. Otra tortura mental más que añadir. Con el tiempo ambos se casaron y, quince años después de aquellos sucesos, él tiene ante sí un envidiable futuro político en la recién instaurada democracia.
A su esposa le han quedado secuelas emocionales muy fuertes. Parece estar en continuo estado de alerta; apenas sonríe y cuando lo hace su mueca es fugaz y nerviosa. Se sobresalta ante cualquier ruido inesperado, vive intranquila y sigue sintiendo miedo. Puede ser cínica y sarcástica, pero sobre todo es una mujer terriblemente sincera; no soporta la mentira ni las actitudes falsas. De su marido, que muestra un acusado complejo de culpabilidad por lo que le ocurrió a ella, busca siempre la verdad.

Paulina prepara la casa ante la amenaza de la tormenta.

Mientras espera la llegada de Gerardo, sola en una casa de campo aislada y bajo una fuerte tormenta, se entera por la radio de que él va a ser nombrado presidente de la comisión de Derechos Humanos contra los actos de la dictadura. Su marido llega al cabo de un rato en el coche de un desconocido que le ha acercado por la avería de su vehículo. Tras servirle la cena, le recrimina que haya aceptado un cargo testimonial, ya que está convencida de que no va a ir a fondo contra los crímenes del régimen.
    
- Has dicho al presidente que sí.
- Sí, lo siento.
- ¡Maldita sea, no digas lo siento! ¿Crees que puedes salvarlo siempre todo con esas dos jodidas palabras? Si de verdad lo sintieras le hubieras dicho no. Hubieras dicho no a ese encubrimiento; hubieras dicho: “¡No, señor presidente, no quiero dignificar semejante traición!”.
 
Paulina desconfía de las intenciones del nuevo Gobierno democrático y de la actitud de su marido, a quien conoce perfectamente. No es un hombre valiente, decidido, impulsivo ni entusiasta. Él fue un líder de la Resistencia pero no conoció la barbarie de la dictadura. Va a presidir una comisión sin haber probado en sus carnes la dureza de sus verdugos.
La película da un giro dramático cuando llega de nuevo en su coche el hombre que ha ayudado a Gerardo. Es el doctor Roberto Miranda (Ben Kingsley), que trae la rueda pinchada que se dejó en su maletero. Paulina, oculta tras una puerta, empieza a preguntarse cuándo ha oído antes esa voz. De repente reacciona con una risa ahogada y nerviosa que parece un sollozo. Es como si estuviera escuchando la voz de un fantasma lejano y terrorífico.
Mientras ellos hablan, Paulina empieza a preparar con rapidez una maleta -como seguramente hizo muchas veces en los tiempos duros de la dictadura- se marcha de casa, se monta en el coche del desconocido y se escapa ante la sorpresa de los dos hombres. Dentro del vehículo descubre como una revelación fatal una cinta de cassette de "La muerte y la doncella", de Franz Schubert. Tras lanzar el coche por un acantilado, regresa andando.
Los dos hombres se han emborrachado tras el estupor inicial. Miranda, que ha elogiado la capacidad política de Gerardo, se ha quedado dormido en el sofá del salón. Ella se descalza y entra con sigilo; en su mano lleva una pistola; se acerca hasta él, le mira detenidamente y luego huele su cuerpo: cuando se despierta le golpea con fuerza hasta que se desvanece. Luego le ata las manos a la espalda, le sienta en una silla y le sujeta los pies a las patas. Para evitar que grite le mete sus bragas en la boca y le cubre con cinta aislante.
No es una larga escena. En realidad, todo lo que ha hecho Paulina es como si lo hubiera ensayado durante mucho tiempo. Acaba de secuestrar al hombre que le mortificó durante días en su tortuoso cautiverio hace quince años. Nunca le había visto la cara, pero le resultan terroríficamente familiares su tono de voz y su olor corporal. Ella es ahora su verdugo y le golpea e insulta con dureza cuando empieza a gimotear.

Paulina, con su antiguo verdugo, Roberto Miranda.

El ansia de venganza se entremezcla con sus emociones. Por eso se echa a llorar cuando se pone encima suyo y le recuerda cómo era hace unos años. "Lo que más me ha afectado es encontrar esto en su coche. Vamos a escucharla para recordar viejos tiempos". Paulina está llorando, de nuevo aterrada, al escuchar "La muerte y la doncella", la música que ese hombre le ponía cada vez que la violaba.

- ¿Sabe cuánto hacía que no escuchaba este cuarteto? Si lo ponen en la radio la apago. Una vez tuve que salir corriendo de una cena para no oírlo. Escucharlo me ponía enferma, físicamente enferma. Pero ya es hora de que recupere a mi Schubert, a mi compositor favorito.

La música ha despertado a Gerardo, que se queda asombrado ante la escena. No es un hombre de acción, precisamente, sino más bien moderado y conciliador, virtudes que su esposa reprueba, pero que le pueden llevar a ser futuro ministro del Gobierno. Paulina ha decidido mantener a raya también a su marido porque no se fía de él. Tiene indefenso a Miranda, su antiguo verdugo, y en su contra a Gerardo, un hombre que cree en la democracia, en la reconciliación, en hacer tabla rasa del pasado. Pero ella, no. Para Paulina, el tipo que está atado y amordazado es el único criminal; y ella tiene la pistola y grandes deseos de venganza.


- Aunque sea culpable no puedes torturarle así.
- ¿Torturarle? Diriges la comisión del presidente y a esto llamas tortura. ¡Qué poco sabes de lo que te incumbe.

Desde el principio intuimos, no obstante, que Paulina busca más la verdad que la venganza. Quiere oír una confesión íntegra de Miranda, quiere saber por qué la violó hasta catorce veces, por qué al principio parecía un doctor de dulces palabras y delicadas atenciones para convertirse luego en un ángel de la muerte, más cruel que los brutales sicarios que le apalizaban. Le acusa, en definitiva, de supervisar, aprobar y participar en la tortura mental y física que sufrió durante dos meses.

Paulina es irónica, dura y mordaz con ambos, está dispuesta a aceptar que su verdugo se someta a una especie de juicio y pretende grabar todo lo que diga para utilizarlo en caso de que aquel hombre, una vez libre, pueda atentar contra ellos. Pero antes Gerardo quiere saber por qué nunca le dijo que había sido violada. A ella le vuelve a sonar muy falso y le reprocha que, si tan experto es en la lucha contra la dictadura, ya debería saber lo que les ocurría a las mujeres que caían en manos del ejército.
Su relato de los hechos resulta conmovedor. Paulina le cuenta por primera vez los detalles de su suplicio y lo hace al principio con una pasmosa tranquilidad, hasta que las lágrimas aparecen poco a poco y su voz se va quebrando conforme llega a los momentos más duros. "¡Dios, qué dolor! Era como fuego. Yo me puse a gritar, grité tan fuerte como cuando me aplicaban la corriente, pero él no se detuvo, ¡no se detuvo!".
Ella escandaliza a su marido cuando le revela que primero pretendía violar a Miranda para que supiera qué se siente y que llegó a plantearse pedirle a él que lo sodomizara. Ahora lo que quiere es arrancarle una confesión.

Paulina conduce a Miranda al acantilado.

- ¿Y qué pasaría si fuera inocente?
- Si fuera inocente estaría realmente jodido.
Cuando vuelven dentro, Paulina no cede ni un ápice en el control de la situación, pese a que la luz vuelve de forma inesperada y se produce un momento de pánico al dispararse su pistola. Suena el teléfono; es el propio presidente del país, que avisa a Gerardo de que dos policías acuden para protegerle, ya que al conocerse por una filtración que va a presidir la comisión de Derechos Humanos han recibido las primeras amenazas de muerte. Queda poco tiempo para la confesión y los dos hombres, uno como acusado y otro como abogado, preparan el simulacro de juicio.

- Tu mujer necesita una terapia.
- Tú eres su terapia.

Paulina vigila desde fuera, pero aún le queda una pregunta que le atormenta: cuando fue liberada regresó a casa de su novio y se lo encontró en la cama con otra mujer. Es una noche para liberarse de todos los temores y de todo aquello que le ha atenazado durante años. Gerardo le confiesa lo que necesita escuchar, incluso que él no hubiera aguantado las torturas ni un solo día.
La declaración de Miranda es deliberadamente falsa y fingida con el fin de que parezca inocente. Ella se da cuenta enseguida ("Esto no es una confesión, es una carta de recomendación") y se harta de esa farsa. Ahora está dispuesta a matarle. De repente, el doctor se libera, le arrebata el arma y se apodera de la situación durante unos instantes, justo hasta que vuelve la luz y el marido le golpea. A Miranda aún le queda una esperanza: llamar a un teléfono de Barcelona, donde una mujer puede atestiguar que en abril de 1977 él se encontraba en España.
Gerardo consigue contactar con esa mujer y le confirma lo que le ha contado Miranda, pero Paulina no traga: ella no va a presidir la comisión de Derechos Humanos, pero sabe que se trata de una tapadera preparada por los militares para proporcionar coartadas a los criminales de la dictadura. La suerte de Roberto Miranda está echada, han llegado al acantilado por donde cayó su vehículo.

- Míreme. Hay suficiente luz para que pueda verme. ¿De verdad no me conoce? ¿No me contó sus sucios pensamientos? ¿No me contó sus secretos?

Él empieza a confesar tranquilamente, resignado a morir, con una sinceridad apabullante. La escena es magnífica; el momento resulta impactante más por cómo lo cuenta que por las revelaciones en sí. Gerardo se abalanza contra él con intención de tirarle, pero no puede hacerlo. Ella, que se ha apartado tranquilamente, satisfecha, ni siquiera se ha movido para detenerlo porque sabe perfectamente que su marido no se atreverá a matarlo. Roberto Miranda se queda solo y libre, al borde del precipio.
La película ha sido un largo flash-back. Han pasado varios meses y Gerardo y Paulina asisten a un concierto. En el escenario, un cuarteto de cuerda interpreta "La muerte y la doncella". Ella sigue estando tensa y parece asustada; eleva su vista hacia los palcos del teatro y ahí está, con su familia, Roberto Miranda, que le devuelve la mirada casi con añoranza. Da la impresión de que Paulina sigue siendo una eterna víctima.

La película
- Roman Polanski adaptó para el cine la obra teatral de Ariel Dorfman, que había escrito "La muerte y la doncella" en 1991 y que fue coguionista del film, junto con Rafael Yglesias. Lógicamente, algunas situaciones cambian respecto a la pieza escénica, que en Broadway interpretaron Richard Dreyfuss (Gerardo), Gene Hackman (Miranda) y la excelente Glen Close, bajo la dirección de Mike Nichols.
- Una de las diferencias principales es que la acción en la película se desarrolla sólo a lo largo de una noche. Polanski rodó en orden cronológico, excepto la escena final del acantilado, que tuvo que filmarla al amanecer.
- El rodaje del film se desarrolló en Chile, en Francia y en las localidades gallegas de Meirás, El Ferrol y Valdoviño.
- Polanski revivió con esta gran película la experiencia de "El cuchillo en el agua" (1962), un film que comparte la misma atmósfera claustrofóbica y un reparto de tres personajes.
- Como ocurre en la versión teatral, no hay ninguna alusión a ningún país concreto, pese a que Dorfman vivió en Chile durante muchos años. En la película se alude a los "escuadrones de la muerte", propios de la dictadura brasileña, pero también se puede interpretar alguna referencia de Argentina.
- El film obtuvo generosas criticas con todo merecimiento. Pocos cineastas como Polanski podrían reflejar la enfermiza atmósfera, cargada de tensión y electricidad, como ocurre en esta película. Además de la magnífica actuación de Sigourney Weaver, Ben Kingsley está soberbio y Stuart Wilson, con un personaje de menor carga emocional, completa perfectamente el ajustado reparto.



jueves, 16 de diciembre de 2010

Ed Horman

(Jack Lemmon, "Desaparecido")

Ed Horman busca con desesperación a su hijo en el Estadio Nacional.

Uno de los momentos más admirables que recuerdo de Jack Lemmon sucedió allá por 1998 en un programa de televisión, en el imprescindible (y hace tiempo olvidado por los canales españoles) "Inside the Actor's Studio" que dirigía magistralmente James Lipton. Estaban hablando de "Días de vino y rosas" (1962, Blake Edwards, tristemente fallecido cuando termino estas líneas), en la que Lemmon interpretaba a Clay, un alcohólico, y el actor añadió:
Lemmon: - Alcohólico como soy yo, dicho sea de paso.
Lipton: - ¿Quién?
Lemmon: - Yo.
Lipton: - ¿Estás hablando como Clay o como Jack Lemmon?
Lemmon: - No, como Jack Lemmon. Soy un alcohólico.
Fue una revelación tan asombrosa e inesperada que Lipton no podía ni consolar a ese gigante del cine que estaba abriendo su corazón con lágrimas en los ojos. Si ya entonces le apreciaba por su talento, desde entonces admiré mucho más cada uno de sus personajes: de alguna manera comprendes que el hombre íntegro, honesto, frágil y a veces angustiado que se esconde en muchas de sus películas es realmente la persona, no el actor.
Además de esas cualidades, en 1982 demostró que era una persona comprometida en la lucha contra la injusticia al aceptar el papel de Ed Horman, el hombre que se enfrentó al Gobierno de los Estados Unidos por su implicación en la desaparición de su hijo Charles Horman y en el sanguinario golpe de Estado en Chile. Hay que tener en cuenta que en esa época -sólo nueve años después del fatídico 11 de septiembre de 1973- era muy arriesgado meterse en un proyecto cinematográfico que acusaba a la Casa Blanca de facilitar la insurrección militar de Augusto Pinochet. No fue hasta 1998 cuando se desclasificaron los documentos secretos que involucraban a la CIA y a altos mandos militares de la Inteligencia Naval estadounidense con la brutal dictadura chilena.
El argumento de "Desaparecido" ("Missing", de Constantin Costa-Gavras) se ajusta muchísimo a lo que ocurrió realmente, porque está basado en los testimonios de la viuda de Charles y del propio Ed y, sobre todo, porque el tiempo se encargó de confirmar la base de esas acusaciones:
El 16 de septiembre de 1973, cinco días después del golpe de Estado, el periodista Charlie Horman (John Shea) es secuestrado en su domicilio de Santiago por militares chilenos y desaparece. Ante la alarmante falta de noticias, su padre llega al país para tratar de averiguar su paradero. No se fía de su nuera Beth (Sissy Spacek) porque ella comparte las ideas izquierdistas de su hijo y está convencido de que su ausencia es producto de su propia irresponsabilidad. Pero la mentalidad de Ed Horman se transformará por completo cuando compruebe poco a poco que el Gobierno estadounidense está involucrado no sólo en el golpe militar sino en la misma desaparición de Charlie.
Jack Lemmon sorprende gratamente en un papel tan dramático. Aunque ya había protagonizado "El síndrome de China" (1979, James Bridges), es en esta película cuando borra todos los gestos característicos que le identificaban como actor puro de comedia. Su Edmond Horman es un hombre creyente, de moral y talante conservadores, respetuoso con la autoridad y defensor de unos firmes valores que él cree arraigados también en la democracia de su país, entre ellos la justicia y la honestidad.
La evolución del personaje arranca en una primera fase de impaciencia y malestar. Culpa a su hijo y a su nuera de haber metido las narices donde nadie les llamaba. Está convencido de que Charlie ha hecho algo que no debía y por eso se ha visto obligado a huir. Por supuesto, está seguro de que sobrevive, quizá escondido con algún grupo de contrarios a la dictadura. Le sorprende y le irrita, además, la actitud de franca hostilidad que tiene su nuera hacia el embajador norteamericano (Richard Venture) y sus asesores.

- Si hubiérais prestado atención a las cosas básicas esto no hubiera ocurrido.

- ¿Y qué son las cosas básicas, señor Horman? ¿Dios, Patria y Wall Street?

Sumiso y amable con los representantes de su Gobierno en Chile, Ed investiga por su cuenta, habla con testigos, con amigos de Charlie, con funcionarios chilenos y con una periodista independiente, Kate Newman (Janice Rule), que conoció a su hijo cuando los militares iniciaron el golpe en Viña del Mar. Cuando Ed pierde los nervios dentro de un coche ante un tiroteo indiscriminado en plena calle, Kate le hará ver que ha reaccionado exactamente igual que Charlie días atrás. "¡Es usted como su hijo! ¡Ha hecho la misma tontería que hizo él!".

Beth y Ed, con la periodista Kate Newman.
Quizá lo que más le sorprende es la revelación de Terry (Melanie Mayron), amiga de la pareja; ésta desvela el crucial encuentro que tuvieron con un tejano llamado Andrew Babcock (Richard Bradford), que se encontraba en Viña del Mar sin ser ningún turista: "La Marina me ha enviado a hacer un trabajito y ya está hecho". Lo que le escandaliza es que Terry y Charlie durmieran juntos en un hotel y que a su nuera no le importara; o que Beth y Terry se alojaran en casa de uno de los asesores militares de la embajada norteamericana, el capitán Ray Tower (Charles Cioffi), y su nuera se metiera en su bañera. Esas situaciones no encajan con su moralidad y con su sentido de la decencia.
Conforme pasan los días, comienza a poner en duda la versión diplomática de su país. Cuando el cónsul Phil Putnam (David Clennon) le pregunta con mucha torpeza qué clase de contactos tiene para que tantos altos cargos de Washington se hayan interesado por su caso, Ed Horman se da cuenta de que no es la primera vez que actúan con una intencionalidad oculta y le replica con frialdad: “Sólo soy ciudadano americano”
El hecho esencial es la falsa información que le dan sobre el paradero de otro amigo de Charlie, Frank Teruggi (Joe Regalbuto). Según la embajada, Teruggi regresó a Estados Unidos, pero su familia y amigos le dan por desaparecido. Ed Horman intuye que ambos han sufrido la misma suerte por saber demasiado y decide apelar directamente a la compasión. Su nueva conversación con el embajador es, desde el punto de vista emocional, impactante y muy reveladora. Se empeña en dejar muy claro, por si puede servir para salvarle, que no moverá ningún hilo si se lo devuelven vivo. Se ha dado cuenta, en definitiva, de que la vida de Charlie depende siniestramente de quienes deberían haberle defendido.

“Tal vez fue torturado, tal vez lo golpearon tanto que lo retienen hasta que esté en condiciones de volver. No lo sé y no me importa. De verdad que no me importa. Porque lo que está hecho, hecho está. No armaré alboroto, no hablaré con la prensa… Sólo quiero recuperar a mi hijo”.

Sus súplicas apenas encuentran respuesta, excepto para entrar en lugares como el Estadio Nacional, donde cientos de personas se encuentran retenidas por los militares a la espera de un destino incierto. En una conmovedora escena, Horman se dirige con un micrófono a la multitud con la esperanza de que Charlie, cualquiera que sea su estado, pueda escucharle y dé señales de vida. Cuando alguien baja corriendo por las gradas, Ed se precipita a su encuentro, eufórico, pero se lleva una doble decepción: además de no ser su hijo, el joven le reprocha que haya privilegios en el trato a los prisioneros.

Sissy Spacek y Jack Lemmon en la emotiva escena del estadio.  

A estas alturas, Ed Horman es un hombre angustiado, resignado a la suerte de su hijo, sea cual sea, y ansioso por salir de un país que odia profundamente. Observa una película casera en la que Charlie habla de paz, de igualdad y de libertad y se queda perplejo, como si ese discurso fuera exactamente el suyo; aprecia sus dibujos y sus escritos y comenta admirado: "Parece tan inocente, es casi deliberadamente ingenuo". Pese a las diferencias ideológicas entre ambos, Ed descubre un vínculo que les une por encima de las formas, como si ambos defendieran esencialmente los mismo objetivos y valores.
Ed intuye que el destino de Charlie ha sido la muerte cuando descubre el cuerpo sin vida de Teruggi entre cientos de cadáveres sin identificar. El testimonio de un agente chileno que asegura haber presenciado el brutal interrogatorio a un tal Horman delante de un militar norteamericano le confirma la sospecha de que fue torturado y asesinado por orden estadounidense.
En pocos días cambia radicalmente. Sigue creyendo en las mismas ideas, en la fe cristiana, la justicia, la honestidad o la libertad, pero no en esa autoridad que debía defenderlas, según la doctrina que aprendió de niño, y que él tanto respetaba. Ahora ve a Beth por fin como una idealista sincera, una frágil víctima y “una de las personas más valientes que he conocido en mi vida”.
La Fundación Ford le confirma la muerte de su hijo y Ed Horman regresa a su hotel hundido y derrotado. Allí le llaman desde la embajada para que acuda deprisa, ya que tienen una importante noticia que comunicarle: saben que Charlie se escapó del país con un grupo de izquierdistas. Su reacción deja mudos a los diplomáticos y nos deja fascinados a los espectadores: no hay ira ni violencia; con su mirada y sus palabras muestra una increíble dignidad y un absoluto desprecio a quienes han ordenado la muerte de su hijo. “¿Cuál es su papel aquí además de apoyar a un régimen que asesina a miles de seres humanos?”, recrimina al embajador.

Beth y Ed Horman, en el aeropuerto, de regreso a Estados Unidos.

Poco después, la diplomacia norteamericana reconoce la versión real y admite la muerte de su hijo. La confirmación oficial hunde a Ed, que recoge, emocionado, todos los dibujos, notas y objetos personales de Charlie y reclama todo lo que los militares le requisaron. Se marcha del país hastiado y cansado, pero aún tiene fortaleza para anunciarle al cónsul que va a calentar todo el asunto de tal forma "que van a desear estar trabajando en la Antártida".

- Bueno, supongo que es su privilegio.
- No, es mi derecho. Gracias a Dios vivimos en un país donde todavía podemos poner a gente como usted en la cárcel.

Una voz en off relata que Ed Horman inició un proceso contra once funcionarios estadounidenses, entre ellos Henry Kissinger, pero sin éxito. Mientras, en marzo de 1974 llegaba a Estados Unidos el cadáver de Charlie, con el retraso suficiente como para frustrar la autopsia. Murió veinte años después sin poder cumplir su sueño de ver en la cárcel a los que ordenaron y ejecutaron su asesinato. Jack Lemmon inmortalizó su angustia y el germen de una injusticia que sigue sin esclarecerse.

La película
- Con esta obra maestra, Costa-Gavras volvió a denunciar, como ya hiciera en “Estado de sitio”, la implicación de Estados Unidos en dictaduras militares que servían a sus intereses. En esta ocasión, la ficción se quedó incluso corta: desde 1982 hasta ahora se conoce mucho mejor la vinculación norteamericana en el sangriento golpe de Estado de Pinochet (confirmada inicialmente en el Informe Church en 1975) y también las maniobras de Richard Nixon para acabar con la democracia en Chile. El ‘caso Horman’ sigue abierto, al igual que los de otras muchas desapariciones y ejecuciones.
- El director griego no encontró, obviamente, muchas facilidades para rodar la película en Estados Unidos (y mucho menos en Chile, por supuesto) y el equipo tuvo que filmar en México.
- Hollywood reconoció la calidad de la película y la interpretación de Jack Lemmon y de Sissy Spacek, aunque sólo ganó el Oscar al Mejor Guión, de Donald E. Stewart y del propio Costa-Gavras, basado en el relato "Missing" de Thomas Hauser.
- Como ya hiciera en la magnífica "Z" (1969), Costa-Gavras eludió hablar del país (no se menciona a Chile en ningún momento) y cambia todos los nombres de los militares, asesores, agentes y diplomáticos involucrados por otros nombres ficticios, aunque con semejanzas fonéticas. Por ejemplo, el enlace de la CIA llamado Ray Tower en el film era en realidad Ray Davis y el coronel "Sean Patrick" toma el nombre de un tal Patrick Ryan, ambos presuntamente decisivos en el golpe militar. La decisión del director se explica en los títulos de crédito: "Para proteger a los inocentes así como a la película”. Los inocentes sí aparecen con sus nombres reales, excepto Joyce Horman, la viuda de Charlie, que prefirió que Costa-Gavras utilizara mejor el nombre de Beth, la madre de su marido asesinado.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Deanie Loomis

(Natalie Wood, "Esplendor en la hierba")

Deanie sueña con Bud. 

La misteriosa muerte de Natalie Wood acabó convirtiendo su vida en un atractivo enigma. Desde que se ahogó en 1981 han surgido muchos amantes ocultos, testimonios sobre su frenética afición a las drogas, al alcohol y al sexo y revelaciones acerca de sus desequilibrios emocionales. En su autobiografía "Mi vida", Elia Kazan la define como una joven inquieta, de "apetitos no satisfechos" y "una de esas chicas malas de la high school que tienen aspecto de niñas buenas". Gracias a esa impresión, que parece un calco de su personaje en "Rebelde sin causa" (1955), protagonizó el espléndido papel de Deanie Loomis en "Esplendor en la hierba" ("Splendor in the grass", 1961).
La película es un crudo retrato de la infelicidad, de los momentos de intensa belleza que jamás volverán, de las complejas relaciones entre padres e hijos y de la represión sexual que sufre la juventud justo cuando más necesita liberarse. "Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo"Estos versos de la "Oda a la inmortalidad", que escribió el poeta William Wordsworth en 1807, podrían considerarse perfectamente como la base del guión que escribió William Inge, aunque realmente el origen es la historia real de una pareja de adolescentes que el escritor conoció en Kansas. El director Elia Kazan intervino decisivamente en ese guión. 
1928. Kansas (Estados Unidos). Deanie Loomis y Bud Stamper (Warren Beatty) son dos adolescentes que, por prejuicios, educación y convencionalismo, no pueden saciar sus deseos sexuales. La frustrante situación se agrava cuando el autoritario y manipulador padre de Bud, Ace Stamper (soberbio Pat Hingle) presiona a su hijo para que estudie en la Universidad antes de casarse. Cuando Bud decide romper durante un tiempo la relación, Deanie no puede soportarlo y sufrirá un grave trastorno mental que le llevará al intento de suicidio y, más tarde, a un centro psiquiátrico. Cuando regresa, dos años y medio más tarde y en medio de la profunda crisis que sufre el país por el "crack del 29", la belleza de las cosas sólo queda ya en el recuerdo.

El deseo sexual de la pareja, siempre aplacado.

Deanie piensa como una enamorada, pero actúa según la educación que le transmite su madre (Audrey Christie), una mujer dominante y preocupada por el hecho de que su hija acaba de llegar a la adolescencia. Para ella, el porvenir de una mujer consiste en encontrar un hombre que la respete hasta el matrimonio y que sea un buen partido. "Tu padre no me puso la mano encima hasta que nos casamos. Y entonces cedí porque una esposa tiene que entregarse. Una mujer no disfruta de esas cosas como lo hace el hombre", le aconsejará ante el estupor de ella.
En el caso de Bud, quien controla todas las situaciones, tanto la rica hacienda, los pozos de petróleo o el futuro de su hijo, es el padre. El deseo de Ace es conducir la vida de su hijo sin importarle lo que realmente quiere. Su preocupación es también el sexo, porque podría frustrar sus planes. "Tendrías que casarte con ella. ¿Te haces cargo, hijo?", le advierte seriamente. En ambos casos, el amor es secundario para los padres.
Deanie tiene claro qué es lo que quiere. En clase, mientras los compañeros atienden a la profesora, ella escribe en un cuaderno la invitación de boda que algún día enviará a sus amigas. Es una chica envidiada porque sale con el más apuesto, el mejor deportista, el hijo del más rico de la ciudad. Aunque la pasión y el deseo no satisfechos le mortifican tanto como a Bud, ha decidido seguir los consejos de su madre y esperar, aunque sin descuidarse: cuando Juanita (Jan Norris) coquetea con su novio, ella se inquieta y reaccionará celosa.
La atmósfera que Elia Kazan recrea entre ellos es deprimente: besos fugaces, miradas cargadas de lujuria, de sufrimiento y ansiedad, un deseo compartido que no pueden culminar porque ninguno tiene la fuerza suficiente como para liberarse del peso moral que sus padres les han impuesto. Deanie ama realmente a su chico, haría cualquier cosa por él. "Me pondría de rodillas para adorarte si me lo pidieras", le confiesa muy seria cuando ambos juguetean en casa de ella.
El problema de Deanie es que la personalidad de Bud está siendo anulada por su padre. Ace le anima a ir con prostitutas para desahogar la pasión que siente, le compromete a estudiar en la Universidad contra sus deseos y le obliga a ejercer de "carabina" de su liberada hermana Ginny (Barbara Loden). Tras recibir una paliza por defender a Ginny, la mente de Bud acaba explotando y decide romper momentáneamente su relación con Deanie: se encuentra en un callejón sin salida y ha elegido apartarla de sus problemas. En realidad ya no puede soportar más estar con ella sin poder satisfacer su pasión. Prefiere hacerlo con Juanita, una altiva compañera de su novia.

Deanie lee los versos en clase.
Deanie se siente humillada y destrozada. En la espléndida escena en clase de Literatura, la profesora Metcalf (Martine Bartlett) le elige a ella precisamente para que recite los versos de Wordsworth. Delante de todos, con la voz entrecortada, los ojos llorosos y ante la burlona mirada de la propia Juanita, tendrá que leer el poema e interpretarlo, que será tanto como estar abriendo su corazón. "Cuando eres joven ves las cosas de un modo muy idealista, supongo. Y creo que Wordsworth quiere decir que cuando crecemos tenemos que olvidar los ideales de la juventud y encontrar fuerza". Deanie no encuentra esa fuerza para seguir y tiene que huir del aula, presa de una crisis nerviosa.
Elia Kazan plantea una magistral escena en su casa: Todo parece tranquilo, su madre le llama a cenar con dulzura, y ella avanza con recelo, insegura, como si en cualquier momento pudiera echarse a correr. La cámara nos muestra un suculento plato de asado de ternera y puré de patatas que ella no va a poder digerir. Baja la persiana como si tuviera miedo de que alguien la vea y juguetea con la carne, mientras sus padres le dan la noticia: son ricos, sus acciones se han revalorizado. Pero a ella no le importa; cuando su padre menciona que Bud Stamper tiene un coche nuevo, Deanie se derrumba y sale de la habitación. En voz baja, con enorme dramatismo pero como si fuera una simple confidencia, le susurra a su madre:

- "Mamá, no puedo comer. No puedo estudiar. No puedo ni estar con mis amigos. Quiero morirme. Quiero morirme"
.

Natalie Wood está espléndida en esos momentos. Su personaje quiere gritar, destrozaría la casa si pudiera, pero le han enseñado a contenerse y trata de ocultar su angustia y desesperación. Lo único que puede hacer, cuando se encuentra en la bañera, es mostrar sus ansias suicidas cuando su madre, de forma muy torpe, le pregunta si ha hecho algo con Bud de lo que pueda arrepentirse. "¡No, mamá, no estoy desflorada! ¡Soy tan pura y virginal como el día en que nací!". La reacción de sus padres es muy significativa: están más preocupados por si los vecinos la oyen gritar que por su salud emocional.  
Decidida a todo con tal de recuperar a su antiguo novio, cambia su imagen de manera radical para asistir, meses después, a una fiesta del colegio. Se corta el pelo y luce un corto vestido con el propósito de demostrarle que está dispuesta a lo que sea. Bud la sigue viendo como una buena chica, su amor es más platónico que físico, y por eso rechaza su invitación para entrar en el coche y hacer el amor, pese a las súplicas de ella. El momento es de una intensidad emocional insuperable.

Dos momentos del descenso a los infiernos de Deanie.

- Deanie, ¿dónde está tu orgullo?
- ¡Mi orgullo! ¡Mi orgullo! ¡Me trae sin cuidado mi orgullo! ¡Ya no tengo orgullo!
El rechazo de Bud le conduce al intento de suicidio. Deanie se va en el coche de un compañero de clase y se mete en el lago, dispuesta a que las aguas acaben con su vida. Pese a que la rescatan antes de ahogarse, su mente se ha desequilibrado y tendrá que ser recluida en un centro psiquiátrico.
Los acontecimientos se disparan mientras ella está internada. El "crack del 29" provoca una gran depresión en el país. Ace Stampler lo pierde todo y acaba tirándose por la ventana de un hotel. Bud se ha metido en la Universidad pero abandona los estudios tras la muerte de su padre. Deanie se ha infantilizado en el centro; parece muy feliz alejada de sus conflictos internos. Su mejor amigo es Johnny (Charles Robinson), otro joven trastornado por el capricho de un padre, que le obligó a ser cirujano.
Definitivamente, el problema de Deannie es su madre, que en su primera visita a su hija pretende fingir que todo está como siempre. "No te pasa nada, recuérdalo. Estás perfectamente bien". Su insistencia y la forma en que tiene de tratarla como a una niña le hacen sentirse tan incómoda como cuando le preguntaba tiempo atrás sobre su virginidad. Su padre, Del Loomis (Fred Stewart), comprende enseguida que su hija no está preparada para aceptar ni la hipocresía ni el fingimiento. "Creo que ya no podré volver a casa. Creo que no puedo sentir lo mismo que sentía antes por ellos", le revela al doctor Judd (Ivor Francis), con quien se siente muy segura y confiada. El doctor es el único que le pregunta por Bud, el único que se interesa por saber si ese nombre todavía le hace daño. Deanie responde afirmativamente con la cabeza. "Ya te sentirás más fuerte para afrontarlo con el tiempo".
Dos años más tarde, cuando ya está recuperada y dispuesta para volver a la vida real, el psiquiatra vuelve a hacerle la misma pregunta y le anima a enfrentarse a ese miedo. Johnny le ha pedido en matrimonio y antes de aceptar tiene que estar segura de que no ama todavía a Bud. Cuando vuelve a casa, ni sus amigas ni su madre quieren hablar de él, pero sí lo hace su padre, que le le dice dónde puede encontrarlo.
Creo que la escena del reencuentro con Bud es uno de los finales más hermosos y fascinantes que he visto en mi vida. Posee una tristeza casi abrumadora y una notable carga de melancolía. Ella está esplendorosa y guapísima; él, sucio y desarreglado, con una imagen muy diferente a la de cuando era joven. Pero ellos se siguen viendo como antes, apreciamos que el amor perdura, pese a que Bud se ha casado con una camarera italiana, Angelica (Zohra Lampert) y va a ser padre por segunda vez. Los versos de Wordsworth vuelven a sonar cuando se despiden para recordarnos que no hay que afligirse, porque la belleza perdurará en el recuerdo.

La película
- "Me gustaría contar una historia de cómo debemos perdonar a nuestros padres", le explicó el guionista William Inge a Elia Kazan. Inge se estaba psicoanalizando en esa época debido a los traumas causados por las relaciones con sus padres.
- La historia original parte de un relato corto que escribió Inge sobre una pareja real que en 1929 se vio obligada a separarse por la gran depresión económica.
- Las continuas referencias sexuales en la película quizá tuvieran que ver también con el momento sentimental que estaba atravesando el propio director, que vivía con su esposa e hijos pero que estaba liado con la actriz Barbara Loden, que interpreta a Ginny, la hermana de Bud.
- Natalie Wood apodó a Warren Beatty "Angustia mental" porque resultaba un tipo engreído y odioso. Aunque al principio estaban muy distanciados, ambos acabaron siendo amantes casi sin que el equipo de rodaje se diera cuenta.

Kazan, Beatty y Wood.
- Elia Kazan no estaba muy seguro de que la actriz pudiera encajar en el papel, la consideraba una niña prodigio acabada. No obstante, una charla con ella le sirvió para darse cuenta de que se trataba de la elección ideal. "Al verla detecté un brillo de desesperación en sus ojos".
- La película se estrenó con cierto retraso, por lo que coincidió con "West side story", también interpretada por Natalie Wood. 1961 resultó el mejor año para la actriz; aunque fue nominada para los Oscar por su papel de Deanie Loomis, el premio se lo llevó Sofia Loren por "Dos mujeres".
- Elia Kazan no dedica mucho espacio en su autobiografía a esta película -muy valorada por directores franceses como Bernard Tavernier, entre otros- pero sí se sintió muy orgulloso del final del film.
- Natalie Wood sentía un pánico tremendo al agua y se mostró reaccia a interpretar la escena en la que trata de ahogarse en el lago. Un técnico tuvo que sumergirse debajo del agua por si necesitaba ayuda; cuando salió se puso a reír de forma histérica. Fatalmente, su muerte se produjo en 1981 en esas circunstancias, cuando se ahogó al caerse del yate en el que también se encontraban su marido Robert Wagner y el actor Christopher Walken. El yate se llamaba "Splendor", en honor a la película.