sábado, 5 de marzo de 2011

Nina Ivanovna Yakushova, Ninotchka

(Greta Garbo, "Ninotchka")

Nina Ivanovna Yakushova. Sencillamente maravillosa.

"¡Garbo ríe!", fue el acertado lema publicitario utilizado para lanzar "Ninotchka" (1939), de Ernst Lubitsch. Una carcajada de "La Divina" era tan valiosa e insólita como escuchar una palabra de Harpo Marx o ver bailar a John Wayne. La escena en que la actriz sueca se echa a reír sin parar es, a mi juicio, uno de los momentos más entrañables de la historia del cine. Rompe la permanente tensión de su rostro, alivia nuestro espíritu y transforma por completo al personaje. Parece una metáfora más del fabuloso poder que tiene la comedia para cambiar nuestras vidas, algo que Preston Sturges también nos enseñó en su obra maestra -una de ellas- "Los viajes de Sullivan" (1941).
Greta Lovisa Gustafsson (Greta Garbo desde 1922) fue y sigue siendo un misterio de mujer que nos ha fascinado en todas las épocas. En 1941, tras interpretar "La mujer de las dos caras", dejó el cine para siempre, una decisión que sirvió para avivar su leyenda. Tenía 36 años y una carrera profesional admirable. Tras la Segunda Guerra Mundial se trasladó a vivir a Nueva York. Su mítica frase de película, "Quiero estar sola", no le sirvió de nada, porque hasta el final de sus días se vio acosada por fotógrafos, periodistas y curiosos, ansiosos por comprobar cómo el paso del tiempo hacía mella en su físico.
Todo lo que conocemos ahora sobre la Garbo sirve para apreciar mucho más el papel de esa comisaria política soviética, Nina Ivanovna Yakushova, que es enviada desde Moscú a París para negociar la venta de unas joyas que tres disparatados camaradas habían sido incapaces de gestionar tras haber vivido los tres a cuerpo de rey en una lujosa suite. Ahora conocemos mucho mejor la fragilidad de la actriz, su miedo al fracaso y a hacer el ridículo. Ahora se puede valorar en su justa medida el esfuerzo que tuvo que realizar para meterse en la piel de Ninotchka, para sonreír, interpretar la soberbia escena de la borrachera y lanzar esas carcajadas que nos alegran el corazón.
Greta Garbo no aparece en pantalla hasta los dieciocho minutos de película, cuando llega a la estación de tren de París y espera que sus tres compatriotas, Iranoff (Sig Ruman), Buljanoff (Felix Bressart) y Kopalski (Alexander Granach) acudan a recibirla. Ellos buscan a un emisario masculino, seguramente barbudo y severo; uno responde a esa descripción "soviética" pero comprueban que es un nazi. Al fondo, con sus maletas en la mano, aparece la figura rígida, austera y disciplinada de ella, que pronto evita las confianzas con sus sorprendidos colegas. "No tenéis que darle importancia al sexo; venimos a trabajar".
Ninotchka es una fría y desapasionada mujer del Partido Comunista con férreos e insobornables ideales. Le extraña que un empleado de la estación se preste a llevarle sus maletas. "Eso no es un oficio, es una injusticia social", proclama. "Depende de las propinas", aduce el mozo. En el lujoso hotel observa un sombrero de diseño que le causa asombro y tristeza: "¿Cómo puede sobrevivir una civilización que deja que sus mujeres se pongan eso? No será por mucho tiempo". Dentro de la habitación, que paradójicamente es la Cámara Real, les hace ver que el coste diario del alojamiento es exactamente lo que cuesta una vaca en Rusia. "¿Quién soy yo para costarle al pueblo ruso siete vacas?". Finalmente, tras echarles una bronca por su negligencia en la venta de las joyas, pide un cigarrillo; Iranoff llama al servicio, como han hecho tantas veces, y aparecen tres guapas y alegres camareras, que se quedan paralizadas esta vez ante la presencia de Ninotchka. "Camaradas, se ve que habéis fumado un montón".

El emisario político de la URSS es una mujer.

La presentación de Ninotchka es una caricatura hollywoodiense de la mujer soviética: seca, agria y asexual. En esta parte de la película, su visión comunista de la vida y de la humanidad tiene ese filtro capitalista de parodia, exagerado y ridiculizado. Una imagen que, por cierto, no le gustó a la actriz. Pero esto no es un tratado sociológico, sino una película. Y de Lubitsch, que ha sido capaz de reírse del nazismo, del comunismo, del capitalismo y de sí mismo.
Ninotchka aprovecha sus escasos ratos libres para inspeccionar los servicios públicos de París. En la calle tropieza con Leon D'Algout (Melvyn Douglas), precisamente el representante de la duquesa Swana (Ina Claire), la original propietaria de las joyas que están tratando de vender. Pero ella no lo sabe, igual que Leon desconoce quién es esa mujer tan fascinante. Intrigado, decide seguirla.
- Me interesa la torre Eiffel desde el punto de vista técnico.
- ¿Técnico? Creo que no podré ayudarla. Un parisino sólo sube a la torre Eiffel para tirarse.
- ¿Cuánto tarda en llegar al suelo?
El sentido del humor de Leon choca con el pragmatismo de Ninotchka, que evita el flirteo masculino. Cuando él descubre su nacionalidad, se queda encantado; no en vano, ha hecho muy buenas migas en los últimos días con los ingenuos Iranoff, Buljanoff y Kopalski. "¡Una rusa! ¡Adoro a los rusos! Hace quince años que me fascina vuestro Plan Quinquenal", bromea. "Los tipos como usted pronto se extinguirán", replica ella. Desde la torre observan el brillo de la ciudad, de la "civilización caduca": el Arco del Triunfo, Montmartre, otros monumentos... y la casa de Leon, que éste enfoca con el telescopio. Ninotchka le sorprende al aceptar su invitación para visitarla.
Hasta ese instante hemos visto a una mujer directa, muy seria, sobria, digna e imperturbable. Ahora está a punto de aparecer otra nueva mujer, algo más confortable, aunque igual de distante e indiferente. Antes, el encuentro con el mayordomo, Gaston (Richard Carle), que se queda sin capacidad de reacción, no tiene desperdicio.
- Este hombre es muy viejo, no le haga trabajar.
- Él ya se encarga de eso.
- Cansado y cara triste. ¿Le azota?
- No, pero sólo de pensarlo me extasío.
- Un día llegará en que usted será libre. A dormir, padrecito, queremos estar solos.
La escena de seducción resulta divertida por el contraste. Melvyn Douglas tiene esa mezcla de padre de familia y galán curtido que le permite ser un caradura cínico pero bonachón, un parásito inútil que cae bien y una especie de gigoló para la duquesa Swana; ella mantiene su rostro inalterable y considera que el amor es una cuestión meramente química, aunque está deseando mantener una relación con ese individuo. Ninotchka puede ser fría como el hielo, pero no tiene nada de puritana.

Ninotchka y Leon: extraña química entre ambos.

En esa escena nos revela unos pocos datos personales: procede de una familia de la pequeña burguesía, que poseía una hacienda, pero ella se sumó a la Revolución de Octubre y llegó a ser sargento de Caballería. En la guerra ruso-polaca (1920) recibió una herida en la nuca por parte de un lancero polaco. Tenía 15 años.
- ¡Pobre Ninotchka! ¡Pobre, pobre Ninotchka!
- No me compadezca a mí, compadezca al lancero: yo aún sigo viva.
- ¿Pero qué clase de criatura es usted?
- Lo que usted ve: un diente minúsculo en la gran rueda de la evolución.
Mientras Leon le explica la magia de la medianoche y el milagro del amor, que se produce en seres vivos sea cual sea su especie, el rostro de Greta Garbo es maravilloso: atiende con seriedad y un ligero interés, de vez en cuando alza una ceja con parsimonia y sus ojos van desde un punto indeterminado en el aire a la cara de Leon, que está a punto de besarla. Es como si intentara comprender que el sentimiento amoroso es algo más que un proceso químico. "¿Es esto locuacidad?", le pregunta él tras besarla. "No, ha sido un alivio. Otro", responde.
La magia se rompe con una llamada telefónica. A Leon le avisan de que la enviada especial soviética ha llegado a París. Él pregunta cómo se llama y trata de deletrearlo, pero es la propia Ninotchka quien se lo escribe en un papel. Así se dan cuenta de que son adversarios: él representa a la duquesa Swana, a la Rusia blanca, y ella pertenece a la Rusia roja. De nada sirve la atracción que han sentido ni ese largo beso que han disfrutado. "También besé a ese lancero polaco... antes de morir".
La siguiente escena ocupa un lugar de honor en nuestro universo cinéfilo. Ninotchka prescinde del hotel para comer y se va a un restaurante para obreros. Leon la sigue y finge que es el lugar habitual donde almuerza. Está tratando de reconducir la situación hasta ese instante amoroso que quedó interrumpido la noche en que se besaron. Pero Ninotchka, más indiferente que nunca, ni le mira a los ojos. Está comiendo, además, no por deleite o placer, sino para adquirir las calorías justas que necesitará a lo largo del día. Sólo cuando Leon le pide que sonría, ella alza la mirada y se queda sorprendida: "¿Sonreír? ¿Para qué?". La expresión del humor no forma parte de sus necesidades biológicas.
Su acompañante se marca entonces como reto hacerla reír al menos una vez y comienza a soltar chistes, algunos ingeniosos, francamente. Pero es como enseñar humor a un extraterrestre, porque Ninotchka desarma por completo cada intento que realiza.
- Érase una vez dos franceses que iban a América.
- ¿En qué barco?
- Dejémoslo.
Después de varios intentos, la paciencia de Leon comienza a agotarse. Se siente molesto y herido en su ego. Finalmente da con un chiste realmente divertido, absurdo y hasta surrealista ("Un hombre entra en un restaurante; se sienta en una mesa y dice: Mozo, tráigame una taza de café sin nata. Cinco minutos después, vuelve el camarero y dice: Perdone, señor, se nos ha acabado la nata, ¿lo quiere sin leche?"). Todos los comensales del restaurante se ríen a carcajadas. Pero Ninotchka sigue inalterable, comiendo y con la mirada perdida.
Leon está desesperado. Intenta repetirlo y destripa mal el chiste en un desesperado intento por conseguir esa risa imposible. De repente, se apoya en la mesa contigua, ésta se cae por el peso y él acaba en el suelo con estrépito. Cuando levanta la vista, allí tiene a Ninotchka lanzando carcajadas, riendo abiertamente, incapaz de parar. Trata de reprimirse al ver la cara del ofendido Leon, pero es imposible, él también lanza una sonora risotada.

Tres momentos de la inolvidable escena en el restaurante.

El efecto de la risa en esta escena es liberador. Rompe el armazón de Ninotchka y la convierte en una persona comprensible con las debilidades, afable y encantadora. Como si se hubiera quitado una venda de los ojos, ahora contempla la vida desde una hermosa perspectiva y con una actitud tolerante. Delante de los abogados y de sus compatriotas rompe a reír al recordar uno de los chistes que le contó Leon con desesperación. Cuando Buljanoff le sugiere que haga una visita a los alcantarillados de la ciudad, ella le observa y le pregunta que por qué no se corta el pelo.
El ridículo sombrero que luce en el escaparate de una tienda ya no le parece el símbolo de la decadente civilización, sino un divertido atrevimiento que se ha comprado en secreto y que oculta en un armario bajo llave. Se lo llevará puesto a su cita con Leon, que la espera en su apartamento. Por primera vez la vemos sonriente, avergonzada de su propia felicidad, mirando al suelo con timidez ante un hombre que admira su belleza y su encanto. Cuando se besan de nuevo, esta vez con una pasión no disimulada, le confiesa que a veces se despierta en la noche sin parar de reír al recordar esos chistes que aquel día no le hicieron gracia.
Se ha enamorado y en ese momento despiertan casi a la vez su coquetería, su deseo y también sus celos. Ninotchka le pregunta por un retrato que vio en la noche anterior y que ahora ha desaparecido. Es el de la gran duquesa Swana, que Leon ha ocultado convenientemente. "Te lo ruego, nunca me pidas que te regale un retrato mío. No soportaría verme escondida en un cajón. No lo resistiría, me ahogaría".
La pareja sale a cenar y coincide en el mismo local con la gran duquesa, que trata de ridiculizar y de herir a su compatriota. Ninotchka, bella y elegante, mantiene las formas y su dignidad frente a la abierta hostilidad de esa odiosa mujer. Sin darse cuenta, se está emborrachando y quizá por eso no se pregunta cómo Leon ha podido aguantar a esa caprichosa, rencorosa y ruin señora. El champán causa estragos y su efecto permanece cuando ambos se trasladan al hotel.

Ninotchka quiere purgar las culpas de su felicidad.

Lubitsch hizo muy bien al mantenerse firme cuando Greta Garbo le pidió suprimir la escena entera de la borrachera. Está francamente divertida. Los quince minutos, desde que empiezan a beber hasta que él la lleva a su cama para que duerma, son deliciosos, románticos y cómicos. La mezcla es entrañable, pero nos deja un punto de suspense y de alarma: se ha quedado dormida, pero la caja fuerte que contiene las joyas la han dejado abierta después de haber jugado un rato con las piezas más valiosas.
Al día siguiente, todavía en la cama, recibe la inesperada visita de la duquesa, que ha venido a proponerle un trato: le devuelve las joyas que un cómplice camarero le ha robado, a cambio de que regrese a su país y se olvide para siempre de Leon. Lubitsch y sus guionistas se ponen del lado de Ninotchka en el choque ideológico entre ambas. Existe una clara simpatía hacia las ideas (que no hacia el Estado) que representa la joven mujer, frente al autoritarismo zarista que encarna la figura de la aristócrata rusa.
- Me quitásteis mi zar, mi nación y el amor de mi pueblo.
- El amor de las personas no puede quitarse; ni el de 160 millones ni el de una: el amor hay que ganarlo.
Ninotchka acepta marcharse de inmediato para recuperar las joyas del pueblo soviético, pero sólo podrá despedirse de su amante por teléfono. Lo hace con lágrimas contenidas, consciente de que jamás volverá a verlo. Poco después, en compañía de Iranoff, Buljanoff y Kopalski, sobrevuela con nostalgia la torre Eiffel.
Mientras Leon se afana por entrar en la Unión Soviética para reencontrarse con su amor, ella vuelve a su oscura y rutinaria vida en Moscú: desfiles, trabajo y represión. Comparte una habitación con varios camaradas, uno de ellos un inconfundible comisario político; su amiga Ana le advierte de que una prenda femenina que ha traído de París está provocando demasiados recelos. "A partir de ahora la tenderé dentro. No quisiera ver a mi país en peligro a causa de mi ropa interior". Toda una genialidad de guión.

Buljanoff, Ninotchka, Iranoff y Kopalski, juntos de nuevo en Moscú. 

Resignada, generosa y más dulce que nunca, se reúne a cenar con el trío de camaradas de París. Ella se empeña en hacerles ver que Moscú puede ser tan bello y divertido como la capital francesa, pero sin suerte. Durante el encuentro, recibe una carta de Leon, pero se lleva un tremendo chasco al leerla: Querida Ninotchka... y lo demás, censurado. "Los recuerdos no se censuran, ¿verdad?", le consuela Buljanoff.
El desenlace tiene una estructura cíclica. Ha pasado el tiempo y Ninotchka recibe un encargo que no le es desconocido: viajar a Constantinopla para controlar y devolver a la URSS a sus tres inclasificables amigos, que se marcharon de misión comercial a Turquía y no han vendido ni una sola piel. Ella se resiste a pasar de nuevo por esa experiencia, pero el comisario Razinin (Béla Lugosi) le obliga sin miramientos. En Constantinopla recibirá una sorpresa inesperada: allí le aguarda Leon, que ha sabido utilizar sabiamente a los tres camaradas para atraer a su amor. Leon le plantea que hará un bien a su país si se queda con él y ella lo tiene muy claro: "Nadie dirá nunca que Ninotchka fue una mala patriota".
  
La película
- "Ninotchka" está basada en una historia original de Melchior Lengyel, que el ayudante de producción de la MGM Gottfried Reinhard ofreció a los estudios en 1937. Las diferencias con el resultado cinematográfico son abundantes: los tres comisarios son dramáticos, no existen las joyas y, entre otros aspectos, el desenlace nada tiene que ver con el final del film.
- Greta Garbo deseaba trabajar con Lubitsch desde 1929, pero nunca pudieron coincidir. Según declaró a Cecil Beaton años más tarde, la experiencia resultó insatisfactoria, aunque a su amante Mercedes D'Acosta le confesó que se lo había pasado muy bien durante el rodaje por primera vez en su vida (según el libro "Ernst Lubitsch. Risas en el paraíso", de Scott Eyman).
- La actriz sueca se entrevistó por primera vez con el director en su coche particular durante dos horas, ya que la diva no accedió a pasar a los estudios de la MGM. Garbo le pidió que suprimiera la escena en que se emborracha porque le daba miedo hacer el ridículo. No en vano, se trataba de su primera comedia. Lubitsch le replicó que podía cambiar cualquier texto del guión excepto esa escena, primordial para la historia.
- Lubitsch aceptó el encargo porque la Metro Goldwyn Mayer se comprometió a afrontar después el proyecto que a él más le apetecía emprender, "El bazar de las sorpresas", que realizó dos años más tarde.
- Charles Brackett y Billy Wilder ya habían trabajado con Lubitsch en "La octava mujer de Barba Azul" (1938). Ambos, con la aportación de Walter Reisch, le dieron la vuelta al texto original de "Ninotchka" de manera magistral, aunque Wilder confesó que la aportación del director fue vital: "Leía una página, se reía y al mismo tiempo tachaba una línea o añadía algo absolutamente genial".
- La película fue un éxito relativo de taquilla (2,2 millones de dólares, por los 1,3 millones que costó), sobre todo porque "pinchó" en Estados Unidos (1,1 millones), donde "Caballero sin espada", por ejemplo, ganó 3,5 millones.
- La relación entre la actriz sueca y el director alemán fue simplemente cortés. Garbo sólo tuvo que decirle a Lubitsch una vez durante el rodaje que no le gritara, porque no lo soportaba. El realizador admiraba de ella su instinto y su sentimiento para afrontar cada escena, ya que "carecía por completo de técnica interpretativa".



4 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo. Y la escena del restaurante, antológica. Un saludo.

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  2. Estupendo artículo. Personalmente, me encanta la escena en que la duquesa Swana intenta ridiculizarla, y sale trasquilada, evidentemente, Ninotchka es más digna, inteligente, y por supuesto, tiene a León de su parte, jeje, deliciosa pelicula, genial lubitsch, y encima con la romántica Paris testigo de su amor que a ratos parece imposible

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  3. Gracias por tu comentario, Anónimo. Me gusta mucho la escena que destacas. Saludos

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