Galindo y sus compañeros de oficina. |
"Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo"
Cuando leo la cantidad de teorías, métodos y tratados que existen sobre la profesión de actor -todos, por cierto, muy respetables-, no puedo dejar de pensar en José Luis López Vázquez. No creo que fuera el mejor intérprete del mundo, pero era tan profesional que jamás dio importancia a lo que hacía. Como otros muchos compañeros de profesión, en sus comienzos decidió buscar un rasgo cómico que le identificara mejor ante el público y eligió una manera de hablar peculiar, desmenuzando las frases en sílabas de forma muy enfática, lo que se convirtió en una de sus señas más características.
Creo que nunca necesitó psicoanalizar a sus personajes ni sesiones de meditación ni técnicas específicas para abordar un determinado papel. López Vázquez pertenecía a una generación que tomaba la actuación como un mero oficio. Las consideraciones artísticas, intelectuales y míticas de su trabajo las dejaba para los demás. (Para saber más sobre su humidad y sobre su desapasionada relación con el cine, recomiendo la biografía autorizada de Luis Lorente, titulada exactamente "José Luis López Vázquez").
Sin embargo, con este actor disfrutas realmente, al margen de la calidad que tenga la película. En "Crónica de nueve meses" (1967, Mariano Ozores), interpreta a un marido que está harto de los falsos embarazos de su esposa y ya no se fía de nada, por mucho que la tripa de Julieta Serrano sea cada vez más abultada: Su presencia en esa película es para mí absolutamente memorable, lo que confirma, como decía Howard Hawks, que a menudo el cine es un puñado de buenas escenas, más que un puñado de buenas películas.
"Atraco a las tres" (1962, José María Forqué) es precisamente eso, una sucesión de buenas escenas, interpretadas por un conjunto de actores y actrices irrepetibles. Si a esto le añadimos un guión afortunado y la dirección de un cineasta versátil y con talento, tenemos una de esas pequeñas joyas del cine español que se revalorizan con el tiempo.
López Vázquez es Fernando Galindo, el cajero de cuentas corrientes del Banco de los Previsores del Mañana, que no está a gusto con su trabajo. Todos los días ve pasar el dinero por delante de sus ojos, toca los billetes con sus dedos y sueña con ser millonario. Es un tipo insatisfecho, cansado de la monotonía laboral, de su vida gris y de esa sociedad española tan triste, mustia y llena de frustraciones, como nos muestra con acierto -y salvando la censura- esta película. Una sociedad franquista en la que el director general (José María Caffarel) es como un virrey, a quien sigue de manera servil y rastrera gente como Prudencio Delgado (Manuel Díaz González), el agrio y odioso subdirector que va a ocupar el cargo del generoso, afable y capriano don Felipe (José Orjas). "¡Qué sorpresa tan agradable, señor director general! ¿Se encuentra bien, señor director general? Tiene buen aspecto. ¿Y su augusta madre? ¿Y su bella y distinguida esposa?". "Póngame a sus pies, señor director general".
Frente a ese servilismo tan grotesco y caricaturizado, Galindo actúa con un desdén que apenas disimula. Se ha quedado a dormir en la oficina porque le faltan nueve céntimos para cuadrar las cuentas, pero no va a poder cobrar horas extras por la escrupulosa aplicación de las normas de don Prudencio. "Y luego quieren que no haya revoluciones", murmura el cajero. De mala gana atiende a doña Vicenta (Rafaela Aparicio), que acude a ingresar, como siempre. Y él, también como siempre, utiliza su humor socarrón, en este caso con clara referencia a la política franquista.
- ¿Qué?¿Va bien la vaquería?
- No puedo quejarme, cada vez hay más clientes.
- Y menos vacas, pero mientras sigan haciendo pantanos...
A otro pobre hombre que trata de ingresar una cantidad más modesta lo tiene esperando hasta que Enriqueta (Gracita Morales) termine de relatar lo que ha ocurrido en el despacho: que don Prudencio ha sido elegido director de la sucursal. Es lo que necesitaba Galindo para expresar ante sus compañeros y ante el depuesto director lo que llevaba tiempo ocultando. "Estoy harto de levantarme a las siete de la mañana, de trabajar como un esclavo, de que pasen millones por mis manos sin que le den a uno tiempo de saborearlos; en una palabra, señor director: me he cansado de ser pobre".
Cuando Galindo, que ha debido leer muchas novelas policíacas y habrá visto mucho cine negro, revela que tiene planeado atracar la sucursal y dar "par-ti-ci-pa-ción en el negocio", don Felipe no sabe si está loco o es un sinvergüenza, y los demás se quedan asombrados. Tan obsesionado está con su plan, que empieza a soñar con un futuro en la Costa Azul y en las pistas de esquí de Chamonix. Incluso acude, con el conserje Martínez (Cassen) a probar un Mercedes de lujo en un concesionario. En su delirio de próximo millonario, al encargado (que Martínez confunde con un ministro) le preguntará si acepta divisas.
Desde un punto de vista sociológico, la película refleja la imagen de un país que estaba inmerso en una política liberalizadora de la economía (la sucursal bancaria sería el símbolo), aunque queda todavía el recuerdo de la dura posguerra. Es muy elocuente la escena del hospital: el conserje está tumbado en la cama, recién operado de apendicitis, satisfecho ante la bandeja de pollo asado con patatas, mientras que sus compañeros no pueden apartar la mirada de la comida hasta que deciden arrebatársela.
Todo el plan del atraco quedaría en una simple rabieta de Galindo si no fuera porque los demás compañeros también empiezan a soñar con una vida mejor. En breves pinceladas comprobamos cómo Cordero (Agustín González) sufre porque su novia se distancia de él, ya que no tiene dinero para casarse; Benítez (Manuel Alexandre) y Castrillo (Alfredo Landa) callejean sin rumbo porque están sin blanca; y a Enriqueta le vienen a embargar el televisor que sirve de entretenimiento para todos los vecinos. Esa noche todos acuden a casa de Galindo para conocer sus intenciones.
El disparate de la trama arranca cuando, como cerebro de la operación, les explica que lo primero a tratar no es el plan, sino el reparto de beneficios, porque "antes de hacer un atraco hay que saber lo que necesita cada uno". De las peticiones modestas pasan a las más lujosas, hasta que Galindo se harta cuando Benítez llega a pedir "un cortijo...¡con toros!". Lo bueno de su personaje es que combina diferentes actitudes de una manera magistral. Cuando recibe a sus compañeros está radiante y feliz, pero eso no le impide tratar a Martínez según su cargo: "Aparta, conserje", le dice cuando éste no para de colocarle bien el abrigo. Se ilusiona, se impacienta, sonríe abiertamente, habla con vehemencia, se indigna... Creo que actúa más al dictado de su instinto que del guión.
Por la mañana aparece por el banco la vedette Katia Durán (Katia Loritz), dispuesta a hacer un fuerte ingreso de dinero, y entonces surge el otro López Vázquez, también reconocible: zalamero, baboso y seductor a la española, siempre embobabo, con la mirada perdida en las piernas de esa bella mujer y bien cargado de réplicas y equívocos que pretenden ser ingeniosos. "¿Y cuántas piernas... digo pesetas, anotamos como primera imposición?".
Si el antipático don Prudencio se mostraba servil con su superior, Galindo lo hace con esta escultural mujer, que parece colmar todos sus sueños. "Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo", se despide con exagerada devoción.
El cajero ejerce su papel de cabecilla del grupo con cinéfila o novelesca precisión, pero con tremenda torpeza, digna de sus compañeros. "Evitad cuestiones personales", dice solemne para zanjar una discusión. Cuando elige quiénes serán los protagonistas del robo, a Castrillo le nombra atracador y conductor del coche, pese a que no sabe conducir. Siempre lleva la voz cantante, es quien decide qué hacer con el pico de dinero que sobra tras el reparto (para la jubilación de don Felipe), cómo pintar el coche alquilado o en qué momento hay que ensayar. Y no permite frivolidades entre compañeros, como el coqueteo entre Enriqueta y Benítez. "¡Basta! Ya está bien, que hemos perdido demasiado tiempo. ¡A ensayar! A ver, los a-tra-ca-do-res, ¡a alinearse!", les ordena como si fuera un sargento.
El ensayo es un desastre que se remata con un golpe exagerado en su cabeza por parte del conserje. Galindo se queda inmóvil en el suelo, con las gafas desencajadas y una cómica mueca de dolor, como si estuviera muerto. A la mañana siguiente, una venda cubre su calva. "Esto es que me he caído por la escalera. ¿Qué pasa? ¿No puede caerse uno por la escalera?", le explica con chulería a don Prudencio, que no hace más que mirarle la herida. Galindo nos cae especialmente bien, entre otras razones, porque es capaz de enfrentarse a sus superiores con valentía, al contrario que sus compañeros, aunque le pueda costar muy caro. Así, cuando el subdirector le recuerda que es él quien manda en la oficina, el cajero le replica con firmeza: "Hasta el día 13 usted no es director de nada". Toda una lección para el resto de empleados, sobre todo para Martínez, preocupado por el brutal golpe que le dio en la cabeza.
- ¿Qué metió en el calcetín? ¿Plomo?
- Arena, ¡pero es que eres un bestia, qué manera de sacudir!
En la escena más floja de la película, Galindo acude al club donde trabaja Katia para informarle de la transferencia. Allí está también Tony (Alberto Breco), el gángster amante de la vedette, que quiere el dinero que ella ha ingresado. El cajero calvo y bajito intenta mantener la dignidad a duras penas. Luego se queda a solas con ella, cenan y beben champán. Galindo es un títere a manos de Katia, incapaz de besarla siquiera, ingenuo e infeliz, porque hasta le va a contar los planes del atraco y la llegada al banco de veinte millones de pesetas. Un error fatal, como se verá más adelante.
Tras pasar toda la noche fuera de casa, llega al día siguiente tarde a la oficina, pero radiante, enamorado, con una flor en su ojal y una alegría inusual. Lanza el sombrero con precisión hacia el perchero, saluda chasqueando los dedos y hasta tiene palabras amables con don Prudencio. "He venido dando un paseo. Ya vuelven a florecer los árboles y los pájaros trinan en sus nidos. Yo también seré pájaro y volaré. ¡Alegre esa cara, don Prudencio, que ha llegado la primavera!". Éste le informa de que ya es el nuevo director y la cara de Galindo se torna seria y resignada.
- Ya ni trinan los pájaros ni vuela nadie ni florece nada de nada. Enseguida me pongo a trabajar, señor director de la sucursal.
La escena, muy divertida, está rodada en un solo plano desde que entra por la puerta, y juraría que los actores se lo tuvieron que pasar en grande (seguramente repitiendo varias tomas) por la cara de chiste y el tono de voz de López Vázquez cuando acierta a colgar el sombrero. Tras engañar a sus compañeros (con aspecto serio les cuenta que ha pasado la noche meditando el golpe), se citan de nuevo para la reunión más disparatada y surrealista: El plano lo tiene al revés; Martínez le pide el coche de juguete, que utiliza para escenificar el golpe, para su hijo; Castrillo sugiere que el dinero robado se ingrese en un banco; Enriqueta y Benítez quieren ya un adelanto; el propio Galindo no se aclara con las calles.
Llega el día señalado, martes, 13 de diciembre, y aparecen enseguida los problemas. La mujer del conserje está de parto y él sugiere retrasar el atraco. "¿Pero qué te has creído? Un atraco es una cosa muy seria. No se puede tener un hijo en estos momentos, es una barbaridad". Doña Vicenta acude, pero esta vez no es para ingresar, sino para sacar 400.000 pesetas porque quiere comprarse un piso. "¡Un piso! ¡Un piso! En eso se gastan ustedes el dinero. ¡Unos cuantos ladrillos, un poco de cemento y tres tabiques! Y una hipoteca que dura veinte años". Galindo tiene que hacer malabares dialécticos para echarla del banco, con la excusa de que el palito de la 't' en la firma no es suyo. Al resto de indignados clientes, que también quieren sacar dinero, los mantiene a raya, imperturbable, con todo tipo de excusas peregrinas.
Cuando llegan los veinte millones, Galindo y Cordero se las ingenian para perder el tiempo contando una y otra vez todos los billetes, ante la desesperación del director, que sólo quiere meterlos enseguida en la caja fuerte. Mientras, los tres atracadores esperan en el punto A con un coche que no arranca y los relojes sin sincronizar. El tiempo pasa y no llegan. Desesperados e inquietos, Enriqueta, Galindo y Cordero sólo miran cómo se mueven las agujas del reloj lentamente.
A los cinco minutos de la hora señalada entran tres atracadores, muy profesionales, aunque nuestro personaje no puede evitar hacerles un reproche. "Sois una calamidad, ¿eh? Tarde y con pañuelitos. ¿Y las medias? ¿Qué habéis hecho con las medias?". Galindo se queda maravillado ante el enérgico y brutal comportamiento de los que cree sus compañeros, pero pronto advierte que algo va mal. La angustia al comprobar que otros ladrones les están robando lo que ellos ambicionaban puede más que el miedo y los tres se encaran con esos profesionales. Una hora más tarde llegan Martínez, Benítez y Castrillo y entre todos consiguen reducirlos.
Los empleados, excepto don Prudencio, que ha quedado como un cobarde, reciben una recompensa. Todo vuelve a la normalidad, porque el antiguo director ha recuperado su cargo. El único inconformista sigue siendo Galindo, que no está dispuesto a renunciar a su sueño. Cuando los demás se burlan de él y rechazan sus futuros planes, nuestro personaje lo tiene muy claro: "¡Aficionados! ¡Que sois unos aficionados!".
La película
- Pedro Masó, productor y guionista de la película, reveló que escribió la historia en nueve noches de inspiración. Vicente Coello y Rafael J. Salvia completaron y mejoraron el guión. Se estrenó el 10 de diciembre de 1962 en Madrid y costó casi 5 millones de pesetas.
- La película toma como referencia dos éxitos del cine francés ("Rififí", 1955) y del cine italiano ("Rufufú", 1958), dirigidos respectivamente por Jules Dassin y Mario Monicelli, y que gozaron de popularidad en España. Años más tarde, Mariano Ozores tomó como ejemplo la película de Forqué para realizar "Todos al suelo" (1982). En 2003, Raúl Marchand dirigió "Atraco a las tres y media", un remake adaptado a los nuevos tiempos y producido también por Pedro Masó. Iñaki Miramón interpretó a Galindo.
- En la película se juntaron cuatro voces muy características: Gracita Morales, Manuel Alexandre, Manuel Díaz González y el propio López Vázquez, intérpretes de teatro y de cine que en su juventud añadieron efectos a su forma de hablar, principalmente cómicos, para ser más reconocibles.
- Fue López Vázquez quien se inventó esa frase ("Fernando Galindo, un admirador, un amigo...") tan afortunada que utiliza cuando se encuentra con Katia Loritz.
- "Atraco a las tres" suele estar casi siempre en las listas de las mejores películas españolas de todos los tiempos.
- Alfredo Landa, que sólo había hecho de extra en el cine años atrás, debutó como actor en esta película. En sus memorias cuenta que su primer encuentro con el director aragonés fue desalentador. Forqué le dijo: "Siéntate, pon cara de susto y después vete a casa".
- "¡Aficionados, que sois todos unos aficionados!", la frase que cierra la película, se convirtió en un latiguillo muy popular que aún se cita actualmente. Otro diálogo que traspasó la pantalla para adaptarse a la realidad (en un país muy dado a los piropos) es el que mantiene el personaje de Manuel Alexandre con una mujer con la que se cruza por la noche en la calle: "Estoy disponible, guapa", le suelta él; y ella replica: "No me extraña nada, joven".
- Galindo, como se llama nuestro personaje, es el segundo apellido del director aragonés, nacido en Zaragoza en 1923.
- En el año 2002 se produjo el estreno de la versión teatral, que contó con la presencia simbólica de Manuel Alexandre (Benítez), que esta vez encarnó el papel del director que en la película había encarnado José Orjas.
Creo que nunca necesitó psicoanalizar a sus personajes ni sesiones de meditación ni técnicas específicas para abordar un determinado papel. López Vázquez pertenecía a una generación que tomaba la actuación como un mero oficio. Las consideraciones artísticas, intelectuales y míticas de su trabajo las dejaba para los demás. (Para saber más sobre su humidad y sobre su desapasionada relación con el cine, recomiendo la biografía autorizada de Luis Lorente, titulada exactamente "José Luis López Vázquez").
Sin embargo, con este actor disfrutas realmente, al margen de la calidad que tenga la película. En "Crónica de nueve meses" (1967, Mariano Ozores), interpreta a un marido que está harto de los falsos embarazos de su esposa y ya no se fía de nada, por mucho que la tripa de Julieta Serrano sea cada vez más abultada: Su presencia en esa película es para mí absolutamente memorable, lo que confirma, como decía Howard Hawks, que a menudo el cine es un puñado de buenas escenas, más que un puñado de buenas películas.
"Atraco a las tres" (1962, José María Forqué) es precisamente eso, una sucesión de buenas escenas, interpretadas por un conjunto de actores y actrices irrepetibles. Si a esto le añadimos un guión afortunado y la dirección de un cineasta versátil y con talento, tenemos una de esas pequeñas joyas del cine español que se revalorizan con el tiempo.
López Vázquez es Fernando Galindo, el cajero de cuentas corrientes del Banco de los Previsores del Mañana, que no está a gusto con su trabajo. Todos los días ve pasar el dinero por delante de sus ojos, toca los billetes con sus dedos y sueña con ser millonario. Es un tipo insatisfecho, cansado de la monotonía laboral, de su vida gris y de esa sociedad española tan triste, mustia y llena de frustraciones, como nos muestra con acierto -y salvando la censura- esta película. Una sociedad franquista en la que el director general (José María Caffarel) es como un virrey, a quien sigue de manera servil y rastrera gente como Prudencio Delgado (Manuel Díaz González), el agrio y odioso subdirector que va a ocupar el cargo del generoso, afable y capriano don Felipe (José Orjas). "¡Qué sorpresa tan agradable, señor director general! ¿Se encuentra bien, señor director general? Tiene buen aspecto. ¿Y su augusta madre? ¿Y su bella y distinguida esposa?". "Póngame a sus pies, señor director general".
Frente a ese servilismo tan grotesco y caricaturizado, Galindo actúa con un desdén que apenas disimula. Se ha quedado a dormir en la oficina porque le faltan nueve céntimos para cuadrar las cuentas, pero no va a poder cobrar horas extras por la escrupulosa aplicación de las normas de don Prudencio. "Y luego quieren que no haya revoluciones", murmura el cajero. De mala gana atiende a doña Vicenta (Rafaela Aparicio), que acude a ingresar, como siempre. Y él, también como siempre, utiliza su humor socarrón, en este caso con clara referencia a la política franquista.
- ¿Qué?¿Va bien la vaquería?
- No puedo quejarme, cada vez hay más clientes.
- Y menos vacas, pero mientras sigan haciendo pantanos...
Galindo atiende con desgana a doña Vicenta. |
A otro pobre hombre que trata de ingresar una cantidad más modesta lo tiene esperando hasta que Enriqueta (Gracita Morales) termine de relatar lo que ha ocurrido en el despacho: que don Prudencio ha sido elegido director de la sucursal. Es lo que necesitaba Galindo para expresar ante sus compañeros y ante el depuesto director lo que llevaba tiempo ocultando. "Estoy harto de levantarme a las siete de la mañana, de trabajar como un esclavo, de que pasen millones por mis manos sin que le den a uno tiempo de saborearlos; en una palabra, señor director: me he cansado de ser pobre".
Cuando Galindo, que ha debido leer muchas novelas policíacas y habrá visto mucho cine negro, revela que tiene planeado atracar la sucursal y dar "par-ti-ci-pa-ción en el negocio", don Felipe no sabe si está loco o es un sinvergüenza, y los demás se quedan asombrados. Tan obsesionado está con su plan, que empieza a soñar con un futuro en la Costa Azul y en las pistas de esquí de Chamonix. Incluso acude, con el conserje Martínez (Cassen) a probar un Mercedes de lujo en un concesionario. En su delirio de próximo millonario, al encargado (que Martínez confunde con un ministro) le preguntará si acepta divisas.
Desde un punto de vista sociológico, la película refleja la imagen de un país que estaba inmerso en una política liberalizadora de la economía (la sucursal bancaria sería el símbolo), aunque queda todavía el recuerdo de la dura posguerra. Es muy elocuente la escena del hospital: el conserje está tumbado en la cama, recién operado de apendicitis, satisfecho ante la bandeja de pollo asado con patatas, mientras que sus compañeros no pueden apartar la mirada de la comida hasta que deciden arrebatársela.
Todo el plan del atraco quedaría en una simple rabieta de Galindo si no fuera porque los demás compañeros también empiezan a soñar con una vida mejor. En breves pinceladas comprobamos cómo Cordero (Agustín González) sufre porque su novia se distancia de él, ya que no tiene dinero para casarse; Benítez (Manuel Alexandre) y Castrillo (Alfredo Landa) callejean sin rumbo porque están sin blanca; y a Enriqueta le vienen a embargar el televisor que sirve de entretenimiento para todos los vecinos. Esa noche todos acuden a casa de Galindo para conocer sus intenciones.
El disparate de la trama arranca cuando, como cerebro de la operación, les explica que lo primero a tratar no es el plan, sino el reparto de beneficios, porque "antes de hacer un atraco hay que saber lo que necesita cada uno". De las peticiones modestas pasan a las más lujosas, hasta que Galindo se harta cuando Benítez llega a pedir "un cortijo...¡con toros!". Lo bueno de su personaje es que combina diferentes actitudes de una manera magistral. Cuando recibe a sus compañeros está radiante y feliz, pero eso no le impide tratar a Martínez según su cargo: "Aparta, conserje", le dice cuando éste no para de colocarle bien el abrigo. Se ilusiona, se impacienta, sonríe abiertamente, habla con vehemencia, se indigna... Creo que actúa más al dictado de su instinto que del guión.
Por la mañana aparece por el banco la vedette Katia Durán (Katia Loritz), dispuesta a hacer un fuerte ingreso de dinero, y entonces surge el otro López Vázquez, también reconocible: zalamero, baboso y seductor a la española, siempre embobabo, con la mirada perdida en las piernas de esa bella mujer y bien cargado de réplicas y equívocos que pretenden ser ingeniosos. "¿Y cuántas piernas... digo pesetas, anotamos como primera imposición?".
Si el antipático don Prudencio se mostraba servil con su superior, Galindo lo hace con esta escultural mujer, que parece colmar todos sus sueños. "Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo", se despide con exagerada devoción.
Los protagonistas le quitan la comida a Martínez en el hospital. |
El cajero ejerce su papel de cabecilla del grupo con cinéfila o novelesca precisión, pero con tremenda torpeza, digna de sus compañeros. "Evitad cuestiones personales", dice solemne para zanjar una discusión. Cuando elige quiénes serán los protagonistas del robo, a Castrillo le nombra atracador y conductor del coche, pese a que no sabe conducir. Siempre lleva la voz cantante, es quien decide qué hacer con el pico de dinero que sobra tras el reparto (para la jubilación de don Felipe), cómo pintar el coche alquilado o en qué momento hay que ensayar. Y no permite frivolidades entre compañeros, como el coqueteo entre Enriqueta y Benítez. "¡Basta! Ya está bien, que hemos perdido demasiado tiempo. ¡A ensayar! A ver, los a-tra-ca-do-res, ¡a alinearse!", les ordena como si fuera un sargento.
El ensayo es un desastre que se remata con un golpe exagerado en su cabeza por parte del conserje. Galindo se queda inmóvil en el suelo, con las gafas desencajadas y una cómica mueca de dolor, como si estuviera muerto. A la mañana siguiente, una venda cubre su calva. "Esto es que me he caído por la escalera. ¿Qué pasa? ¿No puede caerse uno por la escalera?", le explica con chulería a don Prudencio, que no hace más que mirarle la herida. Galindo nos cae especialmente bien, entre otras razones, porque es capaz de enfrentarse a sus superiores con valentía, al contrario que sus compañeros, aunque le pueda costar muy caro. Así, cuando el subdirector le recuerda que es él quien manda en la oficina, el cajero le replica con firmeza: "Hasta el día 13 usted no es director de nada". Toda una lección para el resto de empleados, sobre todo para Martínez, preocupado por el brutal golpe que le dio en la cabeza.
- ¿Qué metió en el calcetín? ¿Plomo?
- Arena, ¡pero es que eres un bestia, qué manera de sacudir!
En la escena más floja de la película, Galindo acude al club donde trabaja Katia para informarle de la transferencia. Allí está también Tony (Alberto Breco), el gángster amante de la vedette, que quiere el dinero que ella ha ingresado. El cajero calvo y bajito intenta mantener la dignidad a duras penas. Luego se queda a solas con ella, cenan y beben champán. Galindo es un títere a manos de Katia, incapaz de besarla siquiera, ingenuo e infeliz, porque hasta le va a contar los planes del atraco y la llegada al banco de veinte millones de pesetas. Un error fatal, como se verá más adelante.
Galindo, embobado en el cabaret donde actúa Katia. |
Tras pasar toda la noche fuera de casa, llega al día siguiente tarde a la oficina, pero radiante, enamorado, con una flor en su ojal y una alegría inusual. Lanza el sombrero con precisión hacia el perchero, saluda chasqueando los dedos y hasta tiene palabras amables con don Prudencio. "He venido dando un paseo. Ya vuelven a florecer los árboles y los pájaros trinan en sus nidos. Yo también seré pájaro y volaré. ¡Alegre esa cara, don Prudencio, que ha llegado la primavera!". Éste le informa de que ya es el nuevo director y la cara de Galindo se torna seria y resignada.
- Ya ni trinan los pájaros ni vuela nadie ni florece nada de nada. Enseguida me pongo a trabajar, señor director de la sucursal.
La escena, muy divertida, está rodada en un solo plano desde que entra por la puerta, y juraría que los actores se lo tuvieron que pasar en grande (seguramente repitiendo varias tomas) por la cara de chiste y el tono de voz de López Vázquez cuando acierta a colgar el sombrero. Tras engañar a sus compañeros (con aspecto serio les cuenta que ha pasado la noche meditando el golpe), se citan de nuevo para la reunión más disparatada y surrealista: El plano lo tiene al revés; Martínez le pide el coche de juguete, que utiliza para escenificar el golpe, para su hijo; Castrillo sugiere que el dinero robado se ingrese en un banco; Enriqueta y Benítez quieren ya un adelanto; el propio Galindo no se aclara con las calles.
Llega el día señalado, martes, 13 de diciembre, y aparecen enseguida los problemas. La mujer del conserje está de parto y él sugiere retrasar el atraco. "¿Pero qué te has creído? Un atraco es una cosa muy seria. No se puede tener un hijo en estos momentos, es una barbaridad". Doña Vicenta acude, pero esta vez no es para ingresar, sino para sacar 400.000 pesetas porque quiere comprarse un piso. "¡Un piso! ¡Un piso! En eso se gastan ustedes el dinero. ¡Unos cuantos ladrillos, un poco de cemento y tres tabiques! Y una hipoteca que dura veinte años". Galindo tiene que hacer malabares dialécticos para echarla del banco, con la excusa de que el palito de la 't' en la firma no es suyo. Al resto de indignados clientes, que también quieren sacar dinero, los mantiene a raya, imperturbable, con todo tipo de excusas peregrinas.
Cuando llegan los veinte millones, Galindo y Cordero se las ingenian para perder el tiempo contando una y otra vez todos los billetes, ante la desesperación del director, que sólo quiere meterlos enseguida en la caja fuerte. Mientras, los tres atracadores esperan en el punto A con un coche que no arranca y los relojes sin sincronizar. El tiempo pasa y no llegan. Desesperados e inquietos, Enriqueta, Galindo y Cordero sólo miran cómo se mueven las agujas del reloj lentamente.
A los cinco minutos de la hora señalada entran tres atracadores, muy profesionales, aunque nuestro personaje no puede evitar hacerles un reproche. "Sois una calamidad, ¿eh? Tarde y con pañuelitos. ¿Y las medias? ¿Qué habéis hecho con las medias?". Galindo se queda maravillado ante el enérgico y brutal comportamiento de los que cree sus compañeros, pero pronto advierte que algo va mal. La angustia al comprobar que otros ladrones les están robando lo que ellos ambicionaban puede más que el miedo y los tres se encaran con esos profesionales. Una hora más tarde llegan Martínez, Benítez y Castrillo y entre todos consiguen reducirlos.
Los empleados, excepto don Prudencio, que ha quedado como un cobarde, reciben una recompensa. Todo vuelve a la normalidad, porque el antiguo director ha recuperado su cargo. El único inconformista sigue siendo Galindo, que no está dispuesto a renunciar a su sueño. Cuando los demás se burlan de él y rechazan sus futuros planes, nuestro personaje lo tiene muy claro: "¡Aficionados! ¡Que sois unos aficionados!".
La película
- Pedro Masó, productor y guionista de la película, reveló que escribió la historia en nueve noches de inspiración. Vicente Coello y Rafael J. Salvia completaron y mejoraron el guión. Se estrenó el 10 de diciembre de 1962 en Madrid y costó casi 5 millones de pesetas.
- La película toma como referencia dos éxitos del cine francés ("Rififí", 1955) y del cine italiano ("Rufufú", 1958), dirigidos respectivamente por Jules Dassin y Mario Monicelli, y que gozaron de popularidad en España. Años más tarde, Mariano Ozores tomó como ejemplo la película de Forqué para realizar "Todos al suelo" (1982). En 2003, Raúl Marchand dirigió "Atraco a las tres y media", un remake adaptado a los nuevos tiempos y producido también por Pedro Masó. Iñaki Miramón interpretó a Galindo.
- En la película se juntaron cuatro voces muy características: Gracita Morales, Manuel Alexandre, Manuel Díaz González y el propio López Vázquez, intérpretes de teatro y de cine que en su juventud añadieron efectos a su forma de hablar, principalmente cómicos, para ser más reconocibles.
- Fue López Vázquez quien se inventó esa frase ("Fernando Galindo, un admirador, un amigo...") tan afortunada que utiliza cuando se encuentra con Katia Loritz.
- "Atraco a las tres" suele estar casi siempre en las listas de las mejores películas españolas de todos los tiempos.
- Alfredo Landa, que sólo había hecho de extra en el cine años atrás, debutó como actor en esta película. En sus memorias cuenta que su primer encuentro con el director aragonés fue desalentador. Forqué le dijo: "Siéntate, pon cara de susto y después vete a casa".
José María Forqué. |
- Galindo, como se llama nuestro personaje, es el segundo apellido del director aragonés, nacido en Zaragoza en 1923.
- En el año 2002 se produjo el estreno de la versión teatral, que contó con la presencia simbólica de Manuel Alexandre (Benítez), que esta vez encarnó el papel del director que en la película había encarnado José Orjas.
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