lunes, 24 de junio de 2013

Roger O. Thornhill

Cary Grant
"Con la muerte en los talones"


¿Qué es el cine? Arte, movimiento, técnica, emociones, humor, pasión, negocio, glamour... Imposible resumirlo en una palabra, pero, si tuviera rostro, le pondría el de Cary Grant. ¿Y quién fue Cary Grant? Un símbolo universal del Séptimo Arte, fascinante icono de la elegancia, inimitable creador de estilo y mito absoluto en el oficio de interpretar.
Sirva esta elocuente anécdota: en una ocasión, Cary Grant asistió, junto con otras personalidades de la cultura, a una cena en honor de Margaret Thatcher, entonces primera ministra del Reino Unido. Cuando terminó el homenaje, el actor Charlton Heston le dijo orgulloso a su esposa: "¿Sabes que estuve sentado al lado de la señora Thatcher?". Su mujer le replicó: "Eso no es nada, yo he estado sentada al lado de Cary Grant".
Todos querían ser Cary Grant. Hasta él, nacido como Archibald Alexander Leach, aspiraba a disfrutar de esa vida, a ser un seductor, un héroe, un cómico y un hombre arrebatador. Una de sus geniales virtudes consistía en saber reírse de sí mismo, perder un poco la dignidad pero con la compostura intacta. Su sentido del humor, sus gestos y su contradictorio porte (elegante pero cómico) le permitían suavizar las situaciones más dramáticas. Había conseguido algo casi imposible: resultar un tipo cercano y familiar para el espectador pese a tratarse de uno de los actores más fascinantes del siglo XX. Digamos que, salvando las distancias, algo parecido a lo que inspira hoy en día George Clooney, si se permite la comparación.
En 1959, después de una trayectoria inolvidable y repleta de obras maestras, participó en una película monumental, "Con la muerte en los talones" ("North by Northwest"), que Alfred Hitchcock, sin duda, no levantó como homenaje al cine, pero que hoy en día parece como si ese hubiera sido su propósito. Como la definió François Truffaut, es el perfecto epílogo de su etapa americana y la quintaesencia de su arte. "Quiero hacer una película de Hitchcock que acabe con todas las películas de Hitchcock", explicó el propio director.
El argumento es, básicamente, una vuelta de tuerca a obras redondas como "39 escalones", "Alarma en el expreso" o "Sabotaje": Roger O. Thornhill (Cary Grant), un rutinario ejecutivo publicitario, es confundido por Phillip Vandamm (James Mason) con el agente secreto de la CIA George Kaplan. Aunque escapa de una primera tentativa de asesinato, Thornhill se verá involucrado en una trepidante lucha por la supervivencia.
En realidad, si consideramos que "North by Northwest" es un monumento al cine se debe no sólo a la calidad de la película y a lo bien que nos lo hemos pasado, sino a la manera en que Hitchcock juega con el espectador. Una vez que acaba la película descubrimos, admirados, lo inverosímil y artificial que resultan algunas partes de la historia, las trampas argumentales que el director y el guionista han ido dejando por el camino, el absurdo macguffin (o intriga final) que en esta ocasión nos ha regalado Hitchcock y la cadena de tremendas casualidades sobre las que se sostiene la trama... Es un experimento psicológico, como si el británico hubiera querido demostrar que el cine en estado puro no es más que el arte del engaño.

Con su secretaria Maggie, antes de empezar los problemas.

Roger O. Thornhill, el personaje de Grant, compendia muchos de los papeles que había encarnado el actor hasta la fecha. Se trata, en esencia, de un tipo corriente de Nueva York que se siente cómodo en la jungla urbana. Precisamente, esa característica es una de las más interesantes de la película, porque todo lo que le va a ocurrir resulta extraordinario: víctima de un secuestro y de varios intentos de asesinato, tendrá que escapar de los villanos y de la policía; se enamorará y será traicionado; se convertirá en espía ocasional y, finalmente... Dejémoslo para más adelante. Si fuera un policía, un agente secreto o un héroe aventurero, el público no se sentiría tan fascinado y compenetrado con Thornhill. Y lo que le hace aún más creíble es que lo interprete Cary Grant, actor acostumbrado a soportar en sus películas situaciones arriesgadas, descabelladas y llenas de equívocos.
Muy en concordancia con su carácter desenvuelto, ingenioso y espabilado, nuestro protagonista trabaja como agente publicitario. Tal vez por ello no siente ningún remordimiento al arrebatarle el taxi a un hombre con la excusa de que su secretaria está enferma: "Maggie, en el mundo de la publicidad no existe la mentira, si acaso se llama exageración", le alecciona una vez dentro del vehículo.
La personalidad de Thornhill queda bien reflejada en los primeros minutos. Es un hombre cordial, elegante y con un porte muy distinguido; se trata, sin duda, de un alto ejecutivo, ya que está lo suficientemente ocupado como para arrastrar consigo a su secretaria hasta el exterior y dictarle las últimas órdenes por el camino. Le preocupa su aspecto hasta el punto de preguntarle a la chica si cree que está engordando. Su sentido del humor es sarcástico, sobre todo en lo que hace referencia a su madre, Clara Thornhill (Jessie Royce Landis).

- Roger: Dígale a mi madre que ya me habré bebido un par de martinis, así que no se moleste en olfatearme el aliento.
- Maggie: ¡Oh, no hará eso realmente!
- Roger: Claro que sí. Como un sabueso.

Sucesivos personajes nos irán revelando detalles de la personalidad de Thornhill. Cuando llega al hotel Plaza para entrevistarse con unos hombres de negocios, por uno de ellos sabremos que Roger es un tipo lento para tomar decisiones, pero perseverante y obsesivo cuando se lanza. Esta cualidad le empujará a meterse en líos a lo largo de la trama.
Thornhill se maneja de maravilla en su mundo, un triángulo compuesto por su trabajo, su vida social y su madre, con quien mantiene una divertida relación. Clara es una viuda que atraviesa por una segunda juventud y que actúa como si fuera su alocada hermana. En ningún momento muestra signos de preocupación maternal, algo que sería más lógico si hiciera caso del peligro real que sufre su hijo; pero lo cierto es que nunca llega a creerse del todo que Roger tenga problemas.

Roger, forzado a emborracharse con bourbon.

La trama de la película ya no nos permite saber más de ese universo suyo, porque de repente dos tipos le secuestran sin explicaciones y se lo llevan a una lujosa mansión. Thornhill se convierte, a ojos de Phillip Vandamm y de su secretario, Leonard (exquisito Martin Landau), en un agente secreto llamado George Kaplan. Lo curioso es que Thornhill creerá estar ante un tipo llamado Townsend, auténtico dueño de la mansión, y que acabará asesinado más adelante en las Naciones Unidas.
A partir de esas horas, el personaje de Cary Grant se va a especializar en lo que él mismo llamará "el arte de sobrevivir". Primero tratará de entender qué le está ocurriendo, porque no es fácil asimilar en pocos minutos un secuestro express, un sorprendente error de identidad y la amenaza de muerte. Cuando los matones Licht (Robert Ellenstein) y Valerian (Adam Williams) ponen a prueba su resistencia al bourbon y se disponen a asesinarlo, descubrimos que Thornhill es un hombre de insospechados recursos: ebrio hasta las cejas, su instinto le lleva a empujar a Licht del coche para no caer por un acantilado, a conducir casi a ciegas por una carretera agónica y a ponerse en manos de la policía. A lo largo de la película le veremos salir airoso de varias situaciones arriesgadas: de la habitación del tal Kaplan en el hotel Plaza, del edificio de las Naciones Unidas, cuando es acusado de asesinato, del tren expreso Siglo XX, del ataque de un avión fumigador, del salón de subastas y, por supuesto, del trepidante final en el Monte Rushmore.

"¿Ustedes, señores, no pretenderán en serio asesinar a mi hijo, verdad?".

Como ocurre en muchas de sus películas, el porte de dignidad que posee Cary Grant se desvanece en situaciones jocosas; en este caso, quien le hace perder esa dignidad suele ser su madre, a quien no le preocupa ridiculizar a su hijo delante de la gente ("¿Ustedes, señores, no pretenderán en serio asesinar a mi hijo, verdad?", como les suelta a la pareja de asesinos en el ascensor del hotel) o por teléfono.
Cuando está relajado, libre de persecuciones, descubrimos a un Thornhill tremendamente seductor: su relación con Eve Kendall (Eva Marie Saint) es explosiva desde el instante en que se juntan en el vagón restaurante.
- Eve: Nunca hablo de amor con el estómago vacío.
- Roger: Usted ya ha comido...
- Eve: Pero usted no.

Cuando Roger conoce a Eve. Una sugerente escena.

Roger burla la vigilancia policial una vez más, pero en realidad ha caído -o eso parece- en manos de la bella novia de Vandamm. A instancias de éste, ella le prepara un encuentro con Kaplan que nunca se producirá: se trata de la mítica escena a campo abierto, en un cruce de carreteras, y de nuevo su empeño por mantenerse vivo evitará que muera; en esta ocasión, perseguido dramática y espectacularmente por una avioneta.
Nuestro personaje entiende ahora que Eve le ha tendido una trampa, aunque no sabe muy bien por qué. Se siente herido, desengañado y airado, pero procura disimular, al menos hasta saber algo más de aquella misteriosa mujer. Gracias a su habilidad para conseguir lo que quiere (muy propio de los publicistas), se planta en el salón de subastas donde, por fin, descubre que Eve y Vandamm están juntos. Otras virtudes propias le permitirán salir con vida de aquella sala: su agudeza para improvisar y su sentido del humor; cuando Roger se siente acorralado, comenzará a pujar sin sentido, provocando al personal para que llamen a la policía. Genial salida, muy habitual en el cine de Hitchcock.
Detenido por dos agentes, Thornhill no acaba en la comisaría, sino en un aeropuerto donde le espera el Profesor (Leo G. Carroll), hombre de la CIA, del FBI o de algún inconcreto servicio secreto del Gobierno. Y por fin, después de una hora y media de metraje, conocerá la verdad oculta de todo cuanto le está pasando: Kaplan no existe, es un señuelo para que Vandamm no descubra al verdadero espía que tiene a su lado, nada menos que Eve Kendall.
Hasta entonces no sabía a qué atenerse, tan sólo escapaba de las situaciones más arriesgadas gracias a su instinto. Ahora ya es dueño de la situación y puede decidir. Es como si la película hubiera sido, además de la búsqueda de un agente inexistente, la aventura de encontrarse a sí mismo. El Thornhill inmaduro y niño grande del principio (dos veces casado y divorciado, felizmente acostumbrado a su madre) ya es un tipo decidido a comprometerse por amor a la chica, su objetivo prioritario.
Encerrado en una habitación de hotel para no poner en riesgo a Eve, Roger consigue escapar por la ventana y se dirige a la mansión de Vandamm, que esa misma noche se va a marchar del país con la chica y con unos secretos de Estado ocultos en una estatuilla. Gracias a su acción, consigue enterarse de que Leonard ha descubierto la verdadera identidad de Eve, por lo que tiene que ayudarle a escapar. Comprometido por amor y convertido en un hombre de acción, resolutivo y con recursos, el desenlace se resuelve de forma dramática en las cabezas de los presidentes del Monte Rushmore. Una elipse magistral encadena la tensión con una inspirada escena en un tren, donde comienza el futuro en común de Eve y Roger.
- ¡Vamos, señora Thornhill!
- ¡Oh, Roger, eso ya pasó!
- Lo sé, pero soy un sentimental.

La escena final.


Curiosidades de la película:
- El título original, North by Nortwest, se le ocurrió al jefe de guionistas de la Metro, Kenneth MacKenna, en referencia a la pérdida de orientación del protagonista. Hitchcock negó rotundamente que surgiera de unos versos de Shakespeare en "Hamlet: "I am but mad north-northwest".
- James Stewart trató de conseguir el papel de Thornhill, pero Hitchcock achacó al actor el relativo fracaso de "Vértigo" y optó por Grant.
- Ernest Lehman, el guionista, quiso hacer "una película de Hitchcock que acabara con todas las películas de Hitchcock".
- Hitchcock no obtuvo permiso para filmar en las Naciones Unidas, ni siquiera en los alrededores, pero se las apañó para seguir con la cámara a Cary Grant cuando entra en el edificio.
- Roger O. Thornill dice en una escena que la “O” de su apellido no significa nada. Fue un guiño a David O. Selznick, cuya “O” tampoco significaba nada.
- La actriz Jesse Royce Landis hace de madre de Cary Grant, aunque en realidad era sólo siete años mayor que él.
- La censura española recortó la escena de amor en el tren y, también en Estados Unidos, se cambió la frase de Eva Marie Saint: “Nunca hago el amor con el estómago vacío” por “Nunca hablo de amor con el estómago vacío”.
- Cary Grant se llevo 450.000 dólares por la película, un porcentaje en los beneficios y 315.000 dólares por retrasos en el rodaje.
- Durante el rodaje en el Monte Rushmore, Eva Marie Saint descubrió con sorpresa que Cary Grant les cobraba a sus fans 15 centavos por autógrafo.
- Hitchcock tenía previsto que Grant estornudara al pasar por la nariz de Lincoln en el Monte Rushmore.
- Martin Landau se quejó a Hitchcock al comprobar que siempre le daba instrucciones a James Mason, Cary Grant y Eva Marie Saint, pero a él no. El director le tranquilizó al asegurarle que nunca daba indicaciones a un actor si creía que lo estaba haciendo bien.

El famoso plano en la carretera. Tampoco es Kaplan.

- El plano final de la película (el tren penetrando en un túnel) es una metáfora sexual de la que los censores no se percataron.
- Con cierto sentido, Roger O. Thornhill está considerado como el primer James Bond de la historia; y así lo reconocieron los guionistas de esa saga. De hecho, el primer actor en el que se pensó para interpretar al agente 007 fue Cary Grant.
- La historia de la falsa identidad de un espía tiene su base real en la II Guerra Mundial, cuando unas secretarias de la embajada británica en Oriente Medio inventaron un agente secreto para despistar a los espías alemanes.
- Aunque en su época no obtuvo reconocimientos (como a menudo ocurría con Hitchcock), hoy en día está considerado como uno de los mejores filmes de la historia del cine, el 44º según el American Film Institute.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Coronel Dax

 Kirk Douglas ("Senderos de gloria")


La década prodigiosa de Kirk Douglas, desde 1951 a 1960, contiene una docena de obras maestras y está repleta de personajes memorables, de esos que te obligan a amar el cine para siempre. Desde Chuck Tatum ("El gran carnaval") hasta el esclavo Espartaco ("Espartaco"), el legendario actor nos obsequió con papeles intensos, vigorosos, a menudo atormentados y tan llenos de vida que podrían escapar de la pantalla: Jonathan Shields ("Cautivos del mal"), Van Gogh ("El loco del pelo rojo"), Matt Morgan ("El último tren de Gun Hill"), Doc Holliday ("Duelo de titanes"), Einar ("Los vikingos")...
Queda un personaje esencial, un coronel del ejército francés durante la Primera Guerra Mundial que asistirá, impotente e indignado, a uno de los episodios más vergonzosos de la historia militar de su país. Sobre el coronel Dax gira la trama de la soberbia "Senderos de gloria" ("Paths of glory", 1957), donde el talento de Stanley Kubrick, director, y el genio de Kirk Douglas, actor y productor, se unieron para dar forma a una de las grandes cumbres del cine, posiblemente el mejor alegato antibelicista jamás filmado.
Dax sólo es un apellido corto, sin nombre, sin linaje ni oropeles. No pertenece al noble estrato social de los generales Mireau (George Macready) y Broulard (Adolphe Menjou), pese a que, por jerarquía militar, debería ser alguien muy cercano a ellos. Dax marca las distancias con una frialdad muy calculada: no congenia con sus superiores, aunque se muestra cortés y atento cuando tiene que tratarlos. Tampoco puede ser compañero de sus soldados, pero intuímos que comprende mucho mejor las inquietudes de su tropa que las elevadas motivaciones de los generales.
La personalidad de Dax se revela mucho mejor en contraste con la de estos dos personajes. Mireau y Broulard pasean sus elegantes trajes por los enormes salones de un castillo, desde donde hacen la guerra y planean sus objetivos. Dax la vive en un tenebroso cuarto dentro de la trinchera, sin lujos, con una silla como único elemento de bienestar. No necesita demostrar que está en sintonía con sus hombres, porque tiene el mismo rostro fatigado que ellos. Pero ni en mil batallas podrán conectar los generales con la tropa; cuando Mireau pasea por las trincheras, con su impecable vestimenta y sus modales aristocráticos, sólo es capaz de soltar la misma frase: "¿Qué tal, soldado? ¿Dispuesto a matar alemanes?". No puede decir nada más, porque no sabe qué más decirles a esos hombres.
Antes de la guerra, Dax era uno de los más reputados abogados criminalistas de Francia. Quizá por ello aprecia mucho más el sentido de la justicia que determinados valores militares. Cuando el ayudante del general Mireau, el mayor Saint-Auban (Richard Anderson), desprecia a los soldados, que actúan con instinto animal ante los bombardeos, incapaces de dispersarse, Dax le mira fijamente a los ojos: "Más bien con instinto humano, ¿o es que usted no ve la diferencia, mayor?". Y sólo dejará de mirarle cuando el aludido baje la cabeza.

Dax atraviesa la trinchera: una de las escenas clásicas del cine.

El coronel recibe la noticia del siguiente plan militar: tomar la colina de las Hormigas. Es un objetivo que tal vez sobre un plano pueda parecer factible, pero sobre el terreno es completamente suicida. Mireau, con fría crueldad, ya ha calculado que la mitad de los hombres morirán en el ataque. Una trágica consecuencia que le importa bien poco, porque se diría que la guerra es, para él, una partida de ajedrez que afronta gozoso con una copa de coñac en la mano. Esencialmente es un militar mediocre, arcaico, incapaz de entender que la guerra mundial es una contienda moderna, mucho más sangrienta y despiadada que las batallas decimonónicas que haya podido planear desde otros despachos.
Cuando Mireau apela al patriotismo para convencer a Dax, éste recuerda una cita del político inglés Samuel Johnson sobre ese elevado y abstracto ideal al que suelen apelar casi siempre quienes mandan a otros a morir por él: "El doctor Johnson decía que el patriotismo es el último refugio de los canallas; lo siento, señor, no quería molestarle", le suelta con media sonrisa. Es evidente que Dax sí pretende molestarle. Mireau, muy ofendido por el insulto, le amenaza con alejarle del servicio y de sus hombres. Es lo peor que le puede pasar a Dax, leal y comprometido con su tropa. Sólo por esa razón asumirá y dará por buena la misión.
La lealtad y la disciplina son otras dos grandes virtudes del coronel, pese a lo que cree su inmediato superior. Cuando tiene que explicar el plan de ataque a sus oficiales, ni una sola crítica escapa de sus labios. Incluso es capaz de sobrevalorar la participación de Mireau, aunque éste se limitará a observar con prismáticos la ofensiva.

El coronel, a punto de lanzar el ataque suicida.

Llega el momento decisivo. Dax recorre toda la trinchera en silencio y sin mirar a sus soldados. Lo vemos en un travelling fabuloso, que ha pasado a la historia como una de las escenas más memorables del cine, tanto por el movimiento de cámara, que anticipa los pasos del coronel, como por el rostro de Kirk Douglas. Las explosiones se suceden alrededor, pero él ni se inmuta: no va a demostrar ni una pizca de debilidad. Cuando llega a la escalera por la que saldrá al campo de batalla, extrae su pistola, se coloca un silbato en la boca y da la orden. Cientos de soldados salen del escondite para exponerse a una muerte insensata, diseñada por dos generales irresponsables.
Dax avanza sin mirar hacia atrás y sin detenerse a contemplar los cadáveres que caen a su alrededor. Sabe que el campo de batalla se está convirtiendo en un cementerio para sus hombres, pero no quiere pensar en eso... hasta que repara en que un ala del ataque no existe, porque muchos de sus soldados se han quedado en la trinchera. Tendrá que regresar para sacarles de ese agujero, pero cuando llega comprueba que es materialmente imposible salir de allí: los cadáveres se amontonan arriba ante una lluvia incesante de proyectiles que impide cualquier movimiento.
A mucha distancia, el general Mireau observa el estrepitoso fracaso de su plan. Sufre un ataque de cólera y ordena, varias veces, disparar contra sus paisanos. El comandante de batería se niega a obedecer si esa orden no llega por escrito. Humillado por ese subordinado, reclama entonces que se fusilen a cien hombres. "Son despreciables, una cuadrilla de perros rastreros y cobardes".
Para satisfacer al general, el alto mando reduce la exigencia a tres soldados, que serán elegidos por azar y fusilados como escarmiento. Dax se ofrece primero como único sacrificado y luego como abogado de los condenados. Quizás entonces ha perdido ya su fe en la justicia militar; no puede entender que hayan complacido el capricho de Mireau sin más. Una mínima investigación de los hechos hubiera desvelado, por ejemplo, no sólo que el general quiso disparar sobre sus hombres en un arrebato de rabia, sino que ha ocultado esas intenciones para que nadie cuestione el castigo ejemplar que exige su sentido del patriotismo y su dignidad. También se hubiera conocido que uno de los condenados, el cabo Paris (Ralph Meeker), salió elegido porque fue testigo de la cobardía del teniente Roget (Wayne Morris), que mató accidentalmente a un soldado durante una escaramuza.
El consejo de guerra se convierte en una grotesca pantomima, en "una deshonra y un agravio al honor", como lo calificará Dax. Se siente impotente frente a la parcialísima actuación del juez, la indigna actitud del fiscal y la complicidad de unos oficiales que ya han decidido la ejecución sin esperar el resultado del juicio. Por eso, porque entiende que todo está perdido, se olvida de discursos sensatos: "Caballeros y miembros del tribunal, hay ocasiones en que siento vergüenza de pertenecer a la raza humana, y ésta es una de ellas". Ha protestado, ha insultado a la propia corte y, finalmente, sólo le queda como último recurso apelar a la compasión del tribunal.
A su manera, dentro del estrecho margen que le dejan, Dax aún tendrá ocasión de hacer justicia. Primero, al encargarle al teniente Roget que dirija el pelotón de ejecución de los tres soldados, como venganza por haber mandado a la muerte al hombre que conocía su secreto; es una misión odiosa, que le avergonzará y le marcará delante de soldados y suboficiales. Después, al informar a Broulard sobre las intenciones que tenía Mireau de disparar contra la tropa, una acción indigna que puede acabar con su carrera militar.

Broulard, Dax y Mireau, en una magnífica escena.

Dax tendrá ocasión de conocer la catadura moral de este general, más peligroso aún que Mireau, quizá porque su amabilidad y su aire campechano ocultan a un ser tremendamente cruel, que toma decisiones criminales sin perder la sonrisa.
- "Los soldados son como los niños, necesitan disciplina; y un modo de mantener la disciplina es fusilar de vez en cuando".
- ¿Puedo preguntarle si de verdad cree en lo que acaba de decir?".
El coronel amenaza con hacerle chantaje y difundir a los periodistas y a los políticos el escándalo de Mireau para que Broulard inicie la investigación y no se olvide del asunto. Ya no le sirve para salvar la vida de los tres desgraciados soldados, pero al menos permitirá castigar la soberbia de un individuo que es capaz de mostrarse cínico después de la ejecución: "Sus hombres murieron muy bien", le suelta Mireau al coronel mientras disfruta del almuerzo.
Broulard "vende" a su amigo y cree que todo lo que ha hecho Dax es para ascender en la jerarquía militar y ocupar el puesto del general. "Señor, ¿me deja sugerirle que puede hacer con ese ascenso?", le responde. Cuando le pide que se disculpe, el coronel explota de indignación por primera vez. "Me disculpo por no haberle dicho antes que es usted un degenerado, un viejo sádico, ¡y aunque me hunda en la profundidad del infierno no le pediré más disculpas!”.
Broulard no puede entender que existan aún idealistas como Dax, personas capaces de anteponer el sentido de la justicia, la honestidad y el deber a las ambiciones y corruptelas que parecen dominar el mundo del general. Tan acostumbrado está a esa perversión, que realmente no se siente culpable de nada.

- "¿Qué es lo que he hecho mal?".

- "Si no sabe contestar a esa pregunta, le compadezco".

El coronel Dax se aleja del castillo y se acerca a la cantina. Desde fuera escucha vociferar a sus hombres. Rostros agitados y agresivos contemplan a una muchacha alemana que siente pánico al enfrentarse con semejante jauría humana. Pero cuando se pone a cantar, la violencia desaparece del ambiente; los soldados están conmovidos y emocionados. Y Dax, sonriente, se aleja, convencido de que, pese a todo, quizás nada está perdido en este mundo.

La película:
- Stanley Kubrick, Calder Willingham y Jim Thompson se encargaron de adaptar la novela de Humphrey Cobb, publicada en 1935 con el mismo título. Novela y película están inspiradas en un episodio real, el fusilamiento de cuatro soldados franceses en 1915 por insubordinación. Casi veinte años después de su muerte, el ejército francés reconoció la imprudencia del general contra el que se rebelaron y rehabilitó el honor de los soldados.
- La película fue la primera colaboración entre el talento de Kubrick, director, y el genio de Douglas, actor y productor, que había creado tiempo atrás Bryna Productions.
- Kirk Douglas reconocía el talento de Kubrick, pero lamentó que quisiera alterar el desenlace de la novela para conseguir un final feliz y más comercial. Según su autobiografía, "El hijo del trapero", le exigió al joven cineasta que volviera a escribir el final conocido.

Kubrick y Douglas, en un momento del rodaje.

- Las desavenencias entre ambos estallaron en su segunda y última película: Douglas acusó a Kubrick de querer firmar el guión de "Espartaco" en lugar de Dalton Trumbo, que hasta entonces utilizaba un seudónimo por ser víctima de la "caza de brujas" del senador Joseph McCarthy.
- Como esperaba el productor, la película obtuvo discretos resultados en taquilla. Tampoco la crítica la ensalzó en su momento, pero con el paso del tiempo esta percepción cambió radicalmente. Hoy en día, muchos expertos la consideran la mejor película de cine bélico (antibelicista en este caso) de la historia.
- "Senderos de gloria" fue prohibida en Francia y, entre otros países, en España, donde su estreno no se produjo hasta 1986.
- Aunque la historia está ambientada en el frente francés de 1916, el rodaje tuvo lugar en Munich, porque a Kubrick le gustaron los castillos de los alrededores.
- Richard Burton y James Mason fueron dos de los candidatos para el papel del coronel Dax, aunque Gregory Peck fue el mejor colocado para conseguirlo. Kirk Douglas, que inicialmente no pudo por estar ocupado en una función teatral de Broadway, se quedó al final con el personaje.
- La mayoría de los actores que participaron en las escenas de la trinchera enfermaron debido al tremendo frío que pasaron. Más tarde reconocieron que esas condiciones ayudaron a recrear las penalidades de los soldados, como exigía el guión.
- La actriz que interpreta a la cantante alemana en la escena final, Christiane Harlan, se convirtió en la esposa de Kubrick.


jueves, 22 de noviembre de 2012

Hazel Flagg

Carole Lombard ("La reina de Nueva York")

March, Lombard y Connolly, en un cartel promocional del film.

Carole Lombard es un bellísimo recuerdo en la historia del cine. Falleció en 1942, en un accidente de aviación, sin poder ver el estreno de "Ser o no ser", una de las mejores comedias que se hayan filmado nunca y de la que era excepcional protagonista. Joven, divertida, guapa, fresca y disparatada, poseía un desparpajo y un sentido desenfadado del humor que no casaban con su hermoso rostro, clásico y elegante, ni con su esbelta figura, que parecía diseñada para lucir lujosos vestidos. El público la adoraba. Los miembros del rodaje la adoraban. Los actores la deseaban. Y Clark Gable la idolatraba hasta el punto de que jamás volvió a ser el mismo al quedarse viudo. Desde 1942 hasta su muerte fue el viudo de América, pese a sus posteriores aventuras y matrimonios.
En 1937, con 29 años, se puso a las órdenes de William Wellman para interpretar a Hazel Flagg, una joven de Warsaw (pueblo ficticio), en el condado de Vermont, que, al parecer, ha sido expuesta a una radiación y tiene las horas contadas. Wally Cook (Fredric March), reportero de Nueva York, intentará sacar todo el partido posible de esa desgracia para relanzar su carrera periodística. Así arranca la trama de la genial screwball (comedia loca) de Wellman, aderezada con la aportación de fantásticos secundarios (Walter Connolly, Margaret Hamilton, Charles Winninger o Sig Ruman), con unos diálogos muy brillantes, situaciones jocosas y la comicidad gestual y locuaz de una actriz en plena forma.
Cook se marcha al pequeño pueblo de Warsaw dispuesto a entrevistar a Hazel Flagg, la joven que está condenada a muerte por radiación. Pero al llegar se ve expuesto al desprecio, a las burlas e incluso a los ataques de sus habitantes por tratarse de un periodista. Mientras tanto, la joven acaba de enterarse de que no va a morir. El doctor Downer (Charles Winninger) se equivocó en sus análisis. Lejos de reprocharle su error, en realidad le agradece que le haya salvado la vida. Tal es la relación entre el disparatado médico y la absurda joven.
No sabemos nada sobre la vida de Hazel y, tal como discurre la película, ni falta que hace. Puede ser huérfana y vivir sola, sin familia, porque en ningún momento tenemos indicios de que existan padres o hermanos. Aparece en pantalla llorando camino de la consulta, desconsolada por su escaso margen de vida, y sale también llorando, frustrada porque va a seguir viviendo y eso significa que ya no podrá viajar a Nueva York, como pensaba, para disfrutar a lo grande de sus últimas horas. Curiosa paradoja: le alegra vivir, pero la perspectiva de quedarse para siempre en el pueblo le parece casi un castigo mayor. Es como una chiquilla que no mide las consecuencias de sus actos. Hazel Flagg ha crecido físicamente pero es una niña.
En su camino se tropieza con el desdichado periodista, ajeno a la nueva noticia. Y cuando ella está a punto de revelarle que todo era un error médico, él comete un error más grave: invitarla a pasar sus últimos días de vida en Nueva York, con todos los gastos pagados. Una sabrosa tentación para la chica, que decide mantener la farsa con tal de huir de Warsaw y disfrutar de los placeres de la gran ciudad para cumplir el sueño de su vida. Ya se arreglará todo cuando llegue el momento.

Hazel espera resignada que un poeta se inspire en su tragedia.

Hazel Flagg es tan inconsciente, tan deliciosamente infantil, que no alcanza a comprender en qué embrollo está a punto de meterse. En el avión, acompañada por el periodista y el doctor -el único que está al tanto de la farsa- parece una niña ilusionada y apenas siente remordimientos por lo que está haciendo. Entonces ya le advierte a Cook que no quiere saber nada de médicos. "Todo el mundo sabe que el envenenamiento por radio es incurable, así que ¿para qué perder el tiempo con pruebas médicas?".
El "Morning Star", periódico que patrocina la farsa, le prepara un gran recibimiento: recibe de manos del alcalde la llave de Nueva York, una ciudad que se rinde a sus pies; banquetes, portadas, fiestas, paseos turísticos... hasta una velada de lucha libre se paraliza porque la joven está entre el público.
Quien sí tiene remordimientos es Wally Cook, impresionado por el valor y la expresión de felicidad de la muchacha. Le confiesa que él es un farsante, porque aprovecha su tragedia para elevar su prestigio como periodista. Está tan compungido, que ella trata de animarle:
- "Hoy me encuentro muy bien...".
- "No exprese tanta alegría, se me parte el alma".
La abrumadora tristeza que siente a su alrededor (rostros que la observan en silencio y cabizbajos, lágrimas, miradas de compasión y ese extraño fotógrafo que parece pedir perdón cada vez que dispara su cámara) comienza a hartarle. Cook le hace ver que muchas de esas lágrimas son fingidas. "Mejor que sean fingidas, así estamos en paz", replica ella.
No es el ambiente que esperaba. Hazel pretendía pasárselo en grande y, sin embargo, todo lo que le rodea le hace llorar... excepto si se emborracha. Cuando se desmaya en una fiesta, todos creen que es el principio del fin, pero al doctor le basta con olerle el aliento para darse cuenta del asunto.
Su conciencia despierta con la resaca, pero no precisamente por su fraude, sino por el grave daño profesional que le va a causar a Wally Cook cuando se conozca la verdad. En pocas palabras: se está enamorando de él. Al periodista le ocurre algo parecido: tantas horas a su lado le han reblandecido el corazón; ya no le importa tanto el impacto periodístico de su exclusiva y su éxito profesional como el daño que se le pueda causar a la joven en las que -él aún cree- están siendo sus últimas horas.

La pareja protagonista.

Wally le abruma todavía más cuando le revela que está organizando los preparativos de un entierro que contará con un desfile de 30.000 vehículos y medio millón de personas. Pero la sorpresa es otra: Cook ha llamado a un experto mundial en radiaciones para que la visite. "Tengo que suicidarme antes de que me reconozca ese médico", le suelta luego a su doctor. En realidad su intención es dejar una nota, lanzarse al río, disponer de una barca que la recoja y desaparecer con su médico para siempre. Pero Wally Cook llega a tiempo... a tiempo de empujarla en su ímpetu y tirarla al agua. La cara de niña enfadada que le sale a Carole Lombard es tan reveladora como la que pone cuando ella y Cook se besan por fin.
Por desgracia, cuando regresa al hotel le espera el especialista en radiaciones, el doctor Emil Eggelhoffer (Sig Ruman), que ha traído consigo a un equipo de expertos europeos. La conclusión es que no está envenenada y así se lo hacen saber al director del Morning Star, Oliver Stone (el genial, como siempre, Walter Connolly).
A Cook le importa más saber que ella va a vivir que el monumental fraude que ha montado. Y Hazel no tiene fin: finge una pulmonía para no tener que dar la cara. Está avergonzada ante Wally, asustada como si fuera una chiquilla que ha mentido a sus padres y teme las consecuencias. A él sólo se le ocurre aumentar de forma acelerada sus pulsaciones y su fiebre agitándola, insultándola para que se enfade y le pegue. Es una de las escenas más divertidas del film, una pelea entre ambos, en la que Carole Lombard se agota agitando los brazos al aire y expresando un odio infantil. Y el desenlace, sorprendente, es un derechazo al mentón de la joven, ella con los ojos cerrados, el rostro desencajado por el golpe y la sorpresa, y su boca tratando de articular una palabra, pero sin aire para ello. Poco después, ella le pagará con la misma moneda y le dejará sin sentido.
Hazel está harta del montaje y de la farsa continua, quiere revelar la verdad a todo el mundo, ya le da igual. Prefiere pasar por esa vergüenza. "Voy a confesarlo todo, me vuelvo a Warsaw; allí me quieren, no me pegan palizas ni me tiran al río". Por fortuna para Oliver Stone y la dignidad de su periódico, quienes se enteran de toda la trama tampoco dirán nunca nada.

Hazel, a punto de explotar de indignación.

Como tenía previsto, ella desaparece, deja una nota de agradecimiento y la ciudad de Nueva York asume que ha muerto. Como una gran mujer. Como una heroina moderna. Nadie la olvidará jamás, o eso es lo que ella cree, una vez casada, a bordo de un crucero. Su marido le abrirá los ojos: "No te preocupes, querida, dentro de dos meses ya nadie se acordará de Hazel Flagg: encontrarán otro mito. Reconócelo, eras una atracción más, como la mujer barbuda. Incluso ya empezaban a impacientarse, por lo lento que llevabas el caso".
A los espectadores, sin embargo, les parece que el tiempo ha volado, que la historia se ha hecho muy corta. Pero esas son las leyes de la screwball. Y William Wellman, luego especializado en películas de acción, demostró que era un maestro manejando la comedia.

La película:
- Ben Hecht escribió el guión en un viaje de dos semanas en tren. Lo adaptó de una historia del periodista James H. Street, "Letter to the editor". Sin embargo, por desavenencias con el productor David O. Selznick (quien no quiso incluir a John Barrymore en el reparto por su alcoholismo), fue relevado casi al final por Budd Schulberg y Dorothy Parker.
- El boxeador Max Rosenbloom tuvo un pequeño papel en la película y, además, entrenó a Carole Lombard para la escena de la pelea con Fredric March. Pese a ello, necesitó un día para recuperarse de los golpes.
- "La reina de Nueva York" fue la primera comedia filmada en Technicolor, con una técnica innovadora para la época.
- Los dos protagonistas, March y Lombard, no se llevaban nada bien; se cuenta que una de las causas fue que la actriz rechazó al actor en su camerino.
- El papel de Hazel Flagg estuvo pensado para Janet Gaynor debido a su gran éxito en "Ha nacido una estrella", película que protagonizó precisamente con Fredric March.
- Está considerada como una de las mejores comedias locas o screwball de todos los tiempos. En su momento recaudó algo más de 1,8 millones de dólares.
- En 1953 se estrenó en Bradway un musical teatral con el título de "Hazel Flagg". Janet Leigh, Dean Martin y Jerry Lewis protagonizaron un remake en 1954, "Viviendo su vida", de Norman Taurog. La novedad es que Jerry Lewis hizo el papel de Lombard (Homer Flagg), Janet Leigh, el de March, y Dean Martin, el del doctor.

Cartel de "Viviendo su vida", el remake de 1954.

- Restaurada en dos ocasiones, la película pasó a ser del dominio público, sin derechos de autor, durante muchos años por no renovar el copyright.
- Dos grandes actrices secundarias, muy recordadas en 1939, actuaron en la película: Margaret Hamilton, célebre por su papel de bruja en "El mago de Oz" y Hattie McDaniel, la criada de Escarlata O'Hara en "Lo que el viento se llevó".

lunes, 30 de julio de 2012

Sir Wilfrid Roberts

Charles Laughton ("Testigo de cargo")


- Sir Wilfrid, si no le molesta me gustaría leerle un poemita que hemos compuesto para darle la bienvenida.
- Es un gesto conmovedor. Puede recitarlo después de la oficina, en su tiempo libre. ¡Ahora, al trabajo!

"Laughton podía hurgar en su talento como un niño feliz en una caja de juguetes llena a rebosar". La frase pertenece a Billy Wilder, director de la prodigiosa "Testigo de cargo" ("Witness for the prosecution", 1957), y está dedicada al hombre que protagonizó esa joya, "el mejor actor del mundo", como el propio Wilder definió a Charles Laughton. No era un elogio fácil, ya que el cineasta austriaco había podido comprobar que, en cuestión de estrellas, hay que andar con pies de plomo a la hora de conceder alabanzas: tras filmar "Perdición", proclamó que Barbara Stanwyck era la mejor actriz con la que había trabajado; pero cuando ofreció a otras estrellas papeles principales en sus películas, algunas le contestaron con cierto despecho que se los diera a su "actriz favorita".
Charles Laughton puso todo su talento, entusiasmo y derroche interpretativo para componer el personaje de Sir Wilfrid Roberts, un veterano abogado criminalista de Londres que regresa a su despacho tras haber permanecido cuatro meses en un sanatorio por un ataque cardiaco. Después de 37 años de intensa dedicación laboral, su corazón sufre los excesos del alcohol, del tabaco y de su exagerada pasión por el trabajo.
Es un hombre que se vacía en las causas que defiende. Mordaz, sarcástico, insensible en apariencia, astuto como un lince, inteligente e intuitivo y con una enorme experiencia para tratar con acusados, jueces y colegas. Le gusta hablar claro, es vehemente y no soporta la sensiblería. Cuando desprecia la lectura del poema de bienvenida que sus empleados le han escrito, una mujer no puede evitar que se le escape un amago de sollozo: le emociona saber que es el mismo cascarrabias de siempre. "Más sentimentalismos a mi alrededor y les aseguro que me vuelvo al hospital", les advierte él.
No siempre debió ser así, desde luego. Cuando entra en su despacho tras la larga ausencia, le revela a su mayordomo Carter (Ian Wolfe) cómo se sintió en su primer caso: "Tenía más miedo que el propio acusado. La primera vez que me levanté para hablar se me cayó la peluca".

- ¿Se nota mucha corriente? ¿Quiere que cierre la ventana?
- Quiero que cierre usted la boca. Habla demasiado.

Miss Plimsoll y su paciente, de vuelta a casa.

El abogado no ha vuelto solo; le acompaña una parlanchina enfermera, miss Plimsoll (Elsa Lanchester), que parece estar inmunizada contra el mal humor de su paciente y sus ácidos comentarios. Su misión es procurar que tome puntualmente sus pastillas y que descanse muchas horas; además, tendrá que estar preparada para requisarle los puros que siempre tiene escondidos, como los que guarda en el interior del bastón.
Se siente vencido, e incluso humillado por su enfermera, a quien le revela cuántas veces sintió deseos de matarla. Él mismo se hubiera defendido en el juicio: "Durante cuatro meses, este supuesto ángel de bondad ha manoseado, punzado, sondado, martilleado y torturado mi indefenso cuerpo, mientras atormentaba mi mente con palabras aptas para un niño de pecho".
El paso del tiempo parece haberle convertido en un gruñón caprichoso e infantil: cuando contempla el ascensor que le han instalado para que no tenga que subir a pie las escaleras, se queja por ser víctima de una conspiración para sentirse inválido; pero cuando lo prueba se porta como un niño, fascinado por el "juguete". "Fuera de allí -le dice a la enfermera, que se ha sentado para probarlo- el ascensor es mío porque el ataque lo tuve yo".
Podrá seguir trabajando, pero tiene prohibido aceptar casos difíciles que puedan disparar su tensión. Sin embargo, la visita del procurador Mayhew (Henry Daniell), que viene acompañado por un individuo llamado Leonard Vole (Tyrone Power), le resultará irresistible. Y no es el caso criminal lo que le llama la atención, sino los cigarros que asoman por el bolsillo de la chaqueta de Mayhew.
Leonard Vole está acusado de haber asesinado a Emily French (Norma Varden), una rica viuda que se enamoró de él. Mientras el hombre cuenta su historia, Roberts está más preocupado por ocultar las pruebas del cigarro que fuma con deleite. No le impresiona que sea asesino o inocente. Incluso bromea con ello cuando Vole le ofrece un mechero para su puro: "Joven, podrá haber matado o no a una anciana, pero a este anciano le ha salvado la vida".
Sus años de experiencia le han convertido en un abogado magistral, cargado de efectos dramáticos (la prueba del monóculo, que proyecta el sol en el rostro del acusado), enormes reflejos para intentar ponerle en apuros, un humor sarcástico fuera de lo común y una inteligencia superior para hurgar precisamente donde más duele. Durante unos minutos bombardea al hombre con preguntas incisivas y muy intencionadas a gran velocidad, mientras observa con indiferencia cualquier punto indeterminado del despacho. En esta escena, Laughton está genial: tira la ceniza por la ventana, camina con lentitud, se sienta pesadamente, coloca un dedo a lo largo de su rostro en actitud pensativa, se da la vuelta con parsimonia, extrae el monóculo y apunta el cristal a la cara del hombre. El brillante y denso interrogatorio le convence de la inocencia de Vole, pese a que un nuevo abogado, Brogan-Moore (John Williams), les anuncia que el acusado se ha convertido en el gran beneficiario del testamento de la víctima: 80.000 libras.
Roberts no quiere conocer en principio a la esposa de Leonard, Christine Vole (Marlene Dietrich), porque no está dispuesto a soportar desmayos, llantos y ataques de histerismo. Pero la impactante llegada de la mujer le dejará sin habla:

La prueba del monóculo. 

- "Nunca me desmayo porque no estoy segura de caer con elegancia y no es mi costumbre oler sales porque hinchan los ojos. Soy Christine Vole".

La esposa de Leonard desarma por completo al abogado, cuyo rostro parece, pese a su veteranía, sumamente sorprendido y escandalizado. Es posible que en toda su trayectoria jamás se haya encontrado con una testigo tan fría, calculadora, inteligente y despiadada. Las dudas que le generan el caso a Brogan-Moore provocarán que, finalmente, Sir Wilfrid Roberts asuma la defensa de Vole. En apenas unas horas ha pasado de ser un convaleciente anciano que iba a disfrutar de un relajado y progresivo retiro profesional -sólo con casos tranquilos e inofensivos- al enérgico y tenso criminalista que vuelve a ser de nuevo. 
La señorita Plimsoll no puede creerlo: su paciente, con un enorme puro en la boca, le está gritando que le dé fuego y ella obedece sin rechistar. (Una vez más, excelente la manera de interpretar de Laughton: la enfermera entra en el despacho para abroncar a su paciente; éste comienza a extraer de su bolsillo el cigarro, mientras su cabeza parece estar en otro lugar y su vista en un punto indeterminado; coloca con suavidad el puro en sus labios, se palpa el traje en busca de cerillas y, sin hacer caso de la señorita Plimsoll, le pide fuego con tranquilidad, primero, y luego con un chillido que hace temblar a la mujer).
Wilfrid El Zorro, como le llamaban en el hospital por el empeño que ponía en ocultar sus puros, demostrará desde el comienzo del juicio que el apodo es perfecto. Posee astucia y, como dice él de Leonard Vole, hasta cierto instinto criminal. Consciente de que la enfermera va a examinar el termo del café ("Si fuera usted mujer, señorita Plimsoll, la azotaría", le recrimina por su extrema vigilancia), ya ha previsto que Carter le prepare otro con coñac y que dé el cambiazo sin que se note. Nada más entrar en la sala del juicio interviene a tiempo para desbaratar por dos veces una pregunta de su colega, el fiscal Myers (Torin Thatcher).

Sir Wilfrid sonríe al acusado, Leonard Vole.

Sir Wilfrid no sólo es un hábil abogado comprometido al máximo con su defendido; es también un actor soberbio que cuida hasta el mínimo detalle la puesta en escena, el tono de voz, los gestos y el ritmo del juicio. Sabe que tendrá que utilizar toda su experiencia y todos sus recursos para convencer al jurado, porque el panorama que dibujan los testigos está claramente en su contra. Así, en el memorable interrogatorio a Janet Mackenzie (Una O'Connor), criada de la víctima, eleva y baja el volumen de su voz, de forma magistral, para que el jurado aprecie la notable sordera de la mujer: "¿No es cierto, señora Mackenzie que ha solicitado usted al seguro nacional un audífono?". Y las últimas sílabas las pronuncia volviendo la cabeza hacia otro lado y bajando de manera gradual la voz. Es una trampa muy eficaz, pese a las protestas del fiscal, porque el jurado se quedará con la duda: ¿cómo pudo reconocer esa mujer la voz del acusado en el momento del crimen?
La primera gran sorpresa y el primer giro dramático de los acontecimientos los da el testigo de cargo definitivo, Christine Vole (ahora llamada Helm), que ha decidido declarar en contra de quien se supone era su marido. Sir Wilfrid deja de jugar con las pastillas (ordenarlas una y otra vez le ayudaba a pensar), se quita el monóculo con rabia y mira a su alrededor sin entender nada. Christine ya era bastante odiosa por su cuenta, pero la mirada del abogado expresa claramente que desearía matarla. No entiende que una mujer pueda albergar tanta maldad en su interior como para destrozar la vida de su marido.
Pero, en realidad, Leonard no está casado con ella. La boda que celebraron no fue legal, y ella ya tenía esposo. Christine desmonta los argumentos de la defensa y declara que, en efecto, Vole mató a Emily French. Wilfrid Robert, sereno, relajado y con un tono de voz inquisitivo pero amigable, trata de demostrar que, si ha estado mintiendo siempre, ésta no va a ser una excepción: "La cuestión es saber si mintió entonces, si miente ahora o si es usted una mentirosa habitual ¡y crónica!", termina exclamando con un grito que le provoca un vuelco en su corazón. La tensión del momento y de su propia actuación judicial le están poniendo de nuevo al borde del colapso.

Advertencia: Si no has visto la película, mejor no sigas leyendo

La situación es tan dramática y desesperada que el abogado prefiere poner todo su empeño en llegar al corazón del jurado antes que llegar a su cerebro. Interrogar a Leonard podría aclarar algunos puntos, pero sabe que la resolución del caso a su favor depende de los sentimientos más que de la razón... salvo que ocurra un milagro.
El milagro es una extraña mujer que tiene en su poder comprometedoras cartas de amor de Christine a un tal Max. Y en una de ellas le confiesa a su amante que podría mentir para inculpar a Leonard de un crimen que no ha cometido. En lugar de desvelar enseguida esta prueba, Roberts hace llamar de nuevo a Christine y fabrica de manera magistral la trampa en la que la odiosa mujer va a caer. Christine se derrumba y lo admite todo: Leonard Vole es declarado inocente.
Demasiado milagroso. Demasiado perfecto. La intuición del abogado le dice que algo no encaja, pero no sabe bien qué. Brogan-Moore se queda extrañado al ver a su colega tan pensativo. Parece ausente y ni siquiera ha celebrado el fallo de la inocencia de Leonard Vole:

- Hace una hora tenía un pie en la horca y el otro en una piel de plátano. Debería estar usted orgulloso. ¿No lo está?
- Aún no. Hemos vencido a la horca, pero la piel de plátano sigue todavía bajo el pie de alguien.


El abogado, asombrado ante la revelación.

Sir Wilfrid se queda solo y aparece Christine, que ha logrado salvarse de la multitud que pretendía agredirla por su monstruoso comportamiento. El abogado la detesta, pero enseguida cambiará su valoración ya que asiste a la verdadera (y espectacular) revelación del caso. Ahora sabe no sólo quién está pisando la piel de plátano sino cómo le han engañado, por completo, tanto los Vole como su propia intuición. Está confuso, dolido y herido en su ego: por no haberse enterado de nada, pese a su enorme sagacidad; por haberse dejado manipular, primero por Leonard y luego por Christine; por haber malinterpretado la falsa actitud del acusado, pese a su experiencia; y por no haber sabido comprender que detrás de esa fría, odiosa y cerebral mujer se encontraba una esposa enamorada, entregada a su (falso) marido, que ha tenido que urdir un plan por su cuenta sin haberse confiado a él.
Queda el último giro dramático. Aparece Leonard, un tipo ahora soberbio, cínico y seguro de sí mismo; llega su verdadera amante y, con ella, el dramático final, la muerte de Leonard a manos de Christine con el mismo cuchillo con el que éste asesinó a Emily French. Mientras todo eso ocurre, Sir Wilfrid Roberts apenas les mira, complacido con el increíble devenir de los acontecimientos, como si supiera lo que iba a pasar. Juguetea con su monóculo y no interviene en ningún momento. Parece estar disfrutando. Sólo cuando la enfermera dice que no se puede hacer ya nada, que lo ha matado, él replica:
- ¿Matado? Lo ha ejecutado. 
La señorita Plimsoll comprende enseguida. No se van de vacaciones a las Islas Bermudas. Su paciente no va a cambiar de hábitos y ni falta que le hace. Va a encargarse de la defensa de Christine Helm y deberá ponerse a trabajar en ello enseguida. Va a necesitar toda su comprensión y su ayuda. Por eso, la última frase de la película es magistral; pone un punto final espléndido a la naturaleza de esta película:

- ¡Sir Wilfrid, que se le olvida el coñac!

La película:
- Se suele decir que "Testigo de cargo" es una película de Hitchcock dirigida por Billy Wilder, pero si echamos un vistazo a la filmografía del compatriota de Agatha Christie comprobaremos que esta afirmación no encaja en absoluto ni en su obra (al menos la cinematográfica) ni en su estilo: a Hitchcock no le gustaban los "whodunit" (¿quién lo ha hecho?, el misterioso asesino que se desvela al final) porque entendía que en el misterio no existe lo que él perseguía: el suspense.
- El relato original es una historia corta de Agatha Christie que apareció publicada por primera vez en 1925; no obstante, la novelista volvió a publicarla, con cambios sobre todo en el desenlace, en una colección llamada "The hound of death" en 1933. En Estados Unidos apareció en un tomo de relatos cortos titulado "The witness for the prosecution and other stories" (1948).
- En la novela no aparecen, entre otros, ni Sir Wilfrid Roberts (el abogado se llama Mayhern, que se transforma para el cine en Mayhew) ni miss Plimsoll.
- Billy Wilder sentía una gran admiración por Charles Laughton, a quien, como queda dicho, consideraba el mejor actor del mundo. Wilder recuerda en el libro "Nadie es perfecto", de Hellmuth Karasek, que Laughton llegaba todos los días con ideas nuevas para la escena que tenían que filmar; a menudo, volvía a darle otra vuelta e, incluso, poco antes de rodar se le ocurría una nueva sugerencia, todavía más genial que las anteriores.
- Wilder escribió el personaje de Moustache (el camarero de "Irma la dulce") para Laughton, pero el cáncer que sufría el actor le impidió rodar la película.
- El director también sentía un gran afecto hacia Marlene Dietrich (correspondido por la actriz), con quien ya había trabajado en "Berlín Occidente".
- Charles Laughton y Elsa Lanchester (miss Plimsoll) eran matrimonio en la vida real.

Elsa Lanchester y Charles Laughton, matrimonio en la vida real.

- La productora realizó una proyección privada para la Familia Real británica previa a su estreno y todos los miembros debieron firmar una condición: no revelar a nadie el desenlace de la película. Lo mismo había ocurrido durante el rodaje: todo el equipo se comprometió a no contar el final, mensaje que, por cierto, también se solicitaba a los espectadores en los títulos de crédito.
- Como el personaje principal había sufrido un ataque al corazón, Laughton y su esposa ensayaron en su casa cómo podría haber sido dicho ataque. El actor lo interpretó tan bien, al parecer, que Elsa Lanchester sufrió un verdadero ataque... pero de pánico.
- La idea del monóculo que emplea Wilfrid Roberts para intimidar procedía de un abogado real, el de Charles Laughton y Marlene Dietrich.
- William Holden fue la primera opción para el papel de Leonard Vole, pero ya estaba comprometido con "El puente sobre el río Kwai". Tyrone Power (para quien esta fue su última película completa) falleció un año después mientras filmaba en España "Salomón y la reina de Saba".
- También resultó la última película de la espléndida actriz de reparto Una O'Connor (Janet Mackenzie), imprescindible secundaria en un buen número de películas en los años 30 y 40.
- Para el personaje de Christine Vole (Romaine Vole en la novela) se pensó, además, en Rita Hayworth y Ava Gardner.
- La película obtuvo seis nominaciones para los premios Oscar (incluidos el de mejor actor para Charles Laughton y mejor actriz de reparto para Elsa Lanchester), pero no ganó ninguno. Fue el año de "El puente sobre el río Kwai". Marlene Dietrich ni siquiera fue nominada.

viernes, 20 de julio de 2012

Eliza Doolittle

Audrey Hepburn ("My fair lady")


El paso del tiempo está convirtiendo a Audrey Hepburn en un símbolo del glamour más que del cine. Su imagen se explota hasta la saturación en bolsos, carpetas, tazas, monederos y cualquier objeto de uso femenino. Los libros dedicados a la actriz inundan las librerías, pero son, sobre todo, álbumes de fotos de su exquisito vestuario, diseñado por Valentino, Givenchy o Elizabeth Arden, o de su hermosa colección de peinados. Y es una pena, porque mientras vivió fue un icono de la elegancia natural, la originalidad y la frescura juvenil: el glamour más mercantil llegó después. Sólo espero que alguna generación futura no se confunda, porque era, ante todo, una maravillosa actriz con gran talento e instinto para elegir papeles inolvidables.
Cuando encarnó a Eliza Doolittle en 1964 tenía 35 años, pero seguía siendo la adolescente que los padres desean como hija. Ya había trabajado, e incluso repetido, con directores de enorme prestigio, como Billy Wilder, William Wyler, King Vidor, Stanley Donen, John Huston o Blake Edwards. También había protagonizado dos papeles de ensueño: la princesa Anna ("Vacaciones en Roma", 1953) y Holly Golightly ("Desayuno con diamantes", 1961).
Adorada por el público, admirada por las mujeres y muy querida por los actores que pasaron a su lado (desde Gregory Peck y William Holden a Fred Astaire y Cary Grant), Audrey significaba una garantía de éxito para cualquier película. Por eso, la Warner decidió ofrecerle el papel protagonista del musical "My fair lady" en lugar de apostar por la mujer que había hecho de Eliza Doolittle en las salas de teatro de Broadway y Londres: la formidable, aunque todavía desconocida, Julie Andrews.
¿Y quién es Eliza Doolittle? Ciñéndome exclusivamente a su versión cinematográfica, se trata de una florista originaria de Lisson Grove, en Westminster (Londres), con un fuerte acento cockney; algo desarrapada y sucia tras un día de intenso trabajo, que comienza de madrugada; ordinaria, insolente a ratos y con un hablar espantoso; sensible y soñadora, aunque demasiado ocupada en sobrevivir como para pensar mucho en el futuro. Huérfana de madre, es una joven que tuvo que buscarse la vida desde niña, ya que su padre, el soltero Alfred P. Doolittle (soberbio Stanley Holloway), es un vividor que deambula de taberna en taberna y sólo busca a su hija para que le preste algunos chelines.

¿Unos bombones, Eliza?

Así es Eliza, a grandes rasgos, hasta que una noche (de 1912) conoce a Henry Higgins (Rex Harrison), un profesor de Fonética horrorizado por la forma en que sus paisanos -y en especial ella- destrozan el idioma de Shakespeare. Higgins se apuesta con el coronel Pickering (Wilfrid Hyde-White), un distinguido caballero a quien conoce a la salida de la ópera, en Covent Garden, que podría hacer pasar a la joven florista por una gran dama de la sociedad, una duquesa, en apenas seis meses.
Es una especie de broma, pero las palabras de Higgins le llegan al alma a Eliza. Ella sólo quiere una habitación lejos del frío de la noche, chocolate para comer y tener la cara, las manos y los pies calientes (la canción "Wouldn't it be loverly"). Aspira, en fin, a salir de la dura y monótona vida que lleva, siempre en la calle desde madrugada hasta la noche, recogiendo flores, limpiando y vendiendo su mercancía a gente rica como si pidiera limosna. Quiere ser una señora, trabajar en una tienda de flores en una zona más distinguida (en Tottenham Court Road, por ejemplo) y ser feliz. Una modesta aspiración, aunque para ello necesitará aprender a hablar correctamente inglés.
Llena de dignidad, aunque asustada y recelosa, al día siguiente se planta en el domicilio de Higgins con el propósito de dar clases. "¿Ya le he dicho que he venido en taxi?", le dice orgullosa a la ama de llaves, la señora Pearce (Mona Washbourne). Nada de lo que pueda hacer la joven, que se esfuerza en hablar con supuesta elegancia, impresiona a la señora Pearce, al coronel Pickering y al profesor Higgins.
Para Eliza es muy importante conservar la dignidad. No soporta, por ello, que Higgins le grite, le llame "calamidad" (en versión original, "baggage", que significa bulto pero también ramera) o que amenace con tirarla por la ventana o pegarle con el palo de una escoba. Tampoco le gusta que se burle de ella ni mucho menos la cadena de despectivos comentarios e insinuaciones que le suelta.

- Aquí tendrá comida y vestidos; si le diera dinero se lo gastaría en bebida.
- ¡Usted es un bestia! ¡Eso es mentira! ¡Nadie me ha visto catar nunca ni una gota de alcohol!


Conviene aclarar que el profesor Higgins es un misógino que no se esfuerza nada en ocultar esa condición. Más bien al contrario, exagera de manera grotesca y consciente su aversión hacia esa muchacha, quizá para dejarle bien claro dónde se ha metido y que no va a sentir ninguna compasión si le enseña a hablar correctamente. Se considera un hombre normal (la canción "I'm an ordinary man" define perfectamente su personalidad) y, por lo demás, detesta la hipocresía, los convencionalismos y cualquier rito social que signifique un retraso en su concepción del mundo... lo que significa que le desespera la alta clase social a la que pertenece.

- Pickering: ¿No se le ha ocurrido pensar, Higgins, que la chica tenga sentimientos?
- Higgins: No, no creo que tenga sentimientos que nos puedan preocupar. ¿Los tienes, Eliza?
- Eliza: ¡Tengo sentimientos como cualquiera!

La tentación del chocolate, un verdadero lujo para la muchacha, acabará por vencer su miedo y toda su resistencia. Finalmente se queda porque Pickering se compromete a asumir todos los gastos del que, para ellos, será un excitante experimento: dentro de seis meses se celebrará el baile de la embajada y a Eliza la harán pasar por una duquesa ante toda la distinguida aristocracia. Comienza así un juego para los hombres y un suplicio para ella, que ni siquiera conoce lo que es un buen baño. "¡Soy una chica decente!", berrea cuando la obligan a meterse en el agua caliente.

Cinco momentos de la evolución de Eliza: en la calle, hablando con un
hombre en Covent Garden; soñadora tras lograr hablar bien inglés por
primera vez; 
en las carreras de Ascot; en el baile de la embajada; y
tomando el té con 
la madre de Higgins, convertida ya en una dama. 

Lógicamente, uno de los aspectos más gratificantes del personaje que encarnó Audrey Hepburn es la gradual transformación que sufre desde el momento en que se somete al experimento. Eliza no sólo tiene que aprender a hablar correctamente su idioma, sino a utilizar el pañuelo en vez de la manga; a bañarse todo el cuerpo y no sólo la cara y las manos; a adquirir disciplina y capacidad de sacrificio; a valorar los pequeños logros como si fueran grandes conquistas; a apreciar, en suma, un universo desconocido.
A lo largo de esta considerable transformación, comprobamos cómo Eliza pasa del odio más visceral a la admiración más afectuosa hacia Higgins; del sencillo vestido verde que lleva en las agotadoras clases al excéntrico atuendo que luce en las carreras de Ascot; del "¡Garnnnn!", expresión soez de burla y fastidio que aplica a todo aquello que no le gusta, al fabuloso dictado de "The rain in Spain stays mainly in the plain", uno de los momentos cumbre de la película.
Es el canto del triunfo, un instante fabuloso de felicidad que explota cuando la chica adquiere por fin conciencia de lo que está haciendo tras una agotadora sesión a contrarreloj.

Podría bailar toda la noche.

Durante semanas, Higgins no ha podido sacarle de esta otra frase: "The rine in spine sties minely in the pline". Son casi las tres de la madrugada. Con un dolor de cabeza espantoso, fatigado y casi derrotado, el profesor le habla del prodigio de la lengua inglesa, de la herencia que recibe y de los altos ideales que transmite. Y es cuando Eliza, pensativa y silenciosa, consciente de todo cuanto supone su aprendizaje, arranca a hablar con perfecta dicción.
Su primera aparición en público se produce en las famosas carreras de Ascot, donde la joven se convierte en una sugerente atracción para gente como Freddy Eynsford-Hill (Jeremy Brett) o la propia madre del profesor, Mrs. Higgins (Gladys Cooper). El problema ya no es cómo habla -con suma elegancia- sino qué es lo que dice: familiares envenenados, borrachines o el famoso "Come on, Dover, move yer bloomin' arse!" ("¡Vamos, Dover, mueve ese cochino culo!"), con el que trata de animar al caballo por el que han apostado.
Hasta el baile de la embajada queda tiempo para resolver ese problema, pero ella no va a tener que actuar en esa señalada fiesta, sólo lucir su figura y su encanto para embaucar a todos. Con un vestido y un peinado fascinantes, Eliza se convierte en un maniquí perfecto: saluda, sonríe, hace reverencias, baila y camina como si hubiera nacido para ello. El milagro es absoluto y el triunfo de Higgins, total.

Eliza, el centro de atención del baile en la embajada.

Sólo hay un problema: que los sentimientos de Eliza han quedado profundamente heridos. Higgins y Pickering no celebran la tremenda transformación de la joven, sino haber ganado la apuesta. Ella es un objeto al que nadie felicita por su esfuerzo titánico, su dedicación y su éxito. El profesor no advierte tampoco que en el interior de la chica ha surgido algo más fuerte que el afecto. Ya no es una flor tirada a la que pueda pisotear, sino una mujer que desea amar y sentirse amada y respetada... preferentemente por Higgins, si fuera posible. De vuelta en la mansión de Henry, la vemos avanzar como si fuera al cadalso, mientras los dos hombres cantan y bailotean felices. Ella se siente morir. El proceso de aprendizaje le ha despertado todo tipo de sentimientos, entre ellos el del amor propio. Se siente ahora más herida que cuando él le llamaba "insecto presuntuoso".
Esta es otra de las escenas imprescindibles de la película, por el giro argumental y el decisivo paso que dan los personajes. Para Higgins es fundamental, ya que hasta entonces vivía sin ningún tipo de remordimientos, ajeno al corazón de cualquier persona y a los sentimientos que pudiera despertar a su alrededor. Eliza sigue siendo para él una niña de instintos básicos. Ahora, cuando se quedan solos, hay una joven que le lanza las zapatillas a la cara, que rechaza dolida el chocolate que le ofrece, porque ya no es la chica glotona y tan simple como era antes y le resulta doloroso que él siga tratándola igual.

- ¿Acaso te hemos tratado mal aquí?
- No.
- ¿Alguien se ha portado mal contigo? ¿El coronel Pickering? ¿La señora Pearce?
- No.
- ¿No pretenderás decirme que yo te he tratado mal?
- No.

El profesor tardará un tiempo en comprender lo que le ocurre y en notar el poderoso cambio que se ha producido en el interior de Eliza, que también sabe herir a su manera: cuando le tira las joyas que le ha regalado, le advierte que no quiere quedárselas por si luego él denuncia su desaparición. Es un golpe bajo para su ego.
Eliza abandona el hogar de Henry y al salir a la calle de noche se encuentra con Freddy, que no ha dejado de pasear por la calle donde ella vive (la canción "On the street where you live"). Ella está harta de palabras (la canción "Show me"):

Words! Words! I'm so sick of words!
I get words all day through;
First from him, now from you!
... if you're in love,
Show me!
(¡Palabras! ¡Palabras! ¡Estoy harta de tantas palabras! Escucho palabras todo el día. Primero, de él, ahora, de ti... Si me quieres, ¡demuéstralo!
).

Un paseo nocturno por el Londres de sus orígenes le demuestra que tampoco pertenece ya a ese mundo. Se despide de su padre, que está celebrando con tristeza el final de su soltería, y observa a las floristas, sus antiguas compañeras, como si hubieran pasado muchos años. Definitivamente, no pertenece a ese mundo. Su sitio está en un escalón social más elevado. Eliza se refugia en casa de la madre de Henry, quien le anima a mantenerse fuerte y en su sitio frente a la ruda y misógina resistencia de su hijo. El objetivo ya no es tanto el amor sino el respeto. Y la independencia. Cuando ambos se encuentran en casa de la madre, sabemos que la tarea será durísima, pero Higgins se ha acostumbrado a su cara, a su voz, a la melodía que canturrea, a su figura... a estar a su lado (la canción "I've grown accustomed to her face"). Que el profesor se muestre de repente tan frágil, desvalido y celoso, nos permite pensar que Eliza le ha ganado la partida.



La película:
- Procede de la comedia musical "My fair lady", de 1956, sobre la pieza escrita en 1918 por George Bernard Shaw, titulada "Pigmalion". En 1938 se filmó una adaptación cinematográfica ("Pigmalion"), dirigida por el británico Anthony Asquith, con Leslie Howard y Wendy Hiller en sus principales papeles.
- El musical teatral de 1956 contó con Rex Harrison y Julie Andrews, que fue descartada para la versión cinematográfica. Esta decisión provocó una fuerte polémica, ya que Harrison se posicionó a favor de su compañera. Ninguna actriz se atrevió a postularse para el papel, hasta que Audrey Hepburn, la principal favorita, se enteró de que Liz Taylor estaba dispuesta a aceptarlo. Fue entonces, según la propia actriz declaró más tarde, cuando dio una respuesta afirmativa.
- Rex Harrison consideraba que Audrey tenía un pasado y unas maneras demasiado aristocráticas como para hacer de florista callejera. No obstante, el rodaje y el esfuerzo de la actriz le hicieron cambiar de opinión y, durante la ceremonia de entrega de los Oscar, dedicó el suyo a sus dos actrices preferidas, Audrey Hepburn y Julie Andrews. Años más tarde, cuando le preguntaron quién había su compañera ideal de rodaje, declaró: "Audrey Hepburn".
- Julie Andrews y Audrey siempre destacaron que no hubo enfrentamiento ni malos rollos por este episodio entre ambas. Ni siquiera cuando, paradójicamente, Audrey se quedó sin Oscar porque lo ganó Julie gracias a la película "Mary Poppins".

Audrey, sonriente pero sin Oscar, entre Warner, Rex Harrison y Cukor.

- Pero la gran decepción de Audrey Hepburn no fue quedarse sin premio, sino la decisión de grabar su voz en las canciones y lanzar la película con la voz de la soprano Marnie Nixon en casi todos los temas. En la película sólo se escucha la voz de Audrey en unas pocas líneas no dobladas de las canciones "Just you wait" y "I could have danced all night". La razón aducida es que la actriz tenía un tono de mezzosoprano, no apto para la inmensa mayoría de las canciones.
- El actor Jeremy Brett (Freddy) también se quedó sorprendido y muy molesto cuando vio que sus canciones las había doblado otro cantante, Bill Shirley.
- Jack L. Warner, el productor, parecía muy dispuesto a borrar cualquier atisbo teatral en la película; además de tantear a James Cagney para el papel de Alfred Doolittle, quería a Cary Grant para el rol principal, el de Henry. La respuesta de Cary Grant fue ejemplar: no sólo rechazó la oferta sino que le dijo a Warner que no iría a ver la película si no actuaba Rex Harrison.
- El veterano actor Henry Daniell, que encarna al embajador en la secuencia del baile, falleció horas después del rodaje por un ataque al corazón.
- Audrey Hepburn fue la encargada de anunciar a todos los miembros del rodaje, tras filmar la escena de la canción "Wouldn't it be loverly", que el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, había sido asesinado.
- Vincente Minnelli y Joshua Logan fueron dos de los directores tanteados para dirigir la película antes de George Cukor.

Audrey y Rex, en una pausa del rodaje, con George Cukor.

- George Bernard Shaw no estuvo nada conforme con el final amoroso entre Henry y Eliza que plantea la película. El autor de la pieza teatral consideraba que no era posible esa opción. De hecho, en su versión, Eliza se casa con Freddy y consigue abrir una tienda de flores.
- En España, el doblaje destrozó la película, ya que hasta las canciones se grabaron en castellano. En el recuerdo queda "La lluvia en Sevilla es una pura maravilla", que sustituye a "The rain in Spain stays mainly in the plain".