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viernes, 20 de julio de 2012

Eliza Doolittle

Audrey Hepburn ("My fair lady")


El paso del tiempo está convirtiendo a Audrey Hepburn en un símbolo del glamour más que del cine. Su imagen se explota hasta la saturación en bolsos, carpetas, tazas, monederos y cualquier objeto de uso femenino. Los libros dedicados a la actriz inundan las librerías, pero son, sobre todo, álbumes de fotos de su exquisito vestuario, diseñado por Valentino, Givenchy o Elizabeth Arden, o de su hermosa colección de peinados. Y es una pena, porque mientras vivió fue un icono de la elegancia natural, la originalidad y la frescura juvenil: el glamour más mercantil llegó después. Sólo espero que alguna generación futura no se confunda, porque era, ante todo, una maravillosa actriz con gran talento e instinto para elegir papeles inolvidables.
Cuando encarnó a Eliza Doolittle en 1964 tenía 35 años, pero seguía siendo la adolescente que los padres desean como hija. Ya había trabajado, e incluso repetido, con directores de enorme prestigio, como Billy Wilder, William Wyler, King Vidor, Stanley Donen, John Huston o Blake Edwards. También había protagonizado dos papeles de ensueño: la princesa Anna ("Vacaciones en Roma", 1953) y Holly Golightly ("Desayuno con diamantes", 1961).
Adorada por el público, admirada por las mujeres y muy querida por los actores que pasaron a su lado (desde Gregory Peck y William Holden a Fred Astaire y Cary Grant), Audrey significaba una garantía de éxito para cualquier película. Por eso, la Warner decidió ofrecerle el papel protagonista del musical "My fair lady" en lugar de apostar por la mujer que había hecho de Eliza Doolittle en las salas de teatro de Broadway y Londres: la formidable, aunque todavía desconocida, Julie Andrews.
¿Y quién es Eliza Doolittle? Ciñéndome exclusivamente a su versión cinematográfica, se trata de una florista originaria de Lisson Grove, en Westminster (Londres), con un fuerte acento cockney; algo desarrapada y sucia tras un día de intenso trabajo, que comienza de madrugada; ordinaria, insolente a ratos y con un hablar espantoso; sensible y soñadora, aunque demasiado ocupada en sobrevivir como para pensar mucho en el futuro. Huérfana de madre, es una joven que tuvo que buscarse la vida desde niña, ya que su padre, el soltero Alfred P. Doolittle (soberbio Stanley Holloway), es un vividor que deambula de taberna en taberna y sólo busca a su hija para que le preste algunos chelines.

¿Unos bombones, Eliza?

Así es Eliza, a grandes rasgos, hasta que una noche (de 1912) conoce a Henry Higgins (Rex Harrison), un profesor de Fonética horrorizado por la forma en que sus paisanos -y en especial ella- destrozan el idioma de Shakespeare. Higgins se apuesta con el coronel Pickering (Wilfrid Hyde-White), un distinguido caballero a quien conoce a la salida de la ópera, en Covent Garden, que podría hacer pasar a la joven florista por una gran dama de la sociedad, una duquesa, en apenas seis meses.
Es una especie de broma, pero las palabras de Higgins le llegan al alma a Eliza. Ella sólo quiere una habitación lejos del frío de la noche, chocolate para comer y tener la cara, las manos y los pies calientes (la canción "Wouldn't it be loverly"). Aspira, en fin, a salir de la dura y monótona vida que lleva, siempre en la calle desde madrugada hasta la noche, recogiendo flores, limpiando y vendiendo su mercancía a gente rica como si pidiera limosna. Quiere ser una señora, trabajar en una tienda de flores en una zona más distinguida (en Tottenham Court Road, por ejemplo) y ser feliz. Una modesta aspiración, aunque para ello necesitará aprender a hablar correctamente inglés.
Llena de dignidad, aunque asustada y recelosa, al día siguiente se planta en el domicilio de Higgins con el propósito de dar clases. "¿Ya le he dicho que he venido en taxi?", le dice orgullosa a la ama de llaves, la señora Pearce (Mona Washbourne). Nada de lo que pueda hacer la joven, que se esfuerza en hablar con supuesta elegancia, impresiona a la señora Pearce, al coronel Pickering y al profesor Higgins.
Para Eliza es muy importante conservar la dignidad. No soporta, por ello, que Higgins le grite, le llame "calamidad" (en versión original, "baggage", que significa bulto pero también ramera) o que amenace con tirarla por la ventana o pegarle con el palo de una escoba. Tampoco le gusta que se burle de ella ni mucho menos la cadena de despectivos comentarios e insinuaciones que le suelta.

- Aquí tendrá comida y vestidos; si le diera dinero se lo gastaría en bebida.
- ¡Usted es un bestia! ¡Eso es mentira! ¡Nadie me ha visto catar nunca ni una gota de alcohol!


Conviene aclarar que el profesor Higgins es un misógino que no se esfuerza nada en ocultar esa condición. Más bien al contrario, exagera de manera grotesca y consciente su aversión hacia esa muchacha, quizá para dejarle bien claro dónde se ha metido y que no va a sentir ninguna compasión si le enseña a hablar correctamente. Se considera un hombre normal (la canción "I'm an ordinary man" define perfectamente su personalidad) y, por lo demás, detesta la hipocresía, los convencionalismos y cualquier rito social que signifique un retraso en su concepción del mundo... lo que significa que le desespera la alta clase social a la que pertenece.

- Pickering: ¿No se le ha ocurrido pensar, Higgins, que la chica tenga sentimientos?
- Higgins: No, no creo que tenga sentimientos que nos puedan preocupar. ¿Los tienes, Eliza?
- Eliza: ¡Tengo sentimientos como cualquiera!

La tentación del chocolate, un verdadero lujo para la muchacha, acabará por vencer su miedo y toda su resistencia. Finalmente se queda porque Pickering se compromete a asumir todos los gastos del que, para ellos, será un excitante experimento: dentro de seis meses se celebrará el baile de la embajada y a Eliza la harán pasar por una duquesa ante toda la distinguida aristocracia. Comienza así un juego para los hombres y un suplicio para ella, que ni siquiera conoce lo que es un buen baño. "¡Soy una chica decente!", berrea cuando la obligan a meterse en el agua caliente.

Cinco momentos de la evolución de Eliza: en la calle, hablando con un
hombre en Covent Garden; soñadora tras lograr hablar bien inglés por
primera vez; 
en las carreras de Ascot; en el baile de la embajada; y
tomando el té con 
la madre de Higgins, convertida ya en una dama. 

Lógicamente, uno de los aspectos más gratificantes del personaje que encarnó Audrey Hepburn es la gradual transformación que sufre desde el momento en que se somete al experimento. Eliza no sólo tiene que aprender a hablar correctamente su idioma, sino a utilizar el pañuelo en vez de la manga; a bañarse todo el cuerpo y no sólo la cara y las manos; a adquirir disciplina y capacidad de sacrificio; a valorar los pequeños logros como si fueran grandes conquistas; a apreciar, en suma, un universo desconocido.
A lo largo de esta considerable transformación, comprobamos cómo Eliza pasa del odio más visceral a la admiración más afectuosa hacia Higgins; del sencillo vestido verde que lleva en las agotadoras clases al excéntrico atuendo que luce en las carreras de Ascot; del "¡Garnnnn!", expresión soez de burla y fastidio que aplica a todo aquello que no le gusta, al fabuloso dictado de "The rain in Spain stays mainly in the plain", uno de los momentos cumbre de la película.
Es el canto del triunfo, un instante fabuloso de felicidad que explota cuando la chica adquiere por fin conciencia de lo que está haciendo tras una agotadora sesión a contrarreloj.

Podría bailar toda la noche.

Durante semanas, Higgins no ha podido sacarle de esta otra frase: "The rine in spine sties minely in the pline". Son casi las tres de la madrugada. Con un dolor de cabeza espantoso, fatigado y casi derrotado, el profesor le habla del prodigio de la lengua inglesa, de la herencia que recibe y de los altos ideales que transmite. Y es cuando Eliza, pensativa y silenciosa, consciente de todo cuanto supone su aprendizaje, arranca a hablar con perfecta dicción.
Su primera aparición en público se produce en las famosas carreras de Ascot, donde la joven se convierte en una sugerente atracción para gente como Freddy Eynsford-Hill (Jeremy Brett) o la propia madre del profesor, Mrs. Higgins (Gladys Cooper). El problema ya no es cómo habla -con suma elegancia- sino qué es lo que dice: familiares envenenados, borrachines o el famoso "Come on, Dover, move yer bloomin' arse!" ("¡Vamos, Dover, mueve ese cochino culo!"), con el que trata de animar al caballo por el que han apostado.
Hasta el baile de la embajada queda tiempo para resolver ese problema, pero ella no va a tener que actuar en esa señalada fiesta, sólo lucir su figura y su encanto para embaucar a todos. Con un vestido y un peinado fascinantes, Eliza se convierte en un maniquí perfecto: saluda, sonríe, hace reverencias, baila y camina como si hubiera nacido para ello. El milagro es absoluto y el triunfo de Higgins, total.

Eliza, el centro de atención del baile en la embajada.

Sólo hay un problema: que los sentimientos de Eliza han quedado profundamente heridos. Higgins y Pickering no celebran la tremenda transformación de la joven, sino haber ganado la apuesta. Ella es un objeto al que nadie felicita por su esfuerzo titánico, su dedicación y su éxito. El profesor no advierte tampoco que en el interior de la chica ha surgido algo más fuerte que el afecto. Ya no es una flor tirada a la que pueda pisotear, sino una mujer que desea amar y sentirse amada y respetada... preferentemente por Higgins, si fuera posible. De vuelta en la mansión de Henry, la vemos avanzar como si fuera al cadalso, mientras los dos hombres cantan y bailotean felices. Ella se siente morir. El proceso de aprendizaje le ha despertado todo tipo de sentimientos, entre ellos el del amor propio. Se siente ahora más herida que cuando él le llamaba "insecto presuntuoso".
Esta es otra de las escenas imprescindibles de la película, por el giro argumental y el decisivo paso que dan los personajes. Para Higgins es fundamental, ya que hasta entonces vivía sin ningún tipo de remordimientos, ajeno al corazón de cualquier persona y a los sentimientos que pudiera despertar a su alrededor. Eliza sigue siendo para él una niña de instintos básicos. Ahora, cuando se quedan solos, hay una joven que le lanza las zapatillas a la cara, que rechaza dolida el chocolate que le ofrece, porque ya no es la chica glotona y tan simple como era antes y le resulta doloroso que él siga tratándola igual.

- ¿Acaso te hemos tratado mal aquí?
- No.
- ¿Alguien se ha portado mal contigo? ¿El coronel Pickering? ¿La señora Pearce?
- No.
- ¿No pretenderás decirme que yo te he tratado mal?
- No.

El profesor tardará un tiempo en comprender lo que le ocurre y en notar el poderoso cambio que se ha producido en el interior de Eliza, que también sabe herir a su manera: cuando le tira las joyas que le ha regalado, le advierte que no quiere quedárselas por si luego él denuncia su desaparición. Es un golpe bajo para su ego.
Eliza abandona el hogar de Henry y al salir a la calle de noche se encuentra con Freddy, que no ha dejado de pasear por la calle donde ella vive (la canción "On the street where you live"). Ella está harta de palabras (la canción "Show me"):

Words! Words! I'm so sick of words!
I get words all day through;
First from him, now from you!
... if you're in love,
Show me!
(¡Palabras! ¡Palabras! ¡Estoy harta de tantas palabras! Escucho palabras todo el día. Primero, de él, ahora, de ti... Si me quieres, ¡demuéstralo!
).

Un paseo nocturno por el Londres de sus orígenes le demuestra que tampoco pertenece ya a ese mundo. Se despide de su padre, que está celebrando con tristeza el final de su soltería, y observa a las floristas, sus antiguas compañeras, como si hubieran pasado muchos años. Definitivamente, no pertenece a ese mundo. Su sitio está en un escalón social más elevado. Eliza se refugia en casa de la madre de Henry, quien le anima a mantenerse fuerte y en su sitio frente a la ruda y misógina resistencia de su hijo. El objetivo ya no es tanto el amor sino el respeto. Y la independencia. Cuando ambos se encuentran en casa de la madre, sabemos que la tarea será durísima, pero Higgins se ha acostumbrado a su cara, a su voz, a la melodía que canturrea, a su figura... a estar a su lado (la canción "I've grown accustomed to her face"). Que el profesor se muestre de repente tan frágil, desvalido y celoso, nos permite pensar que Eliza le ha ganado la partida.



La película:
- Procede de la comedia musical "My fair lady", de 1956, sobre la pieza escrita en 1918 por George Bernard Shaw, titulada "Pigmalion". En 1938 se filmó una adaptación cinematográfica ("Pigmalion"), dirigida por el británico Anthony Asquith, con Leslie Howard y Wendy Hiller en sus principales papeles.
- El musical teatral de 1956 contó con Rex Harrison y Julie Andrews, que fue descartada para la versión cinematográfica. Esta decisión provocó una fuerte polémica, ya que Harrison se posicionó a favor de su compañera. Ninguna actriz se atrevió a postularse para el papel, hasta que Audrey Hepburn, la principal favorita, se enteró de que Liz Taylor estaba dispuesta a aceptarlo. Fue entonces, según la propia actriz declaró más tarde, cuando dio una respuesta afirmativa.
- Rex Harrison consideraba que Audrey tenía un pasado y unas maneras demasiado aristocráticas como para hacer de florista callejera. No obstante, el rodaje y el esfuerzo de la actriz le hicieron cambiar de opinión y, durante la ceremonia de entrega de los Oscar, dedicó el suyo a sus dos actrices preferidas, Audrey Hepburn y Julie Andrews. Años más tarde, cuando le preguntaron quién había su compañera ideal de rodaje, declaró: "Audrey Hepburn".
- Julie Andrews y Audrey siempre destacaron que no hubo enfrentamiento ni malos rollos por este episodio entre ambas. Ni siquiera cuando, paradójicamente, Audrey se quedó sin Oscar porque lo ganó Julie gracias a la película "Mary Poppins".

Audrey, sonriente pero sin Oscar, entre Warner, Rex Harrison y Cukor.

- Pero la gran decepción de Audrey Hepburn no fue quedarse sin premio, sino la decisión de grabar su voz en las canciones y lanzar la película con la voz de la soprano Marnie Nixon en casi todos los temas. En la película sólo se escucha la voz de Audrey en unas pocas líneas no dobladas de las canciones "Just you wait" y "I could have danced all night". La razón aducida es que la actriz tenía un tono de mezzosoprano, no apto para la inmensa mayoría de las canciones.
- El actor Jeremy Brett (Freddy) también se quedó sorprendido y muy molesto cuando vio que sus canciones las había doblado otro cantante, Bill Shirley.
- Jack L. Warner, el productor, parecía muy dispuesto a borrar cualquier atisbo teatral en la película; además de tantear a James Cagney para el papel de Alfred Doolittle, quería a Cary Grant para el rol principal, el de Henry. La respuesta de Cary Grant fue ejemplar: no sólo rechazó la oferta sino que le dijo a Warner que no iría a ver la película si no actuaba Rex Harrison.
- El veterano actor Henry Daniell, que encarna al embajador en la secuencia del baile, falleció horas después del rodaje por un ataque al corazón.
- Audrey Hepburn fue la encargada de anunciar a todos los miembros del rodaje, tras filmar la escena de la canción "Wouldn't it be loverly", que el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, había sido asesinado.
- Vincente Minnelli y Joshua Logan fueron dos de los directores tanteados para dirigir la película antes de George Cukor.

Audrey y Rex, en una pausa del rodaje, con George Cukor.

- George Bernard Shaw no estuvo nada conforme con el final amoroso entre Henry y Eliza que plantea la película. El autor de la pieza teatral consideraba que no era posible esa opción. De hecho, en su versión, Eliza se casa con Freddy y consigue abrir una tienda de flores.
- En España, el doblaje destrozó la película, ya que hasta las canciones se grabaron en castellano. En el recuerdo queda "La lluvia en Sevilla es una pura maravilla", que sustituye a "The rain in Spain stays mainly in the plain".
 

domingo, 10 de junio de 2012

Tracy Lord

Katherine Hepburn ("Historias de Filadelfia")

Tracy Lord se deja querer por el encandilado Macaulay Connor. 

"Yo no quiero que me adoren, quiero que me amen"

Existen personajes que están pensados para intérpretes concretos y uno de ellos es, sin duda, el de Tracy Lord: sólo podía ser Katherine Hepburn. No es que se trate de un papel a su medida, es que ambas son la misma persona. Así lo concibió Philip Barry, amigo personal de la actriz, cuando escribió en 1938 la obra teatral del mismo título. Altiva, autoritaria, enérgica, disciplinada, deportista y de una elevada talla intelectual. Cuando la gran dama del cine protagonizó "Historias de Filadelfia" ("The Philadelplhia Story", 1940), Hollywood le acababa de colgar la maldita etiqueta de "veneno para la taquilla". Y ella empezó a redimirse a partir de esta película, como si tuviera que pedir perdón por su férrea independencia en ese mundo dominado por hombres. Básicamente es lo que le ocurre a esta mujer llamada Tracy Samantha Lord.
Conviene advertir, eso sí, que esta comedia hay que verla hoy en día sin los lógicos prejuicios de la época actual. Porque un análisis social ligeramente severo de los personajes puede ofrecer conclusiones casi esperpénticas. Por ejemplo, el más antipático es el prometido de Tracy, George Kittredge (John Howard), un hombre que procede de una clase social baja, lo que le convierte poco más o menos en un advenedizo; Margaret (Mary Nash) es la madre que acepta con bendita resignación y extraña comprensión la permanente infidelidad de su marido, Seth (John Halliday), un vivales que hoy llamaríamos "sinvergüenza" con todas las letras.
La propia Tracy oculta, bajo esa figura de diosa fría e intransigente, la apariencia de una mujer cuyos pecados son, en esencia, su enorme fortaleza y su independencia. ¿Debe cambiar y pedir perdón por ser una estatua en un pedestal o por ser una mujer que piensa por sí misma? Además, la aristocracia es aquí la clase social ideal y envidiable, pese a que presumen de ser lo que, en la actualidad, llamaríamos "parásitos". Lo dicho, "Historias de Filadelfia" es un film de 1940 y no debe sacarse de ese contexto, como ocurre con otras grandes obras maestras del cine.

El punto final a un matrimonio y el comienzo de la película.

El arranque de la película ya resulta muy significativo: C.K. Dexter Haven (Cary Grant) se marcha del hogar conyugal porque no aguanta a su intolerante esposa, Tracy. Ella le rompe los palos de golf en la puerta; él responde empujándola al suelo de un manotazo. Dos años después, la prensa se hace eco del nuevo enlace matrimonial de la joven con un millonario, el insípido George Kittredge. Es un tipo de origen humilde que desconoce muchas de las normas de la alta sociedad.
La madre es quien mejor explica el comportamiento de su hija: "Lo que pasa es que Tracy se impone normas de conducta muy severas y los demás no siempre son capaces de vivir de acuerdo a ellas". Tracy es, pues, la que manda. Era inflexible con las debilidades de su marido, sobre todo con la bebida, lo es también con su padre y, muy especialmente, con la necesidad de preservar su intimidad. Por desgracia para ella, Dexter va a colar en la boda a dos reporteros de la revista sensacionalista Spy como supuestos amigos del hermano de Tracy: Macaulay Connor (James Stewart) y Elizabeth Imbrie (Ruth Hussey).
Ambos tienen tantos prejuicios hacia Tracy como ésta hacia ellos. Macaulay, un tipo sarcástico, escéptico y, sobre todo, frustrado escritor que está descontento con su trabajo, sospecha que la joven es una estúpida snob; cuando ella se presenta ante la pareja decide no sacarles del error y exagera esa impresión con una  cursilería casi enfermiza.
- Connor: Y respecto a esa chica, Tracy Samantha Lord...
- Dexter: ¿Qué pasa con ella?
- Connor: ¿Cuáles son sus características?
- Dexter: Odia a la gente que lleva puesto el sombrero en casa.
El corazón de Tracy es, al principio, un misterio para todos, incluso para el espectador. Se muestra cariñosa con su novio, pero no hay evidencia de amor hacia él; quiere humillar al periodista porque representa, al menos a primera vista, la clase intelectual que tanto detesta; es dura y sarcástica con su anterior marido y apenas se aprecian signos de la vieja pasión que pudo haber entre ellos a lo largo de la película. "La pelirroja de siempre: ni amargura ni recriminaciones, sólo un buen izquierdazo en la mandíbula", le apostilla su ex.
Pero existe también una Tracy risueña, amistosa, familiar y sensible, que se divierte montando a caballo, trasteando con su hermana pequeña Dinah (Virginia Weidler) o leyendo en la biblioteca, con deleite, los cuentos que escribió Macaulay Connor antes de ganarse el pan con la prensa rosa. Es una mujer divertida en el fondo, aunque demasiado preocupada por la pulcritud y la disciplina como para que se le note.

Tracy, intransigente y distante con su padre. 

Los hombres la ven como una especie de diosa, aunque con diferentes intenciones. Para Kittredge, esa es precisamente su principal virtud. Lo que quiere es construirle una torre de marfil para adorarla a todas horas. "Nadie ha sido ni será tu dueño y señor", le asegura. Dexter Haven opina que sería una mujer ideal si se bajara del pedestal y cometiera errores: "Por supuesto, es tolerante con ciertos defectos... a excepción de los defectos ajenos". El padre considera que su intolerancia ha arruinado la perfecta relación que mantenían cuando era más joven: "Tienes todo lo que puede tener una mujer encantadora, menos lo esencial, un corazón comprensivo. Y sin eso daría lo mismo que fueras de bronce".
Tracy desorienta especialmente a Connor, que pasa del rechazo inicial, la sorpresa (al verla leyendo su libro de cuentos en la biblioteca) y la suspicacia (cuando ella le ofrece su casa de campo para que siga escribiendo) a una progresiva fascinación. Cuando todo el mundo parece ponerse en su contra, cuando recibe sucesivos reproches por su intransigencia y su frialdad, Macaulay (o Mike) acabará siendo su refugio.
Existe una tercera Tracy que sólo aparece en contadísimas ocasiones: cuando bebe champán. Por lo que sabemos, ocurrió una vez durante su matrimonio con Dexter: se subió desnuda al tejado y se puso con los brazos abiertos mirando la luna. Aunque es algo que ella no recuerda o no desea recordar. Y en la noche previa a su boda volverá a suceder. Apreciamos entonces una mujer mucho más divertida, a la vez sensual, despreocupada y provocativa. "De repente, lo que antes consideraba de gran importancia ya no me lo parece tanto", le confiesa a su madre.
Los momentos más fascinantes de esta mujer suceden al lado de Macaulay, ahora llamado Mike. Ambos salen de la fiesta con más champán de la cuenta; se buscan para pasarlo bien cuando los demás (un Dexter pasivo y un Kittredge soporífero) se retiran a descansar; ambos, en fin, deciden jugar al romance, abiertos a todo, cuando se ven solos en el jardín de la mansión.
La larga y apasionante secuencia nocturna siempre me ha parecido una película distinta. Es evidente que existe una química especial entre Tracy y Mike que, sin embargo, echamos de menos en su relación con C.K. Dexter Haven (genial nombre, por cierto). También es notorio que los dos están deseando que ocurra algo: Macaulay, porque se siente muy atraído por esa mujer, y Tracy, porque necesita que la quieran de verdad, no que la idolatren.

Tracy, en brazos de Macaulay, ante la mirada de Kittredge y Dexter.

Katherine Hepburn está simplemente adorable: cuando acerca su rostro al de James Stewart de forma sensual y arrebatadora; cuando le lanza miradas que apabullan al periodista; al reprocharle lo que a ella siempre le han recriminado, su intolerancia, o cuando trata de desarmarle con su ingenio dialéctico.

- Si me dan a elegir, me quedo con la clase baja, entérate.

- Y con un millón de dólares...
- ¿Qué has querido decir?
- Me equivoqué.
- No hay duda de que estás insultándome. ¡No! ¡No pidas perdón!
- ¿Perdón? No iba a hacerlo.

La escena está lleno de instantes románticos, en los que sus conciencias acaban frenando siempre el impulso y la pasión. Macaulay le dice lo que necesita escuchar: ella es un sueño hecho realidad, tiene un fuego intenso en su interior y está llena de vida y de encanto. Sin embargo, el beso apasionado al que se entregan parece disipar las dudas: "¿Esto puede ser algo parecido al amor?", le pregunta él. "¡No, no, no! No es posible, no puede ser. Sería terrible. Además, sé que no lo es".
A la mañana siguiente, Tracy aparece con una fuerte resaca ("ayer debí tomar demasiado el sol") y no se acuerda de lo ocurrido por la noche. Intuye que algo grave ha podido pasar cuando ve las caras de Dexter y Macaulay. De repente ya no es la mujer soberbia y segura de sí misma, sino una joven vacilante, indecisa y preocupada. Definitivamente humana.
Romper con George Kittredge es el primer paso hacia su redención, si es que se puede llamar así al proceso de transformación que va a sufrir: humilde, cariñosa y amable e incluso capaz de pedir perdón. Así es la nueva Tracy Lord, otra vez al lado de C.K. Dexter Haven. Es lo que todos esperaban de ella, ¿no?

... Y volvieron a ser felices.

La película
- Cuando Katherine Hepburn apareció en la famosa lista de "veneno para la taquilla" (con Fred Astaire, Joan Crawford, Marlene Dietrich, entre otros), dejó por un tiempo el cine y protagonizó en Broadway "The Philadelphia Story", escrita por Philip Barry, que era su amigo. Éste había creado una parodia de la fama que tenía la actriz de autoritaria y poco femenina. Además, se había basado en otro personaje real, muy conocido en Filadelfia, la filántropa Helen Hope Montgomery Scott
- La obra fue un gran éxito y las productoras empezaron a pujar por los derechos para el cine, sin pensar en ningún momento en la actriz para la que se había escrito la pieza teatral. La pareja de Katherine Hepburn en ese momento, el magnate Howard Hughes, fue quien le regaló a ella los derechos. 
- La actriz vendió la obra para el cine a la MGM, pero con tres condiciones: ella sería la protagonista, la adaptación correría a cargo de dos guionistas desconocidos, Donald Odgen Stewart y Waldo Salt, y podría elegir al director y a los actores principales.
- Como director escogió a su amigo George Cukor y como protagonistas, a Clark Gable y Spencer Tracy. No obstante, estos tenían otros compromisos y la MGM le sugirió entonces a Cary Grant y James Stewart.

George Cukor dirige a los actores.

- Curiosamente, James Stewart se ofreció para el papel de Macaulay Connor sin saber que ya había sido elegido.
- De la obra teatral se prescindió de un personaje, el hermano de Tracy. Joseph Cotten (Dexter) y Van Heflin (Connor) fueron sus principales protagonistas masculinos.
- El célebre manotazo que le da Cary Grant a Katherine Hepburn al comienzo de la película fue idea de George Cukor para satisfacer al público que odiaba a la actriz. Así, en el resto de la película ya no caería tan mal al haber sido "escarmentada" previamente.
- El rodaje de la película costó tan solo ocho semanas, en gran medida porque Cukor no tuvo que repetir ninguna escena.
- Donald Odgen Stewart ganó el Oscar al mejor guión, James Stewart, al de mejor actor y la película contó con cuatro nominaciones más, una de ellas para Hepburn, que pudo resurgir en el cine gracias a esta obra. Stewart, en un rasgo de honestidad, afirmó que la estatuilla la merecía mucho más Henry Fonda por su espléndido papel de Tom Joad en "Las uvas de la ira", de John Ford.
- El productor del film era Joseph L. Mankiewicz, guionista y, desde 1946, uno de los más grandes directores de Hollywood.