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sábado, 5 de marzo de 2011

Nina Ivanovna Yakushova, Ninotchka

(Greta Garbo, "Ninotchka")

Nina Ivanovna Yakushova. Sencillamente maravillosa.

"¡Garbo ríe!", fue el acertado lema publicitario utilizado para lanzar "Ninotchka" (1939), de Ernst Lubitsch. Una carcajada de "La Divina" era tan valiosa e insólita como escuchar una palabra de Harpo Marx o ver bailar a John Wayne. La escena en que la actriz sueca se echa a reír sin parar es, a mi juicio, uno de los momentos más entrañables de la historia del cine. Rompe la permanente tensión de su rostro, alivia nuestro espíritu y transforma por completo al personaje. Parece una metáfora más del fabuloso poder que tiene la comedia para cambiar nuestras vidas, algo que Preston Sturges también nos enseñó en su obra maestra -una de ellas- "Los viajes de Sullivan" (1941).
Greta Lovisa Gustafsson (Greta Garbo desde 1922) fue y sigue siendo un misterio de mujer que nos ha fascinado en todas las épocas. En 1941, tras interpretar "La mujer de las dos caras", dejó el cine para siempre, una decisión que sirvió para avivar su leyenda. Tenía 36 años y una carrera profesional admirable. Tras la Segunda Guerra Mundial se trasladó a vivir a Nueva York. Su mítica frase de película, "Quiero estar sola", no le sirvió de nada, porque hasta el final de sus días se vio acosada por fotógrafos, periodistas y curiosos, ansiosos por comprobar cómo el paso del tiempo hacía mella en su físico.
Todo lo que conocemos ahora sobre la Garbo sirve para apreciar mucho más el papel de esa comisaria política soviética, Nina Ivanovna Yakushova, que es enviada desde Moscú a París para negociar la venta de unas joyas que tres disparatados camaradas habían sido incapaces de gestionar tras haber vivido los tres a cuerpo de rey en una lujosa suite. Ahora conocemos mucho mejor la fragilidad de la actriz, su miedo al fracaso y a hacer el ridículo. Ahora se puede valorar en su justa medida el esfuerzo que tuvo que realizar para meterse en la piel de Ninotchka, para sonreír, interpretar la soberbia escena de la borrachera y lanzar esas carcajadas que nos alegran el corazón.
Greta Garbo no aparece en pantalla hasta los dieciocho minutos de película, cuando llega a la estación de tren de París y espera que sus tres compatriotas, Iranoff (Sig Ruman), Buljanoff (Felix Bressart) y Kopalski (Alexander Granach) acudan a recibirla. Ellos buscan a un emisario masculino, seguramente barbudo y severo; uno responde a esa descripción "soviética" pero comprueban que es un nazi. Al fondo, con sus maletas en la mano, aparece la figura rígida, austera y disciplinada de ella, que pronto evita las confianzas con sus sorprendidos colegas. "No tenéis que darle importancia al sexo; venimos a trabajar".
Ninotchka es una fría y desapasionada mujer del Partido Comunista con férreos e insobornables ideales. Le extraña que un empleado de la estación se preste a llevarle sus maletas. "Eso no es un oficio, es una injusticia social", proclama. "Depende de las propinas", aduce el mozo. En el lujoso hotel observa un sombrero de diseño que le causa asombro y tristeza: "¿Cómo puede sobrevivir una civilización que deja que sus mujeres se pongan eso? No será por mucho tiempo". Dentro de la habitación, que paradójicamente es la Cámara Real, les hace ver que el coste diario del alojamiento es exactamente lo que cuesta una vaca en Rusia. "¿Quién soy yo para costarle al pueblo ruso siete vacas?". Finalmente, tras echarles una bronca por su negligencia en la venta de las joyas, pide un cigarrillo; Iranoff llama al servicio, como han hecho tantas veces, y aparecen tres guapas y alegres camareras, que se quedan paralizadas esta vez ante la presencia de Ninotchka. "Camaradas, se ve que habéis fumado un montón".

El emisario político de la URSS es una mujer.

La presentación de Ninotchka es una caricatura hollywoodiense de la mujer soviética: seca, agria y asexual. En esta parte de la película, su visión comunista de la vida y de la humanidad tiene ese filtro capitalista de parodia, exagerado y ridiculizado. Una imagen que, por cierto, no le gustó a la actriz. Pero esto no es un tratado sociológico, sino una película. Y de Lubitsch, que ha sido capaz de reírse del nazismo, del comunismo, del capitalismo y de sí mismo.
Ninotchka aprovecha sus escasos ratos libres para inspeccionar los servicios públicos de París. En la calle tropieza con Leon D'Algout (Melvyn Douglas), precisamente el representante de la duquesa Swana (Ina Claire), la original propietaria de las joyas que están tratando de vender. Pero ella no lo sabe, igual que Leon desconoce quién es esa mujer tan fascinante. Intrigado, decide seguirla.
- Me interesa la torre Eiffel desde el punto de vista técnico.
- ¿Técnico? Creo que no podré ayudarla. Un parisino sólo sube a la torre Eiffel para tirarse.
- ¿Cuánto tarda en llegar al suelo?
El sentido del humor de Leon choca con el pragmatismo de Ninotchka, que evita el flirteo masculino. Cuando él descubre su nacionalidad, se queda encantado; no en vano, ha hecho muy buenas migas en los últimos días con los ingenuos Iranoff, Buljanoff y Kopalski. "¡Una rusa! ¡Adoro a los rusos! Hace quince años que me fascina vuestro Plan Quinquenal", bromea. "Los tipos como usted pronto se extinguirán", replica ella. Desde la torre observan el brillo de la ciudad, de la "civilización caduca": el Arco del Triunfo, Montmartre, otros monumentos... y la casa de Leon, que éste enfoca con el telescopio. Ninotchka le sorprende al aceptar su invitación para visitarla.
Hasta ese instante hemos visto a una mujer directa, muy seria, sobria, digna e imperturbable. Ahora está a punto de aparecer otra nueva mujer, algo más confortable, aunque igual de distante e indiferente. Antes, el encuentro con el mayordomo, Gaston (Richard Carle), que se queda sin capacidad de reacción, no tiene desperdicio.
- Este hombre es muy viejo, no le haga trabajar.
- Él ya se encarga de eso.
- Cansado y cara triste. ¿Le azota?
- No, pero sólo de pensarlo me extasío.
- Un día llegará en que usted será libre. A dormir, padrecito, queremos estar solos.
La escena de seducción resulta divertida por el contraste. Melvyn Douglas tiene esa mezcla de padre de familia y galán curtido que le permite ser un caradura cínico pero bonachón, un parásito inútil que cae bien y una especie de gigoló para la duquesa Swana; ella mantiene su rostro inalterable y considera que el amor es una cuestión meramente química, aunque está deseando mantener una relación con ese individuo. Ninotchka puede ser fría como el hielo, pero no tiene nada de puritana.

Ninotchka y Leon: extraña química entre ambos.

En esa escena nos revela unos pocos datos personales: procede de una familia de la pequeña burguesía, que poseía una hacienda, pero ella se sumó a la Revolución de Octubre y llegó a ser sargento de Caballería. En la guerra ruso-polaca (1920) recibió una herida en la nuca por parte de un lancero polaco. Tenía 15 años.
- ¡Pobre Ninotchka! ¡Pobre, pobre Ninotchka!
- No me compadezca a mí, compadezca al lancero: yo aún sigo viva.
- ¿Pero qué clase de criatura es usted?
- Lo que usted ve: un diente minúsculo en la gran rueda de la evolución.
Mientras Leon le explica la magia de la medianoche y el milagro del amor, que se produce en seres vivos sea cual sea su especie, el rostro de Greta Garbo es maravilloso: atiende con seriedad y un ligero interés, de vez en cuando alza una ceja con parsimonia y sus ojos van desde un punto indeterminado en el aire a la cara de Leon, que está a punto de besarla. Es como si intentara comprender que el sentimiento amoroso es algo más que un proceso químico. "¿Es esto locuacidad?", le pregunta él tras besarla. "No, ha sido un alivio. Otro", responde.
La magia se rompe con una llamada telefónica. A Leon le avisan de que la enviada especial soviética ha llegado a París. Él pregunta cómo se llama y trata de deletrearlo, pero es la propia Ninotchka quien se lo escribe en un papel. Así se dan cuenta de que son adversarios: él representa a la duquesa Swana, a la Rusia blanca, y ella pertenece a la Rusia roja. De nada sirve la atracción que han sentido ni ese largo beso que han disfrutado. "También besé a ese lancero polaco... antes de morir".
La siguiente escena ocupa un lugar de honor en nuestro universo cinéfilo. Ninotchka prescinde del hotel para comer y se va a un restaurante para obreros. Leon la sigue y finge que es el lugar habitual donde almuerza. Está tratando de reconducir la situación hasta ese instante amoroso que quedó interrumpido la noche en que se besaron. Pero Ninotchka, más indiferente que nunca, ni le mira a los ojos. Está comiendo, además, no por deleite o placer, sino para adquirir las calorías justas que necesitará a lo largo del día. Sólo cuando Leon le pide que sonría, ella alza la mirada y se queda sorprendida: "¿Sonreír? ¿Para qué?". La expresión del humor no forma parte de sus necesidades biológicas.
Su acompañante se marca entonces como reto hacerla reír al menos una vez y comienza a soltar chistes, algunos ingeniosos, francamente. Pero es como enseñar humor a un extraterrestre, porque Ninotchka desarma por completo cada intento que realiza.
- Érase una vez dos franceses que iban a América.
- ¿En qué barco?
- Dejémoslo.
Después de varios intentos, la paciencia de Leon comienza a agotarse. Se siente molesto y herido en su ego. Finalmente da con un chiste realmente divertido, absurdo y hasta surrealista ("Un hombre entra en un restaurante; se sienta en una mesa y dice: Mozo, tráigame una taza de café sin nata. Cinco minutos después, vuelve el camarero y dice: Perdone, señor, se nos ha acabado la nata, ¿lo quiere sin leche?"). Todos los comensales del restaurante se ríen a carcajadas. Pero Ninotchka sigue inalterable, comiendo y con la mirada perdida.
Leon está desesperado. Intenta repetirlo y destripa mal el chiste en un desesperado intento por conseguir esa risa imposible. De repente, se apoya en la mesa contigua, ésta se cae por el peso y él acaba en el suelo con estrépito. Cuando levanta la vista, allí tiene a Ninotchka lanzando carcajadas, riendo abiertamente, incapaz de parar. Trata de reprimirse al ver la cara del ofendido Leon, pero es imposible, él también lanza una sonora risotada.

Tres momentos de la inolvidable escena en el restaurante.

El efecto de la risa en esta escena es liberador. Rompe el armazón de Ninotchka y la convierte en una persona comprensible con las debilidades, afable y encantadora. Como si se hubiera quitado una venda de los ojos, ahora contempla la vida desde una hermosa perspectiva y con una actitud tolerante. Delante de los abogados y de sus compatriotas rompe a reír al recordar uno de los chistes que le contó Leon con desesperación. Cuando Buljanoff le sugiere que haga una visita a los alcantarillados de la ciudad, ella le observa y le pregunta que por qué no se corta el pelo.
El ridículo sombrero que luce en el escaparate de una tienda ya no le parece el símbolo de la decadente civilización, sino un divertido atrevimiento que se ha comprado en secreto y que oculta en un armario bajo llave. Se lo llevará puesto a su cita con Leon, que la espera en su apartamento. Por primera vez la vemos sonriente, avergonzada de su propia felicidad, mirando al suelo con timidez ante un hombre que admira su belleza y su encanto. Cuando se besan de nuevo, esta vez con una pasión no disimulada, le confiesa que a veces se despierta en la noche sin parar de reír al recordar esos chistes que aquel día no le hicieron gracia.
Se ha enamorado y en ese momento despiertan casi a la vez su coquetería, su deseo y también sus celos. Ninotchka le pregunta por un retrato que vio en la noche anterior y que ahora ha desaparecido. Es el de la gran duquesa Swana, que Leon ha ocultado convenientemente. "Te lo ruego, nunca me pidas que te regale un retrato mío. No soportaría verme escondida en un cajón. No lo resistiría, me ahogaría".
La pareja sale a cenar y coincide en el mismo local con la gran duquesa, que trata de ridiculizar y de herir a su compatriota. Ninotchka, bella y elegante, mantiene las formas y su dignidad frente a la abierta hostilidad de esa odiosa mujer. Sin darse cuenta, se está emborrachando y quizá por eso no se pregunta cómo Leon ha podido aguantar a esa caprichosa, rencorosa y ruin señora. El champán causa estragos y su efecto permanece cuando ambos se trasladan al hotel.

Ninotchka quiere purgar las culpas de su felicidad.

Lubitsch hizo muy bien al mantenerse firme cuando Greta Garbo le pidió suprimir la escena entera de la borrachera. Está francamente divertida. Los quince minutos, desde que empiezan a beber hasta que él la lleva a su cama para que duerma, son deliciosos, románticos y cómicos. La mezcla es entrañable, pero nos deja un punto de suspense y de alarma: se ha quedado dormida, pero la caja fuerte que contiene las joyas la han dejado abierta después de haber jugado un rato con las piezas más valiosas.
Al día siguiente, todavía en la cama, recibe la inesperada visita de la duquesa, que ha venido a proponerle un trato: le devuelve las joyas que un cómplice camarero le ha robado, a cambio de que regrese a su país y se olvide para siempre de Leon. Lubitsch y sus guionistas se ponen del lado de Ninotchka en el choque ideológico entre ambas. Existe una clara simpatía hacia las ideas (que no hacia el Estado) que representa la joven mujer, frente al autoritarismo zarista que encarna la figura de la aristócrata rusa.
- Me quitásteis mi zar, mi nación y el amor de mi pueblo.
- El amor de las personas no puede quitarse; ni el de 160 millones ni el de una: el amor hay que ganarlo.
Ninotchka acepta marcharse de inmediato para recuperar las joyas del pueblo soviético, pero sólo podrá despedirse de su amante por teléfono. Lo hace con lágrimas contenidas, consciente de que jamás volverá a verlo. Poco después, en compañía de Iranoff, Buljanoff y Kopalski, sobrevuela con nostalgia la torre Eiffel.
Mientras Leon se afana por entrar en la Unión Soviética para reencontrarse con su amor, ella vuelve a su oscura y rutinaria vida en Moscú: desfiles, trabajo y represión. Comparte una habitación con varios camaradas, uno de ellos un inconfundible comisario político; su amiga Ana le advierte de que una prenda femenina que ha traído de París está provocando demasiados recelos. "A partir de ahora la tenderé dentro. No quisiera ver a mi país en peligro a causa de mi ropa interior". Toda una genialidad de guión.

Buljanoff, Ninotchka, Iranoff y Kopalski, juntos de nuevo en Moscú. 

Resignada, generosa y más dulce que nunca, se reúne a cenar con el trío de camaradas de París. Ella se empeña en hacerles ver que Moscú puede ser tan bello y divertido como la capital francesa, pero sin suerte. Durante el encuentro, recibe una carta de Leon, pero se lleva un tremendo chasco al leerla: Querida Ninotchka... y lo demás, censurado. "Los recuerdos no se censuran, ¿verdad?", le consuela Buljanoff.
El desenlace tiene una estructura cíclica. Ha pasado el tiempo y Ninotchka recibe un encargo que no le es desconocido: viajar a Constantinopla para controlar y devolver a la URSS a sus tres inclasificables amigos, que se marcharon de misión comercial a Turquía y no han vendido ni una sola piel. Ella se resiste a pasar de nuevo por esa experiencia, pero el comisario Razinin (Béla Lugosi) le obliga sin miramientos. En Constantinopla recibirá una sorpresa inesperada: allí le aguarda Leon, que ha sabido utilizar sabiamente a los tres camaradas para atraer a su amor. Leon le plantea que hará un bien a su país si se queda con él y ella lo tiene muy claro: "Nadie dirá nunca que Ninotchka fue una mala patriota".
  
La película
- "Ninotchka" está basada en una historia original de Melchior Lengyel, que el ayudante de producción de la MGM Gottfried Reinhard ofreció a los estudios en 1937. Las diferencias con el resultado cinematográfico son abundantes: los tres comisarios son dramáticos, no existen las joyas y, entre otros aspectos, el desenlace nada tiene que ver con el final del film.
- Greta Garbo deseaba trabajar con Lubitsch desde 1929, pero nunca pudieron coincidir. Según declaró a Cecil Beaton años más tarde, la experiencia resultó insatisfactoria, aunque a su amante Mercedes D'Acosta le confesó que se lo había pasado muy bien durante el rodaje por primera vez en su vida (según el libro "Ernst Lubitsch. Risas en el paraíso", de Scott Eyman).
- La actriz sueca se entrevistó por primera vez con el director en su coche particular durante dos horas, ya que la diva no accedió a pasar a los estudios de la MGM. Garbo le pidió que suprimiera la escena en que se emborracha porque le daba miedo hacer el ridículo. No en vano, se trataba de su primera comedia. Lubitsch le replicó que podía cambiar cualquier texto del guión excepto esa escena, primordial para la historia.
- Lubitsch aceptó el encargo porque la Metro Goldwyn Mayer se comprometió a afrontar después el proyecto que a él más le apetecía emprender, "El bazar de las sorpresas", que realizó dos años más tarde.
- Charles Brackett y Billy Wilder ya habían trabajado con Lubitsch en "La octava mujer de Barba Azul" (1938). Ambos, con la aportación de Walter Reisch, le dieron la vuelta al texto original de "Ninotchka" de manera magistral, aunque Wilder confesó que la aportación del director fue vital: "Leía una página, se reía y al mismo tiempo tachaba una línea o añadía algo absolutamente genial".
- La película fue un éxito relativo de taquilla (2,2 millones de dólares, por los 1,3 millones que costó), sobre todo porque "pinchó" en Estados Unidos (1,1 millones), donde "Caballero sin espada", por ejemplo, ganó 3,5 millones.
- La relación entre la actriz sueca y el director alemán fue simplemente cortés. Garbo sólo tuvo que decirle a Lubitsch una vez durante el rodaje que no le gritara, porque no lo soportaba. El realizador admiraba de ella su instinto y su sentimiento para afrontar cada escena, ya que "carecía por completo de técnica interpretativa".



miércoles, 17 de noviembre de 2010

Bertram Potts

(Gary Cooper, "Bola de fuego")

"Le quiero porque es el tipo que se emborracha con un vaso de leche; y me encanta la forma en que se ruboriza hasta las orejas. Le quiero porque no sabe besar... ¡el tonto!"  (Sugarpuss O'Shea)

Bertram, petrificado ante los encantos de Sugarpuss O'Shea.

Gary Cooper fue un seguro de vida para muchos directores. Si Ernst Lubitsch quería darle más brillo a un personaje, bastaba con llamar al "americano ideal". Si Frank Capra buscaba un tipo honesto, formal y entrañable, contactaba con el agente del actor. Y si Howard Hawks, Fred Zinemann, Delmer Daves o William Wellman necesitaban a un héroe, allí estaba la estampa de Gary Cooper, que lo mismo se ponía en la piel de un sheriff o de un mito del béisbol que en la de un vaquero solitario o de un científico espía.
Quienes captaron enseguida sus grandes dotes para la comedia nunca se sintieron defraudados, porque el hombre nacido como Frank James Cooper salió siempre airoso, ya fuera un millonario caprichoso (su excelente papel de Michael Brandon en "La octava mujer de Barba Azul"), un idealista íntegro como Longfellow Deeds ("El secreto de vivir") o un tímido profesor de Lengua que apenas ha visto mundo. Ese es el espléndido personaje de Bertram Potts ("Bola de fuego", "Ball of fire", 1941), dirigida por el maestro Hawks.
El inspiradísimo guión de Billy Wilder, Thomas Monroe y Charles Brackett resulta toda una garantía: Potts es uno de los ocho profesores que trabajan desde hace años en la elaboración de una enciclopedia, encerrados en una vieja mansión. La visita de un basurero, que habla un argot incomprensible, le obligará a replantearse su trabajo como experto lingüista y a bajar al mundo real. Entre los personajes que conoce está Katherine "Sugarpuss" O'Shea (Barbara Stanwyck), la novia del gángster Joe Lilac (Dana Andrews). Éste aprovechará el interés del profesor por su chica para evitar que la policía le siga el rastro. Lilac no cuenta con que Sugarpuss se enamorará de Potts.
Aunque se trata del más joven, Bertram es también el más exigente y responsable de los profesores, todos ellos tan absurdos y chiflados como encantadores. Al llegar la primavera, mientras los otros siete disfrutan de su primer paseo matinal por el parque, él cierra su libro, mira el reloj y anuncia que se ha acabado el descanso, sin hacer caso de las protestas. Los "siete enanitos" -como hábilmente nos sugiere la introducción de la película- viven en un mundo apartado de la civilización, pese a que se encuentran en Nueva York. Son cultos e instruidos y cada uno domina una rama de la sabiduría, pero no saben desenvolverse en la vida cotidiana.
Bertram Potts ha vivido siempre en esa burbuja llena de libros y conocimientos desde que a los dos años aprendió a leer. Con 15 años se graduó en la Universidad de Princeton y se dedicó al estudio de la lingüística. Pero semejante obsesión le ha alejado de otras cuestiones importantes, como el amor. El profesor Gurkakoff (Oskar Homolka) le tiene que golpear en la espalda, por ejemplo, para que hable con la señorita Totten, la heredera del filántropo que les encargó esa vasta enciclopedia interminable. Y es que Potts parece aterrado en presencia de las mujeres.
El basurero del barrio (Allen Jenkins) le abrirá los ojos a otra realidad que creía tener dominada, la del argot callejero. El profesor no sabe qué es "chorba", "machacante", "guita" o "garbeo" y comprende que su estudio del slang (o lenguaje coloquial de la calle) se ha quedado desfasado, sólo ha embalsamado frases muertas. Cuando anuncia que va a salir a la calle, los demás se quedan horrorizados ante ese imprevisto que rompe su rutina diaria.
Potts recorre la ciudad, escucha una jerga nueva para sus oídos, se queda maravillado ante frases hechas tan comunes como "drum boogie" (soberbia escena musical) e invita a una serie de personajes pintorescos a que colaboren con él. La única que se resiste es la cabaretera Sugarpuss O'Shea, que en un principio lo confunde con el ayudante del fiscal que la busca como testigo de las andanzas criminales de su novio. "Supongamos que le dice al fiscal que se dé un garbeo por las afueras", le suelta ante la euforia del profesor, que interpreta esa frase como un magnífico ejemplo de argot.

"Dijo palabras tan asombrosas que me dejó estupefacto".

La vida de los profesores resulta tan rutinaria que la salida de Potts les ha excitado. Todos le rodean con el fin de conocer el relato de sus andanzas, aunque él se centra más en los avances lingüísticos que ha realizado en vez de recrearse en la descripción del cabaret, como esperan los demás.
- Dijo palabras tan asombrosas que me dejó estupefacto: Pise el acelerador, por ejemplo.
- ¡Sorprendente! ¡Qué barbaridad!
Es lógico que la llegada inesperada de Sugarpuss -que necesita un lugar seguro para esconderse de la policía- revolucione ese gallinero. Cuando aparece por la puerta, los profesores huyen despavoridos y Bertram se queda espantado. "Le ruego que les perdone por su atuendo y a mí por no llevar corbata", se excusa con exagerada formalidad. Ella responde con ironía: "No se preocupe, una vez vi a mi hermano mayor afeitándose".
El remilgo, la timidez y la exquisita educación que muestra Potts contrasta con el descaro, el sarcasmo y la insolencia de la chica: el resultado es delicioso para el espectador y para la alta comicidad de la película. Sugarpuss se va ganando el cariño de los demás profesores, más infantiles que su joven compañero, porque transmite alegría de vivir. A Bertram le absorbe el estudio del slang; a ellos sólo les importa aprender a bailar la conga o vestir a la última moda, como hace el profesor Robinson (Tully Marshall), que aparece radiante con su traje claro.
- "Una chica me persiguió por la Quinta Avenida", explica orgulloso.
- "...Para decirle que quitara la etiqueta del precio", le aclara ella.

Practicando el yum.
Bertram sabe que la presencia de la señorita O'Shea es un grave riesgo para el trabajo y, respaldado por la severa ama de llaves, la señora Bragg, decide echarla; pero cuando ella le llama "viejo anticuado", le confiesa que a él también le ha perturbado su presencia, por muy firme que se haya mostrado ante la tentación. Incluso le revela que tuvo que mojarse la nuca tras excitarse al contemplar cómo un rayo de sol le inundaba el pelo. Ella juega la carta de la seducción para quedarse: "Tal vez esté loca, pero para mí eres el clásico tipo yum-yum", le dice antes de besarle. Bertram sale corriendo para mojarse la nuca de nuevo. Incluso entonces sigue firme en su propósito, pero una vez que ha probado los labios de Sugarpuss, quiere un poco más: "¿Antes de que se vaya, le... le importaría... darme otro yum?". Definitivamente ha caído en sus redes.
A partir de es momento vemos a un Bertram ilusionado, exaltado incluso, sonriente y dichoso. Su felicidad contrasta con la actitud de la chica, que cuando él se le declara en la habitación, tímido, casi avergonzado y con un modesto anillo que contrasta con el lujoso pedrusco que ella luce en su mano, comprende que ha ido demasiado lejos. Potts no para de hablar; es como si su corazón dormido se hubiera despertado de golpe.

- ¿Qué ha sido mi vida hasta ahora? Un prólogo, un prefacio vacío.
- ¿No puedes hablar como las personas?

Sugarpuss atiende al principio divertida la declaración de amor de Bertram.

Podemos reírnos de los demás profesores, pero no de Bertram, que, sin darse cuenta, sufrirá una gran humillación cuando trate al novio de ella como si fuera su padre. En una escena demasiado cruel como para resultar cómica, Joe Lilac le hace creer que los padres de Sugarpuss quieren que la boda se celebre en Nueva Jersey. Su objetivo es que pueda burlar, acompañada por los chiflados profesores, a la policía, y una vez fuera de Nueva York, casarse con ella... ya que al ser su esposa no podrá declarar en su contra. Bertram está tan ilusionado que no se percata de la tremenda burla; le habla de sus limitados ingresos, de su sinusitis ya superada, de su predilección por el Partido Republicano...
Sugarpuss, que está empezando a enamorarse de ese hombre, se siente culpable e impotente. El hombre que le ha declarado su amor es muy diferente a todos los que ha conocido a lo largo de su vida. Es ingenuo, noble y honesto. No ha sufrido todavía ningún revés que le haga desconfiar de mujeres como ella: realmente parece un ser virginal.

Barbara Stanwyck y Gary Cooper, dos enamorados a oscuras.

En la notable escena de la despedida de soltero, una vez que se han quedado tirados por el camino debido a un accidente, Potts entra en su bungalow por error y le confiesa su pasión creyendo que le está hablando al viejo Oddly (el impagable actor Richard Haydn), quien ingenuamente le ha aconsejado inspirarse en una planta ranunculácea, nada menos que la Anemona Nemorosa, para tratar a Sugarpuss. Ella se lanza a sus brazos y cuando se queda sola tiene que mojarse la nuca para aplacar su excitación, tal como hacía él.
La magia amorosa se rompe brusca y cruelmente con la llegada de Lilac y sus matones, que desvelan la realidad con crudeza. Bertram es un hombre íntegro y leal, por eso no perjudica a la chica delatando la situación a la policía. Está dispuesto a superar la sensación de fracaso y humillación, e incluso a asumir todas las culpas de su conducta ante la señorita Totten, que quiere disolver la fundación y poner fin a la enciclopedia.
El desenlace nos permite apreciar a un nuevo hombre: eufórico, impulsivo e incluso divertido. Su chica le ha dicho no a Joe Lilac, lo que demuestra que le quiere a él. Junto con sus profesores aplicará los conocimientos que tienen de Historia (La espada de Damocles), Ciencias (el principio de Arquímedes) y Filosofía (la frase "El que más alto se sube de más arriba se cae") con el fin de desarmar a los matones y rescatar a Sugarpuss. Para enfrentarse al gángster no le van a servir los libros, por mucho que estudie un manual de boxeo: será su instinto el que derrote a Lilac.
Bertram ha recuperado su autoestima y Sugarpuss ha vuelto. Aunque está convencida de que será un estorbo para los profesores. Pero Potts ya ha adquirido cierta experiencia en el trato con las mujeres: se olvida de las palabras y la besa con pasión. El viejo Oddly se escandaliza: "Cielos, Bertram, recuerde la Anemona Nemorosa...". Nosotros lanzamos la última carcajada: ninguno de los dos le escucha.

Curiosidades
- Siete años después de rodar esta película, Howard Hawks se vio obligado por Samuel Goldwyn a encargarse de un remake bastante más insípido, "Nace una canción", con guión de Harry Tugend. El director confesó que no soportaba a los dos protagonistas, Danny Kaye y Virginia Mayo.
- Gary Cooper no era exactamente culto o intelectual, al menos no como aparece en la película, pero atrajo la amistad de de gente como Ernest Hemingway. Sobre todo era muy amigo de Hawks, con quien ya había rodado dos películas, una de ellas, "Sargento York", el mismo año, y por cuya actuación recibió un Oscar.
- La estrella, en esa época una de las más cotizadas de Hollywood, era un experto seductor. Jeffrey Meyers, autor de la biografía "El héroe americano", revela que se acostó prácticamente con todas sus parejas en la ficción. Y Barbara Stanwyck no fue la excepción.
- Uno de los aciertos de la película es la introducción del famoso número musical "Drum boogie", con el célebre Gene Krupa y su orquesta. La cantante Martha Tilton puso su voz en la canción, no la actriz.
- El guión estaba basado en un relato corto del genial Billy Wilder; este se inspiró ligeramente en una gran película de Walt Disney, "Blancanieves y los siete enanitos".
- Ginger Rogers y Carole Lombard fueron candidatas al papel de Sugarpuss O'Shea, pero quien más cerca estuvo fue Lucille Ball. Gary Cooper fue quien propuso a Stanwyck.
- La excelente escena en la que Bertram le habla a Sugarpuss creyendo que es uno de los profesores tuvo un truco notable en la iluminación. Hawks obligó a Barbara Stanwyck a cubrir toda su cara de negro, excepto los ojos, para que éstos resaltaran con un brillo especial en la oscuridad. El efecto es sobresaliente.

domingo, 3 de octubre de 2010

Maria Tura (Carole Lombard, To be or not to be)

- Alguien se fue al salir yo. Dime, María, ¿estoy perdiendo mi garra?
Claro que no, cariño, ¡lo siento tanto!
Pero él se marchó al aparecer yo.
A lo mejor no se encontraba bien; a lo mejor tenía que irse; a lo mejor le dio un ataque al corazón.
Ojalá sea así.
A lo mejor si se quedaba habría muerto.
¡A lo mejor ya está muerto! Oh, cariño, eres tan reconfortante.
           (Joseph Tura y Maria Tura, en To be or not to be)

Carole Lombard fue una de las mujeres más bellas, sensuales, inteligentes y divertidas de la historia del cine dentro y fuera de la pantalla. A propósito de su alegre carácter, su amigo Groucho Marx contaba que era tan descarada para bromear como un hombre, tenía un gran desparpajo y hablaba sin tapujos. Por ejemplo, no le importaba en absoluto contar intimidades de su célebre marido, Clark Gable. El director Mitchell Liesen reveló que en los rodajes le llamaban "The profane angel", porque "su apariencia era la de un ángel, pero hablaba como un marinero".

En enero de 1942 falleció en un accidente de aviación tras una exitosa gira de venta de bonos de guerra. Ese mismo año se estrenó "To be or not to be" ("Ser o no ser"), de Ernst Lubitsch, considerada como una de las mejores comedias de todos los tiempos, la mejor para quien esto suscribe. Su interpretación de Maria Tura constituyó un maravilloso colofón a su carrera.
¿Y qué es lo que tiene de extraordinario el papel? Esencialmente es un personaje genuino de la screwball (o comedia loca, toma el nombre del movimiento de la bola lanzada en el béisbol), porque es impulsiva, mentirosa, cándida y maliciosa, irrespetuosa con la moralidad, optimista, liante y, por supuesto, mujer. La condición femenina es un grado superlativo en este tipo de comedias. Además, Maria Tura está a la altura, en cuanto a réplicas, ingenio y ritmo, del "gran, gran Joseph Tura", que encarna de forma magistral Jack Benny, en su mejor papel en el cine (y del que hablaré en otra entrega). Desde el principio hasta el final de la película no deja de engañar a todo el mundo: a su marido, al aviador Sobinski (Robert Stack), al coronel Ehrhardt y al profesor Siletzky. Y de todos los engaños sale indemne y fortalecida.
Maria aparece por primera vez en la película luciendo un sofisticado vestido blanco de noche. Lo ha elegido a propósito para la obra de teatro "Gestapo", que la compañía a la que pertenecen se dispone a ensayar en Varsovia: el director le advierte que no puede llevar ese vestido, porque interpreta a una prisionera en un campo de concentración. "Nunca desperdicie un efecto cómico", interviene con sarcasmo uno de los figurantes.

Joseph:
 Le dije a Doobosh que pusiera primero tu nombre en el cartel.
Maria: ¿Lo hiciste, cariño? Es tan amable por tu parte, realmente no importaba.
Joseph: Eso dijo Doobosh, así que lo dejamos como estaba. 

Con su marido mantiene una lucha dialéctica permanente. Joseph Tura es ególatra, ambicioso, posesivo y celoso. Pero Maria sabe en todo momento cómo tratarle. Cuando él entra abatido a su camerino porque un espectador (el aviador Sobinski) se ha marchado en mitad de su monólogo "Ser o no ser" de "Hamlet", ella le consuela con maestría: al fin y al cabo, el espectador no se ha marchado por la obra, sino para encontrarse con ella. El diálogo que mantiene ella con su admirador posee una connotaciones sexuales que, afortunadamente, pasaron inadvertidas a la censura: "Teniente, es la primera vez que hablo con un hombre que puede soltar tres toneladas de dinamita en dos minutos".



Tras la invasión nazi de Polonia, vemos a una Maria comprometida con la causa del teniente, que trata de desenmascarar al traidor profesor Siletzky. Sin pretenderlo, la señora Tura ofrece su mejor actuación teatral y acaba jugando a cuatro bandas -con el marido, el aviador, el traidor y el coronel nazi (espléndido Sig Ruman)- de una manera trepidante e ingeniosa.
El final nos reserva un par de momentos memorables que no voy a contar, por si alguien no ha visto todavía la película a estas alturas. Hace casi setenta años que Lubitsch dirigió "To be or not to be" y el paso del tiempo se ha portado muy bien con esta genial comedia. Quien quiera aprender de diálogos, esta película ofrece un curso completo.

Algunas curiosidades
- Carole Lombard perdió la vida justo tres semanas después de acabar el rodaje de esta película. Estuvo a punto de no subirse al avión que acabaría estrellándose cerca de Las Vegas: su madre tuvo un mal presentimiento y le pidió que no subiera al aparato.

- De la película se suprimió una frase que pronunciaba la actriz porque hubiera quedado, inoportunamente, de mal gusto: "¿Qué te puede pasar en un avión?".

- Miriam Hopkins fue inicialmente la elegida para el papel de Maria Tura, pero ocurrieron dos cosas: Hopkins presionó para mejorar el papel, mientras que Jack Benny empezó a hacer campaña a favor de Lombard.

- Lubitsch era un buen amigo de Carole Lombard, pero por diversas circunstancias nunca la había llamado para protagonizar una de sus películas. Ella le llegó a sugerir un proyecto llamado "Love for breakfast", pero no convenció al director alemán.

- En el libro "Ernst Lubitsch: risas en el paraíso", Scott Eyman explica que Lombard, desesperada por trabajar con Lubitsch, se le acercó y le propuso un trato: "Si la película resulta una mierda, puedes acostarte conmigo". Al ver la sonrisa del director, siempre con su puro en la boca, ella añadió: "Y si es un éxito, te meteré esa cosa negra por el culo".

- La actriz estaba tan entusiasmada con el rodaje, con Lubitsch y con sus compañeros (a Robert Stack lo conocía desde que era un niño), que cuando no tenía que trabajar en ninguna escena acudía igualmente desde su rancho del valle de San Fernando para observar.

- Cuentan que a Clark Gable no le hizo mucha gracia ni el guión ni Lubitsch. El matrimonio no atravesaba, según los rumores, por su mejor momento.

- A la United Artists le pareció demasiado intelectual el título original, sacado del monólogo del "Hamlet" de William Shakespeare, y propuso cambiarlo. La reacción conjunta de Lombard y Benny, a través de sendos telegramas, fue tan contundente que se olvidaron del asunto.

- La película no funcionó en absoluto en taquilla. Tampoco los críticos supieron apreciarla en su momento. Hubo quien atacó a Lubitsch "por reírse del sufrimiento de los polacos". Para algunos, la trágica muerte de Lombard fue un aviso premonitorio de su fracaso.