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lunes, 24 de junio de 2013

Roger O. Thornhill

Cary Grant
"Con la muerte en los talones"


¿Qué es el cine? Arte, movimiento, técnica, emociones, humor, pasión, negocio, glamour... Imposible resumirlo en una palabra, pero, si tuviera rostro, le pondría el de Cary Grant. ¿Y quién fue Cary Grant? Un símbolo universal del Séptimo Arte, fascinante icono de la elegancia, inimitable creador de estilo y mito absoluto en el oficio de interpretar.
Sirva esta elocuente anécdota: en una ocasión, Cary Grant asistió, junto con otras personalidades de la cultura, a una cena en honor de Margaret Thatcher, entonces primera ministra del Reino Unido. Cuando terminó el homenaje, el actor Charlton Heston le dijo orgulloso a su esposa: "¿Sabes que estuve sentado al lado de la señora Thatcher?". Su mujer le replicó: "Eso no es nada, yo he estado sentada al lado de Cary Grant".
Todos querían ser Cary Grant. Hasta él, nacido como Archibald Alexander Leach, aspiraba a disfrutar de esa vida, a ser un seductor, un héroe, un cómico y un hombre arrebatador. Una de sus geniales virtudes consistía en saber reírse de sí mismo, perder un poco la dignidad pero con la compostura intacta. Su sentido del humor, sus gestos y su contradictorio porte (elegante pero cómico) le permitían suavizar las situaciones más dramáticas. Había conseguido algo casi imposible: resultar un tipo cercano y familiar para el espectador pese a tratarse de uno de los actores más fascinantes del siglo XX. Digamos que, salvando las distancias, algo parecido a lo que inspira hoy en día George Clooney, si se permite la comparación.
En 1959, después de una trayectoria inolvidable y repleta de obras maestras, participó en una película monumental, "Con la muerte en los talones" ("North by Northwest"), que Alfred Hitchcock, sin duda, no levantó como homenaje al cine, pero que hoy en día parece como si ese hubiera sido su propósito. Como la definió François Truffaut, es el perfecto epílogo de su etapa americana y la quintaesencia de su arte. "Quiero hacer una película de Hitchcock que acabe con todas las películas de Hitchcock", explicó el propio director.
El argumento es, básicamente, una vuelta de tuerca a obras redondas como "39 escalones", "Alarma en el expreso" o "Sabotaje": Roger O. Thornhill (Cary Grant), un rutinario ejecutivo publicitario, es confundido por Phillip Vandamm (James Mason) con el agente secreto de la CIA George Kaplan. Aunque escapa de una primera tentativa de asesinato, Thornhill se verá involucrado en una trepidante lucha por la supervivencia.
En realidad, si consideramos que "North by Northwest" es un monumento al cine se debe no sólo a la calidad de la película y a lo bien que nos lo hemos pasado, sino a la manera en que Hitchcock juega con el espectador. Una vez que acaba la película descubrimos, admirados, lo inverosímil y artificial que resultan algunas partes de la historia, las trampas argumentales que el director y el guionista han ido dejando por el camino, el absurdo macguffin (o intriga final) que en esta ocasión nos ha regalado Hitchcock y la cadena de tremendas casualidades sobre las que se sostiene la trama... Es un experimento psicológico, como si el británico hubiera querido demostrar que el cine en estado puro no es más que el arte del engaño.

Con su secretaria Maggie, antes de empezar los problemas.

Roger O. Thornhill, el personaje de Grant, compendia muchos de los papeles que había encarnado el actor hasta la fecha. Se trata, en esencia, de un tipo corriente de Nueva York que se siente cómodo en la jungla urbana. Precisamente, esa característica es una de las más interesantes de la película, porque todo lo que le va a ocurrir resulta extraordinario: víctima de un secuestro y de varios intentos de asesinato, tendrá que escapar de los villanos y de la policía; se enamorará y será traicionado; se convertirá en espía ocasional y, finalmente... Dejémoslo para más adelante. Si fuera un policía, un agente secreto o un héroe aventurero, el público no se sentiría tan fascinado y compenetrado con Thornhill. Y lo que le hace aún más creíble es que lo interprete Cary Grant, actor acostumbrado a soportar en sus películas situaciones arriesgadas, descabelladas y llenas de equívocos.
Muy en concordancia con su carácter desenvuelto, ingenioso y espabilado, nuestro protagonista trabaja como agente publicitario. Tal vez por ello no siente ningún remordimiento al arrebatarle el taxi a un hombre con la excusa de que su secretaria está enferma: "Maggie, en el mundo de la publicidad no existe la mentira, si acaso se llama exageración", le alecciona una vez dentro del vehículo.
La personalidad de Thornhill queda bien reflejada en los primeros minutos. Es un hombre cordial, elegante y con un porte muy distinguido; se trata, sin duda, de un alto ejecutivo, ya que está lo suficientemente ocupado como para arrastrar consigo a su secretaria hasta el exterior y dictarle las últimas órdenes por el camino. Le preocupa su aspecto hasta el punto de preguntarle a la chica si cree que está engordando. Su sentido del humor es sarcástico, sobre todo en lo que hace referencia a su madre, Clara Thornhill (Jessie Royce Landis).

- Roger: Dígale a mi madre que ya me habré bebido un par de martinis, así que no se moleste en olfatearme el aliento.
- Maggie: ¡Oh, no hará eso realmente!
- Roger: Claro que sí. Como un sabueso.

Sucesivos personajes nos irán revelando detalles de la personalidad de Thornhill. Cuando llega al hotel Plaza para entrevistarse con unos hombres de negocios, por uno de ellos sabremos que Roger es un tipo lento para tomar decisiones, pero perseverante y obsesivo cuando se lanza. Esta cualidad le empujará a meterse en líos a lo largo de la trama.
Thornhill se maneja de maravilla en su mundo, un triángulo compuesto por su trabajo, su vida social y su madre, con quien mantiene una divertida relación. Clara es una viuda que atraviesa por una segunda juventud y que actúa como si fuera su alocada hermana. En ningún momento muestra signos de preocupación maternal, algo que sería más lógico si hiciera caso del peligro real que sufre su hijo; pero lo cierto es que nunca llega a creerse del todo que Roger tenga problemas.

Roger, forzado a emborracharse con bourbon.

La trama de la película ya no nos permite saber más de ese universo suyo, porque de repente dos tipos le secuestran sin explicaciones y se lo llevan a una lujosa mansión. Thornhill se convierte, a ojos de Phillip Vandamm y de su secretario, Leonard (exquisito Martin Landau), en un agente secreto llamado George Kaplan. Lo curioso es que Thornhill creerá estar ante un tipo llamado Townsend, auténtico dueño de la mansión, y que acabará asesinado más adelante en las Naciones Unidas.
A partir de esas horas, el personaje de Cary Grant se va a especializar en lo que él mismo llamará "el arte de sobrevivir". Primero tratará de entender qué le está ocurriendo, porque no es fácil asimilar en pocos minutos un secuestro express, un sorprendente error de identidad y la amenaza de muerte. Cuando los matones Licht (Robert Ellenstein) y Valerian (Adam Williams) ponen a prueba su resistencia al bourbon y se disponen a asesinarlo, descubrimos que Thornhill es un hombre de insospechados recursos: ebrio hasta las cejas, su instinto le lleva a empujar a Licht del coche para no caer por un acantilado, a conducir casi a ciegas por una carretera agónica y a ponerse en manos de la policía. A lo largo de la película le veremos salir airoso de varias situaciones arriesgadas: de la habitación del tal Kaplan en el hotel Plaza, del edificio de las Naciones Unidas, cuando es acusado de asesinato, del tren expreso Siglo XX, del ataque de un avión fumigador, del salón de subastas y, por supuesto, del trepidante final en el Monte Rushmore.

"¿Ustedes, señores, no pretenderán en serio asesinar a mi hijo, verdad?".

Como ocurre en muchas de sus películas, el porte de dignidad que posee Cary Grant se desvanece en situaciones jocosas; en este caso, quien le hace perder esa dignidad suele ser su madre, a quien no le preocupa ridiculizar a su hijo delante de la gente ("¿Ustedes, señores, no pretenderán en serio asesinar a mi hijo, verdad?", como les suelta a la pareja de asesinos en el ascensor del hotel) o por teléfono.
Cuando está relajado, libre de persecuciones, descubrimos a un Thornhill tremendamente seductor: su relación con Eve Kendall (Eva Marie Saint) es explosiva desde el instante en que se juntan en el vagón restaurante.
- Eve: Nunca hablo de amor con el estómago vacío.
- Roger: Usted ya ha comido...
- Eve: Pero usted no.

Cuando Roger conoce a Eve. Una sugerente escena.

Roger burla la vigilancia policial una vez más, pero en realidad ha caído -o eso parece- en manos de la bella novia de Vandamm. A instancias de éste, ella le prepara un encuentro con Kaplan que nunca se producirá: se trata de la mítica escena a campo abierto, en un cruce de carreteras, y de nuevo su empeño por mantenerse vivo evitará que muera; en esta ocasión, perseguido dramática y espectacularmente por una avioneta.
Nuestro personaje entiende ahora que Eve le ha tendido una trampa, aunque no sabe muy bien por qué. Se siente herido, desengañado y airado, pero procura disimular, al menos hasta saber algo más de aquella misteriosa mujer. Gracias a su habilidad para conseguir lo que quiere (muy propio de los publicistas), se planta en el salón de subastas donde, por fin, descubre que Eve y Vandamm están juntos. Otras virtudes propias le permitirán salir con vida de aquella sala: su agudeza para improvisar y su sentido del humor; cuando Roger se siente acorralado, comenzará a pujar sin sentido, provocando al personal para que llamen a la policía. Genial salida, muy habitual en el cine de Hitchcock.
Detenido por dos agentes, Thornhill no acaba en la comisaría, sino en un aeropuerto donde le espera el Profesor (Leo G. Carroll), hombre de la CIA, del FBI o de algún inconcreto servicio secreto del Gobierno. Y por fin, después de una hora y media de metraje, conocerá la verdad oculta de todo cuanto le está pasando: Kaplan no existe, es un señuelo para que Vandamm no descubra al verdadero espía que tiene a su lado, nada menos que Eve Kendall.
Hasta entonces no sabía a qué atenerse, tan sólo escapaba de las situaciones más arriesgadas gracias a su instinto. Ahora ya es dueño de la situación y puede decidir. Es como si la película hubiera sido, además de la búsqueda de un agente inexistente, la aventura de encontrarse a sí mismo. El Thornhill inmaduro y niño grande del principio (dos veces casado y divorciado, felizmente acostumbrado a su madre) ya es un tipo decidido a comprometerse por amor a la chica, su objetivo prioritario.
Encerrado en una habitación de hotel para no poner en riesgo a Eve, Roger consigue escapar por la ventana y se dirige a la mansión de Vandamm, que esa misma noche se va a marchar del país con la chica y con unos secretos de Estado ocultos en una estatuilla. Gracias a su acción, consigue enterarse de que Leonard ha descubierto la verdadera identidad de Eve, por lo que tiene que ayudarle a escapar. Comprometido por amor y convertido en un hombre de acción, resolutivo y con recursos, el desenlace se resuelve de forma dramática en las cabezas de los presidentes del Monte Rushmore. Una elipse magistral encadena la tensión con una inspirada escena en un tren, donde comienza el futuro en común de Eve y Roger.
- ¡Vamos, señora Thornhill!
- ¡Oh, Roger, eso ya pasó!
- Lo sé, pero soy un sentimental.

La escena final.


Curiosidades de la película:
- El título original, North by Nortwest, se le ocurrió al jefe de guionistas de la Metro, Kenneth MacKenna, en referencia a la pérdida de orientación del protagonista. Hitchcock negó rotundamente que surgiera de unos versos de Shakespeare en "Hamlet: "I am but mad north-northwest".
- James Stewart trató de conseguir el papel de Thornhill, pero Hitchcock achacó al actor el relativo fracaso de "Vértigo" y optó por Grant.
- Ernest Lehman, el guionista, quiso hacer "una película de Hitchcock que acabara con todas las películas de Hitchcock".
- Hitchcock no obtuvo permiso para filmar en las Naciones Unidas, ni siquiera en los alrededores, pero se las apañó para seguir con la cámara a Cary Grant cuando entra en el edificio.
- Roger O. Thornill dice en una escena que la “O” de su apellido no significa nada. Fue un guiño a David O. Selznick, cuya “O” tampoco significaba nada.
- La actriz Jesse Royce Landis hace de madre de Cary Grant, aunque en realidad era sólo siete años mayor que él.
- La censura española recortó la escena de amor en el tren y, también en Estados Unidos, se cambió la frase de Eva Marie Saint: “Nunca hago el amor con el estómago vacío” por “Nunca hablo de amor con el estómago vacío”.
- Cary Grant se llevo 450.000 dólares por la película, un porcentaje en los beneficios y 315.000 dólares por retrasos en el rodaje.
- Durante el rodaje en el Monte Rushmore, Eva Marie Saint descubrió con sorpresa que Cary Grant les cobraba a sus fans 15 centavos por autógrafo.
- Hitchcock tenía previsto que Grant estornudara al pasar por la nariz de Lincoln en el Monte Rushmore.
- Martin Landau se quejó a Hitchcock al comprobar que siempre le daba instrucciones a James Mason, Cary Grant y Eva Marie Saint, pero a él no. El director le tranquilizó al asegurarle que nunca daba indicaciones a un actor si creía que lo estaba haciendo bien.

El famoso plano en la carretera. Tampoco es Kaplan.

- El plano final de la película (el tren penetrando en un túnel) es una metáfora sexual de la que los censores no se percataron.
- Con cierto sentido, Roger O. Thornhill está considerado como el primer James Bond de la historia; y así lo reconocieron los guionistas de esa saga. De hecho, el primer actor en el que se pensó para interpretar al agente 007 fue Cary Grant.
- La historia de la falsa identidad de un espía tiene su base real en la II Guerra Mundial, cuando unas secretarias de la embajada británica en Oriente Medio inventaron un agente secreto para despistar a los espías alemanes.
- Aunque en su época no obtuvo reconocimientos (como a menudo ocurría con Hitchcock), hoy en día está considerado como uno de los mejores filmes de la historia del cine, el 44º según el American Film Institute.

lunes, 28 de febrero de 2011

Frank Galvin (Paul Newman)

"Veredicto final"

Cartel promocional de la película.

La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood concedió a Paul Newman un Oscar honorífico en 1985 por "sus múltiples y memorables interpretaciones en la pantalla". Tan memorables que ninguna de ellas mereció nunca un premio: ni el inolvidable Eddie Felson de "El buscavidas" (1961) ni Henry Gondorff ("El golpe", 1973) o Butch Cassidy ("Dos hombres y un destino", 1969) ni, entre otros, ese tipo que ha encandilado a muchas generaciones: Luke Jackson, de "La leyenda del indomable" (1967), el de los cincuenta huevos duros. Paradójicamente, un año más tarde, en 1986, ganó la estatuilla al mejor actor por interpretar de nuevo a Eddie Felson en "El color del dinero", de Martin Scorsese. Personalmente, creo que no hay color, pese a ser en blanco y negro, entre el primer "Fast" Eddie Felson y el segundo. 
En 1982 se había metido en la piel de otro de mis personajes preferidos, el de un abogado alcohólico, perdedor y autodestructivo, cuya conciencia reacciona ante un caso judicial con el que pretende redimirse. A simple vista, Frank Galvin no parece un papel tan deslumbrante como los citados; pero los primeros planos y la austeridad de los diálogos dejan a Paul Newman solo ante la cámara en muchas escenas: y ahí es donde triunfa el fenomenal actor que era y donde sale fortalecido su personaje, emergiendo de su mediocre existencia. La intensidad de su mirada y sus gestos de hastío, desesperación, esperanza o fracaso en esta película valdrían como un curso acelerado de interpretación para jóvenes actores.
"Veredicto final" ("The verdict"), dirigida por Sidney Lumet, es una película del género judicial y del subgénero de los perdedores. Frankie es un hombre solitario, alcohólico, irresponsable y hundido en la mediocridad. Como un ave de rapiña, asiste a los funerales privados para dejar su tarjeta entre las manos de los desolados familiares. Viste con una elegancia desfasada. Su melena rubia, abundante y rizada por detrás, denota cierta dejadez en el cuidado personal. A las citas llega siempre con el tiempo justo porque se refugia en su bar habitual para beber cerveza y jugar al "pinball" (máquina del millón o "la máquina" a secas, como le llamábamos en mi época porque no había otra máquina con la que jugar entonces).

Frank y sus dos aficiones favoritas: cerveza y pinball. 

Su amigo Mickey Morrissey (Jack Warden) es el único apoyo que conserva en los últimos cuatro años, desde que entró en su espiral destructiva. El origen de ese declive fue la acusación de soborno con la que cargó, pese a que, como más adelante nos enteraremos, no cometió ningún delito, sólo encubrió a un compañero. Pero ese desliz, que estuvo a punto de meterlo en la cárcel, arruinó su brillante carrera y su matrimonio. Mickey es su Pepito Grillo, el hombre que le cuenta las verdades, el que le mantiene con respiración asistida dentro de su agónica situación laboral. Está harto de Frankie porque comprueba que nada cambia con el paso del tiempo y que nada va a cambiar.
Hace meses que le proporcionó un caso, el de una mujer que permanece en coma desde 1976 por culpa de una anestesia mal suministrada, pero Frank no ha hecho nada durante ese tiempo. Faltan diez días para ir a juicio y es entonces cuando empieza a estudiarlo. Su despacho es como un almacén destartalado, así que ante los familiares de su defendida tiene que fingir que su verdadero bufete, con secretaria y todo, está en obras. Sally (Roxanne Hart) y Kevin Doneghy (James Handy), hermana y cuñado de la víctima, quieren que el asunto se resuelva cuanto antes porque ya han sufrido bastante.
Todo parece encaminado a un pacto entre la institución católica que controla al hospital Santa Catalina, los doctores acusados, la defensa de éstos y Frankie, que puede ganar 70.000 dólares de golpe sólo con aceptar la indemnización sin ir a juicio. Pero su conciencia despierta mientras acude al hospital a fotografíar a su defendida. Cuenta con la promesa de un testimonio demoledor, el del doctor Gruber (Lewis Stadlen), que declarará contra los dos médicos por una cuestión de justicia y de sentido del deber profesional. Y ha visto el frágil cuerpo inerte de esa mujer, que un buen día acudió al hospital, perdió al niño que llevaba en su vientre y entró en coma por negligencia.
Como buen perdedor, Frank se pone al lado de los perdedores y de las víctimas. Cuando se entrevista con el obispo Brophy (Edward Binns), de la archidiócesis de Boston, sufre un ataque de honestidad e integridad y rechaza los 210.000 dólares que le ofrece para zanjar el asunto: "Todos hemos sido comprados para mirar a otro lado. No puedo aceptar el dinero; si lo tomo, estoy perdido", le confiesa.
La maquinaria del poder se pone en marcha de inmediato. El prestigioso Ed Concannon (James Mason) dirige un equipo de catorce abogados que se han volcado durante meses en la defensa de los dos médicos que anestesiaron de forma errónea a la paciente. Disponen de todos los medios posibles para estudiar el caso desde todos los puntos de vista; y van a utilizar a la Prensa para crear un ambiente favorable a la institución que defienden; incluso contactarán con las televisiones para que emitan películas sobre la profesionalidad de los médicos. Todo está perfectamente controlado.
Mientras, Frank y Mickey sólo pueden confiar en su intuición y talento y en la declaración del doctor Gluber. La vida del abogado parece estar dando un giro espectacular. De repente descubrimos que no es un tipo mediocre, sino inteligente y comprometido. "Los débiles deben tener a alguien que luche por ellos", le cuenta a Laura Fischer (Charlotte Rampling), una mujer solitaria y escéptica a la que ha conocido en el bar.

James Mason y Paul Newman, abogado rico y abogado pobre. 

El juez Hoyle (Milo O'Shea) cita a los dos abogados para tantear sus intenciones y su parcialidad resulta descarada. El magistrado está de parte del defensor y le sorprende que Frankie haya rechazado la indemnización que le han ofrecido. La enemistad con el juez se manifiesta abiertamente cuando éste le explica que, en su lugar, "aceptaría el dinero y correría como un ladrón". "Estoy seguro de ello", es la demoledora respuesta de Frank Galvin.
- Frank, hablemos claro: ¿qué les parecería correcto a usted y a su cliente para salir andando de aquí y olvidarse de todo?
- Mi cliente no puede andar, señoría.
Todo se vuelve en su contra de repente. La hermana de su defendida y su marido se enfrentan con él por haber rechazado, sin consultarles, un dinero que colmaba sus aspiraciones. Kevin, agresivo e insultante, le reprocha que sea como todos: "Ustedes siempre hablan de lo que van a hacer por nosotros. Y después, cuando fracasan, nos dicen: 'Hicimos todo lo que pudimos, lo siento muchísimo'. Y la gente como nosotros vive a costa de sus errores toda la vida".
Pero lo peor es que el famoso doctor Gruber, el hombre que iba a testificar de forma contundente contra los dos médicos anestesistas, ha desaparecido misteriosamente. Frank acude a casa del juez a implorarle un aplazamiento, pero éste se muestra implacable; trata de negociar desesperadamente con la institución católica del hospital, pero su esfuerzo es infructuoso: se da cuenta de que el abogado rival ha sobornado a su principal testigo. "Aquí no se puede ni respirar", le dice a Mickey, a punto de desmayarse.
Frank no sólo está al borde de un nuevo fracaso, sino ante un abismo existencial. Es su última oportunidad para salvarse, para emerger de esa vida patética en la que se encuentra desde hace años. Está en juego, además, su fe no tanto en el sistema judicial del país, sino en el sentido más equilibrado de la justicia humana. "Vamos a perder", le confiesa a Laura, aunque ésta se muestra inflexible y se niega a compadecerle, porque quiere que siga luchando: "Eres como un niño que dice tener fiebre y ya no quiere ir al colegio".
Afronta el juicio nervioso y dubitativo, con una presentación monótona y débil. Por si fuera poco, el juez interrumpe su primer interrogatorio con una parcialidad excesiva, tratando de desmontar sus argumentos como si fuera el abogado. "Señoría, con el debido respeto, si va a llevar usted el caso, me gustaría que no lo perdiera", le suelta impotente.
Frank Galvin no está preparado para enfrentarse a expertos médicos que hablan un lenguaje incomprensible para él. A diferencia de su rival, no ha estudiado el caso a fondo y se pierde en discusiones profesionales. Está derrotado, no encuentra ningún tipo de solución sin un testigo principal sobre el que sostener su acusación. El optimismo que le transmite Mickey no le convence.

- Se acabó, Frankie. Ya habrá otros casos.

- No habrá otros casos. Éste es el caso. No habrá otros casos. Éste es el caso...

Quizá en otro momento se hubiera dado por vencido, pero no ahora. Con angustiosa desesperación, Frank empieza a revisar nuevas vías y descubre la existencia de una posible testigo, Kaitlin Costello (Lindsay Crouse), la enfermera de admisión de la paciente, una joven que no estaba en el quirófano, pero que había anotado todo el historial. Es una posibilidad remota, pero se aferra a ella como a un clavo ardiendo. Las pesquisas, la suerte y el azar le permiten encontrarla en una guardería de Nueva York.
La escena del encuentro es tan sencilla como impactante. Se presentan como dos desconocidos, hablan de cuestiones banales hasta que ella observa en el bolsillo de su abrigo un billete de avión Nueva York-Boston. Ha comprendido al instante qué es lo que quiere; él también sabe que lo ha entendido. "¿Me ayudará?", es la única frase.

Mickey y Frank, solos ante la adversidad.

Llegados a este punto, es oportuno advertir a quienes no hayan visto aún la película que no sigan leyendo, porque se desvela a partir de aquí el interesante desenlace del caso. Frank acude al juicio como si estuviera ante una plegaria, rezando para que el testimonio cale en el corazón del jurado popular. No confía ni en el magistrado ni en las artes de su colega Concannon, quien ha caído como un principiante ante la elocuente sinceridad de Costello. Ella sabe exactamente lo que ocurrió y el abogado de la defensa le hace, sin saberlo, las preguntas adecuadas para que su declaración sea más impactante.
Cuando el juez hace caso, como siempre, a las alegaciones del defensor y rechaza el testimonio como prueba a tener en cuenta, Galvin protesta pero no le sorprende. Le queda una última esperanza, haber llegado al corazón del jurado popular con su sincero discurso. "Por favor, Señor, dinos lo que es correcto, dinos lo que es verdad", exclama. Ya no tiene que engañar a nadie ni fingir emociones porque se cree derrotado. En realidad, parece estar hablando consigo mismo. "Yo creo que la justicia está en nuestros corazones", termina su alocución.
Frank gana, los perdedores ganan, los pobre ganan en esta ocasión. Pero no hay euforia, sino alivio y satisfacción por el triunfo de la justicia. Cuando llega a su despacho, suena un teléfono repetidas veces. Su mirada perdida y su ansiedad no necesitan, una vez más, palabras. ¿Y qué pinta Charlotte Rampling a todo esto? No lo cuento, mejor veamos la película.

La película
- "Veredicto final" está basada en la exitosa novela del mismo título, escrita por Barry Reed en 1980.
- Tobin Bell (de la saga sangrienta de Saw) y Bruce Willis (que no necesita presentación) actuaron como extras en esta película.
- Robert Redford iba a ser el protagonista principal, pero el actor no se sintió cómodo con la perspectiva de ser un abogado alcohólico y finalmente rechazó el proyecto.
- Sidney Lumet tuvo que convencer a David Mamet para que incluyera en el guión el resultado de la sentencia, ya que en principio había dejado el desenlace sin esa importante resolución judicial.
- Dustin Hoffman, Cary Grant, Frank Sinatra y Roy Scheider sonaron durante la preparación de la película para protagonizar alguno de los papeles.
- El film está considerado por el American Film Institute como la cuarta mejor película de drama judicial de todos los tiempos.
- En los Oscar de aquella edición había sido nominada a mejor película, mejor actor, mejor actor secundario (James Mason), mejor director y mejor guionista, pero fue el año de "Gandhi", que acaparó ocho estatuillas.