lunes, 28 de febrero de 2011

Frank Galvin (Paul Newman)

"Veredicto final"

Cartel promocional de la película.

La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood concedió a Paul Newman un Oscar honorífico en 1985 por "sus múltiples y memorables interpretaciones en la pantalla". Tan memorables que ninguna de ellas mereció nunca un premio: ni el inolvidable Eddie Felson de "El buscavidas" (1961) ni Henry Gondorff ("El golpe", 1973) o Butch Cassidy ("Dos hombres y un destino", 1969) ni, entre otros, ese tipo que ha encandilado a muchas generaciones: Luke Jackson, de "La leyenda del indomable" (1967), el de los cincuenta huevos duros. Paradójicamente, un año más tarde, en 1986, ganó la estatuilla al mejor actor por interpretar de nuevo a Eddie Felson en "El color del dinero", de Martin Scorsese. Personalmente, creo que no hay color, pese a ser en blanco y negro, entre el primer "Fast" Eddie Felson y el segundo. 
En 1982 se había metido en la piel de otro de mis personajes preferidos, el de un abogado alcohólico, perdedor y autodestructivo, cuya conciencia reacciona ante un caso judicial con el que pretende redimirse. A simple vista, Frank Galvin no parece un papel tan deslumbrante como los citados; pero los primeros planos y la austeridad de los diálogos dejan a Paul Newman solo ante la cámara en muchas escenas: y ahí es donde triunfa el fenomenal actor que era y donde sale fortalecido su personaje, emergiendo de su mediocre existencia. La intensidad de su mirada y sus gestos de hastío, desesperación, esperanza o fracaso en esta película valdrían como un curso acelerado de interpretación para jóvenes actores.
"Veredicto final" ("The verdict"), dirigida por Sidney Lumet, es una película del género judicial y del subgénero de los perdedores. Frankie es un hombre solitario, alcohólico, irresponsable y hundido en la mediocridad. Como un ave de rapiña, asiste a los funerales privados para dejar su tarjeta entre las manos de los desolados familiares. Viste con una elegancia desfasada. Su melena rubia, abundante y rizada por detrás, denota cierta dejadez en el cuidado personal. A las citas llega siempre con el tiempo justo porque se refugia en su bar habitual para beber cerveza y jugar al "pinball" (máquina del millón o "la máquina" a secas, como le llamábamos en mi época porque no había otra máquina con la que jugar entonces).

Frank y sus dos aficiones favoritas: cerveza y pinball. 

Su amigo Mickey Morrissey (Jack Warden) es el único apoyo que conserva en los últimos cuatro años, desde que entró en su espiral destructiva. El origen de ese declive fue la acusación de soborno con la que cargó, pese a que, como más adelante nos enteraremos, no cometió ningún delito, sólo encubrió a un compañero. Pero ese desliz, que estuvo a punto de meterlo en la cárcel, arruinó su brillante carrera y su matrimonio. Mickey es su Pepito Grillo, el hombre que le cuenta las verdades, el que le mantiene con respiración asistida dentro de su agónica situación laboral. Está harto de Frankie porque comprueba que nada cambia con el paso del tiempo y que nada va a cambiar.
Hace meses que le proporcionó un caso, el de una mujer que permanece en coma desde 1976 por culpa de una anestesia mal suministrada, pero Frank no ha hecho nada durante ese tiempo. Faltan diez días para ir a juicio y es entonces cuando empieza a estudiarlo. Su despacho es como un almacén destartalado, así que ante los familiares de su defendida tiene que fingir que su verdadero bufete, con secretaria y todo, está en obras. Sally (Roxanne Hart) y Kevin Doneghy (James Handy), hermana y cuñado de la víctima, quieren que el asunto se resuelva cuanto antes porque ya han sufrido bastante.
Todo parece encaminado a un pacto entre la institución católica que controla al hospital Santa Catalina, los doctores acusados, la defensa de éstos y Frankie, que puede ganar 70.000 dólares de golpe sólo con aceptar la indemnización sin ir a juicio. Pero su conciencia despierta mientras acude al hospital a fotografíar a su defendida. Cuenta con la promesa de un testimonio demoledor, el del doctor Gruber (Lewis Stadlen), que declarará contra los dos médicos por una cuestión de justicia y de sentido del deber profesional. Y ha visto el frágil cuerpo inerte de esa mujer, que un buen día acudió al hospital, perdió al niño que llevaba en su vientre y entró en coma por negligencia.
Como buen perdedor, Frank se pone al lado de los perdedores y de las víctimas. Cuando se entrevista con el obispo Brophy (Edward Binns), de la archidiócesis de Boston, sufre un ataque de honestidad e integridad y rechaza los 210.000 dólares que le ofrece para zanjar el asunto: "Todos hemos sido comprados para mirar a otro lado. No puedo aceptar el dinero; si lo tomo, estoy perdido", le confiesa.
La maquinaria del poder se pone en marcha de inmediato. El prestigioso Ed Concannon (James Mason) dirige un equipo de catorce abogados que se han volcado durante meses en la defensa de los dos médicos que anestesiaron de forma errónea a la paciente. Disponen de todos los medios posibles para estudiar el caso desde todos los puntos de vista; y van a utilizar a la Prensa para crear un ambiente favorable a la institución que defienden; incluso contactarán con las televisiones para que emitan películas sobre la profesionalidad de los médicos. Todo está perfectamente controlado.
Mientras, Frank y Mickey sólo pueden confiar en su intuición y talento y en la declaración del doctor Gluber. La vida del abogado parece estar dando un giro espectacular. De repente descubrimos que no es un tipo mediocre, sino inteligente y comprometido. "Los débiles deben tener a alguien que luche por ellos", le cuenta a Laura Fischer (Charlotte Rampling), una mujer solitaria y escéptica a la que ha conocido en el bar.

James Mason y Paul Newman, abogado rico y abogado pobre. 

El juez Hoyle (Milo O'Shea) cita a los dos abogados para tantear sus intenciones y su parcialidad resulta descarada. El magistrado está de parte del defensor y le sorprende que Frankie haya rechazado la indemnización que le han ofrecido. La enemistad con el juez se manifiesta abiertamente cuando éste le explica que, en su lugar, "aceptaría el dinero y correría como un ladrón". "Estoy seguro de ello", es la demoledora respuesta de Frank Galvin.
- Frank, hablemos claro: ¿qué les parecería correcto a usted y a su cliente para salir andando de aquí y olvidarse de todo?
- Mi cliente no puede andar, señoría.
Todo se vuelve en su contra de repente. La hermana de su defendida y su marido se enfrentan con él por haber rechazado, sin consultarles, un dinero que colmaba sus aspiraciones. Kevin, agresivo e insultante, le reprocha que sea como todos: "Ustedes siempre hablan de lo que van a hacer por nosotros. Y después, cuando fracasan, nos dicen: 'Hicimos todo lo que pudimos, lo siento muchísimo'. Y la gente como nosotros vive a costa de sus errores toda la vida".
Pero lo peor es que el famoso doctor Gruber, el hombre que iba a testificar de forma contundente contra los dos médicos anestesistas, ha desaparecido misteriosamente. Frank acude a casa del juez a implorarle un aplazamiento, pero éste se muestra implacable; trata de negociar desesperadamente con la institución católica del hospital, pero su esfuerzo es infructuoso: se da cuenta de que el abogado rival ha sobornado a su principal testigo. "Aquí no se puede ni respirar", le dice a Mickey, a punto de desmayarse.
Frank no sólo está al borde de un nuevo fracaso, sino ante un abismo existencial. Es su última oportunidad para salvarse, para emerger de esa vida patética en la que se encuentra desde hace años. Está en juego, además, su fe no tanto en el sistema judicial del país, sino en el sentido más equilibrado de la justicia humana. "Vamos a perder", le confiesa a Laura, aunque ésta se muestra inflexible y se niega a compadecerle, porque quiere que siga luchando: "Eres como un niño que dice tener fiebre y ya no quiere ir al colegio".
Afronta el juicio nervioso y dubitativo, con una presentación monótona y débil. Por si fuera poco, el juez interrumpe su primer interrogatorio con una parcialidad excesiva, tratando de desmontar sus argumentos como si fuera el abogado. "Señoría, con el debido respeto, si va a llevar usted el caso, me gustaría que no lo perdiera", le suelta impotente.
Frank Galvin no está preparado para enfrentarse a expertos médicos que hablan un lenguaje incomprensible para él. A diferencia de su rival, no ha estudiado el caso a fondo y se pierde en discusiones profesionales. Está derrotado, no encuentra ningún tipo de solución sin un testigo principal sobre el que sostener su acusación. El optimismo que le transmite Mickey no le convence.

- Se acabó, Frankie. Ya habrá otros casos.

- No habrá otros casos. Éste es el caso. No habrá otros casos. Éste es el caso...

Quizá en otro momento se hubiera dado por vencido, pero no ahora. Con angustiosa desesperación, Frank empieza a revisar nuevas vías y descubre la existencia de una posible testigo, Kaitlin Costello (Lindsay Crouse), la enfermera de admisión de la paciente, una joven que no estaba en el quirófano, pero que había anotado todo el historial. Es una posibilidad remota, pero se aferra a ella como a un clavo ardiendo. Las pesquisas, la suerte y el azar le permiten encontrarla en una guardería de Nueva York.
La escena del encuentro es tan sencilla como impactante. Se presentan como dos desconocidos, hablan de cuestiones banales hasta que ella observa en el bolsillo de su abrigo un billete de avión Nueva York-Boston. Ha comprendido al instante qué es lo que quiere; él también sabe que lo ha entendido. "¿Me ayudará?", es la única frase.

Mickey y Frank, solos ante la adversidad.

Llegados a este punto, es oportuno advertir a quienes no hayan visto aún la película que no sigan leyendo, porque se desvela a partir de aquí el interesante desenlace del caso. Frank acude al juicio como si estuviera ante una plegaria, rezando para que el testimonio cale en el corazón del jurado popular. No confía ni en el magistrado ni en las artes de su colega Concannon, quien ha caído como un principiante ante la elocuente sinceridad de Costello. Ella sabe exactamente lo que ocurrió y el abogado de la defensa le hace, sin saberlo, las preguntas adecuadas para que su declaración sea más impactante.
Cuando el juez hace caso, como siempre, a las alegaciones del defensor y rechaza el testimonio como prueba a tener en cuenta, Galvin protesta pero no le sorprende. Le queda una última esperanza, haber llegado al corazón del jurado popular con su sincero discurso. "Por favor, Señor, dinos lo que es correcto, dinos lo que es verdad", exclama. Ya no tiene que engañar a nadie ni fingir emociones porque se cree derrotado. En realidad, parece estar hablando consigo mismo. "Yo creo que la justicia está en nuestros corazones", termina su alocución.
Frank gana, los perdedores ganan, los pobre ganan en esta ocasión. Pero no hay euforia, sino alivio y satisfacción por el triunfo de la justicia. Cuando llega a su despacho, suena un teléfono repetidas veces. Su mirada perdida y su ansiedad no necesitan, una vez más, palabras. ¿Y qué pinta Charlotte Rampling a todo esto? No lo cuento, mejor veamos la película.

La película
- "Veredicto final" está basada en la exitosa novela del mismo título, escrita por Barry Reed en 1980.
- Tobin Bell (de la saga sangrienta de Saw) y Bruce Willis (que no necesita presentación) actuaron como extras en esta película.
- Robert Redford iba a ser el protagonista principal, pero el actor no se sintió cómodo con la perspectiva de ser un abogado alcohólico y finalmente rechazó el proyecto.
- Sidney Lumet tuvo que convencer a David Mamet para que incluyera en el guión el resultado de la sentencia, ya que en principio había dejado el desenlace sin esa importante resolución judicial.
- Dustin Hoffman, Cary Grant, Frank Sinatra y Roy Scheider sonaron durante la preparación de la película para protagonizar alguno de los papeles.
- El film está considerado por el American Film Institute como la cuarta mejor película de drama judicial de todos los tiempos.
- En los Oscar de aquella edición había sido nominada a mejor película, mejor actor, mejor actor secundario (James Mason), mejor director y mejor guionista, pero fue el año de "Gandhi", que acaparó ocho estatuillas.



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