viernes, 25 de febrero de 2011

Leonor de Aquitania

(Katherine Hepburn, "El león en invierno")

Katherine Hepburn y Peter O'Toole, una espléndida pareja.

James Goldman, hermano del guionista William Goldman ("Dos hombres y un destino", "La princesa prometida", "Misery"...) se inventó en 1966 un jugoso libreto sobre una supuesta reunión familiar entre el rey Enrique II de Inglaterra, su esposa Leonor (Eleanor of Aquitaine) y sus hijos. El juego sucio y las múltiples intrigas dominan la trama, aderezada por unos diálogos soberbios. En "El león en invierno", la palabra vale como mil imágenes, no hay desperdicio.
Dos años más tarde, el británico Anthony Harvey reunió a Katherine Hepburn y a Peter O'Toole para dar vida a los personajes centrales de la versión cinematográfica ("The lion in winter", 1968). La química entre ambos supuso un extraordinario hallazgo para los aficionados, una de esas felices coincidencias que surgen en el pantalla cada mucho tiempo. Por edad, la actriz (61 años) podía pasar por la legendaria reina de Aquitania, pero el actor británico sólo tenía 36 años y, sin embargo, está perfecto como el fatigado, exaltado y pasional monarca.
Diciembre de 1183. El rey Henry II traslada su Corte a Chinon (Francia) para pasar las navidades en familia. Llama a sus tres hijos y a su esposa Eleanor, a quien encerró diez años atrás en el castillo de Salisbury por promover una rebelión contra él. Su propósito es anunciarles que tras la muerte del primogénito, Henry, ha decidido nombrar como sucesor al trono a su hijo menor, John (Nigel Terry), quien deberá casarse con la amante de su padre, Alais (Jane Merrow), hermana del nuevo rey de Francia.
El planteamiento inicial ya promete una interesante sucesión de intrigas. Dos de los hijos, Richard (Anthony Hopkins) y Geoffrey (John Castle), odian a su padre y no ocultan su ambición por el trono. Pero la figura que desata todas las tensiones e intrigas familiares es una amable y encantadora mujer que no ha perdido ni la sonrisa ni las buenas maneras pese a haber estado diez años encerrada en un castillo. Eleanor llega a la reunión en una barcaza, sentada tranquila y esplendorosa en un trono, como si hubiera vuelto de unas vacaciones. La magnífica banda sonora del recientemente fallecido John Barry (con el precioso tema "Eleanor's arrival") envuelve la escena de manera majestuosa.

Los reyes presiden la comida navideña.

Lo primero que llama la atención del matrimonio es su intensa relación amor-odio. El rey recibe a su reina como un adolescente excitado. Ha bajado corriendo desde la torre del castillo y está francamente ilusionado por volver a verla. Ella le dedica una sonrisa apasionada y limpia, sin asomo de rencor, a pesar de su prolongado cautiverio y de que en la misma orilla le aguarda también la nueva amante de su marido, Alais, una joven a la que la reina cuidó de pequeña.
Esa especial relación es importante para entender la película. Eleanor y Henry contrajeron matrimonio en 1152, con 30 y 19 años de edad, respectivamente. Ella había estado casada anteriormente con el rey francés Luis VII, un hombre mucho más débil que ella, hasta que apareció en su vida el joven monarca de la saga de los Plantagenet. Durante mucho tiempo se entendieron a la perfección, porque su nivel intelectual era parejo y ambos eran fogosos amantes y fuertes de carácter.
Sin embargo, la relación se fue deteriorando. Quizá la causa principal fue la diferencia de edad entre ambos, notable conforme pasaba el tiempo. La reina podía asumir las infidelidades de su marido, porque ella también se desquitaba, pero no aceptó la aparición de Rosamund Clifford, que se convirtió en la amante duradera del rey. Es como si el corazón de éste se hubiera dividido en dos.
En 1173, la reina alentó a sus hijos Henry, Geoffrey y Richard a participar en una revuelta contra su esposo, pero éste la abortó y, como resultado, ordenó el exilio de su mujer, que permaneció encerrada durante una década en un castillo... hasta que le llamó en 1183 para celebrar las navidades juntos.
La relación entre Leonor de Aquitania y su marido parece como una partida de ajedrez que ambos reanudan después de tantos años con tremendas ganas y de manera irresistible; las piezas que ponen sobre el tablero son los sentimientos, el sarcasmo, sus debilidades, algunos secretos del pasado, la inteligencia y la enorme fortaleza de carácter, pero nunca la autoridad. Si el rey impone su poder, la partida se acabará. El duelo entre ambos me recuerda al que entablan los protagonistas de "¿Quién teme a Virginia Wolf?" (1966, Mike Nichols).
El objetivo práctico es colocar a los hijos predilectos en el trono, pero el juego es mucho más que eso. Ambos intentan demostrarse que uno es más fuerte que el otro, que la razón está y ha estado de una parte y que, a lo largo de su vida en común, uno de ellos ha sido siempre superior al otro, intelectual y afectivamente.
La reina tiene un objetivo político, conseguir que Richard (Ricardo Corazón de León) sea el futuro rey y herede la región de Aquitania, cuyos derechos le pertenecen a ella. Para conseguirlo tendrá que desplegar todas sus armas, porque hasta su hijo predilecto es duro, agresivo, tosco y vengativo. Detesta a su madre tanto como odia a su padre; a ella no le ha perdonado que le utilizara de forma maquiavélica diez años atrás para enfrentarse con el rey.

- "Eres Medea hasta los dientes, pero a este hijo no lo utilizarás en tu venganza contra tu marido".

"Eres Medea hasta los dientes", le reprocha Richard.

Los tres hijos son egoístas, ambiciosos y desconfiados. Sólo están pendientes, como los buitres, de la corona real. Son incapaces de disimular su odio y de mostrar afecto y cariño. La madre va a tener el tiempo justo para tratar de ganarse la confianza de los tres, intrigar contra el padre y darle la vuelta a una situación muy desfavorable en esa particular partida de ajedrez, ya que el monarca ha elegido como sucesor a John, el desaliñado y niñato hijo menor. A Geoffrey lo ignoran ambos, no le tienen ningún aprecio. "Tengo que hacerte una confesión: no me gustan nada nuestros hijos", le revela a su marido.
Leonor no es una madre convencional, al uso. Reconoce que no tiene ningún afecto hacia Geoffrey, un hijo no deseado que deambula como alma en pena reclamando un cariño inexistente. Es una madre imperfecta, más preocupada por la fortaleza de espíritu, el orgullo, el carácter y con un sentido del humor hiriente.
Decía antes que ambos se profesan amor y odio a partes iguales, aunque no está claro dónde está la frontera. Cada uno trata de herir los sentimientos del otro, pero con un cinismo agudo y guardando las formas. Se diría que quien no encuentra una réplica oportuna, pierde los nervios o grita en exceso, se halla en desventaja en esa partida de ajedrez mental. Por eso, Henry sonríe amablemente cuando le asegura que jamás la liberará de su cautiverio; por eso, Eleanor le amenaza sutilmente con una nueva guerra por la posesión de las tierras o se muestra extremadamente cariñosa con Alais, la sumisa y callada amante de él. "La cama de Henry es la provincia de Henry, puede meterse en ella hasta una oveja si quiere... cosa que, por cierto, ya ha hecho", le suelta en referencia a Rosamund, la amante que rompió el matrimonio.
Henry sorprende con un movimiento inesperado: anuncia que el heredero será Richard en vez de John, lo que deja a la reina descolocada. Exactamente es lo que ella pretendía, pero deseaba ganarlo, luchar por ello, no obtenerlo de esa manera. Todos desconfían de sus intenciones, incluido Richard, quien le reprocha a su madre sus ansias por destrozar a su padre. Eleanor tiene su momento de melancolía cuando habla sinceramente con su hijo. Quizá sea la primera vez en su vida que revela lo mucho que quiso a su marido.

"Henry vino desde el norte a París con la mente de Aristóteles y un cuerpo ardiente de pecador. Quebrantamos los mandamientos al instante".

El juego es constante. Los tres hijos son peones de ese ajedrez que cuenta en el tablero con otro rey, Felipe de Francia (Timothy Dalton), quien ha ocupado el trono de su país tras la muerte de su padre. Felipe es, además, hermano de Alais, la amante de Henry, aunque radicalmente diferente a ella: maquiavélico, cruel y desapasionado. Ha sido invitado a la reunión familiar para arreglar la boda de Alais con uno de los hijos, pero su presencia y su ambición condicionan a todos. Sobre todo a Geoffrey, el despechado, por quien nadie siente ni una pizca de cariño.
Leonor sabe muy bien cómo herir a Henry. Primero le insinúa que se acostó con Tomas Becket, el antiguo arzobispo de Canterbury, un amigo muy especial para el rey y que fue asesinado por su culpa. Y luego le suelta, entre espontánea y divertida: "¿Te has preguntado alguna vez si me acosté con tu padre?". Esa frivolidad es el talón de Aquiles del monarca, el recurso para sacarle de quicio.
El rey mueve otra fichas. Proponer a Richard como sucesor sólo ha sido una estrategia de confusión para comprobar las distintas reacciones. A su esposa le ofrece luego la libertad a cambio de que John obtenga Aquitania, pero Leonor contraataca con una condición: que Alais y Richard se casen de inmediato. El resultado es que los hijos son meros títeres del pasatiempo de sus padres, a quienes les importa bien lo que están causando con sus intrigas.
La reina no aparece en una de las escenas más importantes de la película: el joven rey francés acoge en su cámara, uno por uno, a los hijos, deseosos de aliarse con él para emprender una guerra contra el padre. Conforme van llegando, cada uno se esconde y se entera de las intenciones de los demás. Descubrimos que Richard ha estado y está enamorado de Felipe, pero éste no sólo le desprecia sino que aprovecha esa circunstancia para herir al rey inglés. "¿Qué piensas oficialmente de la sodomía?", le pregunta cuando Henry acude también a la habitación del monarca francés.
Felipe ha jugado con todos. Los tres hijos salen de sus respectivos escondites, pero a Henry sólo le duele encontrar ahí a John, a quien iba a confiarle el trono. Se siente traicionado, profundamente herido. "Resultará mucho más brillante leer mi vida que haberla vivido". "El rey Henry nunca tuvo hijos, tuvo tres cosas peludas, pero las desheredó. ¡No sois míos! ¡No estamos relacionados! ¡Reniego de vosotros! ¡Ninguno heredará mi reino! ¡No os dejaré nada y os deseo lo peor!  ¡Que todos vuestros hijos enfermen y mueran!", les grita in crescendo antes de marcharse.

John, Eleanor, Richard y Geoffrey.

Henry está derrotado, pero su esposa no lo sabe. Ella está cansada del juego, de las intrigas y de una situación que parece haberse vuelto en contra de los dos. Aunque es tan excelente actriz (el personaje) que nos da la impresión de estar fingiendo una vez más. Después del terrible desengaño que ha sufrido él con la evidente traición de sus hijos, se muestra primero indiferente, desapasionado y sin ganas de seguir esa partida de ajedrez emocional. Ya sólo desea desheredar a todos, casarse con su amante y tener nuevos hijos a los que querer. Eso es lo que más le duele a la reina.
- Fuera Eleanor, dentro Alais... ¿por qué?
- Esposa mía, quiero una nueva esposa, que llevará dentro a mis nuevos hijos.
- Hijos... Pensaba que precisamente de eso ya tenías suficiente.
Esta escena resulta ejemplar. La conversación da un vuelco y ambos miran al pasado con añoranza. Se abrazan y se besan con cariño porque, por encima de traiciones, celos y ambiciones, en el fondo se siguen amando. Pero la perspectiva de hacerse daño les resulta más atractiva. En pocos minutos surgen los viejos rencores y vuelven a desafiarse: él le anuncia que va a ir a Roma a pedir la separación y ella le atormenta de nuevo con la revelación de que se acostó con su padre. "Te he puesto más cuernos de los que pudo llevar Luis", en referencia a su primer marido.
Henry da por terminada la partida. Ha impuesto su autoridad y ya no desea seguir ese juego que le resulta tan doloroso. Ordena que su esposa se prepare para regresar al día siguiente a su castillo y decide encerrar a sus tres hijos en la bodega, bajo arresto. La situación se torna dramática. Eleanor se reúne con Geoffrey, Richard y John y les entrega tres puñales para que puedan huir; pero ellos quieren emplear esas armas para asesinar a su padre.
En ese punto, la reina confiesa por primera vez cuáles han sido sus intenciones desde que promovió una guerra contra su marido, diez años atrás. "Yo amaba a mi Henry", les dice. Ella quería recuperar ese viejo amor, irreconocible con el paso del tiempo; deseaba volver a sentir y a disfrutar como en los primeros años de su matrimonio. La tragedia planea con la súbita llegada de Henry a la bodega. Se enfrenta a los tres y está a punto de matarlos, pero se reprime pese a que Eleanor, sorprendentemente, le anima a ello. Ella se ha dado cuenta de que tampoco desea estar con esos hijos incapaces de amar, que sólo saben traicionar a su padre por ambición.

- Yo te amaba. Y aún te sigo amando.

- De todas las mentiras que has dicho, ésta es la más terrible.
- Lo sé. Por eso la he guardado para el final.

"El león en invierno"
es, bien mirado, una gran historia de amor. La reina se queda a solas con Henry y le confiesa lo que había revelado a sus hijos, que le ama. Y realmente es así, de eso estamos seguros. Aunque él no está por la labor de reconciliarse hasta ese punto. Finge que forma parte de ese juego que consiste en herir los sentimientos, provocar y humillar. Sólo que esta vez no es así. Eleanor se está sincerando; se siente vacía sin él y se da cuenta de que ha intentado recuperarle sin éxito.
Al día siguiente se produce la despedida. Es maravillosa. No importa que se separen. Henry, desde la orilla, le lanza abrazos con una ternura infinita; ella, en la barcaza que se aleja, responde con una sonrisa que revela un amor profundo y eterno. Ambos se ríen, llenos de felicidad. Eleanor vuelve a su prisión, pero lo hace más viva y libre que nunca.

La película
- "El león en invierno" significó el debut en el cine de Timothy Dalton (futuro James Bond) y de Nigel Terry (el rey Arturo de "Excalibur"), así como la segunda película para Anthony Hopkins, John Castle y el propio director. Todos ellos destacaron simultáneamente en el teatro y la televisión, aunque la carrera más importante es la de Hopkins, sobre todo en el cine.
- Peter O'Toole se reencontró con el papel de Henry II de Inglaterra, a quien ya había encarnado de manera magistral en "Becket" (1964).
- Curiosamente, Katherine Hepburn se consideraba descendiente de la reina Eleanor por dos líneas genealógicas, por lo que interpretar ese papel resultó muy especial para ella. Sus antepasados irlandeses habían estado entre los pasajeros que viajaron en el Mayflower, el barco que transportó a los primeros colonos británicos al territorio de Estados Unidos en 1620.
- La película no está basada en hechos reales. Es decir, no hubo reunión familiar en diciembre de 1183. Sin embargo, sí recrea con mucha inteligencia la crisis de sucesión que se produjo tras la muerte de Henry, el primogénito del monarca, sucedida sólo unos meses antes. El rey quería a John para el trono y la reina desterrada hizo lo posible para que fuera Richard. La historia complació a ambos, ya que primero Richard the Lionheart (Ricardo Corazón de León) y luego John Lackland (Juan Sin Tierra) fueron reyes de Inglaterra.
- Entre Katherine Hepburn y Peter O'Toole surgió una gran relación afectuosa. En una reciente entrevista, el actor reconocía que "la adoraba, la amaba de forma platónica". Hepburn le golpeó en una ocasión y luego le pidió disculpas: "Cerdo -así le llamaba cariñosamente- yo sólo golpeo a la gente que quiero".
- El rodaje resultó muy especial para la actriz, que unos meses antes acababa de perder al amor de su vida, Spencer Tracy, con quien había mantenido una intensa relación durante décadas. Hepburn reconocería después que el rodaje de esta película tuvo un efecto balsámico en su vida.
- Andrei Konchalovsky dirigió en 2003 una aceptable versión televisiva, con Glenn Close y Patrick Stewart en los papeles principales. Rosemary Harris y Robert Preston fueron los originales Eleanor y Henry II en la primera representación teatral de la obra, en marzo de 1966.

Los cuatro Oscar de la gran Katherine Hepburn, todo un hito.

- Katherine Hepburn y Barbra Streisand (por "Funny girl") compartieron el premio Oscar en esa edición; era la primera vez que se entregaba ex-aequo. Para la veterana actriz fue el tercero de sus 4 Oscar, ya que en 1981 aún ganaría el de mejor actriz por "En el estanque dorado". Peter O'Toole volvió a sufrir una nueva decepción, después de haber sido nominado sin éxito por "Lawrence de Arabia" y "Becket". En total ha sumado ocho nominaciones y un solo premio... honorífico en 2003. (Sin comentarios).




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