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domingo, 10 de junio de 2012

Tracy Lord

Katherine Hepburn ("Historias de Filadelfia")

Tracy Lord se deja querer por el encandilado Macaulay Connor. 

"Yo no quiero que me adoren, quiero que me amen"

Existen personajes que están pensados para intérpretes concretos y uno de ellos es, sin duda, el de Tracy Lord: sólo podía ser Katherine Hepburn. No es que se trate de un papel a su medida, es que ambas son la misma persona. Así lo concibió Philip Barry, amigo personal de la actriz, cuando escribió en 1938 la obra teatral del mismo título. Altiva, autoritaria, enérgica, disciplinada, deportista y de una elevada talla intelectual. Cuando la gran dama del cine protagonizó "Historias de Filadelfia" ("The Philadelplhia Story", 1940), Hollywood le acababa de colgar la maldita etiqueta de "veneno para la taquilla". Y ella empezó a redimirse a partir de esta película, como si tuviera que pedir perdón por su férrea independencia en ese mundo dominado por hombres. Básicamente es lo que le ocurre a esta mujer llamada Tracy Samantha Lord.
Conviene advertir, eso sí, que esta comedia hay que verla hoy en día sin los lógicos prejuicios de la época actual. Porque un análisis social ligeramente severo de los personajes puede ofrecer conclusiones casi esperpénticas. Por ejemplo, el más antipático es el prometido de Tracy, George Kittredge (John Howard), un hombre que procede de una clase social baja, lo que le convierte poco más o menos en un advenedizo; Margaret (Mary Nash) es la madre que acepta con bendita resignación y extraña comprensión la permanente infidelidad de su marido, Seth (John Halliday), un vivales que hoy llamaríamos "sinvergüenza" con todas las letras.
La propia Tracy oculta, bajo esa figura de diosa fría e intransigente, la apariencia de una mujer cuyos pecados son, en esencia, su enorme fortaleza y su independencia. ¿Debe cambiar y pedir perdón por ser una estatua en un pedestal o por ser una mujer que piensa por sí misma? Además, la aristocracia es aquí la clase social ideal y envidiable, pese a que presumen de ser lo que, en la actualidad, llamaríamos "parásitos". Lo dicho, "Historias de Filadelfia" es un film de 1940 y no debe sacarse de ese contexto, como ocurre con otras grandes obras maestras del cine.

El punto final a un matrimonio y el comienzo de la película.

El arranque de la película ya resulta muy significativo: C.K. Dexter Haven (Cary Grant) se marcha del hogar conyugal porque no aguanta a su intolerante esposa, Tracy. Ella le rompe los palos de golf en la puerta; él responde empujándola al suelo de un manotazo. Dos años después, la prensa se hace eco del nuevo enlace matrimonial de la joven con un millonario, el insípido George Kittredge. Es un tipo de origen humilde que desconoce muchas de las normas de la alta sociedad.
La madre es quien mejor explica el comportamiento de su hija: "Lo que pasa es que Tracy se impone normas de conducta muy severas y los demás no siempre son capaces de vivir de acuerdo a ellas". Tracy es, pues, la que manda. Era inflexible con las debilidades de su marido, sobre todo con la bebida, lo es también con su padre y, muy especialmente, con la necesidad de preservar su intimidad. Por desgracia para ella, Dexter va a colar en la boda a dos reporteros de la revista sensacionalista Spy como supuestos amigos del hermano de Tracy: Macaulay Connor (James Stewart) y Elizabeth Imbrie (Ruth Hussey).
Ambos tienen tantos prejuicios hacia Tracy como ésta hacia ellos. Macaulay, un tipo sarcástico, escéptico y, sobre todo, frustrado escritor que está descontento con su trabajo, sospecha que la joven es una estúpida snob; cuando ella se presenta ante la pareja decide no sacarles del error y exagera esa impresión con una  cursilería casi enfermiza.
- Connor: Y respecto a esa chica, Tracy Samantha Lord...
- Dexter: ¿Qué pasa con ella?
- Connor: ¿Cuáles son sus características?
- Dexter: Odia a la gente que lleva puesto el sombrero en casa.
El corazón de Tracy es, al principio, un misterio para todos, incluso para el espectador. Se muestra cariñosa con su novio, pero no hay evidencia de amor hacia él; quiere humillar al periodista porque representa, al menos a primera vista, la clase intelectual que tanto detesta; es dura y sarcástica con su anterior marido y apenas se aprecian signos de la vieja pasión que pudo haber entre ellos a lo largo de la película. "La pelirroja de siempre: ni amargura ni recriminaciones, sólo un buen izquierdazo en la mandíbula", le apostilla su ex.
Pero existe también una Tracy risueña, amistosa, familiar y sensible, que se divierte montando a caballo, trasteando con su hermana pequeña Dinah (Virginia Weidler) o leyendo en la biblioteca, con deleite, los cuentos que escribió Macaulay Connor antes de ganarse el pan con la prensa rosa. Es una mujer divertida en el fondo, aunque demasiado preocupada por la pulcritud y la disciplina como para que se le note.

Tracy, intransigente y distante con su padre. 

Los hombres la ven como una especie de diosa, aunque con diferentes intenciones. Para Kittredge, esa es precisamente su principal virtud. Lo que quiere es construirle una torre de marfil para adorarla a todas horas. "Nadie ha sido ni será tu dueño y señor", le asegura. Dexter Haven opina que sería una mujer ideal si se bajara del pedestal y cometiera errores: "Por supuesto, es tolerante con ciertos defectos... a excepción de los defectos ajenos". El padre considera que su intolerancia ha arruinado la perfecta relación que mantenían cuando era más joven: "Tienes todo lo que puede tener una mujer encantadora, menos lo esencial, un corazón comprensivo. Y sin eso daría lo mismo que fueras de bronce".
Tracy desorienta especialmente a Connor, que pasa del rechazo inicial, la sorpresa (al verla leyendo su libro de cuentos en la biblioteca) y la suspicacia (cuando ella le ofrece su casa de campo para que siga escribiendo) a una progresiva fascinación. Cuando todo el mundo parece ponerse en su contra, cuando recibe sucesivos reproches por su intransigencia y su frialdad, Macaulay (o Mike) acabará siendo su refugio.
Existe una tercera Tracy que sólo aparece en contadísimas ocasiones: cuando bebe champán. Por lo que sabemos, ocurrió una vez durante su matrimonio con Dexter: se subió desnuda al tejado y se puso con los brazos abiertos mirando la luna. Aunque es algo que ella no recuerda o no desea recordar. Y en la noche previa a su boda volverá a suceder. Apreciamos entonces una mujer mucho más divertida, a la vez sensual, despreocupada y provocativa. "De repente, lo que antes consideraba de gran importancia ya no me lo parece tanto", le confiesa a su madre.
Los momentos más fascinantes de esta mujer suceden al lado de Macaulay, ahora llamado Mike. Ambos salen de la fiesta con más champán de la cuenta; se buscan para pasarlo bien cuando los demás (un Dexter pasivo y un Kittredge soporífero) se retiran a descansar; ambos, en fin, deciden jugar al romance, abiertos a todo, cuando se ven solos en el jardín de la mansión.
La larga y apasionante secuencia nocturna siempre me ha parecido una película distinta. Es evidente que existe una química especial entre Tracy y Mike que, sin embargo, echamos de menos en su relación con C.K. Dexter Haven (genial nombre, por cierto). También es notorio que los dos están deseando que ocurra algo: Macaulay, porque se siente muy atraído por esa mujer, y Tracy, porque necesita que la quieran de verdad, no que la idolatren.

Tracy, en brazos de Macaulay, ante la mirada de Kittredge y Dexter.

Katherine Hepburn está simplemente adorable: cuando acerca su rostro al de James Stewart de forma sensual y arrebatadora; cuando le lanza miradas que apabullan al periodista; al reprocharle lo que a ella siempre le han recriminado, su intolerancia, o cuando trata de desarmarle con su ingenio dialéctico.

- Si me dan a elegir, me quedo con la clase baja, entérate.

- Y con un millón de dólares...
- ¿Qué has querido decir?
- Me equivoqué.
- No hay duda de que estás insultándome. ¡No! ¡No pidas perdón!
- ¿Perdón? No iba a hacerlo.

La escena está lleno de instantes románticos, en los que sus conciencias acaban frenando siempre el impulso y la pasión. Macaulay le dice lo que necesita escuchar: ella es un sueño hecho realidad, tiene un fuego intenso en su interior y está llena de vida y de encanto. Sin embargo, el beso apasionado al que se entregan parece disipar las dudas: "¿Esto puede ser algo parecido al amor?", le pregunta él. "¡No, no, no! No es posible, no puede ser. Sería terrible. Además, sé que no lo es".
A la mañana siguiente, Tracy aparece con una fuerte resaca ("ayer debí tomar demasiado el sol") y no se acuerda de lo ocurrido por la noche. Intuye que algo grave ha podido pasar cuando ve las caras de Dexter y Macaulay. De repente ya no es la mujer soberbia y segura de sí misma, sino una joven vacilante, indecisa y preocupada. Definitivamente humana.
Romper con George Kittredge es el primer paso hacia su redención, si es que se puede llamar así al proceso de transformación que va a sufrir: humilde, cariñosa y amable e incluso capaz de pedir perdón. Así es la nueva Tracy Lord, otra vez al lado de C.K. Dexter Haven. Es lo que todos esperaban de ella, ¿no?

... Y volvieron a ser felices.

La película
- Cuando Katherine Hepburn apareció en la famosa lista de "veneno para la taquilla" (con Fred Astaire, Joan Crawford, Marlene Dietrich, entre otros), dejó por un tiempo el cine y protagonizó en Broadway "The Philadelphia Story", escrita por Philip Barry, que era su amigo. Éste había creado una parodia de la fama que tenía la actriz de autoritaria y poco femenina. Además, se había basado en otro personaje real, muy conocido en Filadelfia, la filántropa Helen Hope Montgomery Scott
- La obra fue un gran éxito y las productoras empezaron a pujar por los derechos para el cine, sin pensar en ningún momento en la actriz para la que se había escrito la pieza teatral. La pareja de Katherine Hepburn en ese momento, el magnate Howard Hughes, fue quien le regaló a ella los derechos. 
- La actriz vendió la obra para el cine a la MGM, pero con tres condiciones: ella sería la protagonista, la adaptación correría a cargo de dos guionistas desconocidos, Donald Odgen Stewart y Waldo Salt, y podría elegir al director y a los actores principales.
- Como director escogió a su amigo George Cukor y como protagonistas, a Clark Gable y Spencer Tracy. No obstante, estos tenían otros compromisos y la MGM le sugirió entonces a Cary Grant y James Stewart.

George Cukor dirige a los actores.

- Curiosamente, James Stewart se ofreció para el papel de Macaulay Connor sin saber que ya había sido elegido.
- De la obra teatral se prescindió de un personaje, el hermano de Tracy. Joseph Cotten (Dexter) y Van Heflin (Connor) fueron sus principales protagonistas masculinos.
- El célebre manotazo que le da Cary Grant a Katherine Hepburn al comienzo de la película fue idea de George Cukor para satisfacer al público que odiaba a la actriz. Así, en el resto de la película ya no caería tan mal al haber sido "escarmentada" previamente.
- El rodaje de la película costó tan solo ocho semanas, en gran medida porque Cukor no tuvo que repetir ninguna escena.
- Donald Odgen Stewart ganó el Oscar al mejor guión, James Stewart, al de mejor actor y la película contó con cuatro nominaciones más, una de ellas para Hepburn, que pudo resurgir en el cine gracias a esta obra. Stewart, en un rasgo de honestidad, afirmó que la estatuilla la merecía mucho más Henry Fonda por su espléndido papel de Tom Joad en "Las uvas de la ira", de John Ford.
- El productor del film era Joseph L. Mankiewicz, guionista y, desde 1946, uno de los más grandes directores de Hollywood.

viernes, 25 de febrero de 2011

Leonor de Aquitania

(Katherine Hepburn, "El león en invierno")

Katherine Hepburn y Peter O'Toole, una espléndida pareja.

James Goldman, hermano del guionista William Goldman ("Dos hombres y un destino", "La princesa prometida", "Misery"...) se inventó en 1966 un jugoso libreto sobre una supuesta reunión familiar entre el rey Enrique II de Inglaterra, su esposa Leonor (Eleanor of Aquitaine) y sus hijos. El juego sucio y las múltiples intrigas dominan la trama, aderezada por unos diálogos soberbios. En "El león en invierno", la palabra vale como mil imágenes, no hay desperdicio.
Dos años más tarde, el británico Anthony Harvey reunió a Katherine Hepburn y a Peter O'Toole para dar vida a los personajes centrales de la versión cinematográfica ("The lion in winter", 1968). La química entre ambos supuso un extraordinario hallazgo para los aficionados, una de esas felices coincidencias que surgen en el pantalla cada mucho tiempo. Por edad, la actriz (61 años) podía pasar por la legendaria reina de Aquitania, pero el actor británico sólo tenía 36 años y, sin embargo, está perfecto como el fatigado, exaltado y pasional monarca.
Diciembre de 1183. El rey Henry II traslada su Corte a Chinon (Francia) para pasar las navidades en familia. Llama a sus tres hijos y a su esposa Eleanor, a quien encerró diez años atrás en el castillo de Salisbury por promover una rebelión contra él. Su propósito es anunciarles que tras la muerte del primogénito, Henry, ha decidido nombrar como sucesor al trono a su hijo menor, John (Nigel Terry), quien deberá casarse con la amante de su padre, Alais (Jane Merrow), hermana del nuevo rey de Francia.
El planteamiento inicial ya promete una interesante sucesión de intrigas. Dos de los hijos, Richard (Anthony Hopkins) y Geoffrey (John Castle), odian a su padre y no ocultan su ambición por el trono. Pero la figura que desata todas las tensiones e intrigas familiares es una amable y encantadora mujer que no ha perdido ni la sonrisa ni las buenas maneras pese a haber estado diez años encerrada en un castillo. Eleanor llega a la reunión en una barcaza, sentada tranquila y esplendorosa en un trono, como si hubiera vuelto de unas vacaciones. La magnífica banda sonora del recientemente fallecido John Barry (con el precioso tema "Eleanor's arrival") envuelve la escena de manera majestuosa.

Los reyes presiden la comida navideña.

Lo primero que llama la atención del matrimonio es su intensa relación amor-odio. El rey recibe a su reina como un adolescente excitado. Ha bajado corriendo desde la torre del castillo y está francamente ilusionado por volver a verla. Ella le dedica una sonrisa apasionada y limpia, sin asomo de rencor, a pesar de su prolongado cautiverio y de que en la misma orilla le aguarda también la nueva amante de su marido, Alais, una joven a la que la reina cuidó de pequeña.
Esa especial relación es importante para entender la película. Eleanor y Henry contrajeron matrimonio en 1152, con 30 y 19 años de edad, respectivamente. Ella había estado casada anteriormente con el rey francés Luis VII, un hombre mucho más débil que ella, hasta que apareció en su vida el joven monarca de la saga de los Plantagenet. Durante mucho tiempo se entendieron a la perfección, porque su nivel intelectual era parejo y ambos eran fogosos amantes y fuertes de carácter.
Sin embargo, la relación se fue deteriorando. Quizá la causa principal fue la diferencia de edad entre ambos, notable conforme pasaba el tiempo. La reina podía asumir las infidelidades de su marido, porque ella también se desquitaba, pero no aceptó la aparición de Rosamund Clifford, que se convirtió en la amante duradera del rey. Es como si el corazón de éste se hubiera dividido en dos.
En 1173, la reina alentó a sus hijos Henry, Geoffrey y Richard a participar en una revuelta contra su esposo, pero éste la abortó y, como resultado, ordenó el exilio de su mujer, que permaneció encerrada durante una década en un castillo... hasta que le llamó en 1183 para celebrar las navidades juntos.
La relación entre Leonor de Aquitania y su marido parece como una partida de ajedrez que ambos reanudan después de tantos años con tremendas ganas y de manera irresistible; las piezas que ponen sobre el tablero son los sentimientos, el sarcasmo, sus debilidades, algunos secretos del pasado, la inteligencia y la enorme fortaleza de carácter, pero nunca la autoridad. Si el rey impone su poder, la partida se acabará. El duelo entre ambos me recuerda al que entablan los protagonistas de "¿Quién teme a Virginia Wolf?" (1966, Mike Nichols).
El objetivo práctico es colocar a los hijos predilectos en el trono, pero el juego es mucho más que eso. Ambos intentan demostrarse que uno es más fuerte que el otro, que la razón está y ha estado de una parte y que, a lo largo de su vida en común, uno de ellos ha sido siempre superior al otro, intelectual y afectivamente.
La reina tiene un objetivo político, conseguir que Richard (Ricardo Corazón de León) sea el futuro rey y herede la región de Aquitania, cuyos derechos le pertenecen a ella. Para conseguirlo tendrá que desplegar todas sus armas, porque hasta su hijo predilecto es duro, agresivo, tosco y vengativo. Detesta a su madre tanto como odia a su padre; a ella no le ha perdonado que le utilizara de forma maquiavélica diez años atrás para enfrentarse con el rey.

- "Eres Medea hasta los dientes, pero a este hijo no lo utilizarás en tu venganza contra tu marido".

"Eres Medea hasta los dientes", le reprocha Richard.

Los tres hijos son egoístas, ambiciosos y desconfiados. Sólo están pendientes, como los buitres, de la corona real. Son incapaces de disimular su odio y de mostrar afecto y cariño. La madre va a tener el tiempo justo para tratar de ganarse la confianza de los tres, intrigar contra el padre y darle la vuelta a una situación muy desfavorable en esa particular partida de ajedrez, ya que el monarca ha elegido como sucesor a John, el desaliñado y niñato hijo menor. A Geoffrey lo ignoran ambos, no le tienen ningún aprecio. "Tengo que hacerte una confesión: no me gustan nada nuestros hijos", le revela a su marido.
Leonor no es una madre convencional, al uso. Reconoce que no tiene ningún afecto hacia Geoffrey, un hijo no deseado que deambula como alma en pena reclamando un cariño inexistente. Es una madre imperfecta, más preocupada por la fortaleza de espíritu, el orgullo, el carácter y con un sentido del humor hiriente.
Decía antes que ambos se profesan amor y odio a partes iguales, aunque no está claro dónde está la frontera. Cada uno trata de herir los sentimientos del otro, pero con un cinismo agudo y guardando las formas. Se diría que quien no encuentra una réplica oportuna, pierde los nervios o grita en exceso, se halla en desventaja en esa partida de ajedrez mental. Por eso, Henry sonríe amablemente cuando le asegura que jamás la liberará de su cautiverio; por eso, Eleanor le amenaza sutilmente con una nueva guerra por la posesión de las tierras o se muestra extremadamente cariñosa con Alais, la sumisa y callada amante de él. "La cama de Henry es la provincia de Henry, puede meterse en ella hasta una oveja si quiere... cosa que, por cierto, ya ha hecho", le suelta en referencia a Rosamund, la amante que rompió el matrimonio.
Henry sorprende con un movimiento inesperado: anuncia que el heredero será Richard en vez de John, lo que deja a la reina descolocada. Exactamente es lo que ella pretendía, pero deseaba ganarlo, luchar por ello, no obtenerlo de esa manera. Todos desconfían de sus intenciones, incluido Richard, quien le reprocha a su madre sus ansias por destrozar a su padre. Eleanor tiene su momento de melancolía cuando habla sinceramente con su hijo. Quizá sea la primera vez en su vida que revela lo mucho que quiso a su marido.

"Henry vino desde el norte a París con la mente de Aristóteles y un cuerpo ardiente de pecador. Quebrantamos los mandamientos al instante".

El juego es constante. Los tres hijos son peones de ese ajedrez que cuenta en el tablero con otro rey, Felipe de Francia (Timothy Dalton), quien ha ocupado el trono de su país tras la muerte de su padre. Felipe es, además, hermano de Alais, la amante de Henry, aunque radicalmente diferente a ella: maquiavélico, cruel y desapasionado. Ha sido invitado a la reunión familiar para arreglar la boda de Alais con uno de los hijos, pero su presencia y su ambición condicionan a todos. Sobre todo a Geoffrey, el despechado, por quien nadie siente ni una pizca de cariño.
Leonor sabe muy bien cómo herir a Henry. Primero le insinúa que se acostó con Tomas Becket, el antiguo arzobispo de Canterbury, un amigo muy especial para el rey y que fue asesinado por su culpa. Y luego le suelta, entre espontánea y divertida: "¿Te has preguntado alguna vez si me acosté con tu padre?". Esa frivolidad es el talón de Aquiles del monarca, el recurso para sacarle de quicio.
El rey mueve otra fichas. Proponer a Richard como sucesor sólo ha sido una estrategia de confusión para comprobar las distintas reacciones. A su esposa le ofrece luego la libertad a cambio de que John obtenga Aquitania, pero Leonor contraataca con una condición: que Alais y Richard se casen de inmediato. El resultado es que los hijos son meros títeres del pasatiempo de sus padres, a quienes les importa bien lo que están causando con sus intrigas.
La reina no aparece en una de las escenas más importantes de la película: el joven rey francés acoge en su cámara, uno por uno, a los hijos, deseosos de aliarse con él para emprender una guerra contra el padre. Conforme van llegando, cada uno se esconde y se entera de las intenciones de los demás. Descubrimos que Richard ha estado y está enamorado de Felipe, pero éste no sólo le desprecia sino que aprovecha esa circunstancia para herir al rey inglés. "¿Qué piensas oficialmente de la sodomía?", le pregunta cuando Henry acude también a la habitación del monarca francés.
Felipe ha jugado con todos. Los tres hijos salen de sus respectivos escondites, pero a Henry sólo le duele encontrar ahí a John, a quien iba a confiarle el trono. Se siente traicionado, profundamente herido. "Resultará mucho más brillante leer mi vida que haberla vivido". "El rey Henry nunca tuvo hijos, tuvo tres cosas peludas, pero las desheredó. ¡No sois míos! ¡No estamos relacionados! ¡Reniego de vosotros! ¡Ninguno heredará mi reino! ¡No os dejaré nada y os deseo lo peor!  ¡Que todos vuestros hijos enfermen y mueran!", les grita in crescendo antes de marcharse.

John, Eleanor, Richard y Geoffrey.

Henry está derrotado, pero su esposa no lo sabe. Ella está cansada del juego, de las intrigas y de una situación que parece haberse vuelto en contra de los dos. Aunque es tan excelente actriz (el personaje) que nos da la impresión de estar fingiendo una vez más. Después del terrible desengaño que ha sufrido él con la evidente traición de sus hijos, se muestra primero indiferente, desapasionado y sin ganas de seguir esa partida de ajedrez emocional. Ya sólo desea desheredar a todos, casarse con su amante y tener nuevos hijos a los que querer. Eso es lo que más le duele a la reina.
- Fuera Eleanor, dentro Alais... ¿por qué?
- Esposa mía, quiero una nueva esposa, que llevará dentro a mis nuevos hijos.
- Hijos... Pensaba que precisamente de eso ya tenías suficiente.
Esta escena resulta ejemplar. La conversación da un vuelco y ambos miran al pasado con añoranza. Se abrazan y se besan con cariño porque, por encima de traiciones, celos y ambiciones, en el fondo se siguen amando. Pero la perspectiva de hacerse daño les resulta más atractiva. En pocos minutos surgen los viejos rencores y vuelven a desafiarse: él le anuncia que va a ir a Roma a pedir la separación y ella le atormenta de nuevo con la revelación de que se acostó con su padre. "Te he puesto más cuernos de los que pudo llevar Luis", en referencia a su primer marido.
Henry da por terminada la partida. Ha impuesto su autoridad y ya no desea seguir ese juego que le resulta tan doloroso. Ordena que su esposa se prepare para regresar al día siguiente a su castillo y decide encerrar a sus tres hijos en la bodega, bajo arresto. La situación se torna dramática. Eleanor se reúne con Geoffrey, Richard y John y les entrega tres puñales para que puedan huir; pero ellos quieren emplear esas armas para asesinar a su padre.
En ese punto, la reina confiesa por primera vez cuáles han sido sus intenciones desde que promovió una guerra contra su marido, diez años atrás. "Yo amaba a mi Henry", les dice. Ella quería recuperar ese viejo amor, irreconocible con el paso del tiempo; deseaba volver a sentir y a disfrutar como en los primeros años de su matrimonio. La tragedia planea con la súbita llegada de Henry a la bodega. Se enfrenta a los tres y está a punto de matarlos, pero se reprime pese a que Eleanor, sorprendentemente, le anima a ello. Ella se ha dado cuenta de que tampoco desea estar con esos hijos incapaces de amar, que sólo saben traicionar a su padre por ambición.

- Yo te amaba. Y aún te sigo amando.

- De todas las mentiras que has dicho, ésta es la más terrible.
- Lo sé. Por eso la he guardado para el final.

"El león en invierno"
es, bien mirado, una gran historia de amor. La reina se queda a solas con Henry y le confiesa lo que había revelado a sus hijos, que le ama. Y realmente es así, de eso estamos seguros. Aunque él no está por la labor de reconciliarse hasta ese punto. Finge que forma parte de ese juego que consiste en herir los sentimientos, provocar y humillar. Sólo que esta vez no es así. Eleanor se está sincerando; se siente vacía sin él y se da cuenta de que ha intentado recuperarle sin éxito.
Al día siguiente se produce la despedida. Es maravillosa. No importa que se separen. Henry, desde la orilla, le lanza abrazos con una ternura infinita; ella, en la barcaza que se aleja, responde con una sonrisa que revela un amor profundo y eterno. Ambos se ríen, llenos de felicidad. Eleanor vuelve a su prisión, pero lo hace más viva y libre que nunca.

La película
- "El león en invierno" significó el debut en el cine de Timothy Dalton (futuro James Bond) y de Nigel Terry (el rey Arturo de "Excalibur"), así como la segunda película para Anthony Hopkins, John Castle y el propio director. Todos ellos destacaron simultáneamente en el teatro y la televisión, aunque la carrera más importante es la de Hopkins, sobre todo en el cine.
- Peter O'Toole se reencontró con el papel de Henry II de Inglaterra, a quien ya había encarnado de manera magistral en "Becket" (1964).
- Curiosamente, Katherine Hepburn se consideraba descendiente de la reina Eleanor por dos líneas genealógicas, por lo que interpretar ese papel resultó muy especial para ella. Sus antepasados irlandeses habían estado entre los pasajeros que viajaron en el Mayflower, el barco que transportó a los primeros colonos británicos al territorio de Estados Unidos en 1620.
- La película no está basada en hechos reales. Es decir, no hubo reunión familiar en diciembre de 1183. Sin embargo, sí recrea con mucha inteligencia la crisis de sucesión que se produjo tras la muerte de Henry, el primogénito del monarca, sucedida sólo unos meses antes. El rey quería a John para el trono y la reina desterrada hizo lo posible para que fuera Richard. La historia complació a ambos, ya que primero Richard the Lionheart (Ricardo Corazón de León) y luego John Lackland (Juan Sin Tierra) fueron reyes de Inglaterra.
- Entre Katherine Hepburn y Peter O'Toole surgió una gran relación afectuosa. En una reciente entrevista, el actor reconocía que "la adoraba, la amaba de forma platónica". Hepburn le golpeó en una ocasión y luego le pidió disculpas: "Cerdo -así le llamaba cariñosamente- yo sólo golpeo a la gente que quiero".
- El rodaje resultó muy especial para la actriz, que unos meses antes acababa de perder al amor de su vida, Spencer Tracy, con quien había mantenido una intensa relación durante décadas. Hepburn reconocería después que el rodaje de esta película tuvo un efecto balsámico en su vida.
- Andrei Konchalovsky dirigió en 2003 una aceptable versión televisiva, con Glenn Close y Patrick Stewart en los papeles principales. Rosemary Harris y Robert Preston fueron los originales Eleanor y Henry II en la primera representación teatral de la obra, en marzo de 1966.

Los cuatro Oscar de la gran Katherine Hepburn, todo un hito.

- Katherine Hepburn y Barbra Streisand (por "Funny girl") compartieron el premio Oscar en esa edición; era la primera vez que se entregaba ex-aequo. Para la veterana actriz fue el tercero de sus 4 Oscar, ya que en 1981 aún ganaría el de mejor actriz por "En el estanque dorado". Peter O'Toole volvió a sufrir una nueva decepción, después de haber sido nominado sin éxito por "Lawrence de Arabia" y "Becket". En total ha sumado ocho nominaciones y un solo premio... honorífico en 2003. (Sin comentarios).




miércoles, 27 de octubre de 2010

Susan Vance (Katherine Hepburn, La fiera de mi niña)

“Reconozco que en los momentos de paz me he sentido atraído por usted, pero lo cierto es que no ha habido paz”.  David Huxley (Cary Grant)

Susan, siempre más libre que David.

Katherine Hepburn está considerada como la mejor actriz de todos los tiempos y no tengo argumentos ni deseos de discutir esa merecida distinción. Existe al menos una docena de grandes películas que lo respaldan y el doble de personajes protagonizados por ella que prácticamente lo confirman. De todos ellos, siento verdadera devoción por Leonor de Aquitania (“El león de invierno”), Tracy Lord (“Historias de Filadelfia”), Amanda Bonner (“La costilla de Adán”), por supuesto Rose Sayer (“La reina de África”) y, especialmente, ese delicioso desastre natural que se llama Susan Vance.
La actriz tenía 31 años cuando afrontó la primera comedia loca (“screwball comedy”) de su carrera. Aunque ya era una estrella gracias a “Gloria de un día”, “Damas de teatro” y “Mujercitas”, los estudios la consideraban “veneno en taquilla”. Y “La fiera de mi niña” (“Bringing up, Baby”, 1938), dirigida por Howard Hawks, no iba a ser una excepción. Posiblemente, el espectador de aquella época ya tenía bastante con los hermanos Marx y no estaba preparado para asimilar semejante desenfreno de comedia con otros intérpretes.

Paula Prentiss con Rock Hudson.
Susan Vance es un personaje irracional pero encantador y ese equilibrio es uno de los que más escuela han creado en el cine. Directamente la imitaron Barbra Streisand (“¿Qué me ocurre, doctor?”) y Paula Prentiss (“Su juego favorito”), casi dos homenajes de Peter Bogdanovich y del propio Hawks, pero la personalidad de Susan la hemos visto reflejada en infinidad de actrices, desde Barbara Stanwyck y Jennifer Jones a Rosanna Arquette y Melanie Griffith.
El argumento de la película podría explicarse así: El profesor David Huxley (Cary Grant) necesita un millón de dólares para su museo de historia natural y tropieza con Susan Vance, la sobrina de la millonaria señora que debería donarle ese dinero. En apenas veinticuatro horas será cómplice del robo de un vehículo, tendrá que comprarle 12 kilos de solomillo a un leopardo, perseguirá de forma incansable a un perro, vestirá un salto de cama femenino, le tomarán por loco hasta los empleados de un circo y hará el ridículo de una manera permanente.
David conoce a Susan en el campo de golf donde ha quedado con Alexander Peabody (George Irving), abogado de la millonaria Carleton Random (May Robson). Le ha quitado su pelota de golf, pero ella no atiende a razones. Tampoco cuando se dispone a marcharse con el vehículo de David.
“Su pelota de golf, su coche... ¿Pero hay algo aquí que no sea suyo?”.
“Por suerte, usted”.
Es evidente que Susan vive a un alto nivel, sin necesidad de trabajar, gracias a las rentas de su tía. No conocemos nada de sus padres ni de su pasado, ni de su éxito con los hombres ni de sus amistades. De su vida privada sólo sabemos que tiene un bonito apartamento y que su hermano Mark está en Brasil. Es una mujer inclasificable e independiente. La vemos en una fiesta sentada en la barra del bar y jugando con el camarero a meter olivas en las copas. Ahí vuelve a encontrarse con David, con humillante resultado para él. “Se le cae una aceituna y yo me siento en mi sombrero, veo que todo encaja”.

David siempre está huyendo de ese desastre natural que es Susan.
 Ella se ha fijado en ese hombre con gafas, torpe y despistado que la regaña siempre y que anda preocupado sólo por la clavícula intercostal del brontosaurio que tiene en el museo. Su mirada nos muestra de repente que acaba de encontrar al hombre de su vida y, pese al rechazo de David, no va a darse por vencida. En la misma fiesta, y tras una breve conversación con el psiquiatra Fritz Lehman (Fritz Feld), le persigue con resultados catastróficos: se equivoca de bolso, le rasga la levita y ella acaba con el vestido roto, enseñando su ropa interior (“¿No pensará que lo hice a propósito?”, es la disculpa que repite). La genial salida que improvisan para que nadie la vea en paños menores es una de las escenas más divertidas del cine.
Susan Vance es un cóctel que de vez en cuando se agita frenéticamente: irreflexiva, absurda, irracional, despreocupada, caprichosa, mentirosa, divertida, imprudente y espontánea. Para David Huxley es un torbellino peligroso. Primero le convence de que el abogado que busca, Peabody (a quien de forma sistemática él siempre da plantón), es amigo suyo y hace todo lo que le pide; luego se le ríe en la cara cuando le cuenta que se va a casar: “¿Y para qué?”, exclama jocosa; al día siguiente le llama por teléfono para preguntarle si quiere un leopardo y, cuando él acude en su ayuda por creer que le está atacando, se mete definitivamente en el lío. “Usted lo ve todo al revés, no he conocido a nadie igual”.
A Susan no le queda más remedio que improvisar para atraerle y así retrasar su boda con la señorita Swallow (Virginia Walker). Se llevan a Baby, el leopardo, a la finca de su tía en Connecticut, y lo que les ocurre es un frenesí continuo. Para ella, sin embargo, no hay nada extraordinario en lo que hace. Parece como si robar un vehículo, chocar contra un camión o arrastrar a un leopardo formaran parte de su cotidiana existencia. “David, no hay quien le entienda, en cuanto se soluciona una cosa empieza a preocuparse por otra”, le reprocha.

Baby, el otro protagonista de la película.

Dispuesta a todo para que no regrese a Nueva York, ordena que laven y planchen su ropa mientras él se ducha. David tiene que salir con una bata femenina, lo que da pie a uno de los diálogos más analizados y polémicos (por los rumores de homosexualidad en torno a Cary Grant) de la época:
“¿Por qué va vestido así?”, le pregunta la tía Elizabeth Random.
“¡Porque de pronto me he hecho gay!”, exclama él en la versión original.


Susan es incansable para meter en líos al que ya considera “el único hombre al que he amado”. A su tía le hace creer que sufre un trastorno psíquico, que se llama David Hueso (Bone en original) y que su ocupación es la caza mayor. El diálogo entre ellas no tiene desperdicio:

- ¿Cómo se llama él?
- David… Hueso.
- ¿Huesos?
- Un hueso.
- Uno o dos huesos sigue siendo ridículo. ¿A qué se dedica?
- Caza.
- ¿Qué caza?
- Animales.
- ¿Caza mayor?
- Enorme.

Durante la cena, a la que acude el comandante Horace Applegate (Charles Ruggles), David sólo se ocupa de vigilar al perro George -que le ha robado su hueso prehistórico- para que no se encuentre con Baby. Susan, mientras tanto, sigue a lo suyo: “El señor Hueso tiene dos médicos; uno le dice que descanse y el otro, que haga deporte”, les explica a su tía y a Applegate para justificar la extraña conducta de David.
Cuando el leopardo se escapa, la trama se complica de una manera vertiginosa. Susan le pedirá a David que hable con el personal del zoo para que atrapen al leopardo, pero cuando se entera de que la mansa fiera es un regalo para su tía, se enfada con él por cumplir lo que le había pedido: “Oh, David, nos has metido en un buen lío”.

David Huxley, al borde de la desesperación.

La persecución del leopardo y del perro transcurre por el bosque de manera delirante. Se caen por un barranco, se hunden en el río, roban un peligroso leopardo creyendo que es Baby… Susan está deliciosa cuando se pone a bailar al perder un tacón y observa con dulzura a David, que ya no lleva gafas. Pero cuando éste le invita a marcharse porque es un estorbo, ella se echa a llorar por primera vez. Juraría, una vez más, que no es más que una de sus tretas para conseguir lo que se propone.

- ¿Quieres que vuelva a casa?
- Sí.
- ¿No quieres que te ayude?
- No.
- ¿Con lo que nos divertimos?
- Sí.
- ¿Con todo lo que he hecho por ti?
- Por eso mismo.

La pareja va a parar a la cárcel, donde el sheriff Elmer (más absurdo si cabe que Susan), acabará encerrando a todos, incluida a la tía Elizabeth. Susan se da cuenta de la estupidez de ese hombre y decide ponerse a su altura para tratar de escapar; así, le hace creer que todos pertenecen a la “banda del leopardo”, imita a la perfección la voz de una delincuente barriobajera (Susie “Cerraduras”) y en un descuido se escapa por la ventana.

“Veo que cojea. ¿Le hirieron en algún golpe?”
“No, he perdido el tacón”

Susan es tan obstinada que acaba atrapando al leopardo peligroso que se había escapado, convencida de que se trata de Baby. No podemos ni imaginar cómo habrá podido hacerlo, pero ahí está ella, satisfecha mientras los demás contemplan aterrados a la fiera. David le ayudará con sangre fría y lo encerrará antes de desmayarse.
Un hombre puede enamorarse de una mujer así, no cabe duda, pero ¿será capaz de convivir con semejante peligro? Mientras trabaja en su brontosaurio, David Huxley se da cuenta de que está enamorado de Susan. No puede evitarlo. Le arruinará el museo, le pondrá en ridículo muchas veces y transformará su apacible y metódica vida en una continua e inesperada pesadilla, pero, puestos a elegir, se lo va a pasar en grande el resto de su vida. Como nosotros desde que se estrenó esta joya de película.

Curiosidades
- “La fiera de mi niña” está considerada hoy en día como la “screwball” del cine por excelencia y una de las mejores películas de todos los tiempos. No obstante, en su día sólo recaudó unos 300.000 dólares, ni siquiera una tercera parte de lo que costó.
- En el guión, firmado por Dudley Nichols, participó Hagar Wilde, la autora de la novela corta en que está basada la película.
- Katherine Hepburn sólo había protagonizado dramas románticos y comedias blandas antes de hacer el papel de Susan. A Hawks le costó trabajo explicarle que no tenía que hacerse la graciosa, sino dejarse llevar por las situaciones. La Hepburn lo entendió perfectamente.
- La actriz estaba atravesando en esos momentos por una delicada situación: por un lado, estaba luchando para conseguir el papel más codiciado del momento, la Escarlata O’Hara de “Lo que el viento se llevó”, para la que existían numerosas candidatas. Además, por Hollywood circulaba una lista de intérpretes “venenosos” para la taquilla y ella estaba incluida, junto a Joan Crawford, Greta Garbo, Marlene Dietrich o Fred Astaire, entre otros. 
- Su relación sentimental con el magnate Howard Hughes le permitió protagonizar a Susan, aunque no consiguió imponer, como pretendía, a Spencer Tracy para el papel de David.
- El rodaje debió ser un divertido caos, ya que Howard Hawks improvisaba a su antojo y cambiaba el guión con mucha frecuencia. Los actores aportaron ideas y diálogos sobre la marcha.
- El perro George se llamaba Skippy y había saltado a la fama en las películas “La cena de los acusados”, “Ella, él y Asta” y “La pícara puritana”, entre otras.
- Katherine Hepburn se encariñó del leopardo durante el rodaje y jugaba con él a todas horas. A la domadora de la película le asombró la facilidad con que la actriz dominaba a los animales.

lunes, 18 de octubre de 2010

Charlie Allnut (Humphrey Bogart, La reina de África)

Rose acaba de descubrir por fin cómo se llama el señor Allnut.  

Cuenta John Huston en sus “Memorias” que a Humphrey Bogart no le gustaba ni África ni la caza ni su personaje. En los descansos del rodaje de “La reina de África” (“The African Queen”, 1951) se sentaba junto al equipo con una copa en la mano a contar historias. No se quejaba, pero tampoco entendía por qué una película no se podía rodar entera en los estudios de Londres, donde la vida nocturna tenía más sentido para él y para su 'Betty', Lauren Bacall.
Bogart encarnó a Charlie Allnut guiado al principio por el director, que le enseñó a entender a su personaje. Huston quería un Allnut débil de carácter, descuidado, absurdo y valiente, y el actor tardó un poco en saber cuándo tenía que mostrar debilidad y valentía o cuándo había que ser absurdo y descuidado. En el momento en que Bogart captó la esencia del papel, le quedó una interpretación prodigiosa. Fue como si le hubieran quitado la mítica y genial máscara de “Bogie” (la que muestra en “Casablanca”, “Los violentos años 20”, “El sueño eterno”, “El último refugio” o “El halcón maltés”), y debajo hubiera aparecido simplemente un actor. Un grandísimo actor.
Charlie Allnut es uno de mis personajes preferidos de la pantalla quizá porque lo descubrí tarde, cuando creía que Bogart ya no podía hacer más que de Bogart. Su sentido del humor, su fragilidad y su simpleza para entender la vida son reveladores. En su primera aparición lo vemos sentado en su barco, riendo como un niño, bebiendo y fumando mientras un nativo le abanica. Hace sonar la sirena para anunciar al poblado su llegada; cuando tira su cigarro al suelo, varios hombres se lanzan a por él y Allnut se echa a reír. Su existencia parece estar llena de esos pequeños detalles insustanciales.
La escena del té con Rose (Katherine Hepburn) y el reverendo Samuel Sayer (Robert Morley) resulta cómica porque la interpreta él, y no Jack Lemmon o Bob Hope. "Vaya con mis tripas, me rugen como si tuviera dentro una hiena", se le ocurre decir mientras sus dos anfitriones procuran cambiar de conversación.
Nuestro personaje es un ser despreocupado que transporta todo tipo de mercancías por el río Ulanga. Ha estallado la Primera Guerra Mundial, pero a él sólo le interesa su barco, The African Queen, y sus botellas de ginebra. Exactamente no es un vago, pero tiene que darle patadas a la caldera para que no explote, porque no ha sido capaz de desmontar la válvula de seguridad donde se encuentra atascado un destornillador que cayó por descuido. "Pienso hacerlo cualquier día de estos".
Su estilo de vida sufrirá una brusca sacudida cuando, tras la muerte del reverendo, se lleve consigo río abajo a la remilgada hermana de éste, Rose, una puritana que se escandaliza en silencio con frecuencia y que se muestra  inflexible con el sentido del deber. Ha decidido llegar hasta el lago Victoria para hundir el buque cañonero alemán Louisa y pretende utilizar para ello el African Queen. Sólo hace falta fabricar torpedos.
Allnut se rasca la oreja izquierda cuando algo le disgusta o no comprende; es su manera de expresar fastidio ante aquella extraña mujer que le está complicando la vida. Pero él es débil de carácter y se deja dominar. En vez de negarse rotundamente, confía en que ella misma se dará cuenta de que es una misión casi imposible llegar hasta el lago.

- ¿Echa de menos su país?
- Sí, sobre todo las tardes del domingo: la paz, la tranquilidad...
- Yo las tardes de los domingos las pasaba durmiendo la mona.

Sólo borracho es capaz de plantarle cara a Rose y decirle exactamente lo que piensa de ella. "La traje conmigo porque me dio pena tras lo de su hermano. ¡Pero ya no me da lástima, escuálida solterona cantante de salmos!", le suelta cuando explota. Y acto seguido, tambaleándose, se aleja muy digno para ponerse a cantar una absurda canción sobre un viejo marinero. Es muy difícil hacer mejor esa gran escena.

Allnut, borracho, a punto de explotar.
A la mañana siguiente, cuando se despierta con un espantoso dolor de cabeza, observa con horror cómo la odiosa mujer le está vaciando una por una todas las botellas de ginebra que guarda en el barco. Pero eso no es lo peor para él: lo que no soporta en realidad es que ella no le dirija la palabra. Se ha afeitado por fin, se ha puesto su mejor pañuelo al cuello, pero Rose no le habla. No levanta su vista de la Biblia. Está ofendida no tanto por la borrachera, sino porque él faltó a su promesa de llegar al lago. Y Charlie prefiere cumplirla antes que soportar esa tensión de silencio que ella le impone.
A estas alturas hay que dejar bien claro que, sin Katherine Hepburn, la gran actuación de Bogart no sería lo mismo. El señor Allnut es un gran papel porque el de Rose Sayer también lo es y ambos llevan el peso completo de la película. Desde el punto de vista interpretativo, el equilibrio es perfecto. Ambos componen una de las escenas más maravillosas de la historia del cine: eufóricos tras haber superado el paso del fuerte alemán Shona y los primeros rápidos, se abrazan, dan hurras, el sombrero de ella sale lanzado por los aires y, sin quererlo, sus labios se juntan. Cuando se separan y comprenden qué les está ocurriendo, los personajes ya no vuelven a ser los mismos.

Maravillosa escena.
El señor Allnut pasa a llamarse Charlie y se convierte en un tipo responsable, decidido y valiente. Ahora ya no tiene miedo a bajar por el Ulanga (que les depara todavía un terrorífico salto de agua) ni ve obstáculos para atacar al cañonero alemán. A Rosie la colma de atenciones y le hace reír con sus bromas. Es un hombre nuevo que resuelve los problemas que surgen: la hélice, el tortuoso camino hacia el lago, la fabricación de los torpedos... y ya no necesita la ginebra para afrontarlos.
En su libro-diario "El rodaje de La reina de África", Katherine Hepburn se deshizo en elogios hacia Bogart: era un actor muy profesional, que se sabía los diálogos y tenía una estricta puntualidad para todo. La actriz recuerda que bebía tanto como John Huston, aunque sólo era provocador con las personas que él consideraba falsas. Sufrió mucho para meterse bajo el agua a reparar la hélice del barco (en una cisterna de agua muy fría en los estudios de Londres) y se portó como el Bogart que era cuando le colocaron las sanguijuelas en el cuerpo.
Del desenlace de "La reina de África" me quedo con el cruce de miradas de Rosie y Charlie cuando les van a ahorcar juntos; de repente, él se adelanta al capitán del Louisa y le pide un favor, que los case. El perfecto toque de romanticismo anula el momento trágico que están viviendo: "Por la autoridad otorgada por Guillermo II, los declaro marido y mujer. Procedan a la ejecución", dice el capitán alemán con solemnidad.
Humphrey Bogart ganó el único Oscar de su carrera por el papel de Charlie Allnut con todo merecimiento. La Hepburn fue superada por Vivien Leigh (maravillosa Blanche DuBois) en la gala. Lo sorprendente es que una de las obras maestras del cine, como es "La reina de África", ni siquiera fuera nominada.