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viernes, 20 de julio de 2012

Eliza Doolittle

Audrey Hepburn ("My fair lady")


El paso del tiempo está convirtiendo a Audrey Hepburn en un símbolo del glamour más que del cine. Su imagen se explota hasta la saturación en bolsos, carpetas, tazas, monederos y cualquier objeto de uso femenino. Los libros dedicados a la actriz inundan las librerías, pero son, sobre todo, álbumes de fotos de su exquisito vestuario, diseñado por Valentino, Givenchy o Elizabeth Arden, o de su hermosa colección de peinados. Y es una pena, porque mientras vivió fue un icono de la elegancia natural, la originalidad y la frescura juvenil: el glamour más mercantil llegó después. Sólo espero que alguna generación futura no se confunda, porque era, ante todo, una maravillosa actriz con gran talento e instinto para elegir papeles inolvidables.
Cuando encarnó a Eliza Doolittle en 1964 tenía 35 años, pero seguía siendo la adolescente que los padres desean como hija. Ya había trabajado, e incluso repetido, con directores de enorme prestigio, como Billy Wilder, William Wyler, King Vidor, Stanley Donen, John Huston o Blake Edwards. También había protagonizado dos papeles de ensueño: la princesa Anna ("Vacaciones en Roma", 1953) y Holly Golightly ("Desayuno con diamantes", 1961).
Adorada por el público, admirada por las mujeres y muy querida por los actores que pasaron a su lado (desde Gregory Peck y William Holden a Fred Astaire y Cary Grant), Audrey significaba una garantía de éxito para cualquier película. Por eso, la Warner decidió ofrecerle el papel protagonista del musical "My fair lady" en lugar de apostar por la mujer que había hecho de Eliza Doolittle en las salas de teatro de Broadway y Londres: la formidable, aunque todavía desconocida, Julie Andrews.
¿Y quién es Eliza Doolittle? Ciñéndome exclusivamente a su versión cinematográfica, se trata de una florista originaria de Lisson Grove, en Westminster (Londres), con un fuerte acento cockney; algo desarrapada y sucia tras un día de intenso trabajo, que comienza de madrugada; ordinaria, insolente a ratos y con un hablar espantoso; sensible y soñadora, aunque demasiado ocupada en sobrevivir como para pensar mucho en el futuro. Huérfana de madre, es una joven que tuvo que buscarse la vida desde niña, ya que su padre, el soltero Alfred P. Doolittle (soberbio Stanley Holloway), es un vividor que deambula de taberna en taberna y sólo busca a su hija para que le preste algunos chelines.

¿Unos bombones, Eliza?

Así es Eliza, a grandes rasgos, hasta que una noche (de 1912) conoce a Henry Higgins (Rex Harrison), un profesor de Fonética horrorizado por la forma en que sus paisanos -y en especial ella- destrozan el idioma de Shakespeare. Higgins se apuesta con el coronel Pickering (Wilfrid Hyde-White), un distinguido caballero a quien conoce a la salida de la ópera, en Covent Garden, que podría hacer pasar a la joven florista por una gran dama de la sociedad, una duquesa, en apenas seis meses.
Es una especie de broma, pero las palabras de Higgins le llegan al alma a Eliza. Ella sólo quiere una habitación lejos del frío de la noche, chocolate para comer y tener la cara, las manos y los pies calientes (la canción "Wouldn't it be loverly"). Aspira, en fin, a salir de la dura y monótona vida que lleva, siempre en la calle desde madrugada hasta la noche, recogiendo flores, limpiando y vendiendo su mercancía a gente rica como si pidiera limosna. Quiere ser una señora, trabajar en una tienda de flores en una zona más distinguida (en Tottenham Court Road, por ejemplo) y ser feliz. Una modesta aspiración, aunque para ello necesitará aprender a hablar correctamente inglés.
Llena de dignidad, aunque asustada y recelosa, al día siguiente se planta en el domicilio de Higgins con el propósito de dar clases. "¿Ya le he dicho que he venido en taxi?", le dice orgullosa a la ama de llaves, la señora Pearce (Mona Washbourne). Nada de lo que pueda hacer la joven, que se esfuerza en hablar con supuesta elegancia, impresiona a la señora Pearce, al coronel Pickering y al profesor Higgins.
Para Eliza es muy importante conservar la dignidad. No soporta, por ello, que Higgins le grite, le llame "calamidad" (en versión original, "baggage", que significa bulto pero también ramera) o que amenace con tirarla por la ventana o pegarle con el palo de una escoba. Tampoco le gusta que se burle de ella ni mucho menos la cadena de despectivos comentarios e insinuaciones que le suelta.

- Aquí tendrá comida y vestidos; si le diera dinero se lo gastaría en bebida.
- ¡Usted es un bestia! ¡Eso es mentira! ¡Nadie me ha visto catar nunca ni una gota de alcohol!


Conviene aclarar que el profesor Higgins es un misógino que no se esfuerza nada en ocultar esa condición. Más bien al contrario, exagera de manera grotesca y consciente su aversión hacia esa muchacha, quizá para dejarle bien claro dónde se ha metido y que no va a sentir ninguna compasión si le enseña a hablar correctamente. Se considera un hombre normal (la canción "I'm an ordinary man" define perfectamente su personalidad) y, por lo demás, detesta la hipocresía, los convencionalismos y cualquier rito social que signifique un retraso en su concepción del mundo... lo que significa que le desespera la alta clase social a la que pertenece.

- Pickering: ¿No se le ha ocurrido pensar, Higgins, que la chica tenga sentimientos?
- Higgins: No, no creo que tenga sentimientos que nos puedan preocupar. ¿Los tienes, Eliza?
- Eliza: ¡Tengo sentimientos como cualquiera!

La tentación del chocolate, un verdadero lujo para la muchacha, acabará por vencer su miedo y toda su resistencia. Finalmente se queda porque Pickering se compromete a asumir todos los gastos del que, para ellos, será un excitante experimento: dentro de seis meses se celebrará el baile de la embajada y a Eliza la harán pasar por una duquesa ante toda la distinguida aristocracia. Comienza así un juego para los hombres y un suplicio para ella, que ni siquiera conoce lo que es un buen baño. "¡Soy una chica decente!", berrea cuando la obligan a meterse en el agua caliente.

Cinco momentos de la evolución de Eliza: en la calle, hablando con un
hombre en Covent Garden; soñadora tras lograr hablar bien inglés por
primera vez; 
en las carreras de Ascot; en el baile de la embajada; y
tomando el té con 
la madre de Higgins, convertida ya en una dama. 

Lógicamente, uno de los aspectos más gratificantes del personaje que encarnó Audrey Hepburn es la gradual transformación que sufre desde el momento en que se somete al experimento. Eliza no sólo tiene que aprender a hablar correctamente su idioma, sino a utilizar el pañuelo en vez de la manga; a bañarse todo el cuerpo y no sólo la cara y las manos; a adquirir disciplina y capacidad de sacrificio; a valorar los pequeños logros como si fueran grandes conquistas; a apreciar, en suma, un universo desconocido.
A lo largo de esta considerable transformación, comprobamos cómo Eliza pasa del odio más visceral a la admiración más afectuosa hacia Higgins; del sencillo vestido verde que lleva en las agotadoras clases al excéntrico atuendo que luce en las carreras de Ascot; del "¡Garnnnn!", expresión soez de burla y fastidio que aplica a todo aquello que no le gusta, al fabuloso dictado de "The rain in Spain stays mainly in the plain", uno de los momentos cumbre de la película.
Es el canto del triunfo, un instante fabuloso de felicidad que explota cuando la chica adquiere por fin conciencia de lo que está haciendo tras una agotadora sesión a contrarreloj.

Podría bailar toda la noche.

Durante semanas, Higgins no ha podido sacarle de esta otra frase: "The rine in spine sties minely in the pline". Son casi las tres de la madrugada. Con un dolor de cabeza espantoso, fatigado y casi derrotado, el profesor le habla del prodigio de la lengua inglesa, de la herencia que recibe y de los altos ideales que transmite. Y es cuando Eliza, pensativa y silenciosa, consciente de todo cuanto supone su aprendizaje, arranca a hablar con perfecta dicción.
Su primera aparición en público se produce en las famosas carreras de Ascot, donde la joven se convierte en una sugerente atracción para gente como Freddy Eynsford-Hill (Jeremy Brett) o la propia madre del profesor, Mrs. Higgins (Gladys Cooper). El problema ya no es cómo habla -con suma elegancia- sino qué es lo que dice: familiares envenenados, borrachines o el famoso "Come on, Dover, move yer bloomin' arse!" ("¡Vamos, Dover, mueve ese cochino culo!"), con el que trata de animar al caballo por el que han apostado.
Hasta el baile de la embajada queda tiempo para resolver ese problema, pero ella no va a tener que actuar en esa señalada fiesta, sólo lucir su figura y su encanto para embaucar a todos. Con un vestido y un peinado fascinantes, Eliza se convierte en un maniquí perfecto: saluda, sonríe, hace reverencias, baila y camina como si hubiera nacido para ello. El milagro es absoluto y el triunfo de Higgins, total.

Eliza, el centro de atención del baile en la embajada.

Sólo hay un problema: que los sentimientos de Eliza han quedado profundamente heridos. Higgins y Pickering no celebran la tremenda transformación de la joven, sino haber ganado la apuesta. Ella es un objeto al que nadie felicita por su esfuerzo titánico, su dedicación y su éxito. El profesor no advierte tampoco que en el interior de la chica ha surgido algo más fuerte que el afecto. Ya no es una flor tirada a la que pueda pisotear, sino una mujer que desea amar y sentirse amada y respetada... preferentemente por Higgins, si fuera posible. De vuelta en la mansión de Henry, la vemos avanzar como si fuera al cadalso, mientras los dos hombres cantan y bailotean felices. Ella se siente morir. El proceso de aprendizaje le ha despertado todo tipo de sentimientos, entre ellos el del amor propio. Se siente ahora más herida que cuando él le llamaba "insecto presuntuoso".
Esta es otra de las escenas imprescindibles de la película, por el giro argumental y el decisivo paso que dan los personajes. Para Higgins es fundamental, ya que hasta entonces vivía sin ningún tipo de remordimientos, ajeno al corazón de cualquier persona y a los sentimientos que pudiera despertar a su alrededor. Eliza sigue siendo para él una niña de instintos básicos. Ahora, cuando se quedan solos, hay una joven que le lanza las zapatillas a la cara, que rechaza dolida el chocolate que le ofrece, porque ya no es la chica glotona y tan simple como era antes y le resulta doloroso que él siga tratándola igual.

- ¿Acaso te hemos tratado mal aquí?
- No.
- ¿Alguien se ha portado mal contigo? ¿El coronel Pickering? ¿La señora Pearce?
- No.
- ¿No pretenderás decirme que yo te he tratado mal?
- No.

El profesor tardará un tiempo en comprender lo que le ocurre y en notar el poderoso cambio que se ha producido en el interior de Eliza, que también sabe herir a su manera: cuando le tira las joyas que le ha regalado, le advierte que no quiere quedárselas por si luego él denuncia su desaparición. Es un golpe bajo para su ego.
Eliza abandona el hogar de Henry y al salir a la calle de noche se encuentra con Freddy, que no ha dejado de pasear por la calle donde ella vive (la canción "On the street where you live"). Ella está harta de palabras (la canción "Show me"):

Words! Words! I'm so sick of words!
I get words all day through;
First from him, now from you!
... if you're in love,
Show me!
(¡Palabras! ¡Palabras! ¡Estoy harta de tantas palabras! Escucho palabras todo el día. Primero, de él, ahora, de ti... Si me quieres, ¡demuéstralo!
).

Un paseo nocturno por el Londres de sus orígenes le demuestra que tampoco pertenece ya a ese mundo. Se despide de su padre, que está celebrando con tristeza el final de su soltería, y observa a las floristas, sus antiguas compañeras, como si hubieran pasado muchos años. Definitivamente, no pertenece a ese mundo. Su sitio está en un escalón social más elevado. Eliza se refugia en casa de la madre de Henry, quien le anima a mantenerse fuerte y en su sitio frente a la ruda y misógina resistencia de su hijo. El objetivo ya no es tanto el amor sino el respeto. Y la independencia. Cuando ambos se encuentran en casa de la madre, sabemos que la tarea será durísima, pero Higgins se ha acostumbrado a su cara, a su voz, a la melodía que canturrea, a su figura... a estar a su lado (la canción "I've grown accustomed to her face"). Que el profesor se muestre de repente tan frágil, desvalido y celoso, nos permite pensar que Eliza le ha ganado la partida.



La película:
- Procede de la comedia musical "My fair lady", de 1956, sobre la pieza escrita en 1918 por George Bernard Shaw, titulada "Pigmalion". En 1938 se filmó una adaptación cinematográfica ("Pigmalion"), dirigida por el británico Anthony Asquith, con Leslie Howard y Wendy Hiller en sus principales papeles.
- El musical teatral de 1956 contó con Rex Harrison y Julie Andrews, que fue descartada para la versión cinematográfica. Esta decisión provocó una fuerte polémica, ya que Harrison se posicionó a favor de su compañera. Ninguna actriz se atrevió a postularse para el papel, hasta que Audrey Hepburn, la principal favorita, se enteró de que Liz Taylor estaba dispuesta a aceptarlo. Fue entonces, según la propia actriz declaró más tarde, cuando dio una respuesta afirmativa.
- Rex Harrison consideraba que Audrey tenía un pasado y unas maneras demasiado aristocráticas como para hacer de florista callejera. No obstante, el rodaje y el esfuerzo de la actriz le hicieron cambiar de opinión y, durante la ceremonia de entrega de los Oscar, dedicó el suyo a sus dos actrices preferidas, Audrey Hepburn y Julie Andrews. Años más tarde, cuando le preguntaron quién había su compañera ideal de rodaje, declaró: "Audrey Hepburn".
- Julie Andrews y Audrey siempre destacaron que no hubo enfrentamiento ni malos rollos por este episodio entre ambas. Ni siquiera cuando, paradójicamente, Audrey se quedó sin Oscar porque lo ganó Julie gracias a la película "Mary Poppins".

Audrey, sonriente pero sin Oscar, entre Warner, Rex Harrison y Cukor.

- Pero la gran decepción de Audrey Hepburn no fue quedarse sin premio, sino la decisión de grabar su voz en las canciones y lanzar la película con la voz de la soprano Marnie Nixon en casi todos los temas. En la película sólo se escucha la voz de Audrey en unas pocas líneas no dobladas de las canciones "Just you wait" y "I could have danced all night". La razón aducida es que la actriz tenía un tono de mezzosoprano, no apto para la inmensa mayoría de las canciones.
- El actor Jeremy Brett (Freddy) también se quedó sorprendido y muy molesto cuando vio que sus canciones las había doblado otro cantante, Bill Shirley.
- Jack L. Warner, el productor, parecía muy dispuesto a borrar cualquier atisbo teatral en la película; además de tantear a James Cagney para el papel de Alfred Doolittle, quería a Cary Grant para el rol principal, el de Henry. La respuesta de Cary Grant fue ejemplar: no sólo rechazó la oferta sino que le dijo a Warner que no iría a ver la película si no actuaba Rex Harrison.
- El veterano actor Henry Daniell, que encarna al embajador en la secuencia del baile, falleció horas después del rodaje por un ataque al corazón.
- Audrey Hepburn fue la encargada de anunciar a todos los miembros del rodaje, tras filmar la escena de la canción "Wouldn't it be loverly", que el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, había sido asesinado.
- Vincente Minnelli y Joshua Logan fueron dos de los directores tanteados para dirigir la película antes de George Cukor.

Audrey y Rex, en una pausa del rodaje, con George Cukor.

- George Bernard Shaw no estuvo nada conforme con el final amoroso entre Henry y Eliza que plantea la película. El autor de la pieza teatral consideraba que no era posible esa opción. De hecho, en su versión, Eliza se casa con Freddy y consigue abrir una tienda de flores.
- En España, el doblaje destrozó la película, ya que hasta las canciones se grabaron en castellano. En el recuerdo queda "La lluvia en Sevilla es una pura maravilla", que sustituye a "The rain in Spain stays mainly in the plain".
 

domingo, 21 de noviembre de 2010

Joanna y Mark Wallace

 Audrey Hepburn, Albert Finney
("Dos en la carretera")


- ¿Qué clase de personas se sientan en un restaurante sin nada que decirse?
- ¿Los matrimonios?

Analizar por separado cualquiera de los dos protagonistas de la magnífica "Dos en la carretera" ("Two for the road", 1967) me resulta una tarea tan incompleta como injusta. Joanna y Mark se complementan, participan con la misma intensidad en cada una de las escenas del film y son elementos inseparables de la historia. Por si fuera poco, no logro distinguir cuál de los dos intérpretes me gusta más. Albert Finney y Audrey Hepburn están soberbios porque dependen el uno del otro. La actuación del actor británico es sobresaliente porque la de ella también lo es y viceversa.
Stanley Donen dio en 1967 un notable giro en su carrera con esta melancólica reflexión sobre la evolución sentimental de una pareja a través de sus diferentes viajes por carretera. El guión, firmado por Frederic Raphael, se estructura mediante continuos saltos en el tiempo, de forma que los episodios de la historia se mezclan entre sí. Este tipo de narración combina esas etapas en la vida de los protagonistas de manera que nos permite apreciar mucho mejor la nostalgia de los tiempos felices, la pérdida de la pasión y los vaivenes emocionales  que sufren ambos.
La película habla del matrimonio, desde luego, pero ofrece demasiadas lecturas adicionales. Para mí, trata sobre todo de la nostalgia de la libertad. En el plano del presente, al principio del film, Mark y Joanna parecen tenerlo todo en la vida: lujo, prestigio profesional, comodidades y una hija. Pero recuerdan la independencia de sus primeros años, cuando se divertían haciendo autostop, dormían a la intemperie, se bañaban en un Mediterráneo sin colonizar todavía, comían lo que podían comprar en los pueblos y se amaban apasionadamente.
En su primer viaje llegan a una playa vacía que les recuerda al Edén. Ella comenta que el colmo de la felicidad sería dar una palmada y que un camarero acudiese con una suculenta comida. Pasan los años y los vemos en la misma playa, llena de turistas, hoteles y apartamentos: Mark da esa palmada y acude, en efecto, un camarero con la carta del restaurante, pero ahora sus deseos son otros: "¿No te gustaría dar una palmada y que toda esta gente desapareciese?".
La escena de presentación, que introduce el entrelazado flash-back, es un compendio de todas esas sensaciones: Mark y Joanna observan desde su coche una boda; los novios parecen serios. "¿Por qué no iban a estarlo? Acaban de casarse", observa él con intención. En el aeropuerto, ella se queja de Maurice Dalbret (Claude Dauphin), el jefe de su esposo que nunca le deja en paz, justo antes de que éste les localice por teléfono. Ella no es feliz, no tiene lo que desea. Su marido trabaja demasiado y no son libres como antes. Joanna echa en falta el periodo más pasional, atrevido, divertido y entusiasta de su vida. Echa en falta su juventud.
Mark tiene el mismo problema, pero está demasiado ocupado como para detenerse a pensar; sabe que algo no funciona como antes, pero confía en que ya se solucionará: Algún día, cuando acumule mucho dinero, mucho prestigio y mucha experiencia, ya recuperará ese momento de felicidad y reconducirá la situación. Mark no ha escuchado, por supuesto, a John Lennon: "Life is what happens while you're busy making other plans" ("La vida es aquello que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes").
Si desenredamos la madeja narrativa y la convertimos en un argumento lineal, tenemos la historia de una pareja que se conoce durante un viaje de estudios por Francia. Joanna forma parte de un coro femenino que va a participar en un festival musical. Mark, un altivo e independiente estudiante de Arquitectura, viaja por su cuenta visitando monumentos y haciendo autostop. Ambos seguirán juntos e iniciarán un idilio. En posteriores etapas de sus vidas comprobaremos cómo han ido progresando: vehículos cada vez más caros, hoteles cada vez más lujosos y un amor cada vez más decadente.
Mark aparenta tener las ideas muy claras desde el principio: quiere ser autosuficiente, detesta los convencionalismos y parece saber en cada momento cómo disfrutar de la vida. Opina de todo con vehemencia y sin temor a equivocarse. Ella calla, espera y asiente con una sonrisa, pero acabará siendo quien tome las decisiones y solucione los problemas.

Joanna, poco antes de declararse a Mark.

- ¿Qué ha pasado con tu elegante amigo del Alfa Romeo?
- Le dije que estaba enamorada de ti y me dejó en tierra.

El pasaporte de Mark es un poco el símbolo de esa relación. Él siempre lo pierde, Joanna siempre lo encuentra. "Si hay algo que me pone negro es una mujer indispensable", le reprocha en una ocasión. Mientras él teoriza sobre la vida, el amor, el matrimonio, el trabajo, los hijos y la posición social, con prepotencia masculina y con un idealismo que disolverá el paso del tiempo, ella es práctica y resolutiva en todos esos conceptos. Sabe lo que quiere y va a por ello sin alardes. Joanna es quien da el empujón definitivo a su relación cuando se le declara espontáneamente en la carretera y la que decidirá el futuro en común, con matrimonio y una hija. Ella será quien promocione a su marido ante el millonario Maurice (la clave de su desdicha posterior) y también la primera en detectar la alarmante apatía y el desamor que les invade con los años.
Joanna actúa con una honestidad que no siempre encontramos en su esposo. Así, Mark le será infiel a escondidas, pero ella es incapaz de ocultar su relación con David (Georges Descrières) y afronta las consecuencias con valentía. Cuando regresa a su lado, le mira a los ojos y busca su apoyo, más que su perdón:
- ¡Mark, he vuelto!
- Me has humillado, me has humillado y has vuelto.
- Es cierto.
- ¡Gracias a Dios!
La frágil apariencia de Joanna engaña desde el principio. Cuando Jackie (Jacqueline Bisset en sus comienzos) parece ser la única del grupo de amigas que no se ha contagiado de varicela, ella aparece a la mañana siguiente fresca y jovial, dispuesta a seguir con Mark, quien apenas oculta su desencanto por ello. No le importa desplazarse en un camión de ganado, caminar cargada de maletas, dormir donde elija él, pasar hambre o frío. Es frágil pero sale con éxito de las situaciones más comprometidas, incluso mucho mejor que su pareja.
Mark es egoísta y Joanna le permite que lo sea al comienzo de sus relaciones ("¿Recuerdas el viejo MG? ¿En cuál de mis cumpleaños te lo regalaste a ti mismo?"), pero con el paso del tiempo le reprochará su actitud en más de una ocasión. Por ejemplo, cuando no tiene reparos en discutir, gritar o golpear la pared de la habitación donde duerme la pequeña Caroline. "Tú no sabes lo que es querer. Lo único que has hecho en tu vida es adorar tu propia imagen".
Él siempre cree tener la razón y la defiende con ardor, pero es quien más a menudo se equivoca. Por ejemplo, cuando le pregunta si es virgen, no espera la respuesta: "Lo suponía, estudié dos años en la Universidad de Chicago". "¿Estudiando detección de vírgenes?", replica ella con sarcasmo. O cuando Mark la censura en silencio tras perder el tubo de escape del MG, aunque será su apaño (sujetarlo con trapos) el que provocará el incendio y la destrucción del vehículo.

Cuatro momentos diferentes en la vida de la pareja.

Joanna se siente atraída por ese tipo engreído e insufrible que actúa sin tacto ni consideración, pero que posee una envidiable vitalidad. Pese al carácter dominante de Mark, en realidad es ella quien controla las situaciones al principio. "Siempre acabas consiguiendo lo que quieres", le reconoce admirado cuando sabe que va a ser padre. No siempre será así, sin embargo. Con el tiempo, él gana reconocimiento profesional como arquitecto y una vida lujosa, pero a cambio el matrimonio pierde la independencia y la libertad que disfrutaban antes.
En una de las escenas más reveladoras, Joanna se baja del vehículo y sigue el trayecto andando, por culpa de la agresiva velocidad de Mark. Viajar ha dejado de ser placentero, porque ahora tiene prisa e importan más las obligaciones. Él trata de explicarle que para mantener su ritmo de vida (una mansión, cocinera, niñera, coches de moda, ropa cara...) tiene que atender a su jefe Maurice, pero ella le replica que, en realidad, no necesita nada de eso. Mark intenta convencerla enseñándole el caro reloj que ella le ha devuelto por despecho, pero en realidad lo que le hace detenerse es una de esas frases que no se pronuncian casi nunca, pese a sus mágicos efectos: "¡Joanna, te quiero!". Suene falso o no, es lo que ella necesita oír, como ocurría con frecuencia cuando la pasión no había desaparecido.
- ¿Sabes lo que seríamos sin Maurice?
- ¡Felices!
- Pobres.
- ¡Pobres, pero felices!
En su primer viaje como casados, además de amarse se divierten. El incendio del coche se ha producido ante el lujoso hotel Domaine St. Just (del que serán asiduos clientes cuando adquiera una alta posición social) y sólo tienen dinero para pagar una noche de habitación, pero no para comer en su restaurante. Mark tendrá que ir al pueblo a comprar comida y la introducirá en el hotel a escondidas. A la mañana siguiente, tras una noche espantando mosquitos, la camarera les pregunta por qué no han utilizado la red antimosquitos que tenían sobre sus cabezas y se quedará sorprendida cuando rechacen (¡por motivos religiosos!) el desayuno que no pueden pagar... sin saber que tanto la cena como el desayuno entran dentro de la tarifa.

- Cariño, ¿cómo se dice en francés "Inspector, no creo nada de lo que me dice y no voy a pagarle ni un centavo"?
- Oui, monsieur.

Maurice Dalbret, su futuro jefe, entra en escena cuando se encarga de pagar los desperfectos que ha causado la pareja a un campesino. Curiosamente es Joanna quien más interés pone para "vender" a su marido ante ese adinerado hombre que anda buscando a un arquitecto.
No es la única vez que la pareja se desplaza en compañía de alguien. El episodio más divertido de la película corresponde al viaje que efectúan con el matrimonio Manchester y su odiosa hija Ruthie (Gabrielle Middleton). Cathie (Eleanor Bron), que había sido novia de Mark, y Howard (William Daniels) les proponen ir hasta Grecia en coche, pero acaba siendo una completa pesadilla por la despótica actitud de la niña y el comportamiento de sus padres, incapaces de educarla con un mínimo sentido común.
Joanna y Mark ven reflejado en esa pareja lo que detestan del matrimonio: un hombre que organiza hasta los más nimios detalles y que no se sale de sus normas, una esposa de conversación banal y un tormento de hija, caprichosa y tiránica, a quien Howard dedica continuas atenciones para no traumatizarla, sin darse cuenta de que lo está por completo. "Probablemente se siente excluida del grupo", aduce cuando pellizca a Cathie. Cuando se le antoja arrancar las llaves del coche en marcha y tirarlas por la ventanilla, será finalmente Joanna quien solucione el problema con un conveniente grito que asusta a la pequeña.
La relación se acabará antes de llegar a Grecia por culpa de Ruthie, que revela la verdadera impresión que tienen sus padres de Joanna: "¿Por qué dijo mamá que era una infeliz provinciana inglesa?". Mark insulta al majadero de Howard y pone punto final al absurdo viaje.
Una mirada retrospectiva al final de la película nos demuestra que el amor siempre ha perdurado en la pareja. El amargo episodio de David, con quien Joanna tiene un romance auténtico, servirá para reactivar ese amor a través de otra dimensión, la de los celos. Personalmente, me parece lo más inconsistente de la película, porque David es un personaje poco desarrollado y demasiado arrogante, vacío e insípido como para interesar a Joanna. No está, ni de lejos, a la altura de Mark.

Mark y Joanna, a punto de iniciar una nueva etapa.

Pese a la decadente visión que nos transmite el film, el futuro es esperanzador: Mark planta a Maurice y emprende otra aventura con su esposa, rumbo a Roma. Ambos tienen dudas y parecen tantear un terreno incierto. En la frontera, como era de prever, él no encuentra el pasaporte, pero ella se lo coloca sobre el volante. A partir de ahora deberán aprender a convivir con las imperfecciones de su relación. No obstante, uno tiene la impresión de que mientras Joanna siga encontrando su pasaporte serán felices.

La película
- "Dos en la carretera" se convirtió en una película de culto en Europa gracias, en gran medida, a la adoración que sintieron hacia ella muchos componentes de la "Nouvelle Vague". El fim de Stanley Donen tiene mucho que ver, en cuanto a vanguardismo narrativo, con esta corriente artística. Hoy en día sigue siendo una película de culto para varias generaciones.
- La idea original partió de la mente del guionista, el singular Frederic Raphael ("Eyes Wide Shut", 1999, Stanley Kubrick), que había escrito "Fango en la cumbre" (1964, Clive Donner). A raíz de este trabajo, Donen le encargó que le presentara una historia y a Raphael se le ocurrió esta especie de "road movie" al recordar los viajes que hacía con su esposa por Francia.
- Paul Newman y Michael Caine fueron las primeras opciones para el personaje de Mark, hasta que el director reparó en Albert Finney, que había triunfado años atrás con la película "Tom Jones" (1963), una de las obras más representativas del "Free Cinema" británico.
- Audrey Hepburn se encontraba en la cumbre de su carrera tras haber protagonizado películas como "Desayuno con diamantes" (1961), "My fair lady" (1964), "Cómo robar un millón y..." (1966) o "Sola en la oscuridad" (1967), que le permitiría ser nominada al Oscar de mejor actriz. La madurez de Joanna significó una evolución en la línea de sus personajes anteriores, más juveniles y cándidos.

Audrey y Mel Ferrer.
- La actriz rechazó en principio la oferta para interpretar a Joanna por cuestiones personales. En esos momentos estaba atravesando una difícil etapa, ya que su matrimonio con el actor Mel Ferrer estaba a punto de acabar en divorcio. La insistencia de Donen y del propio Mel Ferrer le obligó a aceptar un personaje que tenía muchas similitudes con su vida privada.
- Audrey Hepburn se desvinculó para este film de su diseñador de vestuario favorito, Hubert de Givenchy. Stanley Donen quiso romper la imagen sofisticada que le aportaba y lució en la película modelos de diferentes creadores, como Paco Rabanne, Mary Quant o Kent Scott.
- Como casi siempre le ocurría a la actriz, los rumores sobre su idilio con Albert Finney persiguieron a Audrey Hepburn durante mucho tiempo, sobre todo cuando la prensa del corazón descubrió a ambos fuera del rodaje en actitud cariñosa.
- El compositor Henry Mancini se inventó una melodía delicada y armoniosa que capta perfectamente la intención nostálgica y sentimental de la historia. El tema principal es una joya musical que acompaña perfectamente a las imágenes. "Two for the road" es una de las melodías más destacadas de su extensa trayectoria profesional.