domingo, 21 de noviembre de 2010

Joanna y Mark Wallace

 Audrey Hepburn, Albert Finney
("Dos en la carretera")


- ¿Qué clase de personas se sientan en un restaurante sin nada que decirse?
- ¿Los matrimonios?

Analizar por separado cualquiera de los dos protagonistas de la magnífica "Dos en la carretera" ("Two for the road", 1967) me resulta una tarea tan incompleta como injusta. Joanna y Mark se complementan, participan con la misma intensidad en cada una de las escenas del film y son elementos inseparables de la historia. Por si fuera poco, no logro distinguir cuál de los dos intérpretes me gusta más. Albert Finney y Audrey Hepburn están soberbios porque dependen el uno del otro. La actuación del actor británico es sobresaliente porque la de ella también lo es y viceversa.
Stanley Donen dio en 1967 un notable giro en su carrera con esta melancólica reflexión sobre la evolución sentimental de una pareja a través de sus diferentes viajes por carretera. El guión, firmado por Frederic Raphael, se estructura mediante continuos saltos en el tiempo, de forma que los episodios de la historia se mezclan entre sí. Este tipo de narración combina esas etapas en la vida de los protagonistas de manera que nos permite apreciar mucho mejor la nostalgia de los tiempos felices, la pérdida de la pasión y los vaivenes emocionales  que sufren ambos.
La película habla del matrimonio, desde luego, pero ofrece demasiadas lecturas adicionales. Para mí, trata sobre todo de la nostalgia de la libertad. En el plano del presente, al principio del film, Mark y Joanna parecen tenerlo todo en la vida: lujo, prestigio profesional, comodidades y una hija. Pero recuerdan la independencia de sus primeros años, cuando se divertían haciendo autostop, dormían a la intemperie, se bañaban en un Mediterráneo sin colonizar todavía, comían lo que podían comprar en los pueblos y se amaban apasionadamente.
En su primer viaje llegan a una playa vacía que les recuerda al Edén. Ella comenta que el colmo de la felicidad sería dar una palmada y que un camarero acudiese con una suculenta comida. Pasan los años y los vemos en la misma playa, llena de turistas, hoteles y apartamentos: Mark da esa palmada y acude, en efecto, un camarero con la carta del restaurante, pero ahora sus deseos son otros: "¿No te gustaría dar una palmada y que toda esta gente desapareciese?".
La escena de presentación, que introduce el entrelazado flash-back, es un compendio de todas esas sensaciones: Mark y Joanna observan desde su coche una boda; los novios parecen serios. "¿Por qué no iban a estarlo? Acaban de casarse", observa él con intención. En el aeropuerto, ella se queja de Maurice Dalbret (Claude Dauphin), el jefe de su esposo que nunca le deja en paz, justo antes de que éste les localice por teléfono. Ella no es feliz, no tiene lo que desea. Su marido trabaja demasiado y no son libres como antes. Joanna echa en falta el periodo más pasional, atrevido, divertido y entusiasta de su vida. Echa en falta su juventud.
Mark tiene el mismo problema, pero está demasiado ocupado como para detenerse a pensar; sabe que algo no funciona como antes, pero confía en que ya se solucionará: Algún día, cuando acumule mucho dinero, mucho prestigio y mucha experiencia, ya recuperará ese momento de felicidad y reconducirá la situación. Mark no ha escuchado, por supuesto, a John Lennon: "Life is what happens while you're busy making other plans" ("La vida es aquello que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes").
Si desenredamos la madeja narrativa y la convertimos en un argumento lineal, tenemos la historia de una pareja que se conoce durante un viaje de estudios por Francia. Joanna forma parte de un coro femenino que va a participar en un festival musical. Mark, un altivo e independiente estudiante de Arquitectura, viaja por su cuenta visitando monumentos y haciendo autostop. Ambos seguirán juntos e iniciarán un idilio. En posteriores etapas de sus vidas comprobaremos cómo han ido progresando: vehículos cada vez más caros, hoteles cada vez más lujosos y un amor cada vez más decadente.
Mark aparenta tener las ideas muy claras desde el principio: quiere ser autosuficiente, detesta los convencionalismos y parece saber en cada momento cómo disfrutar de la vida. Opina de todo con vehemencia y sin temor a equivocarse. Ella calla, espera y asiente con una sonrisa, pero acabará siendo quien tome las decisiones y solucione los problemas.

Joanna, poco antes de declararse a Mark.

- ¿Qué ha pasado con tu elegante amigo del Alfa Romeo?
- Le dije que estaba enamorada de ti y me dejó en tierra.

El pasaporte de Mark es un poco el símbolo de esa relación. Él siempre lo pierde, Joanna siempre lo encuentra. "Si hay algo que me pone negro es una mujer indispensable", le reprocha en una ocasión. Mientras él teoriza sobre la vida, el amor, el matrimonio, el trabajo, los hijos y la posición social, con prepotencia masculina y con un idealismo que disolverá el paso del tiempo, ella es práctica y resolutiva en todos esos conceptos. Sabe lo que quiere y va a por ello sin alardes. Joanna es quien da el empujón definitivo a su relación cuando se le declara espontáneamente en la carretera y la que decidirá el futuro en común, con matrimonio y una hija. Ella será quien promocione a su marido ante el millonario Maurice (la clave de su desdicha posterior) y también la primera en detectar la alarmante apatía y el desamor que les invade con los años.
Joanna actúa con una honestidad que no siempre encontramos en su esposo. Así, Mark le será infiel a escondidas, pero ella es incapaz de ocultar su relación con David (Georges Descrières) y afronta las consecuencias con valentía. Cuando regresa a su lado, le mira a los ojos y busca su apoyo, más que su perdón:
- ¡Mark, he vuelto!
- Me has humillado, me has humillado y has vuelto.
- Es cierto.
- ¡Gracias a Dios!
La frágil apariencia de Joanna engaña desde el principio. Cuando Jackie (Jacqueline Bisset en sus comienzos) parece ser la única del grupo de amigas que no se ha contagiado de varicela, ella aparece a la mañana siguiente fresca y jovial, dispuesta a seguir con Mark, quien apenas oculta su desencanto por ello. No le importa desplazarse en un camión de ganado, caminar cargada de maletas, dormir donde elija él, pasar hambre o frío. Es frágil pero sale con éxito de las situaciones más comprometidas, incluso mucho mejor que su pareja.
Mark es egoísta y Joanna le permite que lo sea al comienzo de sus relaciones ("¿Recuerdas el viejo MG? ¿En cuál de mis cumpleaños te lo regalaste a ti mismo?"), pero con el paso del tiempo le reprochará su actitud en más de una ocasión. Por ejemplo, cuando no tiene reparos en discutir, gritar o golpear la pared de la habitación donde duerme la pequeña Caroline. "Tú no sabes lo que es querer. Lo único que has hecho en tu vida es adorar tu propia imagen".
Él siempre cree tener la razón y la defiende con ardor, pero es quien más a menudo se equivoca. Por ejemplo, cuando le pregunta si es virgen, no espera la respuesta: "Lo suponía, estudié dos años en la Universidad de Chicago". "¿Estudiando detección de vírgenes?", replica ella con sarcasmo. O cuando Mark la censura en silencio tras perder el tubo de escape del MG, aunque será su apaño (sujetarlo con trapos) el que provocará el incendio y la destrucción del vehículo.

Cuatro momentos diferentes en la vida de la pareja.

Joanna se siente atraída por ese tipo engreído e insufrible que actúa sin tacto ni consideración, pero que posee una envidiable vitalidad. Pese al carácter dominante de Mark, en realidad es ella quien controla las situaciones al principio. "Siempre acabas consiguiendo lo que quieres", le reconoce admirado cuando sabe que va a ser padre. No siempre será así, sin embargo. Con el tiempo, él gana reconocimiento profesional como arquitecto y una vida lujosa, pero a cambio el matrimonio pierde la independencia y la libertad que disfrutaban antes.
En una de las escenas más reveladoras, Joanna se baja del vehículo y sigue el trayecto andando, por culpa de la agresiva velocidad de Mark. Viajar ha dejado de ser placentero, porque ahora tiene prisa e importan más las obligaciones. Él trata de explicarle que para mantener su ritmo de vida (una mansión, cocinera, niñera, coches de moda, ropa cara...) tiene que atender a su jefe Maurice, pero ella le replica que, en realidad, no necesita nada de eso. Mark intenta convencerla enseñándole el caro reloj que ella le ha devuelto por despecho, pero en realidad lo que le hace detenerse es una de esas frases que no se pronuncian casi nunca, pese a sus mágicos efectos: "¡Joanna, te quiero!". Suene falso o no, es lo que ella necesita oír, como ocurría con frecuencia cuando la pasión no había desaparecido.
- ¿Sabes lo que seríamos sin Maurice?
- ¡Felices!
- Pobres.
- ¡Pobres, pero felices!
En su primer viaje como casados, además de amarse se divierten. El incendio del coche se ha producido ante el lujoso hotel Domaine St. Just (del que serán asiduos clientes cuando adquiera una alta posición social) y sólo tienen dinero para pagar una noche de habitación, pero no para comer en su restaurante. Mark tendrá que ir al pueblo a comprar comida y la introducirá en el hotel a escondidas. A la mañana siguiente, tras una noche espantando mosquitos, la camarera les pregunta por qué no han utilizado la red antimosquitos que tenían sobre sus cabezas y se quedará sorprendida cuando rechacen (¡por motivos religiosos!) el desayuno que no pueden pagar... sin saber que tanto la cena como el desayuno entran dentro de la tarifa.

- Cariño, ¿cómo se dice en francés "Inspector, no creo nada de lo que me dice y no voy a pagarle ni un centavo"?
- Oui, monsieur.

Maurice Dalbret, su futuro jefe, entra en escena cuando se encarga de pagar los desperfectos que ha causado la pareja a un campesino. Curiosamente es Joanna quien más interés pone para "vender" a su marido ante ese adinerado hombre que anda buscando a un arquitecto.
No es la única vez que la pareja se desplaza en compañía de alguien. El episodio más divertido de la película corresponde al viaje que efectúan con el matrimonio Manchester y su odiosa hija Ruthie (Gabrielle Middleton). Cathie (Eleanor Bron), que había sido novia de Mark, y Howard (William Daniels) les proponen ir hasta Grecia en coche, pero acaba siendo una completa pesadilla por la despótica actitud de la niña y el comportamiento de sus padres, incapaces de educarla con un mínimo sentido común.
Joanna y Mark ven reflejado en esa pareja lo que detestan del matrimonio: un hombre que organiza hasta los más nimios detalles y que no se sale de sus normas, una esposa de conversación banal y un tormento de hija, caprichosa y tiránica, a quien Howard dedica continuas atenciones para no traumatizarla, sin darse cuenta de que lo está por completo. "Probablemente se siente excluida del grupo", aduce cuando pellizca a Cathie. Cuando se le antoja arrancar las llaves del coche en marcha y tirarlas por la ventanilla, será finalmente Joanna quien solucione el problema con un conveniente grito que asusta a la pequeña.
La relación se acabará antes de llegar a Grecia por culpa de Ruthie, que revela la verdadera impresión que tienen sus padres de Joanna: "¿Por qué dijo mamá que era una infeliz provinciana inglesa?". Mark insulta al majadero de Howard y pone punto final al absurdo viaje.
Una mirada retrospectiva al final de la película nos demuestra que el amor siempre ha perdurado en la pareja. El amargo episodio de David, con quien Joanna tiene un romance auténtico, servirá para reactivar ese amor a través de otra dimensión, la de los celos. Personalmente, me parece lo más inconsistente de la película, porque David es un personaje poco desarrollado y demasiado arrogante, vacío e insípido como para interesar a Joanna. No está, ni de lejos, a la altura de Mark.

Mark y Joanna, a punto de iniciar una nueva etapa.

Pese a la decadente visión que nos transmite el film, el futuro es esperanzador: Mark planta a Maurice y emprende otra aventura con su esposa, rumbo a Roma. Ambos tienen dudas y parecen tantear un terreno incierto. En la frontera, como era de prever, él no encuentra el pasaporte, pero ella se lo coloca sobre el volante. A partir de ahora deberán aprender a convivir con las imperfecciones de su relación. No obstante, uno tiene la impresión de que mientras Joanna siga encontrando su pasaporte serán felices.

La película
- "Dos en la carretera" se convirtió en una película de culto en Europa gracias, en gran medida, a la adoración que sintieron hacia ella muchos componentes de la "Nouvelle Vague". El fim de Stanley Donen tiene mucho que ver, en cuanto a vanguardismo narrativo, con esta corriente artística. Hoy en día sigue siendo una película de culto para varias generaciones.
- La idea original partió de la mente del guionista, el singular Frederic Raphael ("Eyes Wide Shut", 1999, Stanley Kubrick), que había escrito "Fango en la cumbre" (1964, Clive Donner). A raíz de este trabajo, Donen le encargó que le presentara una historia y a Raphael se le ocurrió esta especie de "road movie" al recordar los viajes que hacía con su esposa por Francia.
- Paul Newman y Michael Caine fueron las primeras opciones para el personaje de Mark, hasta que el director reparó en Albert Finney, que había triunfado años atrás con la película "Tom Jones" (1963), una de las obras más representativas del "Free Cinema" británico.
- Audrey Hepburn se encontraba en la cumbre de su carrera tras haber protagonizado películas como "Desayuno con diamantes" (1961), "My fair lady" (1964), "Cómo robar un millón y..." (1966) o "Sola en la oscuridad" (1967), que le permitiría ser nominada al Oscar de mejor actriz. La madurez de Joanna significó una evolución en la línea de sus personajes anteriores, más juveniles y cándidos.

Audrey y Mel Ferrer.
- La actriz rechazó en principio la oferta para interpretar a Joanna por cuestiones personales. En esos momentos estaba atravesando una difícil etapa, ya que su matrimonio con el actor Mel Ferrer estaba a punto de acabar en divorcio. La insistencia de Donen y del propio Mel Ferrer le obligó a aceptar un personaje que tenía muchas similitudes con su vida privada.
- Audrey Hepburn se desvinculó para este film de su diseñador de vestuario favorito, Hubert de Givenchy. Stanley Donen quiso romper la imagen sofisticada que le aportaba y lució en la película modelos de diferentes creadores, como Paco Rabanne, Mary Quant o Kent Scott.
- Como casi siempre le ocurría a la actriz, los rumores sobre su idilio con Albert Finney persiguieron a Audrey Hepburn durante mucho tiempo, sobre todo cuando la prensa del corazón descubrió a ambos fuera del rodaje en actitud cariñosa.
- El compositor Henry Mancini se inventó una melodía delicada y armoniosa que capta perfectamente la intención nostálgica y sentimental de la historia. El tema principal es una joya musical que acompaña perfectamente a las imágenes. "Two for the road" es una de las melodías más destacadas de su extensa trayectoria profesional. 

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