Joan Fontaine
"Carta de una desconocida"
El amor absoluto (amor total, amor a través de los tiempos, "amour fou" o como queramos llamarlo) ha interesado a cineastas tan dispares como King Vidor, Luis Buñuel, Frank Borzage, Alfred Hitchcock o François Truffaut. Incluso alguien tan ajeno a las corrientes del romanticismo como Henry Hathaway dirigió la que, a juicio del maestro del surrealismo André Breton, era la mejor película de todos los tiempos, "Sueño de amor eterno" (1935). El austriaco Max Ophüls firmó en 1948 "Carta de una desconocida" ("A letter from an unknown woman"), un extraordinario drama amoroso que nos sorprende por la osadía de su planteamiento: una mujer siente una pasión irresistible (e insobornable) a través de los años por un hombre que ignora su existencia; ella perseguirá ese idealizado amor sin importarle ni el desencanto permanente que le produce ni todo aquello que debe sacrificar.
Lo más atrevido, para la época en que está hecha la película, es que esa pasión la sufra una mujer, Lisa Berndle (Joan Fontaine en el papel de su vida), y no un hombre, como ocurre en la mayoría de los filmes que han abordado historias de amor imposible. Stephan Brandl (Louis Jourdan) no se entera hasta el final de que hubo una mujer en su vida que le quiso siempre, en silencio, sin reproches y con una entrega absoluta.
Lo más atrevido, para la época en que está hecha la película, es que esa pasión la sufra una mujer, Lisa Berndle (Joan Fontaine en el papel de su vida), y no un hombre, como ocurre en la mayoría de los filmes que han abordado historias de amor imposible. Stephan Brandl (Louis Jourdan) no se entera hasta el final de que hubo una mujer en su vida que le quiso siempre, en silencio, sin reproches y con una entrega absoluta.
Estamos en Viena, año 1900. Stephan llega de noche a su casa con la perspectiva de tener que batirse en duelo a la mañana siguiente, pero tiene decidido huir antes. Mientras refresca su cara, lee con asombro las primeras líneas de una carta que ha llegado.
"Cuando leas esta carta, puede que ya esté muerta. Sabrás cómo fui tuya sin que tú supieras siquiera de mi existencia"
Un largo flash-back reconstruye esta dramática historia cíclica. Ella apenas tenía 18 años cuando un nuevo inquilino llega al edificio donde vive. Se trata de un pianista que está empezando a hacerse un hueco en la vida musical de la ciudad. Se queda fascinada incluso sin verlo, como si recibiera un flechazo a distancia. "Todos tenemos dos cumpleaños, uno cuando nacemos y otro cuando nos abrimos a la vida", le explica en la carta.
El instante mágico en que decide que es el hombre de su vida lo apreciamos gracias a su ensoñadora mirada. Su rostro infantil se ilumina cuando escucha la música que surge desde una ventana abierta. Realmente se ha enamorado de un ideal que ni siquiera tiene forma física, aunque en el momento en que se encuentran por primera vez ella se ruboriza; desde entonces su obsesión jamás desaparecerá.
Al principio podemos interpretar su conducta como un capricho infantil: comienza a preocuparse por su imagen femenina, aprende buenos modales y se interesa por la música y la danza sólo para estar a su altura. En silencio le admira a través de la ventana sin importarle que la mayoría de sus visitas sean mujeres. "Aunque no lo sabías, me estabas dando las horas más felices de mi vida". El día en que su madre le anuncia que abandonan Viena, ella sufre por alejarse de él (será el único arrebato que muestra en pantalla) y decide regresar de la estación de tren a su casa sólo para volver a verle; se queda acurrucada en la escalera, como los fieles perros a la espera de sus amos. Pero cuando rechaza un serio compromiso con un teniente (a quien le advierte con absoluta serenidad que va a casarse con otro), comprendemos que su pasión hacia Stephan es algo muchísimo más serio que un simple antojo.
Ella regresa a Viena en busca de su destino y atrás deja a su madre, lo que constituye el primer sacrificio en su vida. Todas las noches acude a la calle donde vive el pianista, ahora una celebridad, con la esperanza de verle y de que se fije en ella. La noche en que él se percata por fin de su presencia, ella está radiante de felicidad, como una niña. Para un hombre acostumbrado a tratar con mujeres que siempre le piden algo, la aparición de aquella joven tímida de rostro infantil es una revelación. "Hace muchos años que nadie me trataba así", le confiesa él cuando empieza a sentir su cálida y hechicera compañía.
Lisa nunca pide nada. Le escucha con verdadera devoción cuando habla de su música (el motivo de su amor absoluto hacia él) y le mira con una dulzura infinita en el momento en que él toca el piano para ella. Cuando pasan la noche y la madrugada juntos da la sensación de que, en efecto, han nacido el uno para el otro. Lisa le ha entregado su corazón y su cuerpo sin exigirle ningún tipo de compromiso. Para Stephan, esa generosidad es nueva y maravillosa.
- Prométeme que no desaparecerás en el aire.
- Prometo que no seré yo quien desaparezca.
Los tres momentos especiales en la relación entre Elsa y Stephan. |
El hechizo se rompe cuando Stephan le anuncia que se marcha a Milán para dar una serie de conciertos en La Scala. Aunque en la estación de tren le promete que regresará en dos semanas, ella comprende que, una vez más, se le escapa la felicidad. Ni siquiera entonces es capaz de declararle su amor o de pedirle que la lleve con él a Italia. Como producto de esa noche inolvidable, Lisa tiene un hijo y se convierte en madre soltera, porque no quiere comprometer a Stephan. "Quería ser la única mujer de tu vida que no te debiera nada", le comenta en la carta.
Cuando decide casarse para darle un padre a su hijo, no le ocultará nada a su esposo, Johann Stauffer. Es íntegra y honesta, en su menudo cuerpo no hay ni una pizca de maldad. Johann le pregunta si es feliz y ella no responde al principio; ante la insistencia de su marido contestará con otra pregunta ("¿por qué no iba a serlo?") que no supone ni una mentira para ella ni una ofensa para él.
La gran prueba de honestidad se produce cuando Lisa se reencuentra con un Stephan más envejecido, producto de una vida desordenada. "En un instante, todo el mundo corría peligro, todo cuanto había creído seguro. Mirara adonde mirara, estaban tus ojos", le escribirá. Stephan no la reconoce cuando coinciden a la salida de la ópera. Su rostro le es familiar y tiene una extraña sensación de bienestar, como si acabara de encontrar lo que lleva tiempo buscando. Se ha dado cuenta de que ella puede ser ese sueño de felicidad que anhela tras muchos años de existencia vacía y superficial, en los que ha renunciado ya a la música.
Lisa no puede engañar a su marido ni puede renunciar a su gran amor. "La única voluntad que tengo es suya", le confiesa con sorprendente franqueza. Es consciente de que tendrá que renunciar a su cómodo mundo e incluso a su hijo si se marcha con Stephan, pero está irremediablemente dispuesta a dar ese paso.
El reencuentro no puede ser más decepcionante para Lisa. Stephan, el hombre al que ha querido toda su vida, la trata con cierta vulgaridad, como si fuera una de sus amantes; no se la toma en serio ni se da cuenta de la enorme trascendencia de aquel momento. El piano está simbólicamente cerrado. Él ha roto de repente toda la esperanza de felicidad que le quedaba a Lisa. "Había ido a ofrecerte toda mi vida, pero ni siquiera te acordaste de mí", le escribirá.
La fatalidad es el destino de Lisa, que va a morir de tifus y ha perdido a su hijo por la misma enfermedad. Pero al menos su carta conseguirá redimir el alma de Stephan, que finalmente ha comprendido lo ciego que ha estado y cómo ha desperdiciado la felicidad que le brindó siempre aquella mujer. Sereno, sonriente incluso, al amanecer aceptará su desenlace, batirse en duelo con el hombre que le había retado por la noche, precisamente el marido de Lisa. Quizá en la otra vida consiga reparar todo el daño que le causó.
La sensible y maravillosa interpretación de Joan Fontaine es uno de los milagros de esta obra maestra. La actriz interpreta con su rostro y su mirada toda la esencia del personaje. Esa eterna chiquilla, dulce y tímida, que posee una inmensa capacidad de sacrificio nos desborda con su poderosa personalidad: en ningún momento renuncia a su sueño, aunque el camino que ha elegido le llene de dolor, de angustia, de desencanto y de soledad. Tampoco se traiciona a sí misma y por ello afronta con valentía, lealtad y franqueza todos los obstáculos y sinsabores que se le presentan en la vida. En realidad sólo en una ocasión advertimos cierto convencionalismo en su actitud: cuando el pretendiente que le ha buscado su madre le dice que toca la trompeta, ella exclama: "¡Oh, qué maravilla!": Teniendo en cuenta que el hombre de su vida es un prodigioso pianista, es lo único que suena falso en el memorable personaje de Lisa Berndle.
Curiosidades
- El guionista Howard Koch adaptó la novela del austriaco Stefan Zweig, uno de los grandes escritores europeos del siglo XX. Básicamente se mantiene el espíritu de la historia, aunque cambian detalles (en la novela no existen nombres, sólo iniciales), profesiones (Stephan es novelista en el libro) o situaciones (Lisa no se casa en el texto literario, se vende a otros hombres).
- Joan Fontaine convenció a su entonces marido, el productor William Dozier, para que financiara la película, ya que le había impresionado el personaje de Lisa y quería interpretarlo. Pese a que tenía 31 años cuando se rodó el film, el rostro infantil de la actriz resulta convincente.
- El austriaco Max Ophüls, director de otras grandes películas como "Lola Montes", "La ronda" o "Almas desnudas", resultó una elección perfecta, ya que ha pasado a la historia como uno de los cineastas que mejor han retratado a la mujer. Sus protagonistas son independientes, soñadoras, maltratadas a menudo por la vida y por los amores imposibles.
- Como suele ocurrir con las películas que están adelantadas a su tiempo y que tienen vocación de perdurar en la memoria del aficionado, "Carta de una desconocida" fue un fracaso clamoroso en taquilla y en la crítica y estuvo a punto de frustrar la carrera de Ophüls en Estados Unidos. Hoy en días es la obra más admirada de este gran director.
- En 2004, el director chino Jinglei Xu realizó un remake de esta película (o una nueva adaptación de la novela), ambientada no en Viena sino en Pekín.
Recuerdo, compa Kaplan, que ví esta peli hace un montón de años, y me causó una muy grata impresión; eso sí, no tengo muy claro recuerdo de sus imágenes, y bien que me vendría refrescar la memoria con un nuevo visionado. En todo caso, resulta tan admirable, por su constancia, como descorazonador, por su falta de concreción, ese amor que la protagonista profesa por ese hombre; una situación ante la que no se termina de tener claro qué sería preferible (a veces, la concreción conlleva la ruptura de las ilusiones, cuando se contrasta la dura y áspera realidad, con sus pequeñas miserias cotidianas, con los sueños e ilusiones).
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y buena semana.
Hola Manuel: Nada, tienes que verla otra vez. Yo lo he hecho dos veces (la última lógicamente para hacer este comentario) en este año y no me ha decepcionado respecto a la impresión que tenía cuando la vi hace ya mucho tiempo. Creo que si el amor obsesivo es del hombre en vez de la mujer, la película no tendría ni la mitad de fuerza y de sensibilidad que posee. Las escenas finales (no digo nada más) tienen mucho que ver con lo que cuentas al final. Un abrazo.
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