lunes, 15 de noviembre de 2010

Gloria (Carmen Maura)

("¿Qué he hecho yo para merecer esto?")

Gloria no se atreve a mirar la escena de sexo que tiene a su lado.


"¿Qué he hecho yo para merecer esto?"
(1984, Pedro Almodóvar) me parece una obra maestra del cine, sin reservas, limitaciones ni prejuicios. Es decir, no se trata estrictamente de una película magistral del cine español, de lo esencial de Almodóvar o de los mejores filmes de los años 80. El propio director ahorró trabajo a los críticos al etiquetarla como una sórdida comedia neorrealista; sin embargo, uno tiene la sensación de presenciar un durísimo y dramático retrato social oculto tras una galería de personajes muy divertidos. Y ese drama cotidiano, a veces trágico, lo revela la asombrosa interpretación de Carmen Maura.
Su Gloria es uno de los personajes más verosímiles que he contemplado nunca en pantalla. En la vida real hemos visto a muchas Glorias paseando aturdidas por la calle, contando monedas en el supermercado para ver si alcanza a comprar un producto más o soñando ante el escaparate de una agencia de viajes. El mérito se debe en parte al probado conocimiento que Almodóvar tiene sobre la naturaleza femenina, pero corresponde sobre todo a la actriz madrileña, que puso su alma y su talento para bordar el papel.
El guionista y director no tarda ni diez minutos en mostrarnos un retrato bastante completo del personaje: es una mujer agobiada por su situación económica y familiar, obligada a limpiar en lugares como el gimnasio de artes marciales; echa de menos el sexo (la escena del calentón bajo la ducha con el policía, que al ser impotente tampoco la deja contenta, es bastante explícita); descarga toda su rabia acumulada practicando con una espada de kendo; en casa, al poner la lavadora, aspira con desesperación el olor del suavizante, como si fuera un sustituto de esas anfetaminas que utiliza para escapar de su vida; nunca sonríe, está hastiada de sus hijos, de su marido y de su suegra; no hay apenas comida en casa, sólo facturas y mucha ansiedad.
Su marido, Antonio (espléndido Ángel de Andrés), es un tipo déspota, machista y desengañado. Ha descuidado por completo su matrimonio, se despreocupa de sus hijos y sólo utiliza a su mujer en la cama para saciar vulgarmente su apetito. Aunque se desentiende por completo de la vida doméstica, de los problemas económicos y de las múltiples carencias familiares, eso no le impide abroncar a Gloria por un pollo algo quemado o por falta de vino en la mesa. Le da igual dejar un olor nauseabundo en el comedor al quitarse los zapatos o colocar la faria que se fuma sobre la cómoda de la habitación. Los dos saben que han fracasado como matrimonio y él sólo añora su pasado en Alemania y su relación con una tal Ingrid Müller (Katia Loritz).

Cristal, Gloria y la inclasificable abuela.

Gloria está sola para sacar adelante a una familia resquebrajada, con unos hijos que, pese a su corta edad, saben más de la vida que su madre. Toni trafica con drogas, mientras que Miguel es un chapero a sus 12 años. Cuando éste regresa tarde a casa y le pone como excusa que ha estado con un amigo, ella le reprocha con tremenda naturalidad: "¡Has estado acostándote con su padre, como todos los días!".
La vida de Gloria no tiene momentos de respiro. Esnifa pegamento, toma pastillas o cualquier otro remedio drogadicto casero con tal de encontrar uno de esos instantes de paz que le alejen de su estrés y de su angustia. Todos le cargan la responsabilidad de llevar el peso de la casa, pero a la vez le reprochan que haya polvo sobre las repisas. Varios detalles "de oficio" enriquecen esa percepción: cuando tiene que encender la luz del patio de casa con su barbilla, porque va cargada con las bolsas de la compra; o cuando aparta bruscamente las torpes manos de su suegra al recoger los trozos de cristal en el suelo, los de un vaso que se le ha caído a la abuela.
El único cariño que encuentra es en Vanesa, la maltratada hija de su vecina Juani (Kiti Manver), y en su vecina prostituta, Cristal (Verónica Forqué), una mujer ingenua y cariñosa que en más de una ocasión ha tenido que sacar de apuros a Gloria.
Carmen Maura apenas se deja contagiar por el tono de comedia que, salvo el marido, poseen los demás personajes. Tan sólo la escena en la que entrega en adopción a su hijo pequeño, en la sala del dentista, parece una tentación de Gloria a caer en el disparate, en los inverosímil, aunque lo aceptamos más como un síntoma de desesperación por la situación que atraviesa la economía familiar. Absolutamente creíble, aunque se trate de una (magnífica e hilarante) escena cómica, es la presencia de Gloria en el piso de Cristal para satisfacer a un cliente exhibicionista (un inspirado Jaime Chávarri). Su mirada, que evita posarse sobre la pareja, contiene hastío, indiferencia y pudor.
Gloria aún caerá más bajo en su autoestima cuando su marido reciba la inesperada llamada de su amor platónico, Ingrid Müller. Además de maltratada, amargada y derrotada, ahora se siente humillada al observar que Antonio sonríe y se muestra tierno hablando con esa mujer. Sabemos, por un diálogo anterior ("¿Es que no nos va a dejar nunca en paz?", le reprocha a su marido), que la relación de su esposo con la alemana ha tenido mucho que ver en el fracaso matrimonial.
Desesperada, acude a una farmacia de guardia para conseguir sus pastillas, pero la dependienta le hunde todavía más con su firme y cruel negativa.

- Bueno, bueno, pues soy dogradicta... drogadicta. ¿Y qué quiere que le haga? ¿Que le asalte y me lo lleve a la fuerza o qué?
- Le he dicho cuáles son las normas.
- ¿Y qué normas hay cuando una tiene que trabajar todo el día y no puede con su alma?
- Esa es cuestión suya.

La excelente escena con la farmacéutica.

Cuando regresa a casa, sin drogas que mitiguen su ansiedad y su angustia, hundida por la cruel franqueza de la farmacéutica, escucha esa canción alemana que le recuerda que su marido está enamorada de otra. Antonio se está afeitando, se pone colonia y se arregla un poco para agradar a la Müller, que llega a Madrid. No se da cuenta de que está insultando a su mujer cuando le pide que le planche su mejor camisa. Gloria se niega y estalla la tragedia: su marido la abofetea y ella reacciona con todo el odio que ha acumulado durante años.

"¡No se te ocurra volver a ponerme las manos encima!"


Ignoro cuántas veces hubo que repetir la escena o si salió a la primera, pero el resultado es perfecto y muy convincente. De Gloria ya sabemos que suele descargar su rabia con una espada de kendo en el gimnasio donde acude a limpiar cuando se queda sola. Primero se lanza a su cuello, luego le da un rodillazo en los testículos y, finalmente, le golpea en la cabeza con la desgastada pata de jamón, impulsada por el mismo grito que practica en el gimnasio: Antonio se desnuca al caer.
La naturalidad con la que afronta el crimen es muy similar a la que años después veremos en "Mujeres al borde de un ataque de nervios" (1989), también con Maura y Almodóvar. La estupidez de la policía es similar en ambas películas. El arma del crimen ha desaparecido y lo único que sacan en claro es que se golpeó al caer. Pero el arma está ahí, partida en varios pedazos para convertirse en caldo. Gloria le ofrece una taza al policía (Polo, Luis Hostalot), casualmente el mismo con el que tuvo ese rápido encuentro sexual bajo la ducha. Éste le dice que a ella le hará más falta tomarse algo. "No, ya nunca más podré tomar caldo", responde cómica o misteriosamente. Si existe algo de emotivo en esa escena, Almodóvar lo disipa al instante, cuando Polo tiene que sortear y empujar a sus torpes compañeros, que le obstruyen el paso.
La dramática existencia de Gloria no ha terminado con la muerte de su marido. Sigue necesitando pastillas o cualquier droga a su alcance, vuelve a soltar su rabia con la espada-bambú en el gimnasio de artes marciales y continúa estando sola, con Antonio o sin él. La presencia de su hijo mayor y de su suegra no atenúa su angustia. "No quiero que me ayudes tú ni que me ayude nadie, lo voy a hacer yo sola", le dice con brusquedad a Toni cuando éste se ofrece para echarle una mano.
Aunque la compañía de Vanesa es un alivio, sobre todo por sus poderes para mover objetos (la mágica solución que necesitaba Gloria para redecorar las paredes con papeles pintados y también para reconducir su vida), en realidad se encuentra a un paso de hundirse por completo. En el gimnasio confiesa su crimen a Polo, pero éste no le cree. Cuando Toni y su abuela se marchan al pueblo en autobús, descubre muy tarde el cariño de su hijo. "Vieja, que no me entere yo que vuelves a tomar pastillas", le dice con afecto. Sus lágrimas cuando regresa a casa, desolada y vacía, nos encogen el corazón.
Gloria recorre con su mirada las habitaciones vacías del piso, como si se despidiera de ellas. Cuando llega al balcón se apoya con inequívoca decisión de quitarse la vida. Al asomarse al vacío descubre a su hijo pequeño, que ha vuelto a casa después de vivir un tiempo con el dentista. Es posible que comience una nueva vida, pero el balcón siempre estará ahí esperándole.

Chus Lampreave y compañía
Lampreave, genial, con "Dinero".
Si la interpretación de Carmen Maura es francamente maravillosa (a la altura de sus papeles en "Mujeres al borde de un ataque de nervios" y "Ay, Carmela", aunque mi preferida sigue siendo Gloria), la de los actores y actrices que la acompañan no le va a la zaga. Además de Ángel de Andrés, Verónica Forqué, Amparo Soler Leal, Emilio Gutiérrez Caba (siempre brillante y a menudo genial) y Kiti Manver, por citar a los principales, las grandes sorpresas de la película son el actor no profesional Juan Martínez, espléndido en el papel de Toni, y, sobre todo, Chus Lampreave, la abuela. La veterana actriz (tenía 54 años entonces) compone un personaje sorprendente e inolvidable, basado en la madre del propio Almodóvar, según confesó el director. Su espontaneidad, su facilidad para agradar a la cámara y su intensa comicidad merecen algún día un análisis aparte.

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