Jonathan Shields, Susan Vance, Ethan Edwards, Hazel Flagg, Jeff Lebowski, Roger O. Thornhill, Harry Powell, Margo Channing... ¿Os suenan estos nombres? Son algunos de los personajes inolvidables que nos ha regalado el Cine. Este blog se ha creado para hablar de ellos.
March, Lombard y Connolly, en un cartel promocional del film.
Carole Lombard es un bellísimo recuerdo en la historia del cine. Falleció en 1942, en un accidente de aviación, sin poder ver el estreno de "Ser o no ser", una de las mejores comedias que se hayan filmado nunca y de la que era excepcional protagonista. Joven, divertida, guapa, fresca y disparatada, poseía un desparpajo y un sentido desenfadado del humor que no casaban con su hermoso rostro, clásico y elegante, ni con su esbelta figura, que parecía diseñada para lucir lujosos vestidos. El público la adoraba. Los miembros del rodaje la adoraban. Los actores la deseaban. Y Clark Gable la idolatraba hasta el punto de que jamás volvió a ser el mismo al quedarse viudo. Desde 1942 hasta su muerte fue el viudo de América, pese a sus posteriores aventuras y matrimonios.
En 1937, con 29 años, se puso a las órdenes de William Wellman para interpretar a Hazel Flagg, una joven de Warsaw (pueblo ficticio), en el condado de Vermont, que, al parecer, ha sido expuesta a una radiación y tiene las horas contadas. Wally Cook (Fredric March), reportero de Nueva York, intentará sacar todo el partido posible de esa desgracia para relanzar su carrera periodística. Así arranca la trama de la genial screwball (comedia loca) de Wellman, aderezada con la aportación de fantásticos secundarios (Walter Connolly, Margaret Hamilton, Charles Winninger o Sig Ruman), con unos diálogos muy brillantes, situaciones jocosas y la comicidad gestual y locuaz de una actriz en plena forma.
Cook se marcha al pequeño pueblo de Warsaw dispuesto a entrevistar a Hazel Flagg, la joven que está condenada a muerte por radiación. Pero al llegar se ve expuesto al desprecio, a las burlas e incluso a los ataques de sus habitantes por tratarse de un periodista. Mientras tanto, la joven acaba de enterarse de que no va a morir. El doctor Downer (Charles Winninger) se equivocó en sus análisis. Lejos de reprocharle su error, en realidad le agradece que le haya salvado la vida. Tal es la relación entre el disparatado médico y la absurda joven.
No sabemos nada sobre la vida de Hazel y, tal como discurre la película, ni falta que hace. Puede ser huérfana y vivir sola, sin familia, porque en ningún momento tenemos indicios de que existan padres o hermanos. Aparece en pantalla llorando camino de la consulta, desconsolada por su escaso margen de vida, y sale también llorando, frustrada porque va a seguir viviendo y eso significa que ya no podrá viajar a Nueva York, como pensaba, para disfrutar a lo grande de sus últimas horas. Curiosa paradoja: le alegra vivir, pero la perspectiva de quedarse para siempre en el pueblo le parece casi un castigo mayor. Es como una chiquilla que no mide las consecuencias de sus actos. Hazel Flagg ha crecido físicamente pero es una niña.
En su camino se tropieza con el desdichado periodista, ajeno a la nueva noticia. Y cuando ella está a punto de revelarle que todo era un error médico, él comete un error más grave: invitarla a pasar sus últimos días de vida en Nueva York, con todos los gastos pagados. Una sabrosa tentación para la chica, que decide mantener la farsa con tal de huir de Warsaw y disfrutar de los placeres de la gran ciudad para cumplir el sueño de su vida. Ya se arreglará todo cuando llegue el momento.
Hazel espera resignada que un poeta se inspire en su tragedia.
Hazel Flagg es tan inconsciente, tan deliciosamente infantil, que no alcanza a comprender en qué embrollo está a punto de meterse. En el avión, acompañada por el periodista y el doctor -el único que está al tanto de la farsa- parece una niña ilusionada y apenas siente remordimientos por lo que está haciendo. Entonces ya le advierte a Cook que no quiere saber nada de médicos. "Todo el mundo sabe que el envenenamiento por radio es incurable, así que ¿para qué perder el tiempo con pruebas médicas?".
El "Morning Star", periódico que patrocina la farsa, le prepara un gran recibimiento: recibe de manos del alcalde la llave de Nueva York, una ciudad que se rinde a sus pies; banquetes, portadas, fiestas, paseos turísticos... hasta una velada de lucha libre se paraliza porque la joven está entre el público.
Quien sí tiene remordimientos es Wally Cook, impresionado por el valor y la expresión de felicidad de la muchacha. Le confiesa que él es un farsante, porque aprovecha su tragedia para elevar su prestigio como periodista. Está tan compungido, que ella trata de animarle: - "Hoy me encuentro muy bien...". - "No exprese tanta alegría, se me parte el alma".
La abrumadora tristeza que siente a su alrededor (rostros que la observan en silencio y cabizbajos, lágrimas, miradas de compasión y ese extraño fotógrafo que parece pedir perdón cada vez que dispara su cámara) comienza a hartarle. Cook le hace ver que muchas de esas lágrimas son fingidas. "Mejor que sean fingidas, así estamos en paz", replica ella.
No es el ambiente que esperaba. Hazel pretendía pasárselo en grande y, sin embargo, todo lo que le rodea le hace llorar... excepto si se emborracha. Cuando se desmaya en una fiesta, todos creen que es el principio del fin, pero al doctor le basta con olerle el aliento para darse cuenta del asunto.
Su conciencia despierta con la resaca, pero no precisamente por su fraude, sino por el grave daño profesional que le va a causar a Wally Cook cuando se conozca la verdad. En pocas palabras: se está enamorando de él. Al periodista le ocurre algo parecido: tantas horas a su lado le han reblandecido el corazón; ya no le importa tanto el impacto periodístico de su exclusiva y su éxito profesional como el daño que se le pueda causar a la joven en las que -él aún cree- están siendo sus últimas horas.
La pareja protagonista.
Wally le abruma todavía más cuando le revela que está organizando los preparativos de un entierro que contará con un desfile de 30.000 vehículos y medio millón de personas. Pero la sorpresa es otra: Cook ha llamado a un experto mundial en radiaciones para que la visite. "Tengo que suicidarme antes de que me reconozca ese médico", le suelta luego a su doctor. En realidad su intención es dejar una nota, lanzarse al río, disponer de una barca que la recoja y desaparecer con su médico para siempre. Pero Wally Cook llega a tiempo... a tiempo de empujarla en su ímpetu y tirarla al agua. La cara de niña enfadada que le sale a Carole Lombard es tan reveladora como la que pone cuando ella y Cook se besan por fin.
Por desgracia, cuando regresa al hotel le espera el especialista en radiaciones, el doctor Emil Eggelhoffer (Sig Ruman), que ha traído consigo a un equipo de expertos europeos. La conclusión es que no está envenenada y así se lo hacen saber al director del Morning Star, Oliver Stone (el genial, como siempre, Walter Connolly).
A Cook le importa más saber que ella va a vivir que el monumental fraude que ha montado. Y Hazel no tiene fin: finge una pulmonía para no tener que dar la cara. Está avergonzada ante Wally, asustada como si fuera una chiquilla que ha mentido a sus padres y teme las consecuencias. A él sólo se le ocurre aumentar de forma acelerada sus pulsaciones y su fiebre agitándola, insultándola para que se enfade y le pegue. Es una de las escenas más divertidas del film, una pelea entre ambos, en la que Carole Lombard se agota agitando los brazos al aire y expresando un odio infantil. Y el desenlace, sorprendente, es un derechazo al mentón de la joven, ella con los ojos cerrados, el rostro desencajado por el golpe y la sorpresa, y su boca tratando de articular una palabra, pero sin aire para ello. Poco después, ella le pagará con la misma moneda y le dejará sin sentido.
Hazel está harta del montaje y de la farsa continua, quiere revelar la verdad a todo el mundo, ya le da igual. Prefiere pasar por esa vergüenza. "Voy a confesarlo todo, me vuelvo a Warsaw; allí me quieren, no me pegan palizas ni me tiran al río". Por fortuna para Oliver Stone y la dignidad de su periódico, quienes se enteran de toda la trama tampoco dirán nunca nada.
Hazel, a punto de explotar de indignación.
Como tenía previsto, ella desaparece, deja una nota de agradecimiento y la ciudad de Nueva York asume que ha muerto. Como una gran mujer. Como una heroina moderna. Nadie la olvidará jamás, o eso es lo que ella cree, una vez casada, a bordo de un crucero. Su marido le abrirá los ojos: "No te preocupes, querida, dentro de dos meses ya nadie se acordará de Hazel Flagg: encontrarán otro mito. Reconócelo, eras una atracción más, como la mujer barbuda. Incluso ya empezaban a impacientarse, por lo lento que llevabas el caso".
A los espectadores, sin embargo, les parece que el tiempo ha volado, que la historia se ha hecho muy corta. Pero esas son las leyes de la screwball. Y William Wellman, luego especializado en películas de acción, demostró que era un maestro manejando la comedia.
La película:
- Ben Hecht escribió el guión en un viaje de dos semanas en tren. Lo adaptó de una historia del periodista James H. Street, "Letter to the editor". Sin embargo, por desavenencias con el productor David O. Selznick (quien no quiso incluir a John Barrymore en el reparto por su alcoholismo), fue relevado casi al final por Budd Schulberg y Dorothy Parker.
- El boxeador Max Rosenbloom tuvo un pequeño papel en la película y, además, entrenó a Carole Lombard para la escena de la pelea con Fredric March. Pese a ello, necesitó un día para recuperarse de los golpes.
- "La reina de Nueva York" fue la primera comedia filmada en Technicolor, con una técnica innovadora para la época.
- Los dos protagonistas, March y Lombard, no se llevaban nada bien; se cuenta que una de las causas fue que la actriz rechazó al actor en su camerino.
- El papel de Hazel Flagg estuvo pensado para Janet Gaynor debido a su gran éxito en "Ha nacido una estrella", película que protagonizó precisamente con Fredric March.
- Está considerada como una de las mejores comedias locas o screwball de todos los tiempos. En su momento recaudó algo más de 1,8 millones de dólares.
- En 1953 se estrenó en Bradway un musical teatral con el título de "Hazel Flagg". Janet Leigh, Dean Martin y Jerry Lewis protagonizaron un remake en 1954, "Viviendo su vida", de Norman Taurog. La novedad es que Jerry Lewis hizo el papel de Lombard (Homer Flagg), Janet Leigh, el de March, y Dean Martin, el del doctor.
Cartel de "Viviendo su vida", el remake de 1954.
- Restaurada en dos ocasiones, la película pasó a ser del dominio público, sin derechos de autor, durante muchos años por no renovar el copyright.
- Dos grandes actrices secundarias, muy recordadas en 1939, actuaron en la película: Margaret Hamilton, célebre por su papel de bruja en "El mago de Oz" y Hattie McDaniel, la criada de Escarlata O'Hara en "Lo que el viento se llevó".
Reconozco que abrí este comentario pensando en esa extraña y fascinante mujer que fue Claudette Colbert. Sus principales comedias ("Medianoche", "Un marido rico", "La octava mujer de Barba Azul" o "Sucedió una noche") son tan maravillosas que a la fuerza hay que pensar en ella como figura indispensable del género. Pero tiempo habrá de hablar de esta actriz, porque viendo una vez más "Sucedió una noche" ("It happened one night", 1934), de Frank Capra, uno no puede dejar de admirar la irresistible actuación de Clark Gable en el papel de un periodista orgulloso, avispado, perspicaz, canalla y noble a la vez. Peter Warne es un hombre modesto, directo e íntegro, que sabe buscarse la vida en las peores situaciones. Detesta la hipocresía y la ostentación y no soporta a los parásitos, sobre todo si son de la alta sociedad. Es un espíritu libre incluso en su profesión, un freelance de las noticias importantes, de esas que se trabajan a pie de calle, con los cinco sentidos pero con honestidad. Para que lo entendamos: Peter preferiría vivir en la miseria antes de coaccionar y humillar en la calle, de manera infame y nauseabunda, a una pobre mujer que sufre ataques de ansiedad y una gran vergüenza, para que revele que su marido es un asesino.
Puede ser maleducado, cínico, exigente e impaciente. Arrogante y orgulloso hasta el insulto. E intolerante con la estupidez. O soberbio, hasta el punto de perder un empleo por insultar al jefe. Así aparece en pantalla, en una cabina telefónica, rodeado de colegas borrachos que están asombrados ante el tono que emplea con su director, Gordon (Charles C. Wilson). "Escucha, cara de mono: al despedirme, despides al mejor sabueso que tu periodicucho ha tenido nunca". Cuando les hace creer que su jefe le pide disculpas para que vuelva a trabajar (en realidad, el director ya ha colgado el teléfono) sabemos que, además de todos sus defectos y virtudes, es muy vanidoso. "Dejad paso al rey", corean a su paso sus embriagados compañeros cuando abandona la cabina. Curiosamente, así llamaron años más tarde a Clark Gable en Hollywood: "El Rey". Cuentan que en 1938, sin haber protagonizado aún "Lo que el viento se llevó", sus entusiastas fans le asaltaban a la entrada de los estudios de la MGM; Spencer Tracy no podía acceder debido a la multitud que rodeaba a Gable y gritó: "¡Viva el rey, pero dejad libre el paso!".
Peter Warne está acostumbrado a la supervivencia permanente. A fuerza de buscarse la vida, seguramente desde niño, posee un talento innato para salir adelante y para manejarse con éxito ante cualquier situación adversa. Pertenece a la clase social más luchadora, la que aprecia el valor de las cosas porque cuesta mucho conseguirlas. Por su condición humilde y por tratarse de un periodista (oficio muy cinematográfico en los años 30 y 40), comprendemos que durante años debió trabajar en múltiples trabajos sin descuidar la cultura, la necesidad de aprender constantemente.
Ser un tipo duro y tener sentido del humor es una combinación que se adaptó muy bien a la fisonomía y al carácter de Clark Gable, precisamente a partir de esta película. Nada más subir al autobús en Miami Beach con rumbo a Nueva York (casi dos mil kilómetros de viaje, nada menos) se enfrenta con el conductor, que le amenaza con darle un puñetazo por haber tirado los paquetes de periódicos a la calle para desocupar unos asientos. "Oiga, amigo, si a usted no le gusta mi nariz, a mí sí; pero siempre la tengo descubierta para que si alguien quiere darle un puñetazo, lo haga", le desafía. El indeciso conductor (un joven Ward Bond) sólo se atreve a responder "¿Ah, sí?", lo que desarma cómicamente a Peter.
El primer encuentro entre Ellie y Peter.
En ese instante conoce a Ellie Andrews (Colbert), la caprichosa e irascible hija de un multimillonario. Se ha escapado de la vigilancia de su padre, Alexander Andrews (el genial Walter Connolly), para volver con un tipo que, según su progenitor, sólo busca su fortuna. Ellie se ha casado con él, pero Alexander ha anulado el matrimonio, decisión que ha precipitado la fuga de su hija.
El encuentro entre ambos no es muy afortunado. Peter ya ha tenido que enfrentarse con el conductor y no se deja avasallar por esa chica altiva que le ha robado el asiento. Así que se sienta a su lado, se pone cómodo y enciende su pipa con entera satisfacción.
El segundo roce entre ambos surge cuando se detienen en una ciudad. Peter la observa desde lejos y ve cómo un individuo le roba su maleta; persigue al ladrón sin resultado, pero ella ni se da cuenta de lo que ha ocurrido; cuando Ellie se niega a denunciar el robo (para que no se desvele su identidad y su padre pueda encontrarla), él no comprende ni sus modales ni esa indolencia. Será el primer choque de clases entre ambos.
Para no dar explicaciones, decide sentarse en otro sitio, pero su acompañante ronca y se le duerme encima, ante la atenta mirada de Peter desde el fondo del autobús. El periodista es un tipo juguetón: cuando ella vuelve al asiento, se hace el dormido y coloca su brazo para obstaculizarla. Sin palabras que entorpezcan ni expliquen ese cómico momento, la escena resulta tan entrañable como divertida.
En Jacksonville (ha transcurrido sólo un tercio del camino), el autocar se detiene media hora. Ellie se ha dormido sobre el hombro de su acompañante y cuando despierta decide ir a comer algo... nada menos que al hotel Windsor. Como seguramente ha hecho toda su vida, da por hecho que todos están pendientes de ella y que el autobús la esperará. A Peter no le encaja ese comportamiento tan elitista y encastado con una chica que viaja en un medio de transporte tan barato. Su instinto periodístico se pone alerta. Cuando Ellie regresa, el vehículo se ha marchado, pero él esta ahí esperándola. "No logrará su propósito, señorita Andrews. Su padre le encontrará antes de que llegue a Nueva York", le suelta mientras le muestra la noticia de su desaparición en un periódico. La chica intenta arreglar la situación de la única forma que sabe, con dinero y sobornando voluntades, pero la respuesta de Peter es demoledora:
- "La catalogué al instante como niña caprichosa de padre rico. Está acostumbrada a hacer lo que se propone, pero siempre con el dinero de su papaíto; nunca falla, ¿cierto? ¿Conoce la palabra humildad? No, no la conoce. Apuesto a que nunca se le ha ocurrido decir: 'Por favor, estoy en un apuro, ¡ayúdeme!'. Eso significaría rebajarse ante un semejante".
Peter se va muy digno... pero al instante lo vemos en un despacho de telegramas de la Western Union, enviando un mensaje al director de su periódico que le ha despedido: tiene la noticia del año y no la va a dejar escapar... aunque para ello va a tener que mostrarse absolutamente indiferente ante esa mujer altiva y caprichosa. Sólo cuando la situación lo requiera, volverán a juntarse. Por ejemplo, al reanudar el viaje en otro autobús: Warne la libra de un pesado llamado Shapeley (Roscoe Karns, un secundario muy activo en los años 30 y 40, pero que ha pasado desapercibido en la historia del cine) porque no quiere que nadie pueda poner en peligro "su" noticia. Quizá también por hacerle un favor a la desesperada Ellie ante la perspectiva de un largo y penoso viaje al lado de un tipo insoportable, algo que, desde luego, no se lo confesará. "Olvídelo, no lo he hecho por usted; su risa me ponía nervioso".
Sin quererlo, Peter empieza a cuidar de ella poco a poco. Con autoridad y brusquedad. A Ellie le queda poco más de un dólar en el bolso, pero pretende gastar como si su padre estuviera a su lado. El periodista le prohíbe que compre chocolatinas y, con mayor audacia, alquilará un bungalow para ambos, más barato, haciéndose pasar por marido y mujer. El autocar tiene que detenerse forzosamente al quedar cortada la carretera y los pasajeros se buscan la vida para dormir en un camping. Peter se mueve con rapidez y consigue lo que quiere.
La escena del bungalow, una de las más brillantes de la comedia clásica, resuelve con mucho ingenio e inteligencia la delicada situación: un hombre y una mujer que no están casados tienen que desnudarse y dormir en la misma habitación. Y estamos en 1934, el año en que se puso en práctica el famoso código Hays de censura. Según esta severa norma, había que mantener el carácter sagrado de la institución del matrimonio y no se podía demostrar de forma precisa cualquier comportamiento sexual ilícito.
Las murallas de Jericó... y Peter sin trompeta para derribarlas.
En la película no hay, literalmente, nada que perturbe ese código, pero contemplamos el busto desnudo de Clark Gable, la ropa interior de ella que cuelga de forma tentadora y una atmósfera de luces ciertamente sensual. Todo según cómo interpretemos la escena y sus miradas. Peter le revela finalmente que ella es sólo un titular y le propone un trato: le ayudará en su empeño de reunirse con su prometido, pese a que el padre ha establecido vigilancia en carreteras, aeropuertos y estaciones de tren; a cambio, él obtendrá la exclusiva de la historia, desde que se fugó hasta que se reencuentre con King Westley (Jameson Thomas).
A Ellie le parece escandaloso el trato y, sobre todo, que tengan que dormir en la misma habitación. Pero su odioso compañero lo tiene todo previsto. Cuelga una cuerda en el medio y una amplia manta para separar el espacio de las dos camas y preservar así la intimidad.
- He aquí las murallas de Jericó. Tal vez no sean tan fuertes como las que Josué derribó con su trompeta, pero sí mucho más segura. Y ya ve: yo no tengo ninguna trompeta.
Merece la pena detenerse un rato en esta larga escena. Ellie sigue paralizada ante la osadía de Peter, que ya no quiere seguir discutiendo sobre el asunto. Como ella no se mueve, empieza a desnudarse con naturalidad, sonriente, con un punto de burla insuperable, pero controlando bien la reacción de la chica. - "Tal vez le interese saber cómo se desnuda un hombre. Resulta interesante. Un buen estudio psicológico. No hay dos hombres que lo hagan igual. [...] Yo tengo mi propio método; primero me quito el jersey, como ha visto, luego la corbata y la camisa. Según el erudito Hoyle, después vendrían los pantalones... pero yo difiero en eso: me quito los zapatos. Primero el izquierdo, luego el derecho. Y ahora, sálvase quien pueda".
Ellie se marcha rápidamente al otro lado de las murallas de Jericó, a salvo del "lobo feroz". Cuando la chica asume que no hay peligro, le pregunta cómo se llama. No le gusta el apellido. Warne (como warm en inglés) suena a protector y a confortable, justamente lo que es su padre, del que está huyendo. Y Peter hace honor a su apellido en todo momento: le ha prestado su mejor pijama, se ha preocupado por su economía, por su billete y su equipaje; al día siguiente, le ha planchado el vestido, le procura un cepillo de dientes, le prepara el desayuno... Quizá sin pretenderlo es más tutor que compañero de aventuras. Y Ellie es más chiquilla que mujer.
Peter le da una lección sobre cómo mojar en una taza de café.
Warne tiene ideas propias sobre casi todo: El matrimonio, las clases sociales o la manera en que se debe mojar un bollo en el café. Casi se ofende al contemplar cómo lo hace Ellie, permitiendo que se reblandezca la pasta. "Tiene usted más de veinte millones de dólares y no sabe mojar", le reprocha.
La tensión entre ambos se ha relajado y desaparecerá por completo cuando aparezcan en el bungalow dos detectives contratados por Alexander Andrews. La pareja interpreta teatralmente a un matrimonio "normal", que se grita continuamente; cuando los sabuesos se marchan, una corriente de simpatía nace entre ellos.
El viaje se reanuda en un ambiente relajado. Los pasajeros corean una popular canción ("The man on the flying trapeze") y hasta el conductor se contagia. Todos, menos Shapeley, que ha visto la foto de Ellie Andrews en la portada de un periódico y la recompensa que ofrece el padre. Por supuesto, quiere sacar provecho.
Peter es un hombre de recursos y se inventa una historia más sórdida que la fuga; le hace creer que se trata de un secuestro y le amenaza con liquidarlo si se echa atrás. Shepeley huye aterrorizado, con la promesa de que no dirá nada a nadie. El periodista va en busca de Ellie y se marchan a pie por el bosque, aprovechando que el autobús se ha quedado embarrado. "Cuando ese tipo deje de correr, se parará y reflexionará. Tenemos que marcharnos de aquí", le apremia.
La escena del pajar, donde ambos pasan la noche, es clave para entender el súbito cambio que se produce en ambos personajes. Ellie le desquicia cuando le confiesa que tiene hambre y miedo. "No se puede tener hambre y miedo a la vez. Si tiene miedo, eso quita el hambre". Le pone nervioso cuando se queja de su vestido arrugado y cuando rechaza las zanahorias que ha ido a buscar, pese al hambre que tenía. Se acerca para arroparla y ambos se dan cuenta de que tienen ganas de besarse. Pero Peter vence la tentación.
En realidad, está furioso porque se está enamorando de ella y al mismo tiempo le está ayudando a encontrarse con otro hombre. Le molesta que, pese a sus convenciones sociales, sienta atracción por esa joven tan mimada y, en apariencia, inútil. - ¿En qué está pensando? - Por extraño que le parezca, estaba pensando en usted. - ¿De veras? - Sí. No consigo comprender cómo las mujeres como usted pueden ser tan bobas.
Dos lágrimas aparecen en los ojos de Ellie Andrews, pero él, cansado, irritado y con frío, no se da cuenta de que, por primera vez, ha herido sus sentimientos.
La famosa escena del autostop.
La modestia no forma parte de las virtudes de Peter Warne. Al día siguiente, parados en la carretera, le brinda a su acompañante una divertida e instructiva lección sobre cómo hacer autostop. La clave está en el pulgar, le insiste, y al instante le muestra las diferentes maneras de llamar la atención de los coches. Pero cuando las pone en práctica, ni uno solo se detiene. Desesperado, lo intenta agitando las manos, los brazos y el sombrero. Ellie se levanta y decide probar con su método. "Haré que se pare un coche y no emplearé el pulgar", le advierte. Cuando se acerca uno, se levanta la falda y enseña su pierna izquierda; el conductor da un frenazo. Peter es tan orgulloso y tan soberbio que no quiere admitir ni su humillación ni el triunfo de ella.
- Desnudándose del todo se hubieran detenido cuarenta coches. - Lo recordaré cuando necesite cuarenta coches.
Su orgullo le lleva a amenazarla cuando ella quiere pedirle al conductor que les invite a comer. Por primera vez le pide perdón por su brusquedad, pero no hay más tiempo para disculpas: el dueño del coche se larga con el equipaje de la pareja y Peter se lanza a perseguirle; vuelve al cabo de un rato con el vehículo del ladrón y sangre en el rostro. La perseverancia es otra de sus grandes virtudes.
Definitivamente, Ellie se ha enamorado de ese hombre que tan pronto la trata con dureza como le llama "pequeña". Ha leído en la prensa que su padre y su marido han llegado a un arreglo para consentir el matrimonio, pero ahora ya no desea ese compromiso. Aunque están cerca de Nueva York, le pide a Peter que se queden a dormir en un motel de Filadelfia. Puede ser la última noche juntos.
Ellie Andrews, pese a su breve matrimonio, no ha estado con un hombre a solas en su vida. Ahora se ha enamorado de su "guardián" y no tiene picardía ni para coquetear. Separados de nuevo por las murallas de Jericó, Peter le confiesa cómo debería ser su amor ideal, una mujer que respire, que viva, que quisiera acompañarle a una isla desierta, "donde las estrellas están tan cerca de uno que parece que puedes abrazarlas con la mano".
Ellie traspasa la muralla y le declara, casi le suplica, su amor. La escena rebosa emoción gracias a la sinceridad que transmite ella y al cariño contenido de él, que le abraza con prudencia. "Vete a tu cama, por favor", es su única respuesta; demasiado dura e insensible para el momento que está viviendo su compañera.
Pero la declaración de amor ha calado en el corazón de Peter, que decide actuar esa misma noche. La deja durmiendo en su habitación y se marcha a Nueva York para escribir la historia de esa odisea que han pasado juntos... con un final feliz. A su jefe le confiesa la exclusiva a cambio de mil dólares; es la cantidad mínima que, a su juicio, todo hombre debe tener para pedir en matrimonio a una chica.
Pero las cosas no salen como había planeado. Los dueños del motel descubren que se ha marchado y expulsan a Ellie; ésta llama a su padre al creer que Peter la ha abandonado y cuando él regresa al motel, feliz, cantando y deseoso de reunirse con ella, comprueba que ya la han recogido su padre y King Westley. Convencida de que el periodista la ha abandonado, ella accede a celebrar una boda equivocada.
La película contiene una gran escena sobre la honestidad de Peter, que transcurre en la redacción del periódico: Al director le devuelve los mil dólares y le asegura que todo fue una broma. De nuevo por orgullo, porque no quiere dar lástima, es incapaz de reconocer que ha sufrido un serio desengaño amoroso. Gordon se olvida de la fallida exclusiva y finge aceptar esa supuesta broma, aunque sabe perfectamente que la historia era verdad.
Alexander Andrews trata de impedir la boda hasta el final.
Alexander Andrews juega un papel determinante en el desenlace. Su hija le revela que está enamorada de otro hombre y, cuando le dice su nombre, el magnate recuerda que ha recibido un telegrama de un tal Peter Warne, exigiendo dinero. Tanto Ellie como él creen que reclama la recompensa, lo que destruye las últimas ilusiones de la chica. Pero el padre decide ponerse en contacto con él. Bien mirado, ambos son iguales, a pesar del abismo del dinero; los dos pertenecen a esa clase social luchadora que da valor a las pequeñas cosas. Peter acude a la mansión nervioso, molesto, brusco, insultante. Se siente incómodo ante el lujo que le rodea y la pomposidad de la fiesta que se está organizando por la boda.
Lo que reclama Peter son los gastos por haber tenido que vender parte de su equipaje para costearse la gasolina: en total, 39,60 dólares. Alexander no puede dar crédito. "A ver si lo entiendo, usted quiere 39,60 dólares además de los 10.000 dólares". El periodista no sabe de qué recompensa le está hablando y se pone muy digno. Le habla de principios y de integridad, mientras su anfitrión le observa con entera satisfacción. Ese hombre díscolo, rudo y honesto le parece el perfecto marido para su hija.
- ¿La quiere usted? - ¡Un ser normal no podría vivir bajo el mismo techo que ella sin volverse loco! ¡No significa nada para mí! - Le he hecho una pregunta sencilla: ¿la quiere usted? - ¡Sí! - Bueeeno... - Pero no argumente eso contra mí, yo estoy loco desde hace mucho tiempo.
Alexander dispone del tiempo justo para convencer a su hija, pero habrá que esperar hasta el último momento para que tome la decisión correcta... justo cuando debe dar el sí en el altar. Ellie escapa con un vehículo que le ha preparado su padre. Por la noche, mientras éste zanja la ruptura matrimonial con Westley, la pareja aguarda con impaciencia ese trámite en un motel para derribar, por fin, las murallas de Jericó. Ellie y Peter ya no aparecen en pantalla, pero el sonido de la trompeta nos reconforta.
La película
- "Sucedió una noche" está basada en un corto relato de Samuel Hopkins Adams, titulado "Bus night", publicado en la revista Cosmopolitan. Frank Capra leyó el cuento en una barbería y encargó a la Columbia que comprara sus derechos. Tras un breve paso por la MGM, que contrató a Capra para dirigir un frustrado proyecto llamado "Soviet", el cineasta regresó a Columbia y empezó a estudiar "Bus night".
- El directo hizo caso a Harry Cohn, el magnate de los estudios, y cambió el título, debido a que en esa época proliferaban los relatos y las películas ambientadas en viajes en autobús.
- Myrna Loy, Margaret Sullavan, Constance Bennett y Miriam Hopkins rechazaron el papel que se adjudicó finalmente a Claudette Colbert, aunque la actriz de origen francés impuso como condición un plazo muy ajustado para el rodaje, exactamente cuatro semanas. La entrevista con Colbert le costó hasta sangre a Capra, ya que el enorme perro de la estrella le mordió en una pierna, según cuenta él mismo en su autobiografía "El nombre delante del título".
- La participación de Clark Gable en la película merecería casi un capítulo aparte: Louis B. Mayer, dueño de la MGM, deseaba castigar al actor, que hasta ese momento había interpretado papeles de galán con una alta carga sexual, y que había tenido escarceos amorosos que molestaron al jefe. Era indisciplinado y le gustaba demasiado el alcohol. Mayer lo cedió a la Columbia para escarmentarle. Cuando se entrevistó con Capra, Gable acudió borracho, tartamudeando y lamentando su mala suerte, porque estaba convencido de que le habían rebajado su status de estrella de segunda fila a una categoría inferior. "¿Quiere leerse el guión o prefiere que se lo cuente?", le preguntó el director. "Amigo, me importa una mierda lo que usted quiera hacer", le respondió el actor.
- Clark Gable necesitó poco tiempo para descubrir, en palabras de Capra, "el divertido, infantil y atractivo bribón" que era el auténtico actor. Gable sólo tuvo que interpretarse a sí mismo. Y pese a su inicial desprecio hacia la película, se lo pasó en grande durante el rodaje.
- La escena del autobús en la que los pasajeros se ponen a cantar resultó una iniciativa espontánea. Capra dejó que cada uno actuase por su cuenta y todos se divirtieron cantando, incluidos Gable y Colbert, que parecían dos extras más.
- La película constituyó un enorme éxito, tanto de público como de crítica. Y en la ceremonia de los Oscar se produjo un hecho insólito, al ganar los premios a la mejor película, mejor director, mejor guión (Robert Riskin), y mejores intérpretes principales. Muchos años más tarde, "El silencio de los corderos" igualó ese hito. Fue el único Oscar para Clark Gable, que sorprendentemente no obtuvo la estatuilla por su papel de Rhett Butler en "Lo que el viento se llevó".
Gable y su Oscar.
- La popularidad de Clark Gable se disparó gracias a esta película y el supuesto castigo que la MGM había querido inflingirle se convirtió en una bendición para el actor, ya que su cotización obligó a Mayer a revisarle el contrato de forma suculenta para adecuarlo al de las grandes estrellas.
- Una prueba del impacto que causó Gable lo prueba la anécdota de la industria textil. Cuando los espectadores lo vieron con el torso desnudo en el bungalow, el negocio de las camisetas sufrió un descenso notable en la venta. Gable tuvo que ponerse una de esas prendas interiores en su siguiente película ante las súplicas y quejas de ese sector.
- "Sucedió una noche" sirvió de inspiración para un inolvidable personaje de dibujos animados: Bugs Bunny o el Conejo de la Suerte, como se le llamó en España. Aunque siempre se ha comentado que la verborrea del famoso conejo parte de Groucho Marx, su creador, Friz Freleng explicó que le sirvieron de modelo Clark Gable, comiendo una zanahoria en la carretera, y el personaje de Shapeley (Roscoe Karns) cuando no para de hablarle a Ellie (Colbert) en el autobús.