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lunes, 24 de junio de 2013

Roger O. Thornhill

Cary Grant
"Con la muerte en los talones"


¿Qué es el cine? Arte, movimiento, técnica, emociones, humor, pasión, negocio, glamour... Imposible resumirlo en una palabra, pero, si tuviera rostro, le pondría el de Cary Grant. ¿Y quién fue Cary Grant? Un símbolo universal del Séptimo Arte, fascinante icono de la elegancia, inimitable creador de estilo y mito absoluto en el oficio de interpretar.
Sirva esta elocuente anécdota: en una ocasión, Cary Grant asistió, junto con otras personalidades de la cultura, a una cena en honor de Margaret Thatcher, entonces primera ministra del Reino Unido. Cuando terminó el homenaje, el actor Charlton Heston le dijo orgulloso a su esposa: "¿Sabes que estuve sentado al lado de la señora Thatcher?". Su mujer le replicó: "Eso no es nada, yo he estado sentada al lado de Cary Grant".
Todos querían ser Cary Grant. Hasta él, nacido como Archibald Alexander Leach, aspiraba a disfrutar de esa vida, a ser un seductor, un héroe, un cómico y un hombre arrebatador. Una de sus geniales virtudes consistía en saber reírse de sí mismo, perder un poco la dignidad pero con la compostura intacta. Su sentido del humor, sus gestos y su contradictorio porte (elegante pero cómico) le permitían suavizar las situaciones más dramáticas. Había conseguido algo casi imposible: resultar un tipo cercano y familiar para el espectador pese a tratarse de uno de los actores más fascinantes del siglo XX. Digamos que, salvando las distancias, algo parecido a lo que inspira hoy en día George Clooney, si se permite la comparación.
En 1959, después de una trayectoria inolvidable y repleta de obras maestras, participó en una película monumental, "Con la muerte en los talones" ("North by Northwest"), que Alfred Hitchcock, sin duda, no levantó como homenaje al cine, pero que hoy en día parece como si ese hubiera sido su propósito. Como la definió François Truffaut, es el perfecto epílogo de su etapa americana y la quintaesencia de su arte. "Quiero hacer una película de Hitchcock que acabe con todas las películas de Hitchcock", explicó el propio director.
El argumento es, básicamente, una vuelta de tuerca a obras redondas como "39 escalones", "Alarma en el expreso" o "Sabotaje": Roger O. Thornhill (Cary Grant), un rutinario ejecutivo publicitario, es confundido por Phillip Vandamm (James Mason) con el agente secreto de la CIA George Kaplan. Aunque escapa de una primera tentativa de asesinato, Thornhill se verá involucrado en una trepidante lucha por la supervivencia.
En realidad, si consideramos que "North by Northwest" es un monumento al cine se debe no sólo a la calidad de la película y a lo bien que nos lo hemos pasado, sino a la manera en que Hitchcock juega con el espectador. Una vez que acaba la película descubrimos, admirados, lo inverosímil y artificial que resultan algunas partes de la historia, las trampas argumentales que el director y el guionista han ido dejando por el camino, el absurdo macguffin (o intriga final) que en esta ocasión nos ha regalado Hitchcock y la cadena de tremendas casualidades sobre las que se sostiene la trama... Es un experimento psicológico, como si el británico hubiera querido demostrar que el cine en estado puro no es más que el arte del engaño.

Con su secretaria Maggie, antes de empezar los problemas.

Roger O. Thornhill, el personaje de Grant, compendia muchos de los papeles que había encarnado el actor hasta la fecha. Se trata, en esencia, de un tipo corriente de Nueva York que se siente cómodo en la jungla urbana. Precisamente, esa característica es una de las más interesantes de la película, porque todo lo que le va a ocurrir resulta extraordinario: víctima de un secuestro y de varios intentos de asesinato, tendrá que escapar de los villanos y de la policía; se enamorará y será traicionado; se convertirá en espía ocasional y, finalmente... Dejémoslo para más adelante. Si fuera un policía, un agente secreto o un héroe aventurero, el público no se sentiría tan fascinado y compenetrado con Thornhill. Y lo que le hace aún más creíble es que lo interprete Cary Grant, actor acostumbrado a soportar en sus películas situaciones arriesgadas, descabelladas y llenas de equívocos.
Muy en concordancia con su carácter desenvuelto, ingenioso y espabilado, nuestro protagonista trabaja como agente publicitario. Tal vez por ello no siente ningún remordimiento al arrebatarle el taxi a un hombre con la excusa de que su secretaria está enferma: "Maggie, en el mundo de la publicidad no existe la mentira, si acaso se llama exageración", le alecciona una vez dentro del vehículo.
La personalidad de Thornhill queda bien reflejada en los primeros minutos. Es un hombre cordial, elegante y con un porte muy distinguido; se trata, sin duda, de un alto ejecutivo, ya que está lo suficientemente ocupado como para arrastrar consigo a su secretaria hasta el exterior y dictarle las últimas órdenes por el camino. Le preocupa su aspecto hasta el punto de preguntarle a la chica si cree que está engordando. Su sentido del humor es sarcástico, sobre todo en lo que hace referencia a su madre, Clara Thornhill (Jessie Royce Landis).

- Roger: Dígale a mi madre que ya me habré bebido un par de martinis, así que no se moleste en olfatearme el aliento.
- Maggie: ¡Oh, no hará eso realmente!
- Roger: Claro que sí. Como un sabueso.

Sucesivos personajes nos irán revelando detalles de la personalidad de Thornhill. Cuando llega al hotel Plaza para entrevistarse con unos hombres de negocios, por uno de ellos sabremos que Roger es un tipo lento para tomar decisiones, pero perseverante y obsesivo cuando se lanza. Esta cualidad le empujará a meterse en líos a lo largo de la trama.
Thornhill se maneja de maravilla en su mundo, un triángulo compuesto por su trabajo, su vida social y su madre, con quien mantiene una divertida relación. Clara es una viuda que atraviesa por una segunda juventud y que actúa como si fuera su alocada hermana. En ningún momento muestra signos de preocupación maternal, algo que sería más lógico si hiciera caso del peligro real que sufre su hijo; pero lo cierto es que nunca llega a creerse del todo que Roger tenga problemas.

Roger, forzado a emborracharse con bourbon.

La trama de la película ya no nos permite saber más de ese universo suyo, porque de repente dos tipos le secuestran sin explicaciones y se lo llevan a una lujosa mansión. Thornhill se convierte, a ojos de Phillip Vandamm y de su secretario, Leonard (exquisito Martin Landau), en un agente secreto llamado George Kaplan. Lo curioso es que Thornhill creerá estar ante un tipo llamado Townsend, auténtico dueño de la mansión, y que acabará asesinado más adelante en las Naciones Unidas.
A partir de esas horas, el personaje de Cary Grant se va a especializar en lo que él mismo llamará "el arte de sobrevivir". Primero tratará de entender qué le está ocurriendo, porque no es fácil asimilar en pocos minutos un secuestro express, un sorprendente error de identidad y la amenaza de muerte. Cuando los matones Licht (Robert Ellenstein) y Valerian (Adam Williams) ponen a prueba su resistencia al bourbon y se disponen a asesinarlo, descubrimos que Thornhill es un hombre de insospechados recursos: ebrio hasta las cejas, su instinto le lleva a empujar a Licht del coche para no caer por un acantilado, a conducir casi a ciegas por una carretera agónica y a ponerse en manos de la policía. A lo largo de la película le veremos salir airoso de varias situaciones arriesgadas: de la habitación del tal Kaplan en el hotel Plaza, del edificio de las Naciones Unidas, cuando es acusado de asesinato, del tren expreso Siglo XX, del ataque de un avión fumigador, del salón de subastas y, por supuesto, del trepidante final en el Monte Rushmore.

"¿Ustedes, señores, no pretenderán en serio asesinar a mi hijo, verdad?".

Como ocurre en muchas de sus películas, el porte de dignidad que posee Cary Grant se desvanece en situaciones jocosas; en este caso, quien le hace perder esa dignidad suele ser su madre, a quien no le preocupa ridiculizar a su hijo delante de la gente ("¿Ustedes, señores, no pretenderán en serio asesinar a mi hijo, verdad?", como les suelta a la pareja de asesinos en el ascensor del hotel) o por teléfono.
Cuando está relajado, libre de persecuciones, descubrimos a un Thornhill tremendamente seductor: su relación con Eve Kendall (Eva Marie Saint) es explosiva desde el instante en que se juntan en el vagón restaurante.
- Eve: Nunca hablo de amor con el estómago vacío.
- Roger: Usted ya ha comido...
- Eve: Pero usted no.

Cuando Roger conoce a Eve. Una sugerente escena.

Roger burla la vigilancia policial una vez más, pero en realidad ha caído -o eso parece- en manos de la bella novia de Vandamm. A instancias de éste, ella le prepara un encuentro con Kaplan que nunca se producirá: se trata de la mítica escena a campo abierto, en un cruce de carreteras, y de nuevo su empeño por mantenerse vivo evitará que muera; en esta ocasión, perseguido dramática y espectacularmente por una avioneta.
Nuestro personaje entiende ahora que Eve le ha tendido una trampa, aunque no sabe muy bien por qué. Se siente herido, desengañado y airado, pero procura disimular, al menos hasta saber algo más de aquella misteriosa mujer. Gracias a su habilidad para conseguir lo que quiere (muy propio de los publicistas), se planta en el salón de subastas donde, por fin, descubre que Eve y Vandamm están juntos. Otras virtudes propias le permitirán salir con vida de aquella sala: su agudeza para improvisar y su sentido del humor; cuando Roger se siente acorralado, comenzará a pujar sin sentido, provocando al personal para que llamen a la policía. Genial salida, muy habitual en el cine de Hitchcock.
Detenido por dos agentes, Thornhill no acaba en la comisaría, sino en un aeropuerto donde le espera el Profesor (Leo G. Carroll), hombre de la CIA, del FBI o de algún inconcreto servicio secreto del Gobierno. Y por fin, después de una hora y media de metraje, conocerá la verdad oculta de todo cuanto le está pasando: Kaplan no existe, es un señuelo para que Vandamm no descubra al verdadero espía que tiene a su lado, nada menos que Eve Kendall.
Hasta entonces no sabía a qué atenerse, tan sólo escapaba de las situaciones más arriesgadas gracias a su instinto. Ahora ya es dueño de la situación y puede decidir. Es como si la película hubiera sido, además de la búsqueda de un agente inexistente, la aventura de encontrarse a sí mismo. El Thornhill inmaduro y niño grande del principio (dos veces casado y divorciado, felizmente acostumbrado a su madre) ya es un tipo decidido a comprometerse por amor a la chica, su objetivo prioritario.
Encerrado en una habitación de hotel para no poner en riesgo a Eve, Roger consigue escapar por la ventana y se dirige a la mansión de Vandamm, que esa misma noche se va a marchar del país con la chica y con unos secretos de Estado ocultos en una estatuilla. Gracias a su acción, consigue enterarse de que Leonard ha descubierto la verdadera identidad de Eve, por lo que tiene que ayudarle a escapar. Comprometido por amor y convertido en un hombre de acción, resolutivo y con recursos, el desenlace se resuelve de forma dramática en las cabezas de los presidentes del Monte Rushmore. Una elipse magistral encadena la tensión con una inspirada escena en un tren, donde comienza el futuro en común de Eve y Roger.
- ¡Vamos, señora Thornhill!
- ¡Oh, Roger, eso ya pasó!
- Lo sé, pero soy un sentimental.

La escena final.


Curiosidades de la película:
- El título original, North by Nortwest, se le ocurrió al jefe de guionistas de la Metro, Kenneth MacKenna, en referencia a la pérdida de orientación del protagonista. Hitchcock negó rotundamente que surgiera de unos versos de Shakespeare en "Hamlet: "I am but mad north-northwest".
- James Stewart trató de conseguir el papel de Thornhill, pero Hitchcock achacó al actor el relativo fracaso de "Vértigo" y optó por Grant.
- Ernest Lehman, el guionista, quiso hacer "una película de Hitchcock que acabara con todas las películas de Hitchcock".
- Hitchcock no obtuvo permiso para filmar en las Naciones Unidas, ni siquiera en los alrededores, pero se las apañó para seguir con la cámara a Cary Grant cuando entra en el edificio.
- Roger O. Thornill dice en una escena que la “O” de su apellido no significa nada. Fue un guiño a David O. Selznick, cuya “O” tampoco significaba nada.
- La actriz Jesse Royce Landis hace de madre de Cary Grant, aunque en realidad era sólo siete años mayor que él.
- La censura española recortó la escena de amor en el tren y, también en Estados Unidos, se cambió la frase de Eva Marie Saint: “Nunca hago el amor con el estómago vacío” por “Nunca hablo de amor con el estómago vacío”.
- Cary Grant se llevo 450.000 dólares por la película, un porcentaje en los beneficios y 315.000 dólares por retrasos en el rodaje.
- Durante el rodaje en el Monte Rushmore, Eva Marie Saint descubrió con sorpresa que Cary Grant les cobraba a sus fans 15 centavos por autógrafo.
- Hitchcock tenía previsto que Grant estornudara al pasar por la nariz de Lincoln en el Monte Rushmore.
- Martin Landau se quejó a Hitchcock al comprobar que siempre le daba instrucciones a James Mason, Cary Grant y Eva Marie Saint, pero a él no. El director le tranquilizó al asegurarle que nunca daba indicaciones a un actor si creía que lo estaba haciendo bien.

El famoso plano en la carretera. Tampoco es Kaplan.

- El plano final de la película (el tren penetrando en un túnel) es una metáfora sexual de la que los censores no se percataron.
- Con cierto sentido, Roger O. Thornhill está considerado como el primer James Bond de la historia; y así lo reconocieron los guionistas de esa saga. De hecho, el primer actor en el que se pensó para interpretar al agente 007 fue Cary Grant.
- La historia de la falsa identidad de un espía tiene su base real en la II Guerra Mundial, cuando unas secretarias de la embajada británica en Oriente Medio inventaron un agente secreto para despistar a los espías alemanes.
- Aunque en su época no obtuvo reconocimientos (como a menudo ocurría con Hitchcock), hoy en día está considerado como uno de los mejores filmes de la historia del cine, el 44º según el American Film Institute.

domingo, 10 de junio de 2012

Tracy Lord

Katherine Hepburn ("Historias de Filadelfia")

Tracy Lord se deja querer por el encandilado Macaulay Connor. 

"Yo no quiero que me adoren, quiero que me amen"

Existen personajes que están pensados para intérpretes concretos y uno de ellos es, sin duda, el de Tracy Lord: sólo podía ser Katherine Hepburn. No es que se trate de un papel a su medida, es que ambas son la misma persona. Así lo concibió Philip Barry, amigo personal de la actriz, cuando escribió en 1938 la obra teatral del mismo título. Altiva, autoritaria, enérgica, disciplinada, deportista y de una elevada talla intelectual. Cuando la gran dama del cine protagonizó "Historias de Filadelfia" ("The Philadelplhia Story", 1940), Hollywood le acababa de colgar la maldita etiqueta de "veneno para la taquilla". Y ella empezó a redimirse a partir de esta película, como si tuviera que pedir perdón por su férrea independencia en ese mundo dominado por hombres. Básicamente es lo que le ocurre a esta mujer llamada Tracy Samantha Lord.
Conviene advertir, eso sí, que esta comedia hay que verla hoy en día sin los lógicos prejuicios de la época actual. Porque un análisis social ligeramente severo de los personajes puede ofrecer conclusiones casi esperpénticas. Por ejemplo, el más antipático es el prometido de Tracy, George Kittredge (John Howard), un hombre que procede de una clase social baja, lo que le convierte poco más o menos en un advenedizo; Margaret (Mary Nash) es la madre que acepta con bendita resignación y extraña comprensión la permanente infidelidad de su marido, Seth (John Halliday), un vivales que hoy llamaríamos "sinvergüenza" con todas las letras.
La propia Tracy oculta, bajo esa figura de diosa fría e intransigente, la apariencia de una mujer cuyos pecados son, en esencia, su enorme fortaleza y su independencia. ¿Debe cambiar y pedir perdón por ser una estatua en un pedestal o por ser una mujer que piensa por sí misma? Además, la aristocracia es aquí la clase social ideal y envidiable, pese a que presumen de ser lo que, en la actualidad, llamaríamos "parásitos". Lo dicho, "Historias de Filadelfia" es un film de 1940 y no debe sacarse de ese contexto, como ocurre con otras grandes obras maestras del cine.

El punto final a un matrimonio y el comienzo de la película.

El arranque de la película ya resulta muy significativo: C.K. Dexter Haven (Cary Grant) se marcha del hogar conyugal porque no aguanta a su intolerante esposa, Tracy. Ella le rompe los palos de golf en la puerta; él responde empujándola al suelo de un manotazo. Dos años después, la prensa se hace eco del nuevo enlace matrimonial de la joven con un millonario, el insípido George Kittredge. Es un tipo de origen humilde que desconoce muchas de las normas de la alta sociedad.
La madre es quien mejor explica el comportamiento de su hija: "Lo que pasa es que Tracy se impone normas de conducta muy severas y los demás no siempre son capaces de vivir de acuerdo a ellas". Tracy es, pues, la que manda. Era inflexible con las debilidades de su marido, sobre todo con la bebida, lo es también con su padre y, muy especialmente, con la necesidad de preservar su intimidad. Por desgracia para ella, Dexter va a colar en la boda a dos reporteros de la revista sensacionalista Spy como supuestos amigos del hermano de Tracy: Macaulay Connor (James Stewart) y Elizabeth Imbrie (Ruth Hussey).
Ambos tienen tantos prejuicios hacia Tracy como ésta hacia ellos. Macaulay, un tipo sarcástico, escéptico y, sobre todo, frustrado escritor que está descontento con su trabajo, sospecha que la joven es una estúpida snob; cuando ella se presenta ante la pareja decide no sacarles del error y exagera esa impresión con una  cursilería casi enfermiza.
- Connor: Y respecto a esa chica, Tracy Samantha Lord...
- Dexter: ¿Qué pasa con ella?
- Connor: ¿Cuáles son sus características?
- Dexter: Odia a la gente que lleva puesto el sombrero en casa.
El corazón de Tracy es, al principio, un misterio para todos, incluso para el espectador. Se muestra cariñosa con su novio, pero no hay evidencia de amor hacia él; quiere humillar al periodista porque representa, al menos a primera vista, la clase intelectual que tanto detesta; es dura y sarcástica con su anterior marido y apenas se aprecian signos de la vieja pasión que pudo haber entre ellos a lo largo de la película. "La pelirroja de siempre: ni amargura ni recriminaciones, sólo un buen izquierdazo en la mandíbula", le apostilla su ex.
Pero existe también una Tracy risueña, amistosa, familiar y sensible, que se divierte montando a caballo, trasteando con su hermana pequeña Dinah (Virginia Weidler) o leyendo en la biblioteca, con deleite, los cuentos que escribió Macaulay Connor antes de ganarse el pan con la prensa rosa. Es una mujer divertida en el fondo, aunque demasiado preocupada por la pulcritud y la disciplina como para que se le note.

Tracy, intransigente y distante con su padre. 

Los hombres la ven como una especie de diosa, aunque con diferentes intenciones. Para Kittredge, esa es precisamente su principal virtud. Lo que quiere es construirle una torre de marfil para adorarla a todas horas. "Nadie ha sido ni será tu dueño y señor", le asegura. Dexter Haven opina que sería una mujer ideal si se bajara del pedestal y cometiera errores: "Por supuesto, es tolerante con ciertos defectos... a excepción de los defectos ajenos". El padre considera que su intolerancia ha arruinado la perfecta relación que mantenían cuando era más joven: "Tienes todo lo que puede tener una mujer encantadora, menos lo esencial, un corazón comprensivo. Y sin eso daría lo mismo que fueras de bronce".
Tracy desorienta especialmente a Connor, que pasa del rechazo inicial, la sorpresa (al verla leyendo su libro de cuentos en la biblioteca) y la suspicacia (cuando ella le ofrece su casa de campo para que siga escribiendo) a una progresiva fascinación. Cuando todo el mundo parece ponerse en su contra, cuando recibe sucesivos reproches por su intransigencia y su frialdad, Macaulay (o Mike) acabará siendo su refugio.
Existe una tercera Tracy que sólo aparece en contadísimas ocasiones: cuando bebe champán. Por lo que sabemos, ocurrió una vez durante su matrimonio con Dexter: se subió desnuda al tejado y se puso con los brazos abiertos mirando la luna. Aunque es algo que ella no recuerda o no desea recordar. Y en la noche previa a su boda volverá a suceder. Apreciamos entonces una mujer mucho más divertida, a la vez sensual, despreocupada y provocativa. "De repente, lo que antes consideraba de gran importancia ya no me lo parece tanto", le confiesa a su madre.
Los momentos más fascinantes de esta mujer suceden al lado de Macaulay, ahora llamado Mike. Ambos salen de la fiesta con más champán de la cuenta; se buscan para pasarlo bien cuando los demás (un Dexter pasivo y un Kittredge soporífero) se retiran a descansar; ambos, en fin, deciden jugar al romance, abiertos a todo, cuando se ven solos en el jardín de la mansión.
La larga y apasionante secuencia nocturna siempre me ha parecido una película distinta. Es evidente que existe una química especial entre Tracy y Mike que, sin embargo, echamos de menos en su relación con C.K. Dexter Haven (genial nombre, por cierto). También es notorio que los dos están deseando que ocurra algo: Macaulay, porque se siente muy atraído por esa mujer, y Tracy, porque necesita que la quieran de verdad, no que la idolatren.

Tracy, en brazos de Macaulay, ante la mirada de Kittredge y Dexter.

Katherine Hepburn está simplemente adorable: cuando acerca su rostro al de James Stewart de forma sensual y arrebatadora; cuando le lanza miradas que apabullan al periodista; al reprocharle lo que a ella siempre le han recriminado, su intolerancia, o cuando trata de desarmarle con su ingenio dialéctico.

- Si me dan a elegir, me quedo con la clase baja, entérate.

- Y con un millón de dólares...
- ¿Qué has querido decir?
- Me equivoqué.
- No hay duda de que estás insultándome. ¡No! ¡No pidas perdón!
- ¿Perdón? No iba a hacerlo.

La escena está lleno de instantes románticos, en los que sus conciencias acaban frenando siempre el impulso y la pasión. Macaulay le dice lo que necesita escuchar: ella es un sueño hecho realidad, tiene un fuego intenso en su interior y está llena de vida y de encanto. Sin embargo, el beso apasionado al que se entregan parece disipar las dudas: "¿Esto puede ser algo parecido al amor?", le pregunta él. "¡No, no, no! No es posible, no puede ser. Sería terrible. Además, sé que no lo es".
A la mañana siguiente, Tracy aparece con una fuerte resaca ("ayer debí tomar demasiado el sol") y no se acuerda de lo ocurrido por la noche. Intuye que algo grave ha podido pasar cuando ve las caras de Dexter y Macaulay. De repente ya no es la mujer soberbia y segura de sí misma, sino una joven vacilante, indecisa y preocupada. Definitivamente humana.
Romper con George Kittredge es el primer paso hacia su redención, si es que se puede llamar así al proceso de transformación que va a sufrir: humilde, cariñosa y amable e incluso capaz de pedir perdón. Así es la nueva Tracy Lord, otra vez al lado de C.K. Dexter Haven. Es lo que todos esperaban de ella, ¿no?

... Y volvieron a ser felices.

La película
- Cuando Katherine Hepburn apareció en la famosa lista de "veneno para la taquilla" (con Fred Astaire, Joan Crawford, Marlene Dietrich, entre otros), dejó por un tiempo el cine y protagonizó en Broadway "The Philadelphia Story", escrita por Philip Barry, que era su amigo. Éste había creado una parodia de la fama que tenía la actriz de autoritaria y poco femenina. Además, se había basado en otro personaje real, muy conocido en Filadelfia, la filántropa Helen Hope Montgomery Scott
- La obra fue un gran éxito y las productoras empezaron a pujar por los derechos para el cine, sin pensar en ningún momento en la actriz para la que se había escrito la pieza teatral. La pareja de Katherine Hepburn en ese momento, el magnate Howard Hughes, fue quien le regaló a ella los derechos. 
- La actriz vendió la obra para el cine a la MGM, pero con tres condiciones: ella sería la protagonista, la adaptación correría a cargo de dos guionistas desconocidos, Donald Odgen Stewart y Waldo Salt, y podría elegir al director y a los actores principales.
- Como director escogió a su amigo George Cukor y como protagonistas, a Clark Gable y Spencer Tracy. No obstante, estos tenían otros compromisos y la MGM le sugirió entonces a Cary Grant y James Stewart.

George Cukor dirige a los actores.

- Curiosamente, James Stewart se ofreció para el papel de Macaulay Connor sin saber que ya había sido elegido.
- De la obra teatral se prescindió de un personaje, el hermano de Tracy. Joseph Cotten (Dexter) y Van Heflin (Connor) fueron sus principales protagonistas masculinos.
- El célebre manotazo que le da Cary Grant a Katherine Hepburn al comienzo de la película fue idea de George Cukor para satisfacer al público que odiaba a la actriz. Así, en el resto de la película ya no caería tan mal al haber sido "escarmentada" previamente.
- El rodaje de la película costó tan solo ocho semanas, en gran medida porque Cukor no tuvo que repetir ninguna escena.
- Donald Odgen Stewart ganó el Oscar al mejor guión, James Stewart, al de mejor actor y la película contó con cuatro nominaciones más, una de ellas para Hepburn, que pudo resurgir en el cine gracias a esta obra. Stewart, en un rasgo de honestidad, afirmó que la estatuilla la merecía mucho más Henry Fonda por su espléndido papel de Tom Joad en "Las uvas de la ira", de John Ford.
- El productor del film era Joseph L. Mankiewicz, guionista y, desde 1946, uno de los más grandes directores de Hollywood.

domingo, 16 de enero de 2011

Alicia Huberman

(Ingrid Bergman, "Encadenados")

El agente Devlin protege a Alicia Huberman.

Alicia Huberman es una mujer única en la filmografía de Alfred Hitchcock. Por mucho que repase los personajes femeninos de su cine no encuentro a nadie tan sacrificado y entregado como ella. Si acaso posee el aire victimista de Margot ("Crimen perfecto"), comparte la misma afición juvenil por la bebida, la juerga y los hombres que la redimida Melanie Daniels ("Los pájaros") y se echa en brazos del enemigo, al igual que Eva Kendall en "Con la muerte en los talones". Además, es tan apasionada que no juega ni coquetea con el amor: Alicia se entrega a Devlin con sincera devoción. A pesar de la fabulosa trama que se teje a lo largo de "Encadenados" ("Notorious", 1946), se diría que el único propósito que ella persigue es demostrarle a ese hombre que es una mujer de la que se puede fiar y enamorar.
Alicia resulta tan espléndida como la actriz que la interpreta, una Ingrid Bergman que ya había protagonizado excelentes películas, entre ellas "Casablanca" y "Luz que agoniza". Su carrera y su personalidad resultan admirables; además de una elegante belleza, Bergman poseía un halo trágico que encajaba muy bien en los papeles de cierta complejidad dramática. Su relación con el director italiano Roberto Rossellini destapó la bajeza moral del Hollywood más hipócrita e ingrato, ya que llegaron a declararle persona non grata. Pocos años después la encumbrarían de nuevo entre ovaciones y homenajes, pero el mal ya estaba hecho.
"Encadenados" es una historia de amor que late con fuerza entre botellas enigmáticas, llaves misteriosas, espías nazis, agentes federales y personajes de poderoso magnetismo. Alicia es hija de John Huberman, un agente alemán que ha sido condenado a veinte años de prisión por traición a los Estados Unidos. Agobiada por la presión policial y por su traumática situación familiar, ella sólo quiere olvidarlo todo con juergas, alcohol y compañía masculina.
La película arranca en Miami (Estados Unidos) en abril de 1946. Alicia da una fiesta en su casa tras el juicio a su padre. Reparte whisky y frivolidad entre sus invitados, pero hay uno especialmente que le llama la atención. No habla, no se inmuta; lo vemos de espaldas y sabemos lo atractivo que debe ser a través de la encandilada mirada de Alicia. Cuando se quedan solos descubrimos a T.R. Devlin (Cary Grant), un tipo elegante y frío, pero con un fuerte magnetismo.
Por lo que sabemos a lo largo de la película, ella es una mujer sensual, seductora con los hombres y ociosa, con un nivel de vida lujoso, al igual que los amigos que la acompañan. Parecen vivir en una continua fiesta, ahora en las playas de Miami y al día siguiente en La Habana. Hitchcock sólo nos da una pista acerca de su comportamiento: cuando descubrió las actividades de su padre, su mundo se derrumbó y es posible que actúe con ligereza en la vida para olvidar que es hija de un nazi.
Chica de mala fama: ese es uno de los significados de "notorious", el título original. En versión doblada nos ofrecieron otro igual de sugerente: encadenados. En el momento en que salen afuera y él le coloca un pañuelo a la altura del ombligo sentimos el alcance del título en castellano.
- ¿No necesitas un abrigo?
- Tú eres mi abrigo.

Alicia quiere borrarle la sonrisa de la cara a Devlin.

Devlin es un agente federal, pero ella sólo lo sabrá cuando un policía la detenga por conducir borracha y a gran velocidad, ya que ha decidido borrarle la sonrisa de la cara a ese hombre tan imperturbable y seguro de sí mismo. Alicia reacciona con agresividad al conocer de quién se trata y él le pega un puñetazo en la barbilla para dormirla; al día siguiente le explica el plan: el FBI la quiere utilizar para desmontar una red nazi en Sudamérica que tiene su sede en Brasil. Ella se muestra escéptica incluso cuando le pone una grabación en la que se demuestra que aborrece a padre y defiende el país que los acogió, los Estados Unidos.
Está dividida entre el odio que siente hacia la policía y su atracción por Devlin y éste no hace nada por convencerla, se muestra frío e indiferente. Cuando ella acepta, ni siquiera se lo agradece, simplemente se levanta y se marcha sin más; le deja bien claro que si ha habido algún momento de atracción sólo ha sido porque se trataba de su misión.
En el avión que les traslada a Río de Janeiro hay un momento prodigioso que casi pasa desapercibido. Devlin le ha comunicado que su padre se ha suicidado y para ella resulta un alivio. "Ya no tengo que seguir odiándole ni odiándome a mí misma". Cuando Alicia contempla la ciudad por la ventanilla de la derecha, su cuerpo y su rostro se inclinan hacia Devlin, que la mira como si hubiera recibido un flechazo instantáneo: resulta absolutamente revelador, porque en apenas tres segundos nos damos cuenta de la súbita atracción que siente hacia esa mujer a la que hasta hace un rato aborrecía.
Huberman se siente fascinada por ese tipo que no le hace ni caso, que contesta con monosílabos y que desconfía de su nuevo estado de ánimo. Se ha enamorado y eso la ha cambiado, pero no parece suficiente para el agente federal, frío, odioso y escéptico.
- ¿Me has oído? Me he vuelto abstemia. Un buen cambio, ¿eh?
- Bueno, eso es sólo una frase.
- ¿No puede cambiar una mujer?
- Sí, cambiar es divertido... durante un rato.
Mientras esperan instrucciones del capitán Paul Prescott (Louis Calhern), ambos están juntos a todas horas y esa estrecha relación acaba en el primer beso de amor. Alicia ha manejado la situación hasta donde ha querido y se entrega a Devlin sin condiciones. El largo beso en el apartamento, interrumpido por las cortas palabras que se dedican, es un momento de pasión irrepetible en la historia del cine. La mirada de Ingrid Bergman ilumina toda la secuencia hasta que él se despide en la puerta.

Uno de los besos más famosos de la historia del cine.

- Nuestro amor es bastante extraño.

- ¿Por qué?
- Porque a lo mejor tú no me quieres. ¿Me quieres?
- Los actos importan más que las palabras.

Paul Prescott le cuenta a su agente el plan previsto para Alicia: debe contactar con Alex Sebastian (Claude Rains), el jefe de la red nazi en Brasil, para saber todos los datos posibles acerca de sus actividades. A Devlin no le gusta la idea y le explica a Prescott que ella no es esa clase de mujeres. Pero su sentido del deber le lleva a retomar esa pose fría y desapasionada cuando vuelve a su lado. Ya no le abraza cuando ella, amorosa, juguetona y bromista, reanuda aquel beso.

- Este es el momento en que me vas a decir que tienes esposa y dos niños encantadores. Y que esta locura no puede continuar ni un minuto más.

- Apuesto a que has oído eso muchas veces.

La magia entre ambos ha desaparecido de repente. Alicia se siente humillada y herida por ese golpe bajo que le ha propinado. De nada ha servido el cariño de los últimos días y sus esfuerzos para demostrarle que es una mujer de fiar. Es como volver a empezar. Lo peor es que la misión significa agradar y enamorar a un hombre, es decir, una regresión al pasado que quería olvidar. "
¿No dijiste nada? ¿Por ejemplo, que no era la mujer adecuada? Ni una palabra a favor de esta loca enamorada que habías dejado unas horas antes"
, lamenta resignada.
Devlin no está por la labor de ayudarla. No quiere decidir por ella. Seguramente bastaría con una insinuación o un leve consejo, pero se muestra hermético incluso cuando le pide, como último recurso, que le diga lo que no se atrevió a decirles a sus jefes: que es buena, que le ama, que no cambiará más. "Espero tu respuesta", es su lacónica contestación. La habilidad de Hitchcock evita que el público odie a Cary Grant en ese momento: dedica miradas implacables a Alicia, sin un resquicio de compasión ni de simpatía; pero de alguna manera intuimos que en su interior le falta poco para abrazarla.

Ingrid Bergman, fascinante en la película.

Tal vez lo que nos saca de quicio es que Alicia Huberman es un personaje desamparado que busca la felicidad y el cariño de manera desesperada. Devlin tiene demasiados prejuicios como para colmarla. No sólo ha renunciado a hacerlo, sino que le lanza en brazos de un hombre que estuvo enamorada de ella, aunque no le correspondió.
Alicia contacta con Alex Sebastian y acepta cenar con él. Tras aclararle que Devlin la sigue desde que se conocieron en el avión, le lanza sus redes pero sin alardes, lo justo para conseguir que le invite a su casa. La mansión ya tiene una dueña, madame Anna Sebastian (la impresionante Leopoldine Konstantin), que posee una sonrisa y una mente tenebrosas.
- No testificó en el juicio de su padre. Pensamos que no era muy normal.
- Él no quiso. No dejó que sus abogados me llamaran a declarar.
- Me pregunto por qué lo haría.
La madre desconfía de Alicia y no quiere que Alex le dé muchas explicaciones delante de los invitados. Sin embargo, puede observar una escena extraña: un tal Emil Hupke se pone muy nervioso al ver una botella en el salón. Aunque luego pide perdón por su misteriosa reacción, los demás deciden eliminarlo, tarea de la que se encarga Eric Mathis (Ivan Triesault). Hitchcock ya ha introducido su particular macguffin, una botella contiene un misterio que afecta a toda esa red de espías nazis.
Alicia deberá comportarse como una excelente actriz ante Alex: por un lado tiene que enamorarle, lo que no le resultaría difícil antes, pero sí ahora que ama a otro hombre; además, ha de aparentar que ella también siente una atracción hacia él y que Devlin no significa nada, pese a que en el hipódromo han vuelto a estar juntos y Alex Sebastian ha intuido al verlos que hay algo más que simple amistad entre ellos. Quiere estar plenamente convencido de ella. Por eso le pide en matrimonio.
La proposición sorprende a Alicia, a Devlin y a los jefes del FBI, quienes creen que la capacidad seductora de la joven ha sido la clave del éxito. Cuando le preguntan a la señorita Huberman si llegaría tan lejos por la misión, ella mira constantemente a Devlin, que está vuelto de espaldas sin querer saber nada. Como siempre, él está esperando que ella decida. Alicia habla con Prescott y con los demás, pero su mirada está fija en la figura ausente de su amante por si encuentra algún signo que le impida casarse con Alex. Pero sólo halla sarcasmo.
Tras la luna de miel, Alicia asume el mando de la casa sin tener que enfrentarse a la madre, obligada por su hijo a mantenerse en un segundo plano. Dispone de todas las llaves de la mansión excepto una, la de la bodega. Cuando vuelve a encontrarse con Devlin, éste tiene claro que el misterioso asunto de la botella sólo se podrá resolver si ella se apodera de la llave. Por primera vez en mucho tiempo demuestra comprensión y simpatía hacia ella.
- Lo estás haciendo muy bien.
- No es divertido, Dev.
- Un poco tarde para eso, ¿no?

Devlin y Alicia, en su habitual punto de encuentro.

La tensión se dispara. Hasta entonces sólo ha tenido que desplegar sus armas femeninas, pero ahora deberá jugar a espías sin serlo. La escena en que le quita a Alex la llave de la bodega es magistral, con primeros planos que aceleran el corazón. Alex le coge sus manos con cariño, abre su puño derecho y lo besa; va a coger el izquierdo, donde está su llave, y ella se lanza a abrazarle. Es un aperitivo de la soberbia secuencia de la fiesta, que nos tiene en vilo desde el instante en que Alicia le entrega la llave a Devlin, que ha sido convenientemente invitado. El suspense se recrea en las botellas de champán que se van abriendo para los invitados: a la velocidad en que los camareros las descorchan es posible que el anfitrión tenga que bajar a la bodega a por más... y no tiene la llave.
Mientras Devlin aparenta, como siempre, una pasmosa serenidad, el espectador se pone en la piel de Alicia, que está sufriendo una angustia interminable conforme observa cómo se agotan poco a poco las reservas de champán. En un gesto casi inútil, ella rechaza siempre las copas que le ofrecen; al mismo tiempo, procura mantener una sonrisa forzada porque es consciente de que su marido vigila todos sus movimientos.
La tensión se eleva cuando Devlin y Alicia bajan a la bodega para investigar. Él tira al suelo sin querer una botella pero lo que se derrama no es líquido, sino una sustancia arenosa que podría ser uranio. No hay apenas tiempo para nada: Alex está llegando a la bodega con su criado para coger más champán y la única manera de que no sospeche que han estado fisgando es representar una escena amorosa. Para la nueva señora Sebastian no es, sin embargo, ninguna representación: estaba deseando volver a besar a Devlin, aunque a Alex le cuenta que no ha podido evitarlo, que el invitado estaba borracho e iba a montar un escándalo. Él sólo tiene que aparentar sentirse despechado ante el marido: "La conocí y la quise antes que usted, pero no he tenido tanta suerte", le explicará.
La escena teatral no ha servido para nada porque Alex se percata de que le falta la llave de la bodega. Al acostarse deja el manojo de llaves en su escritorio; a la mañana siguiente aparece la que buscaba. Enseguida se da cuenta de todo. "Me he casado con una espía americana", le revela a su madre. Anna Sebastian sabe tan bien como su hijo que sus camaradas le matarán si se enteran, pero decide un plan: "Tiene que irse... pero lentamente. Podría caer enferma".

Alicia agoniza en la cama, envenenada poco a poco. 

El veneno que le suministran en el café le va debilitando poco a poco. Su aspecto cuando se reencuentra con Devlin en su banco de cita habitual es el de una mujer agotada y enferma, pero ella se lo oculta porque él no le ha revelado lo que ya sabe, su intención de marcharse de Brasil e irse a España. Se siente herida de nuevo y lo último que desea es darle lástima.
- ¿Enferma?
- No, resaca.
- Vaya novedad, has vuelto a la botella.
- Me aligera las tareas.
Alicia rompe la relación con Devlin de una manera simbólica: le devuelve el pañuelo que él le anudó en su cintura cuando se conocieron; lo ha guardado desde entonces como si fuera su anillo de compromiso. La forma en que habla y mira a Devlin, con una profundidad y una sinceridad espléndidas, dice mucho de Ingrid Bergman en esa excelente escena, una de las mejores de la película.
Pero, sin duda, el momento más impresionante de la actriz es cuando descubre por sorpresa que no está enferma, sino que la están envenenando. El doctor Anderson (Reinhold Schünzel), otro de los agentes nazis, acude a visitarla y le anima a curarse en las montañas Aymores. Alex corta la conversación de golpe para que el médico no revele nada del proyecto que llevan a cabo; cuando el doctor se dispone a coger la taza de café de Alicia por equivocación, madre e hijo reaccionan alarmados. Ella mira la taza y se da cuenta de lo que está ocurriendo; se levanta, trata de ahogar el horror que le produce su terrible descubrimiento; se marcha hacia la habitación y cae desmayada antes de llegar a las escaleras. Cuando recobra el conocimiento grita de impotencia porque sabe que va a morir. Sinceramente, creo que es una de las escenas mejor elaboradas por Hitchcock y un prodigio de actuación por parte de Ingrid Bergman.
Alex Sebastian y su madre la recluyen en una habitación a la espera de su lenta muerte. Se encuentra tan débil que no puede escapar. Devlin ha estado un día entero esperándola e intuye que algo grave está pasando, por lo que decide ir a la casa. Por primera vez actúa según lo que le dicta el corazón. Cuando la encuentra y descubre cómo está, por primera vez le confiesa su amor. Alicia está absolutamente feliz pese a su delicado estado de salud.
 
- Dilo otra vez. Me mantiene despierta.
- Te quiero.

Devlin, Alicia, Anna Sebastian y su hijo Alex, en la soberbia escena final.

La escena final de "Encadenados" es una obra maestra por sí sola. Devlin maneja la situación con una soltura envidiable mientras desciende las escaleras lentamente con ella a su lado. Alex, que inspira más compasión que odio -al margen de esas maquinaciones nazis que jamás llegamos a saber en qué consisten exactamente- es la víctima ahora. Cuando Devlin le cierra las puertas del coche sabemos que está sentenciado por sus camaradas. Dentro, Alicia sonríe feliz. Ha tenido que casarse con un tipo al que no quería y estar al borde de la muerte para que el hombre al que ama le abra por fin su corazón. Nosotros sólo podemos decir: Ya era hora, Devlin.



miércoles, 27 de octubre de 2010

Susan Vance (Katherine Hepburn, La fiera de mi niña)

“Reconozco que en los momentos de paz me he sentido atraído por usted, pero lo cierto es que no ha habido paz”.  David Huxley (Cary Grant)

Susan, siempre más libre que David.

Katherine Hepburn está considerada como la mejor actriz de todos los tiempos y no tengo argumentos ni deseos de discutir esa merecida distinción. Existe al menos una docena de grandes películas que lo respaldan y el doble de personajes protagonizados por ella que prácticamente lo confirman. De todos ellos, siento verdadera devoción por Leonor de Aquitania (“El león de invierno”), Tracy Lord (“Historias de Filadelfia”), Amanda Bonner (“La costilla de Adán”), por supuesto Rose Sayer (“La reina de África”) y, especialmente, ese delicioso desastre natural que se llama Susan Vance.
La actriz tenía 31 años cuando afrontó la primera comedia loca (“screwball comedy”) de su carrera. Aunque ya era una estrella gracias a “Gloria de un día”, “Damas de teatro” y “Mujercitas”, los estudios la consideraban “veneno en taquilla”. Y “La fiera de mi niña” (“Bringing up, Baby”, 1938), dirigida por Howard Hawks, no iba a ser una excepción. Posiblemente, el espectador de aquella época ya tenía bastante con los hermanos Marx y no estaba preparado para asimilar semejante desenfreno de comedia con otros intérpretes.

Paula Prentiss con Rock Hudson.
Susan Vance es un personaje irracional pero encantador y ese equilibrio es uno de los que más escuela han creado en el cine. Directamente la imitaron Barbra Streisand (“¿Qué me ocurre, doctor?”) y Paula Prentiss (“Su juego favorito”), casi dos homenajes de Peter Bogdanovich y del propio Hawks, pero la personalidad de Susan la hemos visto reflejada en infinidad de actrices, desde Barbara Stanwyck y Jennifer Jones a Rosanna Arquette y Melanie Griffith.
El argumento de la película podría explicarse así: El profesor David Huxley (Cary Grant) necesita un millón de dólares para su museo de historia natural y tropieza con Susan Vance, la sobrina de la millonaria señora que debería donarle ese dinero. En apenas veinticuatro horas será cómplice del robo de un vehículo, tendrá que comprarle 12 kilos de solomillo a un leopardo, perseguirá de forma incansable a un perro, vestirá un salto de cama femenino, le tomarán por loco hasta los empleados de un circo y hará el ridículo de una manera permanente.
David conoce a Susan en el campo de golf donde ha quedado con Alexander Peabody (George Irving), abogado de la millonaria Carleton Random (May Robson). Le ha quitado su pelota de golf, pero ella no atiende a razones. Tampoco cuando se dispone a marcharse con el vehículo de David.
“Su pelota de golf, su coche... ¿Pero hay algo aquí que no sea suyo?”.
“Por suerte, usted”.
Es evidente que Susan vive a un alto nivel, sin necesidad de trabajar, gracias a las rentas de su tía. No conocemos nada de sus padres ni de su pasado, ni de su éxito con los hombres ni de sus amistades. De su vida privada sólo sabemos que tiene un bonito apartamento y que su hermano Mark está en Brasil. Es una mujer inclasificable e independiente. La vemos en una fiesta sentada en la barra del bar y jugando con el camarero a meter olivas en las copas. Ahí vuelve a encontrarse con David, con humillante resultado para él. “Se le cae una aceituna y yo me siento en mi sombrero, veo que todo encaja”.

David siempre está huyendo de ese desastre natural que es Susan.
 Ella se ha fijado en ese hombre con gafas, torpe y despistado que la regaña siempre y que anda preocupado sólo por la clavícula intercostal del brontosaurio que tiene en el museo. Su mirada nos muestra de repente que acaba de encontrar al hombre de su vida y, pese al rechazo de David, no va a darse por vencida. En la misma fiesta, y tras una breve conversación con el psiquiatra Fritz Lehman (Fritz Feld), le persigue con resultados catastróficos: se equivoca de bolso, le rasga la levita y ella acaba con el vestido roto, enseñando su ropa interior (“¿No pensará que lo hice a propósito?”, es la disculpa que repite). La genial salida que improvisan para que nadie la vea en paños menores es una de las escenas más divertidas del cine.
Susan Vance es un cóctel que de vez en cuando se agita frenéticamente: irreflexiva, absurda, irracional, despreocupada, caprichosa, mentirosa, divertida, imprudente y espontánea. Para David Huxley es un torbellino peligroso. Primero le convence de que el abogado que busca, Peabody (a quien de forma sistemática él siempre da plantón), es amigo suyo y hace todo lo que le pide; luego se le ríe en la cara cuando le cuenta que se va a casar: “¿Y para qué?”, exclama jocosa; al día siguiente le llama por teléfono para preguntarle si quiere un leopardo y, cuando él acude en su ayuda por creer que le está atacando, se mete definitivamente en el lío. “Usted lo ve todo al revés, no he conocido a nadie igual”.
A Susan no le queda más remedio que improvisar para atraerle y así retrasar su boda con la señorita Swallow (Virginia Walker). Se llevan a Baby, el leopardo, a la finca de su tía en Connecticut, y lo que les ocurre es un frenesí continuo. Para ella, sin embargo, no hay nada extraordinario en lo que hace. Parece como si robar un vehículo, chocar contra un camión o arrastrar a un leopardo formaran parte de su cotidiana existencia. “David, no hay quien le entienda, en cuanto se soluciona una cosa empieza a preocuparse por otra”, le reprocha.

Baby, el otro protagonista de la película.

Dispuesta a todo para que no regrese a Nueva York, ordena que laven y planchen su ropa mientras él se ducha. David tiene que salir con una bata femenina, lo que da pie a uno de los diálogos más analizados y polémicos (por los rumores de homosexualidad en torno a Cary Grant) de la época:
“¿Por qué va vestido así?”, le pregunta la tía Elizabeth Random.
“¡Porque de pronto me he hecho gay!”, exclama él en la versión original.


Susan es incansable para meter en líos al que ya considera “el único hombre al que he amado”. A su tía le hace creer que sufre un trastorno psíquico, que se llama David Hueso (Bone en original) y que su ocupación es la caza mayor. El diálogo entre ellas no tiene desperdicio:

- ¿Cómo se llama él?
- David… Hueso.
- ¿Huesos?
- Un hueso.
- Uno o dos huesos sigue siendo ridículo. ¿A qué se dedica?
- Caza.
- ¿Qué caza?
- Animales.
- ¿Caza mayor?
- Enorme.

Durante la cena, a la que acude el comandante Horace Applegate (Charles Ruggles), David sólo se ocupa de vigilar al perro George -que le ha robado su hueso prehistórico- para que no se encuentre con Baby. Susan, mientras tanto, sigue a lo suyo: “El señor Hueso tiene dos médicos; uno le dice que descanse y el otro, que haga deporte”, les explica a su tía y a Applegate para justificar la extraña conducta de David.
Cuando el leopardo se escapa, la trama se complica de una manera vertiginosa. Susan le pedirá a David que hable con el personal del zoo para que atrapen al leopardo, pero cuando se entera de que la mansa fiera es un regalo para su tía, se enfada con él por cumplir lo que le había pedido: “Oh, David, nos has metido en un buen lío”.

David Huxley, al borde de la desesperación.

La persecución del leopardo y del perro transcurre por el bosque de manera delirante. Se caen por un barranco, se hunden en el río, roban un peligroso leopardo creyendo que es Baby… Susan está deliciosa cuando se pone a bailar al perder un tacón y observa con dulzura a David, que ya no lleva gafas. Pero cuando éste le invita a marcharse porque es un estorbo, ella se echa a llorar por primera vez. Juraría, una vez más, que no es más que una de sus tretas para conseguir lo que se propone.

- ¿Quieres que vuelva a casa?
- Sí.
- ¿No quieres que te ayude?
- No.
- ¿Con lo que nos divertimos?
- Sí.
- ¿Con todo lo que he hecho por ti?
- Por eso mismo.

La pareja va a parar a la cárcel, donde el sheriff Elmer (más absurdo si cabe que Susan), acabará encerrando a todos, incluida a la tía Elizabeth. Susan se da cuenta de la estupidez de ese hombre y decide ponerse a su altura para tratar de escapar; así, le hace creer que todos pertenecen a la “banda del leopardo”, imita a la perfección la voz de una delincuente barriobajera (Susie “Cerraduras”) y en un descuido se escapa por la ventana.

“Veo que cojea. ¿Le hirieron en algún golpe?”
“No, he perdido el tacón”

Susan es tan obstinada que acaba atrapando al leopardo peligroso que se había escapado, convencida de que se trata de Baby. No podemos ni imaginar cómo habrá podido hacerlo, pero ahí está ella, satisfecha mientras los demás contemplan aterrados a la fiera. David le ayudará con sangre fría y lo encerrará antes de desmayarse.
Un hombre puede enamorarse de una mujer así, no cabe duda, pero ¿será capaz de convivir con semejante peligro? Mientras trabaja en su brontosaurio, David Huxley se da cuenta de que está enamorado de Susan. No puede evitarlo. Le arruinará el museo, le pondrá en ridículo muchas veces y transformará su apacible y metódica vida en una continua e inesperada pesadilla, pero, puestos a elegir, se lo va a pasar en grande el resto de su vida. Como nosotros desde que se estrenó esta joya de película.

Curiosidades
- “La fiera de mi niña” está considerada hoy en día como la “screwball” del cine por excelencia y una de las mejores películas de todos los tiempos. No obstante, en su día sólo recaudó unos 300.000 dólares, ni siquiera una tercera parte de lo que costó.
- En el guión, firmado por Dudley Nichols, participó Hagar Wilde, la autora de la novela corta en que está basada la película.
- Katherine Hepburn sólo había protagonizado dramas románticos y comedias blandas antes de hacer el papel de Susan. A Hawks le costó trabajo explicarle que no tenía que hacerse la graciosa, sino dejarse llevar por las situaciones. La Hepburn lo entendió perfectamente.
- La actriz estaba atravesando en esos momentos por una delicada situación: por un lado, estaba luchando para conseguir el papel más codiciado del momento, la Escarlata O’Hara de “Lo que el viento se llevó”, para la que existían numerosas candidatas. Además, por Hollywood circulaba una lista de intérpretes “venenosos” para la taquilla y ella estaba incluida, junto a Joan Crawford, Greta Garbo, Marlene Dietrich o Fred Astaire, entre otros. 
- Su relación sentimental con el magnate Howard Hughes le permitió protagonizar a Susan, aunque no consiguió imponer, como pretendía, a Spencer Tracy para el papel de David.
- El rodaje debió ser un divertido caos, ya que Howard Hawks improvisaba a su antojo y cambiaba el guión con mucha frecuencia. Los actores aportaron ideas y diálogos sobre la marcha.
- El perro George se llamaba Skippy y había saltado a la fama en las películas “La cena de los acusados”, “Ella, él y Asta” y “La pícara puritana”, entre otras.
- Katherine Hepburn se encariñó del leopardo durante el rodaje y jugaba con él a todas horas. A la domadora de la película le asombró la facilidad con que la actriz dominaba a los animales.