Mostrando entradas con la etiqueta Alfred Hitchcock. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Alfred Hitchcock. Mostrar todas las entradas

lunes, 24 de junio de 2013

Roger O. Thornhill

Cary Grant
"Con la muerte en los talones"


¿Qué es el cine? Arte, movimiento, técnica, emociones, humor, pasión, negocio, glamour... Imposible resumirlo en una palabra, pero, si tuviera rostro, le pondría el de Cary Grant. ¿Y quién fue Cary Grant? Un símbolo universal del Séptimo Arte, fascinante icono de la elegancia, inimitable creador de estilo y mito absoluto en el oficio de interpretar.
Sirva esta elocuente anécdota: en una ocasión, Cary Grant asistió, junto con otras personalidades de la cultura, a una cena en honor de Margaret Thatcher, entonces primera ministra del Reino Unido. Cuando terminó el homenaje, el actor Charlton Heston le dijo orgulloso a su esposa: "¿Sabes que estuve sentado al lado de la señora Thatcher?". Su mujer le replicó: "Eso no es nada, yo he estado sentada al lado de Cary Grant".
Todos querían ser Cary Grant. Hasta él, nacido como Archibald Alexander Leach, aspiraba a disfrutar de esa vida, a ser un seductor, un héroe, un cómico y un hombre arrebatador. Una de sus geniales virtudes consistía en saber reírse de sí mismo, perder un poco la dignidad pero con la compostura intacta. Su sentido del humor, sus gestos y su contradictorio porte (elegante pero cómico) le permitían suavizar las situaciones más dramáticas. Había conseguido algo casi imposible: resultar un tipo cercano y familiar para el espectador pese a tratarse de uno de los actores más fascinantes del siglo XX. Digamos que, salvando las distancias, algo parecido a lo que inspira hoy en día George Clooney, si se permite la comparación.
En 1959, después de una trayectoria inolvidable y repleta de obras maestras, participó en una película monumental, "Con la muerte en los talones" ("North by Northwest"), que Alfred Hitchcock, sin duda, no levantó como homenaje al cine, pero que hoy en día parece como si ese hubiera sido su propósito. Como la definió François Truffaut, es el perfecto epílogo de su etapa americana y la quintaesencia de su arte. "Quiero hacer una película de Hitchcock que acabe con todas las películas de Hitchcock", explicó el propio director.
El argumento es, básicamente, una vuelta de tuerca a obras redondas como "39 escalones", "Alarma en el expreso" o "Sabotaje": Roger O. Thornhill (Cary Grant), un rutinario ejecutivo publicitario, es confundido por Phillip Vandamm (James Mason) con el agente secreto de la CIA George Kaplan. Aunque escapa de una primera tentativa de asesinato, Thornhill se verá involucrado en una trepidante lucha por la supervivencia.
En realidad, si consideramos que "North by Northwest" es un monumento al cine se debe no sólo a la calidad de la película y a lo bien que nos lo hemos pasado, sino a la manera en que Hitchcock juega con el espectador. Una vez que acaba la película descubrimos, admirados, lo inverosímil y artificial que resultan algunas partes de la historia, las trampas argumentales que el director y el guionista han ido dejando por el camino, el absurdo macguffin (o intriga final) que en esta ocasión nos ha regalado Hitchcock y la cadena de tremendas casualidades sobre las que se sostiene la trama... Es un experimento psicológico, como si el británico hubiera querido demostrar que el cine en estado puro no es más que el arte del engaño.

Con su secretaria Maggie, antes de empezar los problemas.

Roger O. Thornhill, el personaje de Grant, compendia muchos de los papeles que había encarnado el actor hasta la fecha. Se trata, en esencia, de un tipo corriente de Nueva York que se siente cómodo en la jungla urbana. Precisamente, esa característica es una de las más interesantes de la película, porque todo lo que le va a ocurrir resulta extraordinario: víctima de un secuestro y de varios intentos de asesinato, tendrá que escapar de los villanos y de la policía; se enamorará y será traicionado; se convertirá en espía ocasional y, finalmente... Dejémoslo para más adelante. Si fuera un policía, un agente secreto o un héroe aventurero, el público no se sentiría tan fascinado y compenetrado con Thornhill. Y lo que le hace aún más creíble es que lo interprete Cary Grant, actor acostumbrado a soportar en sus películas situaciones arriesgadas, descabelladas y llenas de equívocos.
Muy en concordancia con su carácter desenvuelto, ingenioso y espabilado, nuestro protagonista trabaja como agente publicitario. Tal vez por ello no siente ningún remordimiento al arrebatarle el taxi a un hombre con la excusa de que su secretaria está enferma: "Maggie, en el mundo de la publicidad no existe la mentira, si acaso se llama exageración", le alecciona una vez dentro del vehículo.
La personalidad de Thornhill queda bien reflejada en los primeros minutos. Es un hombre cordial, elegante y con un porte muy distinguido; se trata, sin duda, de un alto ejecutivo, ya que está lo suficientemente ocupado como para arrastrar consigo a su secretaria hasta el exterior y dictarle las últimas órdenes por el camino. Le preocupa su aspecto hasta el punto de preguntarle a la chica si cree que está engordando. Su sentido del humor es sarcástico, sobre todo en lo que hace referencia a su madre, Clara Thornhill (Jessie Royce Landis).

- Roger: Dígale a mi madre que ya me habré bebido un par de martinis, así que no se moleste en olfatearme el aliento.
- Maggie: ¡Oh, no hará eso realmente!
- Roger: Claro que sí. Como un sabueso.

Sucesivos personajes nos irán revelando detalles de la personalidad de Thornhill. Cuando llega al hotel Plaza para entrevistarse con unos hombres de negocios, por uno de ellos sabremos que Roger es un tipo lento para tomar decisiones, pero perseverante y obsesivo cuando se lanza. Esta cualidad le empujará a meterse en líos a lo largo de la trama.
Thornhill se maneja de maravilla en su mundo, un triángulo compuesto por su trabajo, su vida social y su madre, con quien mantiene una divertida relación. Clara es una viuda que atraviesa por una segunda juventud y que actúa como si fuera su alocada hermana. En ningún momento muestra signos de preocupación maternal, algo que sería más lógico si hiciera caso del peligro real que sufre su hijo; pero lo cierto es que nunca llega a creerse del todo que Roger tenga problemas.

Roger, forzado a emborracharse con bourbon.

La trama de la película ya no nos permite saber más de ese universo suyo, porque de repente dos tipos le secuestran sin explicaciones y se lo llevan a una lujosa mansión. Thornhill se convierte, a ojos de Phillip Vandamm y de su secretario, Leonard (exquisito Martin Landau), en un agente secreto llamado George Kaplan. Lo curioso es que Thornhill creerá estar ante un tipo llamado Townsend, auténtico dueño de la mansión, y que acabará asesinado más adelante en las Naciones Unidas.
A partir de esas horas, el personaje de Cary Grant se va a especializar en lo que él mismo llamará "el arte de sobrevivir". Primero tratará de entender qué le está ocurriendo, porque no es fácil asimilar en pocos minutos un secuestro express, un sorprendente error de identidad y la amenaza de muerte. Cuando los matones Licht (Robert Ellenstein) y Valerian (Adam Williams) ponen a prueba su resistencia al bourbon y se disponen a asesinarlo, descubrimos que Thornhill es un hombre de insospechados recursos: ebrio hasta las cejas, su instinto le lleva a empujar a Licht del coche para no caer por un acantilado, a conducir casi a ciegas por una carretera agónica y a ponerse en manos de la policía. A lo largo de la película le veremos salir airoso de varias situaciones arriesgadas: de la habitación del tal Kaplan en el hotel Plaza, del edificio de las Naciones Unidas, cuando es acusado de asesinato, del tren expreso Siglo XX, del ataque de un avión fumigador, del salón de subastas y, por supuesto, del trepidante final en el Monte Rushmore.

"¿Ustedes, señores, no pretenderán en serio asesinar a mi hijo, verdad?".

Como ocurre en muchas de sus películas, el porte de dignidad que posee Cary Grant se desvanece en situaciones jocosas; en este caso, quien le hace perder esa dignidad suele ser su madre, a quien no le preocupa ridiculizar a su hijo delante de la gente ("¿Ustedes, señores, no pretenderán en serio asesinar a mi hijo, verdad?", como les suelta a la pareja de asesinos en el ascensor del hotel) o por teléfono.
Cuando está relajado, libre de persecuciones, descubrimos a un Thornhill tremendamente seductor: su relación con Eve Kendall (Eva Marie Saint) es explosiva desde el instante en que se juntan en el vagón restaurante.
- Eve: Nunca hablo de amor con el estómago vacío.
- Roger: Usted ya ha comido...
- Eve: Pero usted no.

Cuando Roger conoce a Eve. Una sugerente escena.

Roger burla la vigilancia policial una vez más, pero en realidad ha caído -o eso parece- en manos de la bella novia de Vandamm. A instancias de éste, ella le prepara un encuentro con Kaplan que nunca se producirá: se trata de la mítica escena a campo abierto, en un cruce de carreteras, y de nuevo su empeño por mantenerse vivo evitará que muera; en esta ocasión, perseguido dramática y espectacularmente por una avioneta.
Nuestro personaje entiende ahora que Eve le ha tendido una trampa, aunque no sabe muy bien por qué. Se siente herido, desengañado y airado, pero procura disimular, al menos hasta saber algo más de aquella misteriosa mujer. Gracias a su habilidad para conseguir lo que quiere (muy propio de los publicistas), se planta en el salón de subastas donde, por fin, descubre que Eve y Vandamm están juntos. Otras virtudes propias le permitirán salir con vida de aquella sala: su agudeza para improvisar y su sentido del humor; cuando Roger se siente acorralado, comenzará a pujar sin sentido, provocando al personal para que llamen a la policía. Genial salida, muy habitual en el cine de Hitchcock.
Detenido por dos agentes, Thornhill no acaba en la comisaría, sino en un aeropuerto donde le espera el Profesor (Leo G. Carroll), hombre de la CIA, del FBI o de algún inconcreto servicio secreto del Gobierno. Y por fin, después de una hora y media de metraje, conocerá la verdad oculta de todo cuanto le está pasando: Kaplan no existe, es un señuelo para que Vandamm no descubra al verdadero espía que tiene a su lado, nada menos que Eve Kendall.
Hasta entonces no sabía a qué atenerse, tan sólo escapaba de las situaciones más arriesgadas gracias a su instinto. Ahora ya es dueño de la situación y puede decidir. Es como si la película hubiera sido, además de la búsqueda de un agente inexistente, la aventura de encontrarse a sí mismo. El Thornhill inmaduro y niño grande del principio (dos veces casado y divorciado, felizmente acostumbrado a su madre) ya es un tipo decidido a comprometerse por amor a la chica, su objetivo prioritario.
Encerrado en una habitación de hotel para no poner en riesgo a Eve, Roger consigue escapar por la ventana y se dirige a la mansión de Vandamm, que esa misma noche se va a marchar del país con la chica y con unos secretos de Estado ocultos en una estatuilla. Gracias a su acción, consigue enterarse de que Leonard ha descubierto la verdadera identidad de Eve, por lo que tiene que ayudarle a escapar. Comprometido por amor y convertido en un hombre de acción, resolutivo y con recursos, el desenlace se resuelve de forma dramática en las cabezas de los presidentes del Monte Rushmore. Una elipse magistral encadena la tensión con una inspirada escena en un tren, donde comienza el futuro en común de Eve y Roger.
- ¡Vamos, señora Thornhill!
- ¡Oh, Roger, eso ya pasó!
- Lo sé, pero soy un sentimental.

La escena final.


Curiosidades de la película:
- El título original, North by Nortwest, se le ocurrió al jefe de guionistas de la Metro, Kenneth MacKenna, en referencia a la pérdida de orientación del protagonista. Hitchcock negó rotundamente que surgiera de unos versos de Shakespeare en "Hamlet: "I am but mad north-northwest".
- James Stewart trató de conseguir el papel de Thornhill, pero Hitchcock achacó al actor el relativo fracaso de "Vértigo" y optó por Grant.
- Ernest Lehman, el guionista, quiso hacer "una película de Hitchcock que acabara con todas las películas de Hitchcock".
- Hitchcock no obtuvo permiso para filmar en las Naciones Unidas, ni siquiera en los alrededores, pero se las apañó para seguir con la cámara a Cary Grant cuando entra en el edificio.
- Roger O. Thornill dice en una escena que la “O” de su apellido no significa nada. Fue un guiño a David O. Selznick, cuya “O” tampoco significaba nada.
- La actriz Jesse Royce Landis hace de madre de Cary Grant, aunque en realidad era sólo siete años mayor que él.
- La censura española recortó la escena de amor en el tren y, también en Estados Unidos, se cambió la frase de Eva Marie Saint: “Nunca hago el amor con el estómago vacío” por “Nunca hablo de amor con el estómago vacío”.
- Cary Grant se llevo 450.000 dólares por la película, un porcentaje en los beneficios y 315.000 dólares por retrasos en el rodaje.
- Durante el rodaje en el Monte Rushmore, Eva Marie Saint descubrió con sorpresa que Cary Grant les cobraba a sus fans 15 centavos por autógrafo.
- Hitchcock tenía previsto que Grant estornudara al pasar por la nariz de Lincoln en el Monte Rushmore.
- Martin Landau se quejó a Hitchcock al comprobar que siempre le daba instrucciones a James Mason, Cary Grant y Eva Marie Saint, pero a él no. El director le tranquilizó al asegurarle que nunca daba indicaciones a un actor si creía que lo estaba haciendo bien.

El famoso plano en la carretera. Tampoco es Kaplan.

- El plano final de la película (el tren penetrando en un túnel) es una metáfora sexual de la que los censores no se percataron.
- Con cierto sentido, Roger O. Thornhill está considerado como el primer James Bond de la historia; y así lo reconocieron los guionistas de esa saga. De hecho, el primer actor en el que se pensó para interpretar al agente 007 fue Cary Grant.
- La historia de la falsa identidad de un espía tiene su base real en la II Guerra Mundial, cuando unas secretarias de la embajada británica en Oriente Medio inventaron un agente secreto para despistar a los espías alemanes.
- Aunque en su época no obtuvo reconocimientos (como a menudo ocurría con Hitchcock), hoy en día está considerado como uno de los mejores filmes de la historia del cine, el 44º según el American Film Institute.

domingo, 16 de enero de 2011

Alicia Huberman

(Ingrid Bergman, "Encadenados")

El agente Devlin protege a Alicia Huberman.

Alicia Huberman es una mujer única en la filmografía de Alfred Hitchcock. Por mucho que repase los personajes femeninos de su cine no encuentro a nadie tan sacrificado y entregado como ella. Si acaso posee el aire victimista de Margot ("Crimen perfecto"), comparte la misma afición juvenil por la bebida, la juerga y los hombres que la redimida Melanie Daniels ("Los pájaros") y se echa en brazos del enemigo, al igual que Eva Kendall en "Con la muerte en los talones". Además, es tan apasionada que no juega ni coquetea con el amor: Alicia se entrega a Devlin con sincera devoción. A pesar de la fabulosa trama que se teje a lo largo de "Encadenados" ("Notorious", 1946), se diría que el único propósito que ella persigue es demostrarle a ese hombre que es una mujer de la que se puede fiar y enamorar.
Alicia resulta tan espléndida como la actriz que la interpreta, una Ingrid Bergman que ya había protagonizado excelentes películas, entre ellas "Casablanca" y "Luz que agoniza". Su carrera y su personalidad resultan admirables; además de una elegante belleza, Bergman poseía un halo trágico que encajaba muy bien en los papeles de cierta complejidad dramática. Su relación con el director italiano Roberto Rossellini destapó la bajeza moral del Hollywood más hipócrita e ingrato, ya que llegaron a declararle persona non grata. Pocos años después la encumbrarían de nuevo entre ovaciones y homenajes, pero el mal ya estaba hecho.
"Encadenados" es una historia de amor que late con fuerza entre botellas enigmáticas, llaves misteriosas, espías nazis, agentes federales y personajes de poderoso magnetismo. Alicia es hija de John Huberman, un agente alemán que ha sido condenado a veinte años de prisión por traición a los Estados Unidos. Agobiada por la presión policial y por su traumática situación familiar, ella sólo quiere olvidarlo todo con juergas, alcohol y compañía masculina.
La película arranca en Miami (Estados Unidos) en abril de 1946. Alicia da una fiesta en su casa tras el juicio a su padre. Reparte whisky y frivolidad entre sus invitados, pero hay uno especialmente que le llama la atención. No habla, no se inmuta; lo vemos de espaldas y sabemos lo atractivo que debe ser a través de la encandilada mirada de Alicia. Cuando se quedan solos descubrimos a T.R. Devlin (Cary Grant), un tipo elegante y frío, pero con un fuerte magnetismo.
Por lo que sabemos a lo largo de la película, ella es una mujer sensual, seductora con los hombres y ociosa, con un nivel de vida lujoso, al igual que los amigos que la acompañan. Parecen vivir en una continua fiesta, ahora en las playas de Miami y al día siguiente en La Habana. Hitchcock sólo nos da una pista acerca de su comportamiento: cuando descubrió las actividades de su padre, su mundo se derrumbó y es posible que actúe con ligereza en la vida para olvidar que es hija de un nazi.
Chica de mala fama: ese es uno de los significados de "notorious", el título original. En versión doblada nos ofrecieron otro igual de sugerente: encadenados. En el momento en que salen afuera y él le coloca un pañuelo a la altura del ombligo sentimos el alcance del título en castellano.
- ¿No necesitas un abrigo?
- Tú eres mi abrigo.

Alicia quiere borrarle la sonrisa de la cara a Devlin.

Devlin es un agente federal, pero ella sólo lo sabrá cuando un policía la detenga por conducir borracha y a gran velocidad, ya que ha decidido borrarle la sonrisa de la cara a ese hombre tan imperturbable y seguro de sí mismo. Alicia reacciona con agresividad al conocer de quién se trata y él le pega un puñetazo en la barbilla para dormirla; al día siguiente le explica el plan: el FBI la quiere utilizar para desmontar una red nazi en Sudamérica que tiene su sede en Brasil. Ella se muestra escéptica incluso cuando le pone una grabación en la que se demuestra que aborrece a padre y defiende el país que los acogió, los Estados Unidos.
Está dividida entre el odio que siente hacia la policía y su atracción por Devlin y éste no hace nada por convencerla, se muestra frío e indiferente. Cuando ella acepta, ni siquiera se lo agradece, simplemente se levanta y se marcha sin más; le deja bien claro que si ha habido algún momento de atracción sólo ha sido porque se trataba de su misión.
En el avión que les traslada a Río de Janeiro hay un momento prodigioso que casi pasa desapercibido. Devlin le ha comunicado que su padre se ha suicidado y para ella resulta un alivio. "Ya no tengo que seguir odiándole ni odiándome a mí misma". Cuando Alicia contempla la ciudad por la ventanilla de la derecha, su cuerpo y su rostro se inclinan hacia Devlin, que la mira como si hubiera recibido un flechazo instantáneo: resulta absolutamente revelador, porque en apenas tres segundos nos damos cuenta de la súbita atracción que siente hacia esa mujer a la que hasta hace un rato aborrecía.
Huberman se siente fascinada por ese tipo que no le hace ni caso, que contesta con monosílabos y que desconfía de su nuevo estado de ánimo. Se ha enamorado y eso la ha cambiado, pero no parece suficiente para el agente federal, frío, odioso y escéptico.
- ¿Me has oído? Me he vuelto abstemia. Un buen cambio, ¿eh?
- Bueno, eso es sólo una frase.
- ¿No puede cambiar una mujer?
- Sí, cambiar es divertido... durante un rato.
Mientras esperan instrucciones del capitán Paul Prescott (Louis Calhern), ambos están juntos a todas horas y esa estrecha relación acaba en el primer beso de amor. Alicia ha manejado la situación hasta donde ha querido y se entrega a Devlin sin condiciones. El largo beso en el apartamento, interrumpido por las cortas palabras que se dedican, es un momento de pasión irrepetible en la historia del cine. La mirada de Ingrid Bergman ilumina toda la secuencia hasta que él se despide en la puerta.

Uno de los besos más famosos de la historia del cine.

- Nuestro amor es bastante extraño.

- ¿Por qué?
- Porque a lo mejor tú no me quieres. ¿Me quieres?
- Los actos importan más que las palabras.

Paul Prescott le cuenta a su agente el plan previsto para Alicia: debe contactar con Alex Sebastian (Claude Rains), el jefe de la red nazi en Brasil, para saber todos los datos posibles acerca de sus actividades. A Devlin no le gusta la idea y le explica a Prescott que ella no es esa clase de mujeres. Pero su sentido del deber le lleva a retomar esa pose fría y desapasionada cuando vuelve a su lado. Ya no le abraza cuando ella, amorosa, juguetona y bromista, reanuda aquel beso.

- Este es el momento en que me vas a decir que tienes esposa y dos niños encantadores. Y que esta locura no puede continuar ni un minuto más.

- Apuesto a que has oído eso muchas veces.

La magia entre ambos ha desaparecido de repente. Alicia se siente humillada y herida por ese golpe bajo que le ha propinado. De nada ha servido el cariño de los últimos días y sus esfuerzos para demostrarle que es una mujer de fiar. Es como volver a empezar. Lo peor es que la misión significa agradar y enamorar a un hombre, es decir, una regresión al pasado que quería olvidar. "
¿No dijiste nada? ¿Por ejemplo, que no era la mujer adecuada? Ni una palabra a favor de esta loca enamorada que habías dejado unas horas antes"
, lamenta resignada.
Devlin no está por la labor de ayudarla. No quiere decidir por ella. Seguramente bastaría con una insinuación o un leve consejo, pero se muestra hermético incluso cuando le pide, como último recurso, que le diga lo que no se atrevió a decirles a sus jefes: que es buena, que le ama, que no cambiará más. "Espero tu respuesta", es su lacónica contestación. La habilidad de Hitchcock evita que el público odie a Cary Grant en ese momento: dedica miradas implacables a Alicia, sin un resquicio de compasión ni de simpatía; pero de alguna manera intuimos que en su interior le falta poco para abrazarla.

Ingrid Bergman, fascinante en la película.

Tal vez lo que nos saca de quicio es que Alicia Huberman es un personaje desamparado que busca la felicidad y el cariño de manera desesperada. Devlin tiene demasiados prejuicios como para colmarla. No sólo ha renunciado a hacerlo, sino que le lanza en brazos de un hombre que estuvo enamorada de ella, aunque no le correspondió.
Alicia contacta con Alex Sebastian y acepta cenar con él. Tras aclararle que Devlin la sigue desde que se conocieron en el avión, le lanza sus redes pero sin alardes, lo justo para conseguir que le invite a su casa. La mansión ya tiene una dueña, madame Anna Sebastian (la impresionante Leopoldine Konstantin), que posee una sonrisa y una mente tenebrosas.
- No testificó en el juicio de su padre. Pensamos que no era muy normal.
- Él no quiso. No dejó que sus abogados me llamaran a declarar.
- Me pregunto por qué lo haría.
La madre desconfía de Alicia y no quiere que Alex le dé muchas explicaciones delante de los invitados. Sin embargo, puede observar una escena extraña: un tal Emil Hupke se pone muy nervioso al ver una botella en el salón. Aunque luego pide perdón por su misteriosa reacción, los demás deciden eliminarlo, tarea de la que se encarga Eric Mathis (Ivan Triesault). Hitchcock ya ha introducido su particular macguffin, una botella contiene un misterio que afecta a toda esa red de espías nazis.
Alicia deberá comportarse como una excelente actriz ante Alex: por un lado tiene que enamorarle, lo que no le resultaría difícil antes, pero sí ahora que ama a otro hombre; además, ha de aparentar que ella también siente una atracción hacia él y que Devlin no significa nada, pese a que en el hipódromo han vuelto a estar juntos y Alex Sebastian ha intuido al verlos que hay algo más que simple amistad entre ellos. Quiere estar plenamente convencido de ella. Por eso le pide en matrimonio.
La proposición sorprende a Alicia, a Devlin y a los jefes del FBI, quienes creen que la capacidad seductora de la joven ha sido la clave del éxito. Cuando le preguntan a la señorita Huberman si llegaría tan lejos por la misión, ella mira constantemente a Devlin, que está vuelto de espaldas sin querer saber nada. Como siempre, él está esperando que ella decida. Alicia habla con Prescott y con los demás, pero su mirada está fija en la figura ausente de su amante por si encuentra algún signo que le impida casarse con Alex. Pero sólo halla sarcasmo.
Tras la luna de miel, Alicia asume el mando de la casa sin tener que enfrentarse a la madre, obligada por su hijo a mantenerse en un segundo plano. Dispone de todas las llaves de la mansión excepto una, la de la bodega. Cuando vuelve a encontrarse con Devlin, éste tiene claro que el misterioso asunto de la botella sólo se podrá resolver si ella se apodera de la llave. Por primera vez en mucho tiempo demuestra comprensión y simpatía hacia ella.
- Lo estás haciendo muy bien.
- No es divertido, Dev.
- Un poco tarde para eso, ¿no?

Devlin y Alicia, en su habitual punto de encuentro.

La tensión se dispara. Hasta entonces sólo ha tenido que desplegar sus armas femeninas, pero ahora deberá jugar a espías sin serlo. La escena en que le quita a Alex la llave de la bodega es magistral, con primeros planos que aceleran el corazón. Alex le coge sus manos con cariño, abre su puño derecho y lo besa; va a coger el izquierdo, donde está su llave, y ella se lanza a abrazarle. Es un aperitivo de la soberbia secuencia de la fiesta, que nos tiene en vilo desde el instante en que Alicia le entrega la llave a Devlin, que ha sido convenientemente invitado. El suspense se recrea en las botellas de champán que se van abriendo para los invitados: a la velocidad en que los camareros las descorchan es posible que el anfitrión tenga que bajar a la bodega a por más... y no tiene la llave.
Mientras Devlin aparenta, como siempre, una pasmosa serenidad, el espectador se pone en la piel de Alicia, que está sufriendo una angustia interminable conforme observa cómo se agotan poco a poco las reservas de champán. En un gesto casi inútil, ella rechaza siempre las copas que le ofrecen; al mismo tiempo, procura mantener una sonrisa forzada porque es consciente de que su marido vigila todos sus movimientos.
La tensión se eleva cuando Devlin y Alicia bajan a la bodega para investigar. Él tira al suelo sin querer una botella pero lo que se derrama no es líquido, sino una sustancia arenosa que podría ser uranio. No hay apenas tiempo para nada: Alex está llegando a la bodega con su criado para coger más champán y la única manera de que no sospeche que han estado fisgando es representar una escena amorosa. Para la nueva señora Sebastian no es, sin embargo, ninguna representación: estaba deseando volver a besar a Devlin, aunque a Alex le cuenta que no ha podido evitarlo, que el invitado estaba borracho e iba a montar un escándalo. Él sólo tiene que aparentar sentirse despechado ante el marido: "La conocí y la quise antes que usted, pero no he tenido tanta suerte", le explicará.
La escena teatral no ha servido para nada porque Alex se percata de que le falta la llave de la bodega. Al acostarse deja el manojo de llaves en su escritorio; a la mañana siguiente aparece la que buscaba. Enseguida se da cuenta de todo. "Me he casado con una espía americana", le revela a su madre. Anna Sebastian sabe tan bien como su hijo que sus camaradas le matarán si se enteran, pero decide un plan: "Tiene que irse... pero lentamente. Podría caer enferma".

Alicia agoniza en la cama, envenenada poco a poco. 

El veneno que le suministran en el café le va debilitando poco a poco. Su aspecto cuando se reencuentra con Devlin en su banco de cita habitual es el de una mujer agotada y enferma, pero ella se lo oculta porque él no le ha revelado lo que ya sabe, su intención de marcharse de Brasil e irse a España. Se siente herida de nuevo y lo último que desea es darle lástima.
- ¿Enferma?
- No, resaca.
- Vaya novedad, has vuelto a la botella.
- Me aligera las tareas.
Alicia rompe la relación con Devlin de una manera simbólica: le devuelve el pañuelo que él le anudó en su cintura cuando se conocieron; lo ha guardado desde entonces como si fuera su anillo de compromiso. La forma en que habla y mira a Devlin, con una profundidad y una sinceridad espléndidas, dice mucho de Ingrid Bergman en esa excelente escena, una de las mejores de la película.
Pero, sin duda, el momento más impresionante de la actriz es cuando descubre por sorpresa que no está enferma, sino que la están envenenando. El doctor Anderson (Reinhold Schünzel), otro de los agentes nazis, acude a visitarla y le anima a curarse en las montañas Aymores. Alex corta la conversación de golpe para que el médico no revele nada del proyecto que llevan a cabo; cuando el doctor se dispone a coger la taza de café de Alicia por equivocación, madre e hijo reaccionan alarmados. Ella mira la taza y se da cuenta de lo que está ocurriendo; se levanta, trata de ahogar el horror que le produce su terrible descubrimiento; se marcha hacia la habitación y cae desmayada antes de llegar a las escaleras. Cuando recobra el conocimiento grita de impotencia porque sabe que va a morir. Sinceramente, creo que es una de las escenas mejor elaboradas por Hitchcock y un prodigio de actuación por parte de Ingrid Bergman.
Alex Sebastian y su madre la recluyen en una habitación a la espera de su lenta muerte. Se encuentra tan débil que no puede escapar. Devlin ha estado un día entero esperándola e intuye que algo grave está pasando, por lo que decide ir a la casa. Por primera vez actúa según lo que le dicta el corazón. Cuando la encuentra y descubre cómo está, por primera vez le confiesa su amor. Alicia está absolutamente feliz pese a su delicado estado de salud.
 
- Dilo otra vez. Me mantiene despierta.
- Te quiero.

Devlin, Alicia, Anna Sebastian y su hijo Alex, en la soberbia escena final.

La escena final de "Encadenados" es una obra maestra por sí sola. Devlin maneja la situación con una soltura envidiable mientras desciende las escaleras lentamente con ella a su lado. Alex, que inspira más compasión que odio -al margen de esas maquinaciones nazis que jamás llegamos a saber en qué consisten exactamente- es la víctima ahora. Cuando Devlin le cierra las puertas del coche sabemos que está sentenciado por sus camaradas. Dentro, Alicia sonríe feliz. Ha tenido que casarse con un tipo al que no quería y estar al borde de la muerte para que el hombre al que ama le abra por fin su corazón. Nosotros sólo podemos decir: Ya era hora, Devlin.



lunes, 29 de noviembre de 2010

Charlotte "Charlie" Newton

(Teresa Wright, "La sombra de una duda")

"Charlie" y su sombra, en una impactante imagen de la película.

Una chica vitalista y adorable, que vive con su familia en un idílico pueblo de California, siente auténtica devoción por su tío, a quien no ve desde hace mucho tiempo. Cuando descubre que en realidad se trata de un asesino de viudas, su percepción de la vida sufrirá un durísimo golpe.
La idea argumental de "La sombra de una duda" ("Shadow of a doubt", 1943) es tan atractiva que ya tiene medio atrapado al espectador, sea amante o no de la intriga y del suspense. Si además la desarrolla un maestro como Alfred Hitchcock y la interpretan excelentes actores, entonces nos hallamos ante una gran obra cinematográfica.
Siento una debilidad especial por Teresa Wright, cuya trayectoria profesional me resulta incomprensible: en sus tres primeras películas recibió tres nominaciones al Oscar (ganó el de mejor actriz de reparto por "La señora Miniver"), salió encumbrada tras su experiencia en "La sombra de una duda"  y demostró sus dotes en otras dos excelentes películas, "Los mejores años de nuestras vidas" y "Perseguido". Y de repente, papeles de escasa relevancia, directores de menor prestigio, la televisión y el olvido.
La razón más extendida de este declive, además de su segundo matrimonio, fue su negativa a promocionar "Enchantment" (1948) con el argumento de que ella era actriz y no un florero. El caso es que Samuel Goldwyn, el mismo hombre que la descubrió para el cine, se tomó muy mal esa rebelion y provocó su estancamiento y su posterior marginación. Al menos, de ella nos quedan personajes tan sobresalientes como el de Charlotte Newton, llamada "Charlie" en honor a su tío, Charlie Oakley (Joseph Cotten).
Entre tío y sobrina existe una oculta conexión espiritual que se establece desde el inicio de la película. Ambos aparecen tumbados sobre una cama, meditando sobre el futuro: él, en una pensión de Nueva York; ella, en la casa familiar de Santa Rosa, en California, a miles de kilómetros de distancia. Los dos necesitan un aliciente que cambie sus vidas y cada uno piensa en el otro para que se produzca. Cuando ella decide mandarle un telegrama, en la oficina de telégrafos ya ha llegado uno remitido por su tío, en el que anuncia su inminente visita.
- ¿Sabe lo que es la telepatía, señora Henderson?
- Bueno, debería saberlo, ese es mi trabajo.
- Oh, no es telegrafía, sino telepatía mental.
"Charlie" idolatra a su tío porque éste representa lo que a ella le falta: emoción, viajes, lujo, independencia y una vida algo más aventurera que la que tiene en su ciudad. Seguramente, esa imagen se ha avivado gracias al cariño que su madre Emma (Patricia Collinge) ha sentido por su hermano pequeño de manera permanente. Ambas desconocen, por supuesto, que la persona a la que idealizan no existe: Charlie Oakley es un hombre que odia al mundo entero, porque el mundo entero es un infierno para él. Más allá de su familia no hay nada que le inspire ternura, afecto o simpatía. Siente un gran desprecio hacia los demás, sobre todo hacia las mujeres de vida ociosa. La explicación sobre el origen de su conducta es un tanto simple y nos lo ofrece su hermana Emma: de pequeño sufrió un grave accidente que le afectó al cerebro.
La personalidad de su sobrina es radicalmente diferente. "Charlie" es una joven desenfadada, risueña, atenta, inteligente, inconformista y muy responsable. Se diría que es el cabeza de familia para muchas situaciones. Con sus padres mantiene una relación tan estrecha que a veces ella misma parece la madre de ambos. En la escena en que aparece por primera vez en pantalla, tumbada en la cama y pensativa, le reprocha a su padre, Joseph Newton (Henry Travers), que su vida sea rutinaria y casi vacía. "Dormimos y comemos, nada más". Joseph ni siquiera se ofende, porque sabe que es un arrebato juvenil y que su hija siempre da mucho más de lo que pide.

"Charlie", deprimida por la rutinaria vida familiar, con su padre.

A pesar de ese conato de rebeldía, ella se siente muy a gusto en ese mundo de equilibrio y armonía que es Santa Rosa. Y conforme vaya descubriendo la verdad sobre su tío, se aferrará a todos esos valores tradicionales que transmite la acogedora y pacífica ciudad. Por ejemplo, en la escena del banco, donde trabaja Joseph de empleado, ella se siente un tanto escandalizada y molesta por la actitud cínica y burlona de su tío hacia su padre delante de todos: "Hola, Joe, ¿puedes dejar de malversar dinero durante un minuto y prestarme atención?".
La aparición de su tío en la estación de Santa Rosa constituye un momento único, el estado de felicidad absoluta. Ella parece vivir en un sueño del que no quiere despertar. No desea ni el regalo de rigor que ha traído para cada uno de la familia, porque su presencia es la única recompensa que esperaba. No obstante, el anillo que le obsequia será la primera sombra de esa duda que irá creciendo en su interior: la sortija lleva inscrita una dedicatoria y él se pone nervioso al comprobar que no ató todos los cabos de su último crimen.
Hitchcock crea una atmósfera de tensión tan perfecta que no nos damos cuenta de lo inverosímil que resulta el torpe empeño de Charlie Oakley para tratar de ocultar los indicios sobre su siniestro pasado. Durante la comida, "Charlie" tararea los compases de la opereta "La viuda alegre" y él derrama un vaso sobre la mesa para interrumpirla; cuando descubre en el periódico la noticia sobre el asesino de viudas (el plano es genial, él oculto tras el diario y una bocanada de humo de su cigarro que sale tras las páginas), se inventa un juego con su sobrina pequeña, Ann (Edna May Wonacott), para recortar con disimulo lo que desea ocultar. Realmente es absurdo actuar así, porque su familia ni va a reparar en ese suceso ni lo relacionará con él. Además, sólo consigue que la protagonista comience entonces a sospechar. Su comportamiento, desde luego, es inverosímil... pero ¿a quién le importa la verosimilitud en las películas de Hitchcock?
"No somos sólo un tío y una sobrina. Es otra cosa. Te conozco. Sé que no dices a la gente un montón de cosas. Yo tampoco. Siento que dentro de ti hay algo que nadie conoce ... algo secreto y maravilloso. Y lo voy a averiguar" 
Entre "Charlie" y Charlie existe una compleja relación psicológica que se irá retorciendo conforme ella empiece a descubrir la cara criminal de su tío. Cuando Jack Graham (Mcdonald Carey) -uno de los detectives que ha seguido los pasos de Oakley- le revela las graves sospechas sobre su culpabilidad en el asesinato de varias viudas, ella decide comprobar ese recorte del periódico. Al salir de la biblioteca, su mundo perfecto se ha desmoronado por completo. Hitchcock nos la muestra de espaldas y con la cámara ascendiendo con una grúa para acentuar el trágico descubrimiento.

Dos momentos opuestos en la relación entre tío y sobrina.

La actriz da un giro notable a su interpretación a partir de ese instante. La hemos visto reír con una alegría desbordante y juvenil, pero cuando sale de la biblioteca es como si hubiera alcanzado de golpe la madurez; su rostro es grave y extrañamente adulto y posee un halo trágico que le va a acompañar hasta el final. Su angustia es doble: por un lado, el tío es un asesino pero no puede revelarlo porque sería un golpe muy duro para su madre y un foco de habladurías malintencionadas en la ciudad; pero, además, lamenta que esa conexión mágica entre tío y sobrina se haya roto por completo. Todo lo que ha sentido durante años era una mentira. 
"Charlie" procura evitar a ese hombre, ahora extraño y maléfico. Al día siguente, durante la cena, le lanza dos comentarios intencionados que él capta enseguida, aunque no le impide ofrecer su impresión sobre esas viudas parásitas de la sociedad que no saben otra cosa que malgastar el dinero de sus esposos.

"Los maridos mueren y dejan su dinero a sus tontas esposas. ¿Y qué hacen esas estúpidas mujeres? Las vemos en los hoteles, en los mejores hoteles, por miles, bebiendo el dinero, comiendo el dinero, perdiendo el dinero en el juego..."


La escena es magnífica, y todavía más con el angustioso grito de "Charlie": "¡Pero son seres humanos!". Su tío la mira con desdén y la respuesta le encoge el corazón; "¿De veras, Charlie?". Hitchcock encadena dos grandes escenas: cuando el vecino Herbert (Hume Cronyn) llega como siempre para hablar con Joseph sobre su pasión por los crímenes, ella estalla de rabia, les reprocha a ambos que no sepan hablar de otra cosa y se marcha de casa; su tío la persigue, dispuesto a aclarar lo que está ocurriendo, y en un bar se descubre finalmente cómo es, un ser amargado, que odia a todo el mundo.


Cuando Tío Charlie se quita la máscara.

"Charlie" atraviesa por una fase de incertidumbre que resuelve con enorme entereza. Sabe que no puede revelar a nadie el secreto, ni mucho menos a Jack, el detective que se ha enamorado de ella. Por si fuera poco, la única prueba que tenía, el anillo, se lo ha devuelto a su tío. Vive una situación irreal y asfixiante que se tornará muy peligrosa cuando sufra una caída por las escaleras exteriores de la casa; está plenamente convencida de que quiere eliminarla. "Vete de aquí, te lo advierto, o yo misma te mataré. Eso es lo que ahora siento por ti", le aclara.
Una inesperada noticia cambiará la situación: la policía ha cerrado el caso del asesino de viudas cuando otro sospechoso muere durante una persecución. Charlie Oakley se siente eufórico, ya no tiene intención de marcharse, como le había prometido a su sobrina. Pero ella ha conseguido recuperar el anillo y, tras un segundo "accidente", se lo muestra en silencio como seria advertencia. Ahora no le queda más remedio que marcharse. Obligada a despedirse de su tío en el tren, el desenlace será coherente y liberador.

 Hitchcock sentía predilección por "La sombra de una duda", la consideraba su mejor película. En parte porque había varias referencias personales: el retrato de su niñez es parecido al de la infancia de Charlie Oakley y algunas de las actitudes de Emma corresponden, en realidad, a las de la madre del director, que falleció precisamente en 1943.
Aunque Thornton Wilder aparece como guionista de la película, en realidad sus aportaciones se limitan al tono literario del argumento, escrito por Gordon McDonnell, y a una excelente descripción de la vida en Santa Rosa, ya que dejó inacabado el guión. Wilder fue llamado a filas y participó en la Segunda Guerra Mundial hasta el final, pero su amigo Hitchcock le acreditó como uno de los guionistas, junto con Alma Reville, esposa del director, y Sally Benson.