miércoles, 20 de abril de 2011

Isabel II de Inglaterra

(Helen Mirren, "The queen")


- "Tal vez no pueda votar, pero el gobierno es suyo"
- "Sí, supongo que es un pequeño consuelo"

"The queen" es un apetitoso roscón de Reyes que oculta como sorpresa una pequeña joya en forma de corona, la soberbia actuación de Helen Mirren en el papel de Isabel II de Inglaterra. O quizá sea al revés, porque la película de Stephen Frears es, ante todo, la actriz y su personaje; sólo cuando podemos apartarnos de su hipnótica figura para apreciar lo demás, observamos que el film es, por otra parte, notable y muy inteligente en su planteamiento.
El personaje no sólo es real e histórico, sino que sus gestos, miradas, actitudes y palabras son reconocibles por millones de personas en el mundo, sobre todo británicas. Es decir, que la actriz -londinense como la mujer a la que representa-, tenía que convencer plenamente a un público que sabía demasiado sobre el papel. Y por supuesto, no podía recrearlo a su antojo, como se puede hacer con Alejandro Magno, Julio César o por citar el mismo linaje, con Isabel I de Inglaterra, que Cate Blanchett interpretó en dos ocasiones.
Al margen de la caracterización y del enorme talento de Mirren, tal vez el papel nos fascina tanto porque Frears y su guionista Peter Morgan evitan el 'biopic' pesado, la biografía pomposa o edulcorada, y se centran en un periodo de tiempo concreto,  dramático y que convulsionó a medio mundo: los días que sucedieron a la muerte de lady Diana Spencer, ex nuera de la soberana y una estrella mediática de primera magnitud.
La escenificación de estos hechos recuerda en gran medida a "Trece días" (2000), la película que aborda desde el punto de vista estadounidense la llamada Crisis de los Misiles, que estuvo a punto de provocar una guerra nuclear a comienzos de la década de los 60. John F. Kennedy debe afrontar, con la actitud de un estadista novato en esas situaciones, la presencia de misiles con cabezas nucleares en la cercana Cuba, sofocar la fiebre belicista de sus militares y salir airoso políticamente de la situación.
En el caso de "The queen" son también varios días tensos y desconcertantes, aunque de diferente magnitud; pero al contrario de JFK, la reina no sabe estar a la altura de la situación ni afrontar la crisis. El impacto de la muerte de lady Di le desborda por completo. El Kennedy de esta historia es más bien el inexperto Tony Blair (Michael Sheen), cuya clarividencia le lleva a manejar la situación con el suficiente tacto como para proteger al mismo tiempo la figura de Su Majestad.
El conflicto personal que sufre Isabel II es lo más atractivo de esta película. Su protocolaria manera de encajar la vida choca con el desmedido duelo de su pueblo por una persona que, además, ya no pertenecía a la Familia Real. Ella es incapaz de entender lo que está ocurriendo: ¿por qué de repente la muerte de una mujer causa tanta conmoción? Si de joven mantuvo las formas durante la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, ¿por qué le exigen ahora que muestre mayor dolor incluso? Será, como expuso Luis Buñuel en "El ángel exterminador" (1962), que algunas personas pueden encajar con cierta indiferencia la masacre de gente humilde, aniquilada en un accidente ferroviario, pero son muy capaces de desmayarse ante la visión del cadáver de un príncipe.

La reina recibe a su nuevo primer ministro.

La película arranca con la designación de Tony Blair como primer ministro inglés, unos meses antes del drama. Asustado y nervioso, acude ante una reina altiva y un tanto despectiva, con un sentido del humor que denota soberbia y desgana. Es uno de los momentos clave del film, porque la figura de la reina te engancha desde el primer instante. Ella, serena, segura de sí misma, distante y arrogante; él, novato, nervioso e ingenuo, aunque fascinado por la situación.
París, 30 de agosto de 1997: una sucesión de imágenes reales de Diana Spencer y una música tensa y ascendente nos acercan a su fatal destino: un gravísimo accidente de coche en la capital francesa que acabará con su vida y con la de su novio, Al Fayed. No hay imágenes morbosas, sólo una llamada telefónica a la residencia de la reina para informar del suceso. Stephen Frears no da tiempo tampoco para que pensemos en el impacto de aquella muerte, porque la fría reacción de Isabel II abre otra vía de interés: sorprende a su hijo, el príncipe Carlos, que tiene que desplazarse a París casi de incógnito; al primer ministro, asombrado ante la negativa de celebrar honores y un funeral de Estado pese a que la difunta era la madre de sus nietos; y por supuesto al espectador, que quizá en ese tramo de la película aún sospecha que lady Di va a tener un protagonismo directo.
Al día siguiente, todo el país se despierta con dolor y tristeza. Blair hace una primera declaración oficial en la que muestra sus condolencias y llama a Diana la "princesa del pueblo". La Familia Real no hace ninguna declaración ni acepta funerales de Estado, pese a la insistencia del primer ministro. La respuesta de la reina sigue siendo inflexible:

"Es un funeral familiar, no una atracción de feria".

Todavía en esos instantes, Isabel II es una mujer segura de sí misma, que cree estar controlando la situación perfectamente. Su experiencia le dicta que el protocolo regio ha sido siempre una de las virtudes más valoradas por el pueblo, esa masa de súbditos anónima que, a su juicio, no aceptaría ni el capricho de un avión privado para que su hijo reciba el cadáver de su ex mujer ni los elevados gastos de un funeral. No es un problema de sentimientos, que también, sino una cuestión institucional.
Una de las pequeñas maldades de la película es el retrato que se hace del príncipe de Gales (Alex Jennings): un veleta a los ojos de su madre y de Tony Blair, con quien intenta mantener una relación de complicidad que no es correspondida. Pese a que denota cierta falta de personalidad, Carlos sabe muy bien cuál es el alcance de lo que está ocurriendo tras la muerte de su ex mujer y hasta qué punto es hermético el protocolo regio. El diálogo que mantiene con su ayudante a su regreso de París es muy significativo:

- Nos hemos acordado del estandarte real?
- Sí, señor.
- ¿Y flores?
- Sí, señor.
- Bien, porque si se ocupa la funeraria real la llevarán en un cajón de madera.

Isabel II comienza a mostrar preocupación cuando se ve obligada a aceptar un funeral público, según el acuerdo al que llegan representantes del Gobierno, del Palacio de Buckingham y de la familia Spencer. Con su hijo mantiene una conversación en la que reflexiona sobre la popularidad de una mujer a la que el pueblo adoraba pese a sus debilidades y transgresiones. "¿Por qué a nosotros nos odian tanto?".

Isabel II atiende a Tony Blair ante la mirada de su marido.

El funeral público no es suficiente. La gente se pregunta por qué la reina no hace una declaración oficial. Por qué se ha marchado al Castillo de Balmoral (Escocia) en esas circunstancias y, sobre todo, por qué no ondea  una bandera a media asta en el palacio. La prensa critica con dureza a la Familia Real. Isabel II no sólo se muestra inflexible, sino ofendida: nadie puede decirle cómo debe comportarse ni cómo expresar su dolor; la bandera no puede ondear a media asta en señal de duelo por alguien que ya no es de la familia. La nueva llamada de Tony Blair para pedirle su vuelta a Londres le exaspera:

- La información que recibo me dice que el estado de ánimo del pueblo es bastante delicado.
- ¿Entonces, qué sugiere usted, primer ministro? ¿Algún tipo de declaración?
- No, señora. Creo que el tiempo de las declaraciones ya ha pasado.

"¡Maldto imbécil! Encima tu té se ha enfriado", interviene su marido, el príncipe Felipe (James Cromwell), cuando su esposa cuelga el teléfono. La frase es muy significativa: tomar el té a la hora y a la temperatura indicadas sí es lo correcto, pero no lo es enarbolar la bandera en señal de duelo. La reina Isabel se niega a regresar y a cumplir con lo que le pide Blair. El mundo se ha vuelto loco; ella conoce mejor que nadie al pueblo británico, que quiere discreción y dignidad y que posee más sabiduría y buen juicio que lo que considera esa prensa hostil.
La secuencia más sugerente de la película transcurre a orillas del río que cruza por la extensa finca de Balmoral. La soberana se ha quedado tirada en mitad de la naturaleza al fallarle el vehículo que ella misma conducía. No puede hacer nada más que esperar ayuda y observar a su alrededor. A lo lejos contempla la magnífica estampa de un ciervo que, sin duda, es el rey del bosque. Un precioso ejemplar. Ambos se miran como si fueran conscientes de que son dos majestades acorraladas: el ciervo, por los cazadores de la finca, y ella, por esa conspiración popular que quiere elevar a los altares a la frívola marioneta de la prensa rosa como fue durante tanto tiempo la madre de sus nietos.
Simbólicamente, la suerte del ciervo (que será abatido poco después) parece la de la propia reina, dolorida, confusa y hundida al contemplar el cuerpo colgado del animal, como si fuera el de la monarquía británica que se está tambaleando durante esa funesta semana.

El majestuoso ciervo de la película, tan acorralado como la reina.

Contra viento y marea, a pesar de la postura de su entorno, Tony Blair ha decidido ayudar a la reina, sacando la cara por ella ante el público. Pero ya es demasiado tarde, porque los medios de comunicación se han lanzado contra ella con inusitada virulencia. Una de cada cuatro personas, según las encuestas que el primer ministro le informa por teléfono, es partidaria de abolir la monarquía: Isabel II no pierde el tiempo, acepta regresar de inmediato, colocar la bandera a media asta y hacer una declaración televisiva de dolor por la pérdida de su ex nuera. Todo con tal de evitar el desastre.
"Algo ha pasado. Ha habido un cambio, un cambio en los valores. Cuando ya no comprendes a tu pueblo, mami, quizá sea momento de dejarlo a otra generación", le dice a su madre (Sylvia Syms). Ésta le aconseja que se muestre firme, como su marido, y no ceda ante la histeria colectiva. Pero su hija decide hacer caso al primer ministro. Ante la puerta del palacio se acumulan millones de flores y miles de personas expectantes ante el regreso de la reina. Ella se baja del coche ante la puerta, admira las flores y habla con la gente con cordialidad. Es una escena tan silenciosa, sencilla y majestuosa, que en ese momento tienes la sensación de que es Isabel II y no Helen Mirren la que pasea tranquilamente frente a esa multitud antes hostil y ahora entregada.
Una niña (siempre hay una niña para estas ocasiones) le regala un ramo y la soberana se emociona. El impresionante respeto que causa ante los "espectadores" (Helen Mirren interpreta, pero la reina también lo hizo en ese momento) ese gesto consigue que la tensión desaparezca. Y no sólo ante el palacio de Buckingham, sino ante toda la nación. En la comparecencia televisiva, ella convence a todos los que habían dudado de su actitud, de su cariño a lady Di y de su amor al pueblo, incluso de su esfuerzo por tratar de mantener la calma en esa semana horrible para la monarquía.
Han pasado dos meses desde aquellos días y Blair vuelve al palacio para hablar con la reina. Observamos un clima de complicidad y de respeto mutuo, aunque Helen Mirren/Isabel II sabe mantener con acertada ironía esa superioridad que, ambos saben, se ha sostenido en gran medida gracias a los consejos de su primer ministro.

"Creo que nunca comprenderé lo que pasó este verano".
"Usted es más respetada ahora que nunca".

Es la primera confesión íntima que le brinda la reina a su jefe de gobierno. Pasean por los pasillos del palacio, se miran con cierta admiración y complicidad. Han salvado lo más sagrado del Reino Unido, la credibilidad y el cariño que inspira la monarquía en un pueblo que hace siglos mantiene esa tradición institucional. No es para tomárselo a broma. Pero Isabel II le recuerda a Tony Blair que quizá su apoyo se debió a que "tal vez pensó que algún día me puede pasar a mí". Esa es la diplomacia regia, la política a gran escala, las lecciones de cómo se maneja una reina, o un rey, en la privacidad de su palacio. Juegos que, quien más quien menos, cientos de soberanos habrán practicado a lo largo de la historia sin que los mortales nos demos cuenta. Quiero creer que ese estupendo diálogo realmente se produjo así. Y quiero creer que Isabel II de Inglaterra habría admirado profundamente esa escena y la película entera.

La película
- Cinco minutos de ovación le dedicaron los espectadores del Festival de Venecia, puestos en pie, a Helen Mirren cuando se estrenó la película en este certamen.
- Se asegura que la reina Isabel II de Inglaterra no ha visto nunca la película, en gran medida para no tener que recordar la que considera una de las semanas más difíciles de su vida.
- Peter Morgan, el guionista, reconstruyó la semana posterior a la muerte de lady Di mediante numerosas entrevistas a personas cercanas a la Familia Real británica y al primer ministro. Obviamente, muchas escenas forman parte de la ficción.

Steplen Frears y Helen Mirren.

- El film contiene muchas imágenes reales entremezcladas con las de ficción, sobre todo para las escenas que hacen referencia a lady Diana, desde fotografías hasta el multitudinario funeral.
- Helen Mirren pasó muchas horas fuera del rodaje con James Cromwell (príncipe Felipe), Sylvia Syms (reina madre) y Alex Jennings (príncipe de Gales) para conseguir la relación de familiaridad que necesita la película.
- Michael Sheen volvió a hacer de Tony Blair en dos ocasiones más para producciones televisivas, mientras que Helen McCrory (Cherie Blair) repitió en el papel de la esposa del primer ministro en una de esas producciones.        
- Helen Mirren ganó el Oscar a la Mejor Actriz por este papel, entre otros grandes premios.