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jueves, 22 de noviembre de 2012

Hazel Flagg

Carole Lombard ("La reina de Nueva York")

March, Lombard y Connolly, en un cartel promocional del film.

Carole Lombard es un bellísimo recuerdo en la historia del cine. Falleció en 1942, en un accidente de aviación, sin poder ver el estreno de "Ser o no ser", una de las mejores comedias que se hayan filmado nunca y de la que era excepcional protagonista. Joven, divertida, guapa, fresca y disparatada, poseía un desparpajo y un sentido desenfadado del humor que no casaban con su hermoso rostro, clásico y elegante, ni con su esbelta figura, que parecía diseñada para lucir lujosos vestidos. El público la adoraba. Los miembros del rodaje la adoraban. Los actores la deseaban. Y Clark Gable la idolatraba hasta el punto de que jamás volvió a ser el mismo al quedarse viudo. Desde 1942 hasta su muerte fue el viudo de América, pese a sus posteriores aventuras y matrimonios.
En 1937, con 29 años, se puso a las órdenes de William Wellman para interpretar a Hazel Flagg, una joven de Warsaw (pueblo ficticio), en el condado de Vermont, que, al parecer, ha sido expuesta a una radiación y tiene las horas contadas. Wally Cook (Fredric March), reportero de Nueva York, intentará sacar todo el partido posible de esa desgracia para relanzar su carrera periodística. Así arranca la trama de la genial screwball (comedia loca) de Wellman, aderezada con la aportación de fantásticos secundarios (Walter Connolly, Margaret Hamilton, Charles Winninger o Sig Ruman), con unos diálogos muy brillantes, situaciones jocosas y la comicidad gestual y locuaz de una actriz en plena forma.
Cook se marcha al pequeño pueblo de Warsaw dispuesto a entrevistar a Hazel Flagg, la joven que está condenada a muerte por radiación. Pero al llegar se ve expuesto al desprecio, a las burlas e incluso a los ataques de sus habitantes por tratarse de un periodista. Mientras tanto, la joven acaba de enterarse de que no va a morir. El doctor Downer (Charles Winninger) se equivocó en sus análisis. Lejos de reprocharle su error, en realidad le agradece que le haya salvado la vida. Tal es la relación entre el disparatado médico y la absurda joven.
No sabemos nada sobre la vida de Hazel y, tal como discurre la película, ni falta que hace. Puede ser huérfana y vivir sola, sin familia, porque en ningún momento tenemos indicios de que existan padres o hermanos. Aparece en pantalla llorando camino de la consulta, desconsolada por su escaso margen de vida, y sale también llorando, frustrada porque va a seguir viviendo y eso significa que ya no podrá viajar a Nueva York, como pensaba, para disfrutar a lo grande de sus últimas horas. Curiosa paradoja: le alegra vivir, pero la perspectiva de quedarse para siempre en el pueblo le parece casi un castigo mayor. Es como una chiquilla que no mide las consecuencias de sus actos. Hazel Flagg ha crecido físicamente pero es una niña.
En su camino se tropieza con el desdichado periodista, ajeno a la nueva noticia. Y cuando ella está a punto de revelarle que todo era un error médico, él comete un error más grave: invitarla a pasar sus últimos días de vida en Nueva York, con todos los gastos pagados. Una sabrosa tentación para la chica, que decide mantener la farsa con tal de huir de Warsaw y disfrutar de los placeres de la gran ciudad para cumplir el sueño de su vida. Ya se arreglará todo cuando llegue el momento.

Hazel espera resignada que un poeta se inspire en su tragedia.

Hazel Flagg es tan inconsciente, tan deliciosamente infantil, que no alcanza a comprender en qué embrollo está a punto de meterse. En el avión, acompañada por el periodista y el doctor -el único que está al tanto de la farsa- parece una niña ilusionada y apenas siente remordimientos por lo que está haciendo. Entonces ya le advierte a Cook que no quiere saber nada de médicos. "Todo el mundo sabe que el envenenamiento por radio es incurable, así que ¿para qué perder el tiempo con pruebas médicas?".
El "Morning Star", periódico que patrocina la farsa, le prepara un gran recibimiento: recibe de manos del alcalde la llave de Nueva York, una ciudad que se rinde a sus pies; banquetes, portadas, fiestas, paseos turísticos... hasta una velada de lucha libre se paraliza porque la joven está entre el público.
Quien sí tiene remordimientos es Wally Cook, impresionado por el valor y la expresión de felicidad de la muchacha. Le confiesa que él es un farsante, porque aprovecha su tragedia para elevar su prestigio como periodista. Está tan compungido, que ella trata de animarle:
- "Hoy me encuentro muy bien...".
- "No exprese tanta alegría, se me parte el alma".
La abrumadora tristeza que siente a su alrededor (rostros que la observan en silencio y cabizbajos, lágrimas, miradas de compasión y ese extraño fotógrafo que parece pedir perdón cada vez que dispara su cámara) comienza a hartarle. Cook le hace ver que muchas de esas lágrimas son fingidas. "Mejor que sean fingidas, así estamos en paz", replica ella.
No es el ambiente que esperaba. Hazel pretendía pasárselo en grande y, sin embargo, todo lo que le rodea le hace llorar... excepto si se emborracha. Cuando se desmaya en una fiesta, todos creen que es el principio del fin, pero al doctor le basta con olerle el aliento para darse cuenta del asunto.
Su conciencia despierta con la resaca, pero no precisamente por su fraude, sino por el grave daño profesional que le va a causar a Wally Cook cuando se conozca la verdad. En pocas palabras: se está enamorando de él. Al periodista le ocurre algo parecido: tantas horas a su lado le han reblandecido el corazón; ya no le importa tanto el impacto periodístico de su exclusiva y su éxito profesional como el daño que se le pueda causar a la joven en las que -él aún cree- están siendo sus últimas horas.

La pareja protagonista.

Wally le abruma todavía más cuando le revela que está organizando los preparativos de un entierro que contará con un desfile de 30.000 vehículos y medio millón de personas. Pero la sorpresa es otra: Cook ha llamado a un experto mundial en radiaciones para que la visite. "Tengo que suicidarme antes de que me reconozca ese médico", le suelta luego a su doctor. En realidad su intención es dejar una nota, lanzarse al río, disponer de una barca que la recoja y desaparecer con su médico para siempre. Pero Wally Cook llega a tiempo... a tiempo de empujarla en su ímpetu y tirarla al agua. La cara de niña enfadada que le sale a Carole Lombard es tan reveladora como la que pone cuando ella y Cook se besan por fin.
Por desgracia, cuando regresa al hotel le espera el especialista en radiaciones, el doctor Emil Eggelhoffer (Sig Ruman), que ha traído consigo a un equipo de expertos europeos. La conclusión es que no está envenenada y así se lo hacen saber al director del Morning Star, Oliver Stone (el genial, como siempre, Walter Connolly).
A Cook le importa más saber que ella va a vivir que el monumental fraude que ha montado. Y Hazel no tiene fin: finge una pulmonía para no tener que dar la cara. Está avergonzada ante Wally, asustada como si fuera una chiquilla que ha mentido a sus padres y teme las consecuencias. A él sólo se le ocurre aumentar de forma acelerada sus pulsaciones y su fiebre agitándola, insultándola para que se enfade y le pegue. Es una de las escenas más divertidas del film, una pelea entre ambos, en la que Carole Lombard se agota agitando los brazos al aire y expresando un odio infantil. Y el desenlace, sorprendente, es un derechazo al mentón de la joven, ella con los ojos cerrados, el rostro desencajado por el golpe y la sorpresa, y su boca tratando de articular una palabra, pero sin aire para ello. Poco después, ella le pagará con la misma moneda y le dejará sin sentido.
Hazel está harta del montaje y de la farsa continua, quiere revelar la verdad a todo el mundo, ya le da igual. Prefiere pasar por esa vergüenza. "Voy a confesarlo todo, me vuelvo a Warsaw; allí me quieren, no me pegan palizas ni me tiran al río". Por fortuna para Oliver Stone y la dignidad de su periódico, quienes se enteran de toda la trama tampoco dirán nunca nada.

Hazel, a punto de explotar de indignación.

Como tenía previsto, ella desaparece, deja una nota de agradecimiento y la ciudad de Nueva York asume que ha muerto. Como una gran mujer. Como una heroina moderna. Nadie la olvidará jamás, o eso es lo que ella cree, una vez casada, a bordo de un crucero. Su marido le abrirá los ojos: "No te preocupes, querida, dentro de dos meses ya nadie se acordará de Hazel Flagg: encontrarán otro mito. Reconócelo, eras una atracción más, como la mujer barbuda. Incluso ya empezaban a impacientarse, por lo lento que llevabas el caso".
A los espectadores, sin embargo, les parece que el tiempo ha volado, que la historia se ha hecho muy corta. Pero esas son las leyes de la screwball. Y William Wellman, luego especializado en películas de acción, demostró que era un maestro manejando la comedia.

La película:
- Ben Hecht escribió el guión en un viaje de dos semanas en tren. Lo adaptó de una historia del periodista James H. Street, "Letter to the editor". Sin embargo, por desavenencias con el productor David O. Selznick (quien no quiso incluir a John Barrymore en el reparto por su alcoholismo), fue relevado casi al final por Budd Schulberg y Dorothy Parker.
- El boxeador Max Rosenbloom tuvo un pequeño papel en la película y, además, entrenó a Carole Lombard para la escena de la pelea con Fredric March. Pese a ello, necesitó un día para recuperarse de los golpes.
- "La reina de Nueva York" fue la primera comedia filmada en Technicolor, con una técnica innovadora para la época.
- Los dos protagonistas, March y Lombard, no se llevaban nada bien; se cuenta que una de las causas fue que la actriz rechazó al actor en su camerino.
- El papel de Hazel Flagg estuvo pensado para Janet Gaynor debido a su gran éxito en "Ha nacido una estrella", película que protagonizó precisamente con Fredric March.
- Está considerada como una de las mejores comedias locas o screwball de todos los tiempos. En su momento recaudó algo más de 1,8 millones de dólares.
- En 1953 se estrenó en Bradway un musical teatral con el título de "Hazel Flagg". Janet Leigh, Dean Martin y Jerry Lewis protagonizaron un remake en 1954, "Viviendo su vida", de Norman Taurog. La novedad es que Jerry Lewis hizo el papel de Lombard (Homer Flagg), Janet Leigh, el de March, y Dean Martin, el del doctor.

Cartel de "Viviendo su vida", el remake de 1954.

- Restaurada en dos ocasiones, la película pasó a ser del dominio público, sin derechos de autor, durante muchos años por no renovar el copyright.
- Dos grandes actrices secundarias, muy recordadas en 1939, actuaron en la película: Margaret Hamilton, célebre por su papel de bruja en "El mago de Oz" y Hattie McDaniel, la criada de Escarlata O'Hara en "Lo que el viento se llevó".

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Bertram Potts

(Gary Cooper, "Bola de fuego")

"Le quiero porque es el tipo que se emborracha con un vaso de leche; y me encanta la forma en que se ruboriza hasta las orejas. Le quiero porque no sabe besar... ¡el tonto!"  (Sugarpuss O'Shea)

Bertram, petrificado ante los encantos de Sugarpuss O'Shea.

Gary Cooper fue un seguro de vida para muchos directores. Si Ernst Lubitsch quería darle más brillo a un personaje, bastaba con llamar al "americano ideal". Si Frank Capra buscaba un tipo honesto, formal y entrañable, contactaba con el agente del actor. Y si Howard Hawks, Fred Zinemann, Delmer Daves o William Wellman necesitaban a un héroe, allí estaba la estampa de Gary Cooper, que lo mismo se ponía en la piel de un sheriff o de un mito del béisbol que en la de un vaquero solitario o de un científico espía.
Quienes captaron enseguida sus grandes dotes para la comedia nunca se sintieron defraudados, porque el hombre nacido como Frank James Cooper salió siempre airoso, ya fuera un millonario caprichoso (su excelente papel de Michael Brandon en "La octava mujer de Barba Azul"), un idealista íntegro como Longfellow Deeds ("El secreto de vivir") o un tímido profesor de Lengua que apenas ha visto mundo. Ese es el espléndido personaje de Bertram Potts ("Bola de fuego", "Ball of fire", 1941), dirigida por el maestro Hawks.
El inspiradísimo guión de Billy Wilder, Thomas Monroe y Charles Brackett resulta toda una garantía: Potts es uno de los ocho profesores que trabajan desde hace años en la elaboración de una enciclopedia, encerrados en una vieja mansión. La visita de un basurero, que habla un argot incomprensible, le obligará a replantearse su trabajo como experto lingüista y a bajar al mundo real. Entre los personajes que conoce está Katherine "Sugarpuss" O'Shea (Barbara Stanwyck), la novia del gángster Joe Lilac (Dana Andrews). Éste aprovechará el interés del profesor por su chica para evitar que la policía le siga el rastro. Lilac no cuenta con que Sugarpuss se enamorará de Potts.
Aunque se trata del más joven, Bertram es también el más exigente y responsable de los profesores, todos ellos tan absurdos y chiflados como encantadores. Al llegar la primavera, mientras los otros siete disfrutan de su primer paseo matinal por el parque, él cierra su libro, mira el reloj y anuncia que se ha acabado el descanso, sin hacer caso de las protestas. Los "siete enanitos" -como hábilmente nos sugiere la introducción de la película- viven en un mundo apartado de la civilización, pese a que se encuentran en Nueva York. Son cultos e instruidos y cada uno domina una rama de la sabiduría, pero no saben desenvolverse en la vida cotidiana.
Bertram Potts ha vivido siempre en esa burbuja llena de libros y conocimientos desde que a los dos años aprendió a leer. Con 15 años se graduó en la Universidad de Princeton y se dedicó al estudio de la lingüística. Pero semejante obsesión le ha alejado de otras cuestiones importantes, como el amor. El profesor Gurkakoff (Oskar Homolka) le tiene que golpear en la espalda, por ejemplo, para que hable con la señorita Totten, la heredera del filántropo que les encargó esa vasta enciclopedia interminable. Y es que Potts parece aterrado en presencia de las mujeres.
El basurero del barrio (Allen Jenkins) le abrirá los ojos a otra realidad que creía tener dominada, la del argot callejero. El profesor no sabe qué es "chorba", "machacante", "guita" o "garbeo" y comprende que su estudio del slang (o lenguaje coloquial de la calle) se ha quedado desfasado, sólo ha embalsamado frases muertas. Cuando anuncia que va a salir a la calle, los demás se quedan horrorizados ante ese imprevisto que rompe su rutina diaria.
Potts recorre la ciudad, escucha una jerga nueva para sus oídos, se queda maravillado ante frases hechas tan comunes como "drum boogie" (soberbia escena musical) e invita a una serie de personajes pintorescos a que colaboren con él. La única que se resiste es la cabaretera Sugarpuss O'Shea, que en un principio lo confunde con el ayudante del fiscal que la busca como testigo de las andanzas criminales de su novio. "Supongamos que le dice al fiscal que se dé un garbeo por las afueras", le suelta ante la euforia del profesor, que interpreta esa frase como un magnífico ejemplo de argot.

"Dijo palabras tan asombrosas que me dejó estupefacto".

La vida de los profesores resulta tan rutinaria que la salida de Potts les ha excitado. Todos le rodean con el fin de conocer el relato de sus andanzas, aunque él se centra más en los avances lingüísticos que ha realizado en vez de recrearse en la descripción del cabaret, como esperan los demás.
- Dijo palabras tan asombrosas que me dejó estupefacto: Pise el acelerador, por ejemplo.
- ¡Sorprendente! ¡Qué barbaridad!
Es lógico que la llegada inesperada de Sugarpuss -que necesita un lugar seguro para esconderse de la policía- revolucione ese gallinero. Cuando aparece por la puerta, los profesores huyen despavoridos y Bertram se queda espantado. "Le ruego que les perdone por su atuendo y a mí por no llevar corbata", se excusa con exagerada formalidad. Ella responde con ironía: "No se preocupe, una vez vi a mi hermano mayor afeitándose".
El remilgo, la timidez y la exquisita educación que muestra Potts contrasta con el descaro, el sarcasmo y la insolencia de la chica: el resultado es delicioso para el espectador y para la alta comicidad de la película. Sugarpuss se va ganando el cariño de los demás profesores, más infantiles que su joven compañero, porque transmite alegría de vivir. A Bertram le absorbe el estudio del slang; a ellos sólo les importa aprender a bailar la conga o vestir a la última moda, como hace el profesor Robinson (Tully Marshall), que aparece radiante con su traje claro.
- "Una chica me persiguió por la Quinta Avenida", explica orgulloso.
- "...Para decirle que quitara la etiqueta del precio", le aclara ella.

Practicando el yum.
Bertram sabe que la presencia de la señorita O'Shea es un grave riesgo para el trabajo y, respaldado por la severa ama de llaves, la señora Bragg, decide echarla; pero cuando ella le llama "viejo anticuado", le confiesa que a él también le ha perturbado su presencia, por muy firme que se haya mostrado ante la tentación. Incluso le revela que tuvo que mojarse la nuca tras excitarse al contemplar cómo un rayo de sol le inundaba el pelo. Ella juega la carta de la seducción para quedarse: "Tal vez esté loca, pero para mí eres el clásico tipo yum-yum", le dice antes de besarle. Bertram sale corriendo para mojarse la nuca de nuevo. Incluso entonces sigue firme en su propósito, pero una vez que ha probado los labios de Sugarpuss, quiere un poco más: "¿Antes de que se vaya, le... le importaría... darme otro yum?". Definitivamente ha caído en sus redes.
A partir de es momento vemos a un Bertram ilusionado, exaltado incluso, sonriente y dichoso. Su felicidad contrasta con la actitud de la chica, que cuando él se le declara en la habitación, tímido, casi avergonzado y con un modesto anillo que contrasta con el lujoso pedrusco que ella luce en su mano, comprende que ha ido demasiado lejos. Potts no para de hablar; es como si su corazón dormido se hubiera despertado de golpe.

- ¿Qué ha sido mi vida hasta ahora? Un prólogo, un prefacio vacío.
- ¿No puedes hablar como las personas?

Sugarpuss atiende al principio divertida la declaración de amor de Bertram.

Podemos reírnos de los demás profesores, pero no de Bertram, que, sin darse cuenta, sufrirá una gran humillación cuando trate al novio de ella como si fuera su padre. En una escena demasiado cruel como para resultar cómica, Joe Lilac le hace creer que los padres de Sugarpuss quieren que la boda se celebre en Nueva Jersey. Su objetivo es que pueda burlar, acompañada por los chiflados profesores, a la policía, y una vez fuera de Nueva York, casarse con ella... ya que al ser su esposa no podrá declarar en su contra. Bertram está tan ilusionado que no se percata de la tremenda burla; le habla de sus limitados ingresos, de su sinusitis ya superada, de su predilección por el Partido Republicano...
Sugarpuss, que está empezando a enamorarse de ese hombre, se siente culpable e impotente. El hombre que le ha declarado su amor es muy diferente a todos los que ha conocido a lo largo de su vida. Es ingenuo, noble y honesto. No ha sufrido todavía ningún revés que le haga desconfiar de mujeres como ella: realmente parece un ser virginal.

Barbara Stanwyck y Gary Cooper, dos enamorados a oscuras.

En la notable escena de la despedida de soltero, una vez que se han quedado tirados por el camino debido a un accidente, Potts entra en su bungalow por error y le confiesa su pasión creyendo que le está hablando al viejo Oddly (el impagable actor Richard Haydn), quien ingenuamente le ha aconsejado inspirarse en una planta ranunculácea, nada menos que la Anemona Nemorosa, para tratar a Sugarpuss. Ella se lanza a sus brazos y cuando se queda sola tiene que mojarse la nuca para aplacar su excitación, tal como hacía él.
La magia amorosa se rompe brusca y cruelmente con la llegada de Lilac y sus matones, que desvelan la realidad con crudeza. Bertram es un hombre íntegro y leal, por eso no perjudica a la chica delatando la situación a la policía. Está dispuesto a superar la sensación de fracaso y humillación, e incluso a asumir todas las culpas de su conducta ante la señorita Totten, que quiere disolver la fundación y poner fin a la enciclopedia.
El desenlace nos permite apreciar a un nuevo hombre: eufórico, impulsivo e incluso divertido. Su chica le ha dicho no a Joe Lilac, lo que demuestra que le quiere a él. Junto con sus profesores aplicará los conocimientos que tienen de Historia (La espada de Damocles), Ciencias (el principio de Arquímedes) y Filosofía (la frase "El que más alto se sube de más arriba se cae") con el fin de desarmar a los matones y rescatar a Sugarpuss. Para enfrentarse al gángster no le van a servir los libros, por mucho que estudie un manual de boxeo: será su instinto el que derrote a Lilac.
Bertram ha recuperado su autoestima y Sugarpuss ha vuelto. Aunque está convencida de que será un estorbo para los profesores. Pero Potts ya ha adquirido cierta experiencia en el trato con las mujeres: se olvida de las palabras y la besa con pasión. El viejo Oddly se escandaliza: "Cielos, Bertram, recuerde la Anemona Nemorosa...". Nosotros lanzamos la última carcajada: ninguno de los dos le escucha.

Curiosidades
- Siete años después de rodar esta película, Howard Hawks se vio obligado por Samuel Goldwyn a encargarse de un remake bastante más insípido, "Nace una canción", con guión de Harry Tugend. El director confesó que no soportaba a los dos protagonistas, Danny Kaye y Virginia Mayo.
- Gary Cooper no era exactamente culto o intelectual, al menos no como aparece en la película, pero atrajo la amistad de de gente como Ernest Hemingway. Sobre todo era muy amigo de Hawks, con quien ya había rodado dos películas, una de ellas, "Sargento York", el mismo año, y por cuya actuación recibió un Oscar.
- La estrella, en esa época una de las más cotizadas de Hollywood, era un experto seductor. Jeffrey Meyers, autor de la biografía "El héroe americano", revela que se acostó prácticamente con todas sus parejas en la ficción. Y Barbara Stanwyck no fue la excepción.
- Uno de los aciertos de la película es la introducción del famoso número musical "Drum boogie", con el célebre Gene Krupa y su orquesta. La cantante Martha Tilton puso su voz en la canción, no la actriz.
- El guión estaba basado en un relato corto del genial Billy Wilder; este se inspiró ligeramente en una gran película de Walt Disney, "Blancanieves y los siete enanitos".
- Ginger Rogers y Carole Lombard fueron candidatas al papel de Sugarpuss O'Shea, pero quien más cerca estuvo fue Lucille Ball. Gary Cooper fue quien propuso a Stanwyck.
- La excelente escena en la que Bertram le habla a Sugarpuss creyendo que es uno de los profesores tuvo un truco notable en la iluminación. Hawks obligó a Barbara Stanwyck a cubrir toda su cara de negro, excepto los ojos, para que éstos resaltaran con un brillo especial en la oscuridad. El efecto es sobresaliente.