miércoles, 3 de noviembre de 2010

Norma Belvedere (Norma Aleandro, El hijo de la novia)

- "Este restorán lo empecé con Norma. Yo cocinaba, ella atendía: era una cuestión de dos. Recuerdo que siempre discutíamos de por qué venía la gente, y ella decía que era por la cocina y yo decía que por su atención. Es que Norma era una cosa... ¡ella sí que era la especialidad de la casa, con esa sonrisa que tenía! ¡Aquel cartel luminoso! Imagínate, entraba la gente y se encontraban con esa pintura... y ahí aparecía la Norma verdadera: más alegre, más luminosa y, claro, el cliente pensaba que había entrado en, qué sé yo, en el Paraíso por lo menos. Entonces ella pedía que la siguieran, que los iba a llevar a la mejor mesa. Eso se lo decía a todo el mundo, que los llevaba a la mejor mesa, y todos se lo creían porque si ella te llevaba, era la mejor mesa. Te hacía sentir como si fueras el único”. (Nino Belvedere)

Norma vuelve a proteger a su hijo, como cuando era pequeño.

Norma Belvedere es una mujer excepcional. Su marido la adora a pesar de que la enfermedad de Alzheimer le provoca trastornos de conducta y una alarmante pérdida de memoria y de otras facultades. Él afronta su mal con una ternura infinita; está tan enamorado que muestra la ilusión y el entusiasmo de un veinteañero. Por su cabeza, además, ronda la idea de casarse por la Iglesia, una ilusión a la que tuvo que renunciar ella por respetar los principios de él.
Rafael, el hijo de ambos, tiene 42 años y aún recuerda con admiración cómo su madre le protegía de niño cuando se metía en líos y cómo le reprendía, de manera firme pero cariñosa. La recuerda, sí, pero hace un año que no va a visitarla a la residencia donde está internada: en parte, porque Rafael se encuentra al borde de un colapso por sus problemas laborales y personales y no tiene tiempo para nadie; pero también porque le produce dolor ver a su madre en esas condiciones.
Norma (Norma Aleandro) es el extraordinario personaje sobre el que gira la trama de “El hijo de la novia” (2001, Juan José Campanella), una película sencilla, profunda y conmovedora. Cuando ella sale en la pantalla, Nino (Héctor Alterio), Rafael (Ricardo Darín) y los espectadores parecen estar flotando en una nube. Norma puede perder la mirada en el vacío durante horas hasta que sus ojos te regalan una sonrisa cautivadora; puede pasar en un instante de la dulzura al desconcierto o, incluso, a la grosería. Su marido la observa con orgullo, a veces maravillado por ese prodigio de persona que es y que ha sido. 
Su hijo, además, la necesita como cuando era pequeño e indefenso, aunque sólo lo sabrá en la magistral y crucial escena de su encuentro a solas en la residencia: Norma eleva y agita la emoción que nos envuelve (a nosotros, a su hijo y, casi con total seguridad, al propio actor) con su mirada, sus gestos y sus escasas palabras:"Yo te cuido. Yo te quiero. No te preocupes". Es todo lo que ansiaba oír Rafael, que está perdido en una existencia incoherente, vacía y sin compromiso.   
La primera vez que aparece en la pantalla la vemos a través de los ojos de Rafael, que ha accedido a visitarla con su padre después de un año. Norma llora de felicidad al verlos:

- ¡Papito!
- No, no, no llores, ¿eh? No llores. Está todo bien, está todo bien.

Los tres protagonistas principales.

Cuando se despiden, el rostro de Nino (un Héctor Alterio grandioso) es el de un hombre que sólo espera que pasen las horas para volver a su lado; el de Rafael es el de alguien que acaba de ver alejarse a un fantasma del pasado. El padre asume la enfermedad como un revés inevitable que ha multiplicado su cariño hacia ella; para el hijo es un aspecto desolador más de su vida que tiene que afrontar como siempre lo hace, sin comprometerse a nada. Por eso rechazará en un principio la idea de su padre, casarse con ella por el rito cristiano tras 44 años de vida en común.
Norma brilla pero no eclipsa a los demás personajes. Su papel es el más intenso de todos, pero también el más corto. La película se centra en Rafael (espléndido Ricardo Darín), un hombre que va de un lado a otro, como esos chinos que giran los platos sostenidos por palillos para evitar que no se caigan (así lo describe de manera acertada el ejecutivo que pretende comprarle el restaurante). Vive perseguido por los problemas de un negocio que se le va de las manos y la única manera que tiene de afrontarlos es aislarse de la familia, de la novia y de aquellos que trabajan para él. Su sueño es desaparecer y no preocuparse por nada.
El infarto que sufre no le hace cambiar demasiado, pero al menos acepta ayudar a su padre a preparar su boda con Norma. La Iglesia Católica no acepta ese acto de amor (es excelente y revelador el diálogo que mantiene el protagonista con el sacerdote) y Rafael ya no puede más: ha discutido con su amigo de la infancia, Juan Carlos (Eduardo Blanco), con su novia Naty (Natalia Verbeke) y ha vendido el restaurante a una multinacional. Debe enderezar su vida y acude a la única persona que siempre le ha reconfortado, su madre. Quiere saber si se siente orgullosa de él. Norma, a su manera, le demostrará que sí lo está.

Nino cumple el sueño de Norma.

Interpretar a una enferma de Alzheimer no puede ser nada sencillo, pero Norma Aleandro transmite una enorme sensación de credibilidad. Sus súbitos cambios de humor, la naturalidad con la que pasa de un elogio a un insulto, y su mirada, inquieta unas veces, tierna otras y casi siempre ajena a la realidad, dibujan un personaje inolvidable. En contadas ocasiones vemos un destello de lucidez, como cuando le confiesa a su hijo que no se quiere morir, o en alguna conversación con su marido:

- De mí no te libras, voy a estar siempre a tu lado. Siempre.
- ¡Qué pesado!


Como la vida misma
La base del personaje de Norma es la madre del propio director, que también sufrió la enfermedad de Alzheimer. Su padre le comentó un buen día que quería casarse con ella y de ahí surgió la idea de la película. El personaje de Rafael ya lo había esbozado tiempo atrás con su guionista Fernando Castets, tomando rasgos y situaciones de sus hermanos y de él mismo. “La de los padres es concretamente la historia de mis viejos. Incluso todo lo que dice Norma son frases de mi vieja cuando estaba en esa etapa del Alzheimer y el hecho de querer casarse por la Iglesia es algo que fue lo que provocó la película, algo que me dijo mi viejo una noche durante una cena”, explicó Juan José Campanella en una entrevista.


Curiosidades
- Héctor Alterio y Norma Aleandro ya trabajaron juntos en la memorable “La historia oficial”, ganadora del Oscar en 1984. Diecisiete años más tarde vieron cómo “El hijo de la novia” volvía a conquistar el premio de la Academia de Hollywood a la mejor película extranjera.

Imagen de "La historia oficial".
- Aleandro es una de las figuras más respetadas y representativas de la escena argentina, tanto en cine como en teatro. Es autora de varios libros y ha recibido innumerables premios de interpretación. En 1987 fue nominada al Oscar como mejor actriz de reparto por “Gaby: A true story”.
- La actriz chilena María Cánepa protagonizó en 2006 una situación similar a la de la película: a sus 85 años, aquejada de Alzheimer, se casó por la iglesia con su pareja, con la que llevaba viviendo casi treinta años.
- Juan José Campanella posee una gran experiencia como director de series televisivas en Estados Unidos. Es un gran admirador del cine de Frank Capra, lo que tal vez explique el final feliz de la película.

3 comentarios:

  1. Para mí la mejor película que he visto en toda mi vida, soy una gran admiradora del cine de Juan José Campanella, de Ricardo Darín y de por supuesto Norma Alejandro, esta película es una joya del cine, tiene la virtud de hacerte llorar y reír casi al mismo tiempo. Simplemente maravillosa.

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    1. Pues sí, es una maravilla. Descubrí a Campanella, Darín y una buena parte del cine argentino de las últimas décadas gracias a esta película, que me ha ido llevando luego a otras muy buenas. Pero El hijo de la novia es algo único.
      Saludos

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  2. No me canso de ver esta pelicula q me emociona hasta las lagrimas recordando a mi abuela

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