sábado, 19 de febrero de 2011

John Lloyd Sullivan

(Joel McCrea, "Los viajes de Sullivan")

Joel McCrea y Veronica Lake, dos vagabundos felices. 

1. Una chica guapa es mejor que una fea.
2. Una pierna es mejor que un brazo.
3. Un dormitorio es mejor que un salón.

4. Una llegada es mejor que una partida.
5. Un nacimiento es mejor que una muerte.
6. Una persecución es mejor que una conversación.
7. Un perro es mejor que un paisaje.
8. Un gatito es mejor que un perro.
9. Un bebé es mejor que un gatito.
10. Un beso es mejor que un bebé.
...

11. Una buena caída es mejor que todo lo demás.
(Decálogo de la comedia, de Preston Sturges)

Hace muchos, muchos años, había un canal televisivo, al que todavía llamábamos el UHF, que emitía películas con talento. Es decir, veíamos grandes obras del cine y, además, las programaba alguien que sabía cómo hacerlo. Aprendimos mejor quiénes fueron y qué hicieron cineastas como Harold Lloyd, William Wellman, Gregory LaCava, Frank Borzage, Buster Keaton, King Vidor, Raoul Walsh René Clair, entre otros.
Uno de los ciclos que más me impactó fue el dedicado al genial Preston Sturges, el primer guionista de Hollywood en pasar a la dirección. "El milagro de Morgan's Creek" y "Salve, héroe victorioso", ambas de 1944, son dos de mis comedias preferidas, por atrevidas, transgresoras y, sobre todo, desternillantes. Hoy sigo sin entender cómo la primera pudo pasar los controles de la censura en esa época.
Sturges pertenecía a la escuela de Ernst Lubitsch, sabía concretar tan bien como éste las situaciones de humor y siempre encontraba una vuelta de tuerca definitiva para explotar mejor los gags. Sus "screwball comedies" poseen -además de diálogos muy inspirados y personajes nada convencionales- un ritmo vertiginoso, lo que significa que "Las tres noches de Eva", "Un marido rico" o las dos citadas anteriormente hay que verlas más de una vez, porque se escapan muchos detalles y situaciones jocosas. Lo mismo ocurre con "Los viajes de Sullivan" ("Sullivan's travels", 1941), una absoluta obra maestra del cine y una de las películas con las que más he disfrutado.
Joel McCrea, simpático, galán, aventurero y uno de los actores con mejor planta de aquel Hollywood dorado (es un misterio que no llegara a ser una estrella a la altura de Cary Grant, Errol Flynn o Gary Cooper), se convirtió en uno de los intérpretes predilectos del director, aunque no formara parte, estrictamente, de su "compañía estable de actores", el grupo de secundarios que actuaban a menudo en sus películas: Arthur Hoyt, Frank Moran, Robert Greig, Jimmy Conlin, Rudy Vallée, Robert Dudley y, entre otros, el impagable William Demarest.
En "Los viajes de Sullivan", el actor interpreta al director John Lloyd Sullivan, un "Rey Midas" del cine que tiene un gran éxito comercial, ya se trate de films como "Hormigas 1939" o "Tonteando en el granero". Pero Sullivan, pese a enganchar al público con sus comedias, westerns y musicales, posee un inconsciente idealismo social. Y digo inconsciente porque su conciencia le dicta que debe hacer una película sobre los desamparados y la miseria del país, pero jamás en su vida ha visto a un pobre ni ha sufrido penalidades. Sullivan le dice a sus productores LeBrand (Robert Warwick) y Casalsis (Franklin Pangborn) que ya está harto de hacer un cine de entretenimiento.

- Quiero que sea una película realista sobre la vida de hoy, sobre los problemas de la gente.
- Pero con una pizca de sexo.
- Con una pizca de sexo, sin exagerar. Quiero que sea un documento, el reflejo de la vida; quiero que plasme la dignidad y el sufrimiento de la humanidad.
- Con una pizca de sexo.
- Bien, con una pizca de sexo.

LeBrand, Sullivan y Casalsis, en la delirante escena inicial.

Sullivan está convencido de que si complaciera al público seguiría haciendo películas del Oeste y folletines... "y nos haríamos ricos", le replica oportunamente LeBrand. Le atraen las posibilidades sociológicas y artísticas del cine. Quiere hacer algo grande que enorgullezca al estudio y que pase a la historia. Casalsis le abre de repente los ojos: "¿Qué sabes tú de problemas? Quieres hacer una película sobre pobres, miseria y basura. ¿Qué sabes tú de basura? ¿Cuándo comiste basura?".
John Lloyd es un tipo honesto y reconoce que no tiene ni idea, pero lejos de hacer caso a sus productores (ellos están empeñados en que dirija "Hormigas 1941"), su decisión es un compromiso absoluto: se convertirá en un pobre con el vestuario del estudio y llevará sólo diez centavos en el bolsillo para lanzarse a recorrer mundo y comprobar cómo se sufre allí afuera.
Pese a esta sorprendente decisión, con la que pretende dar un giro a su carrera, nuestro personaje es un tipo manipulable. Se casó con una mujer a la que no quería, tal vez por imposición del estudio o por falta de personalidad para rechazarla, y ahora, una vez separados, sufre cada vez que le llama por teléfono. Esa conciencia que le dicta ahora, con fuerza, qué tipo de película quiere hacer ("Oh, brother, where are thou?", algo así como "Oh hermano, ¿dónde estás?") no ha podido impedir que los productores -quienes le llaman cariñosamente "Sully"- le den la razón y le engañen al mismo tiempo como si fuera un idiota. En posteriores secuencias se aprecia su dificultad para hacerse valer ante la gente.
No en vano, es un hombre que no ha sufrido en su vida. Procede, a buen seguro, de una familia de clase alta, que se pudo permitir el lujo de enviarlo a una universidad. Estudiar no debía ser su vocación, así que apostó por el cine, oficio para el que sí tenía grandes aptitudes. A lo largo de la película comprobamos que su fuerte no es el intelecto, aunque sospechamos que le gustaría ser aquello que no es: comprometido socialmente y culto.
En su mansión, Sullivan se prueba diferentes ropajes para parecer un vagabundo. A su mayordomo Burrows (Robert Greig) no le gusta la idea y también procura abrirle los ojos. "Los pobres ya saben lo que es la pobreza. Sólo a los ricos morbosos les encandilará el tema". La miseria no es la falta de algo, como piensan los millonarios, sino una plaga. "Hay que huir de ella, incluso para estudiarla", le advierte.
No ha podido digerir aún lo que le ha dicho su mayordomo, cuando los productores y el jefe de prensa del estudio, el inclasificable señor Jones (William Demarest), irrumpen en su casa para felicitarle por la idea: van a publicitarla para que la conozca todo el mundo. Una caravana le seguirá a cierta distancia con adecuado personal y todo lujo de detalles para sobrevivir. "Yo estoy buscando apuros y no los encontraré con ese numerito siguiendo mis pasos... al menos no los apuros que pretendo encontrar", protesta.

John se prueba el disfraz de vagabundo ante su ayuda de cámara.

La expedición se pone en marcha y el resultado es ridículo para Sullivan, que, con su hatillo al hombro, camina por la carretera diez metros por delante de la caravana, en la que conviven una secretaria, un periodista, un telegrafista, un médico, un cocinero, un conductor y Jones, el responsable. La situación se dispara con la repentina aparición de un niño que conduce lo que en principio se asemeja a una tanqueta de juguete; el cineasta se sube al vehículo, que sale disparado a gran velocidad y provoca el caos en el vehículo que les sigue. Sulllivan les propondrá finalmente un trato: que se pierdan durante dos semanas por el país sin decir nada a los jefes, y ya se verán en Las Vegas.
Su primera experiencia real le deja insatisfecho. No son las emociones que esperaba encontrar. Se ha alojado en casa de dos hermanas, que le dan comida y cama a cambio de pequeños trabajos. Una de ellas, viuda (la foto de su marido cuelga en el salón y su semblante se torna grave y enfadado conforme observa las intenciones lascivas de ella), se le insinúa con cierto descaro, por lo que decide fugarse. Antes descubrirá algo que le deja estupefacto: en el cine, los espectadores de ese pueblo no son como los que acuden a los estrenos en Hollywood; roncan, comen ruidosamente, berrean, pitan con silbatos y hablan sin respetar la película.
Un camionero le lleva en autostop y cuando despierta se encuentra en su punto de partida, en Hollywood. Pese a sus harapos y a no llevar más que diez centavos en el bolsillo, Sullivan ya se ha olvidado de su papel de vagabundo. Una chica (Veronica Lake) le invita a un desayuno más completo que el café y el bollo que se ha pedido y enseguida siente lástima por ella; ha intentado probar fortuna en el cine pero ni siquiera ha llegado a entrar en un estudio.
- Lo siento.
- ¿Quién siente lástima por quien? ¿Te invité yo a desayunar o me invitaste tú?
- Me gustaría devolverte el favor.
- Muy bien, págame con una recomendación para Lubitsch.
- Tal vez pueda hacerlo. ¿Quién es Lubitsch?
La chica es lo más parecido a un pobre que ha podido ver en días. Y es ella quien mejor le describe el efecto de sus películas, cuando le pregunta por su éxito "Tonteando en el granero", sin advertirle que él la dirigió: "Es una tontería, pero maravillosa", dice mientras se ríe por primera vez. Sullivan insiste y se lleva otra decepción al contarle que antes de vagabundo fue un director "de películas educativas"; ella mira su aspecto y le replica que no le extraña entonces que haya acabado en la miseria.
Cuando la pareja acaba en la cárcel por la acusación de robar el coche de Sullivan, éste da por terminada su actuación y vuelve a ser el millonario director de cine, seguro de sí mismo, mordaz e irónico. "Qué hace vestido asi?", le interroga el policía al conocer su verdadera identidad. "Acabo de pagar a Hacienda", replica Sully. El experimento le ha desencantado, pero al menos ha conocido a una mujer interesante a la que quiere ayudar... O más bien al revés, ya que ella pretende seguirle en su experimento y viajar juntos como una pareja de vagabundos.

La pareja, ante la piscina de la mansión de Sullivan.

Sullivan, como muy bien le describe la chica, no sabe nada de la vida, no tiene ni idea de cómo conseguir comida y ni siquiera es capaz de salir de la ciudad. Sus dos sirvientes se encargan de encontrarle un tren de mercancías que admita vagabundos para reanudar la aventura. Dentro del vagón, dos mendigos observan con curiosidad a la pareja, que hablan un lenguaje diferente. Cuando John les pregunta, para romper el hielo, qué opinan sobre el desempleo, los dos hombres se marchan asqueados. Es una elocuente escena acerca de la infranqueable barrera que el millonario no va a poder superar, la diferencia entre un ropaje auténtico y un disfraz de atrezzo y, sobre todo, la diferencia entre un individuo que ha decidido convivir entre la miseria con una preocupación social digna de un snob. Los mendigos no se pueden permitir el lujo de tener conciencia social o de pensar en el paro, sólo en sobrevivir cada día.
El vagón conserva aún el olor de una piara de cerdos, que le dan alergia a Sully y a la chica le recuerda el hambre que tiene. En realidad se lo pasan bien, porque saben que es una experiencia que terminará en pocos días. "Muchas chicas, si les hicieras dormir en una pocilga y no les dieras desayuno, no se lo tomarían bien", observa ella. El azar les lleva a bajarse en marcha ante una cafetería, donde el dueño se apiada de ellos, y el azar quiere que eso sea la entrada de Las Vegas, donde el director había quedado con todo el equipo de la caravana. La pareja hace trampas y se toma un respiro durante unos días; a él le sirve para cuidar ese resfriado que ha pillado y para darse cuenta de que la vida real le da la espalda.
- Es curioso que siempre tenga que volver a Hollywood o a esta caravana, como si me atrajera la ley de la gravedad. Como si una fuerza dijera: ¡Vuelve a lo tuyo! Tu lugar no está en la vida real, ¡impostor!".
Una vez repuesto, prosiguen la aventura cogidos de la mano, temerosos ante lo desconocido, ante las miradas, indiferentes a veces, otras sorprendidas, de los mendigos que habitan en los arrabales. Duermen con ellos, se duchan en los baños públicos, rebuscan por la basura, asisten a charlas soporíferas -e incomprensibles para los pobres-, de una hermandad de la caridad a cambio de comida gratis, duermen hacinados como ganado en grotescas posturas... Sturges elige el silencio, como si fuera un homenaje al cine mudo de Charles Chaplin y su entrañable figura de vagabundo, para retratar estas situaciones.

La película contiene referencias al cine de Chaplin. 

Llega un momento en que les resulta insoportable seguir en esa miseria y regresan a Hollywood. La expedición ya ha terminado, pero Sullivan repartirá por la noche unos cuantos dólares entre los pobres. Será una limosna suculenta, una especie de recompensa por los servicios prestados que, sin ellos saberlo, le han brindado durante tantos días. Parece el desenlace de un argumento clásico del cine de Capra, en el que la bondad y la esperanza se imponen por encima de la tragedia. Pero Sturges no tiene la misma visión social que su colega.
La comedia se convierte en drama. Mientras reparte por la calle los billetes de cinco dólares, un mendigo sigue sus pasos y le golpea para arrebatarle todo el dinero y sus zapatos; luego oculta el cuerpo del director en un vagón, pero cuando huye por las vías muere arrollado por otro tren. A Sullivan le dan por muerto porque en el cadáver del vagabundo se descubre la documentación del cineasta. Pero él se encuentra bien lejos, desorientado porque ha perdido la memoria debido al golpe.
La situación ya no es una broma. Por primera vez le tratan con la crueldad que se emplea con los verdaderos mendigos: un jefe de estación le golpea y le humilla cuando lo descubre en el tren de mercancías; él, confuso aún y con la cabeza dándole vueltas, devolverá los golpes, lo que le lleva a ser arrestado por agresión; en el juicio no se entera de nada, parece estar en una pesadilla; el juez le condena a seis años de trabajos forzados por lo que es: un "sin techo", sin papeles y sin nombre, porque Sullivan no consigue recordar ni cómo se llama. Está viviendo finalmente el lado más oscuro de su idealizada experiencia.
La chica tenía razón cuando le advertía de que no sabía valerse por sí mismo. En la tenebrosa prisión, en medio de un pantano, John actúa como un auténtico novato, incapaz de adaptarse a ese drama aunque sólo sea por una mera cuestión de supervivencia. El sheriff Jake (Al Bridge) se ensañará con él de manera brutal y sólo Trusty (Jimmy Conlin), un veterano presidiario, evitará una tragedia mayor. Pero John es demasiado ingenuo, carece de picardía y de ese instinto de conservación que jamás había necesitado desarrollar en su mundo.

Sullivan y Trusty no pueden parar de reír al ver a Pluto en acción.

La escena más reveladora de la película, y que merece ser recordada siempre en la historia del cine, transcurre en una iglesia evangélica. El reverendo y sus fieles, todos ellos negros, ceden su templo para que los presidiarios puedan ver con ellos una película, privilegio que el brutal Jake consiente hacia los reos porque, como dice Trusty, "él tampoco es mala gente". Se trata un corto de Walt Disney ("Playful Pluto") y al instante comienzan a oírse sonoras carcajadas en la iglesia. Todos, los presidiarios, incluido el sheriff, los fieles y el propio Sullivan no pueden parar de reír ante las increíbles torpezas de Pluto.
El momento es magistral. Sturges nos muestra en primer plano los rostros de cada uno de los condenados, que son una estampa momentánea de la felicidad absoluta. Contagiado por esa explosión de alegría liberadora, John entiende por fin que el verdadero cine social no es el que disfraza la realidad bajo el prisma de la gente acomodada como él, sino aquel que sirve a la sociedad para pasar un rato agradable o inolvidable. Para los presos, individuos que viven en penosas condiciones, el pase de una película cómica es lo mejor que les va a pasar en mucho tiempo.
Sullivan ha despertado por fin; su cerebro busca una solución inmediata, porque no está dispuesto a esperar seis años de infierno. Al conocer que le han dado por muerto, se le ocurre que la única manera de que sus amigos se enteren de que está vivo es apareciendo en un periódico; y la mejor forma es declararse culpable de su propia muerte.
Cuando John Lloyd Sullivan regresa a su mundo, ya tiene claro lo que va a hacer: olvidarse de ese drama que quería filmar ("Oh brother, where are thou?"), a pesar de que sus productores se están frotando las manos ante la perspectiva de un taquillazo colosal. La publicidad de todo lo que le ha ocurrido al director sería una garantía absoluta de éxito. Pero Sully, que ha madurado en unos meses más que en toda su vida, quiere rodar una nueva comedia. Es demasiado feliz (al lado de la chica) como para acometer una tragedia y, además, "no he sufrido aún lo suficiente", les aclara.

"Hacer reír tiene mucho mérito. ¿Sabíais que es lo único que tiene mucha gente? Es poca cosa, pero es mejor que nada en este mundo de locos"
  
Las carcajadas de los presidiarios y de la gente corriente se funden con los títulos finales. Sturges ofrece un hermoso homenaje a su propio cine (y al de Chaplin, Keaton, Mack Sennett, Disney y tantos otros cineastas que emplearon su talento para hacer felices a los demás). El director filma una comedia disfrazada de drama para que entendamos que lo que necesitan los miserables, los pobres o los desamparados es la risa, no el cine social.

La película
- La sintonía entre Preston Sturges y Joel McCrea comenzó cuando el director se le acercó un buen día para ofrecerle un papel que había escrito expresamente para él. "Nadie escribe un papel para mí; se los escriben a Gary Cooper y yo hago los que él rechaza", contestó con asombrosa sinceridad.
- El actor era consciente de que no tenía una fuerte personalidad en la pantalla y por eso se llevó muy bien con Sturges, porque "podía hacer cualquier papel, podía hacer de Sturges, podía hacer de mí mismo", según revela el libro de Ángel Comas "Lo esencial de... Preston Sturges".
Lake, McCrea y Sturges.
- Veronica Lake estaba embarazada de seis meses cuando se puso a rodar la película, aunque lo llevó en secreto durante mucho tiempo. La diseñadora de vestuario Edith Head le procuró vestidos apropiados para ocultar todo lo posible su estado y el público no se dio cuenta, pese a que al terminar la película le faltaba un mes para dar a luz. Que no luciera su estilizada figura y su habitual sensualidad fue una de las causas del relativo fracaso del film. La película obtuvo, en general, muy buenas críticas entre la prensa especializada.
- El drama social que el personaje de Sullivan quería filmar en la ficción se titulaba "Oh brother, where are thou" y es el título original de la película que los hermanos Coen realizaron en 2000, recortado finalmente a "O Brother!" (2000), como homenaje a Preston Sturges.
- "Los viajes de Sullivan" está considerada como la antítesis de las comedias morales de Frank Capra, en especial su "Juan Nadie", rodada el mismo año. No obstante, el crítico André Bazin sostuvo años después que no había tanta diferencia entre Sturges y Capra en sus pretensiones sociales y que el final feliz de "Los viajes de Sullivan" anulaba precisamente su mensaje.
- Sturges cita a modo de homenaje a dos directores en la película: a Lubitsch, por el que la chica siente especial admiración, y a Frank Capra, por quien los productores de Sullivan parecen sentir especial aversión.
- El director también rinde su particular tributo a un cine más antiguo: las escenas de la prisión recuerdan a "Soy un fugitivo" (1932, Mervyn LeRoy) y apreciamos continuas referencias a Charlot, el personaje de Chaplin, y a las películas del "slapstick".
- La NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color) felicitó a Preston Sturges por el respetuoso tratamiento que éste hizo en la película de la población negra.

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