miércoles, 13 de octubre de 2010

Cecilia (Mia Farrow, La rosa púrpura de El Cairo)


Cecilia vive todos sus sueños en la sala del Cine Jewel.
"Señorita, veo que le encanta esta película" (Tom Baxter a Cecilia)

Woody Allen ha regalado a sus actrices un buen puñado de personajes fascinantes a lo largo de su carrera. Intérpretes como Dianne Wiest, Judy Davis, Mira Sorvino, Barbara Hershey, Anjelica Huston y, por supuesto, sus principales musas, Diane Keaton y Mia Farrow, han disfrutado de papeles inolvidables. Cecilia, la sufrida esposa y adorable cinéfila de “La rosa púrpura de El Cairo” (“The purple rose of Cairo”, 1985), es para mí el más memorable.
De todo el universo creativo de Woody Allen, Cecilia constituye uno de los personajes más cercanos a nuestra realidad mundana. Aunque es idealista, inocente y entusiasta, vive angustiada por la Gran Depresión americana, época de paro y miserias tras el “Crack del 29”, y por la actitud de su marido, Monk (Danny Aiello), un tipo vago, bebedor, mujeriego, autoritario y violento. Sus sueños de juventud se debieron desvanecer hace tiempo, pero ella los recupera en el Cine Jewel de una pequeña ciudad de New Jersey, donde se refugia para escapar de su realidad.

Cuando la vemos entrar en la sala con su amplia sonrisa intuimos que sólo allí encuentra la felicidad. Estamos en los años 30, una época en la que a nadie le importa cuál es el título de la película y qué actores salen. En esta ocasión toca “La rosa púrpura de El Cairo” y ella se queda maravillada al admirar los lujosos decorados y la presencia de Tom Baxter (Jeff Daniels), poeta, aventurero y explorador, de los Baxter de Chicago”. 
Cecilia tampoco se encuentra a gusto en el trabajo de camarera que le ha encontrado su hermana (Stephanie Farrow, también hermana en la vida real); se despista con gran facilidad, desatiende a los clientes y de vez en cuando rompe algún plato. Que está más que harta de su vida es algo evidente: una noche encuentra a Monk en casa con una mujer y decide abandonarle, aunque regresará al toparse en la calle con una prostituta; a buen seguro, ese sería el único oficio que encontraría en medio de la crisis del país.
Al día siguiente, el dueño del restaurante la despide por su enésimo despiste y Cecilia se refugia en la sala de cine para contemplar una y otra vez el pase de “La rosa púrpura de El Cairo”. Se sienta en una butaca con la mirada perdida y la mente en su mundo real, pero la fascinante historia de la pantalla vuelve a cautivarla.
Asistimos entonces a un momento mágico, a una de las escenas más maravillosas de la historia del cine: Tom Baxter cobra vida, se salta el guión, abandona la pantalla y se lleva del brazo a su fiel espectadora, incapaz de reaccionar ante la fantástica situación que está viviendo. "Señorita, veo que le encanta esta película", le dice antes de traspasar el umbral de la ficción. 
Cecilia pasa del asombro absoluto a la felicidad. Por primera vez en su vida se siente querida; por primera vez en su vida le ocurre algo extraordinario. Su idealizado personaje le declara su amor mientras ambos huyen del Cine Jewel para ocultarse en la ciudad.
La rutina, la angustia y el hastío desaparecen de su vida en un instante. Por la noche tiene su primera cita con Tom en un restaurante de lujo. Aunque nada sale como pretenden (el dinero del personaje es tan ficticio como él), ambos están alcanzando la felicidad más completa que podían soñar. A los dos les une la inocencia, el deseo de conocer mundo y el ansia por liberarse de su esclava existencia. Cecilia recibe su primer beso de amor y él se queda admirado al comprobar que no hay fundido en negro después de una escena de pasión. “¡Fascinante! ¿Así que hacéis el amor sin fundido?”.

A Tom le maravilla poder hacer el amor sin fundido en negro.

La increíble fuga de Tom Baxter ha provocado un revuelo sin precedentes y a la pequeña ciudad acuden periodistas, gente del mundo del cine y, entre otros, Gil Sheperd (Jeff Daniels), el actor que le encarna. Cecilia tropieza con él y se emociona al descubrir que está hablando con un actor de Hollywood; para ella es un acontecimiento único, tan inverosímil y sorprendente en su oscuro mundo como besar a un personaje de ficción.

“Estoy casada, acabo de conocer a un hombre maravilloso; no es un ser real, claro que todo no se puede tener”

La frágil y abnegada esposa de Monk se siente aturdida cuando Gil Sheperd le declara también su amor. El actor le invita a entrar en su fascinante vida de glamour, lujo, viajes y estrellas de cine. Es lo que siempre ha soñado. “¿Recuerda cuando me dijo que tengo un brillo mágico? Pues la que lo tiene es usted”, le dice Gil.

Cecilia conoce a Gil Sheperd.
De nada le sirve a Tom Baxter introducirla en la pantalla para conocer cómo es de perfecta la ficción. Allí nadie te defrauda, todo el mundo es consecuente y no hay que preocuparse ni por el desempleo ni por los maridos que beben demasiado y maltratan a sus mujeres.
Pero Cecilia ha decidido elegir su propio mundo y rechaza la perfección. También rechaza a Monk, quien vuelve a advertirle acerca de sus frustrados sueños: “¡Esto es la vida real, no es como el cine! ¡Es la vida real! ¡Volverás!”, le grita.
La vida real es cruel y traicionera. Gil Sheperd se ha marchado sin esperarla y ella se queda abatida, completamente desolada ante la puerta del Cine Jewel, su refugio. El actor vuela rumbo a Hollywood y en su mirada se aprecia el remordimiento por lo que acaba de hacer: Ha preferido engañar a una mujer llena de ilusiones y de inocencia para poder salvar su carrera profesional.
Dentro del cine suena una canción maravillosa, “Cheek to cheek”, y el rostro de ella se transforma. Cuando olvida su frustración y mira a la pantalla, sus ojos se iluminan al ver bailar a Fred Astaire y Ginger Rogers. La vida real es un círculo para Cecilia: se desmorona, sufre y se ilusiona permanentemente... aunque sólo sea en una sala de cine.

¿La mejor película de Woody Allen?
 Siempre que le han preguntado sobre su mejor película, Woody Allen ha respondido lo mismo: “La rosa púrpura de El Cairo”. El director neoyorquino maravilló en 1985 a críticos y aficionados con esta ingeniosa, divertida y bellísima historia sobre el cine. Desde esa fecha, este film ha sido convenientemente analizado por estudiosos del cine, e incluso por filósofos, desde todos los puntos de vista posibles.
La película no ganó ningún Oscar (ni a Mia Farrow ni al mejor guión original), pero sí triunfó en el Festival de Cannes, donde conquistó el premio de la Crítica. La revista "Time Magazine" la incluye en su lista de las 100 mejores películas de todos los tiempos. Para Woody Allen, se trata de una de las pocas películas en las que el resultado final se ajustó a lo que tenía previsto hacer. Uno de sus aciertos fue rechazar a Michael Keaton y apostar por Jeff Daniels. Pero especialmente se mostró inflexible ante las sugerencias para cambiar el final. El director no cedió ni un ápice porque, a su juicio, la película no tendría sentido sin ese desenlace.
 

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