jueves, 21 de octubre de 2010

C. R. MacNamara (James Cagney, Uno, dos, tres)

La secretaria Ingeborg contempla a su inclasificable jefe, MacNamara. 

“Comedia es igual a tragedia más tiempo”
. Esta frase, aunque la pronuncia el arrogante Lester (Alan Alda) de “Delitos y faltas” (1989, Woody Allen), es una acertadísima definición. Cuando se estrenó “Uno, dos, tres” (“One, two, three”, 1961), Billy Wilder obtuvo duras críticas por burlarse del drama que millones de alemanes sufrían tras la construcción del Muro de Berlín. No hizo ninguna gracia. Poco importaba que el director hubiera preparado la película sin imaginar que durante el rodaje iba a producirse ese histórico hecho.
En 1989 cayó el Muro y a alguien se le ocurrió la feliz idea de recuperar ese grosero film que tanto había ofendido veintiocho años atrás: Fue todo un éxito en Alemania. Tragedia más tiempo es igual a comedia. Hoy en día, el film de Wilder es una obra maestra para cualquier crítico que se precie. Incluso la prestigiosa Pauline Kael no escribiría hoy lo que publicó en su día: “Como espectadora me sentí humillada y asqueada. Es una película recargada, de mal gusto y ofensiva, una comedia que consigue carcajadas igual que una sonda extrae orina”.
James Cagney es la película. El veterano actor, que había triunfado en los años 30 y 40 como gángster, detective, policía o bailarín, supo captar el vertiginoso ritmo de su personaje, C.R. MacNamara, y dirigió la acción del film como un director de orquesta que enloquece ante "La danza del sable" de Aram Katchaturian; una pieza musical que, por cierto, sirvió de banda sonora para acentuar aún más el desenfreno de la película. "Es un actor que había nacido para interpretar ese papel", le comenta Wilder a Cameron Crowe en el libro "Conversaciones con Billy Wilder".
Ver esta película sólo una vez es como contemplar el mejor cuadro de Goya en diez segundos. MacNamara no da tiempo a que el espectador asimile con su risa la sucesión de gags, frases ingeniosas y situaciones divertidas que se producen. Él marca el ritmo al público y a los personajes, especialmente a ese inolvidable Schlemmer (Hanns Lothar), que sigue mostrando, mediante sus marciales taconazos, vestigios de su pasado nazi.

- Sólo entre nosotros, Schlemmer: ¿Qué hizo durante la guerra?
- Trabajaba en un subterráneo.
- ¿Luchaba con la Resistencia?
- No, como conductor, en el Metro de Berlín.
- Y por supuesto usted odiaba a los nazis y nunca le gustó Adolf...
- ¿Adolf? ¿Qué Adolf? Allí abajo no me enteraba de nada.

De naturaleza impaciente, MacNamara no pierde el tiempo ni para atender a sus hijos ni para satisfacer como un buen amante a su secretaria,
Ingeborg (Lilo Pulver). Ni siquiera para caminar como las personas, ya que siempre avanza a paso ligero como un bailarín, agitando sus manos a la misma velocidad. Es el jefe de ventas de Coca Cola en Berlín y su sueño es dar el salto a Londres. Incluso se ha comprado un paraguas. Si consigue abrir el mercado del Telón de Acero, ascenderá al puesto más importante de Europa.

Ingeborg, MacNamara y Schlemmer.
En los negocios y en la vida privada actúa como un tipo manipulador, enérgico e impetuoso. Es excesivo para todo. Consigue lo que quiere sin preocuparle los métodos. Para salir de un lío se mete en otro más grande y acaba inmerso en una cadena de problemas sin fin. En el pasado fue desafortunado: años atrás era el responsable de una planta de la misma empresa en un país árabe que acabó incendiada por unos fanáticos... indignados por culpa del músico Benny Goodman, que suspendió un concierto.
El infortunio está a punto de frustrar de nuevo su porvenir. Su jefe en Atlanta, Wendell P. Hazeltine (Howard St. John), le encarga que se ocupe durante unos días de su alocada y fogosa hija Scarlett (Pamela Tiffin). Lo que iban a ser dos semanas se convierte en dos meses. Un día la joven desaparece y, cuando regresa, MacNamara se entera de que se ha casado en secreto con un altivo comunista de la Alemania del Este, Otto Ludwig Piffl (Horst Buchholz). Viéndose desterrado a los confines del mundo, MacNamara se mete en una espiral de embrollos cada vez mayor y de difícil resolución. Su sistema es todo un curso profesional de la intriga y la manipulación.
Para romper el matrimonio entre Otto y Scarlett urde un ingenioso plan con el fin de que el joven acabe arrestado por la policía de Alemania Oriental y así poder eliminar la partida de matrimonio. Pero cuando se entera de que la hija de su jefe está embarazada, necesita al marido y, sobre todo, que se convierta en un capitalista. Para liberarlo tiene que sobornar a tres delegados soviéticos, uno de ellos comisario político; para pagarles por el favor les promete a su rubia secretaria, aunque en su lugar disfraza a Schlemmer de mujer. Ya se apañará. Una vez en el Berlín Occidental, MacNamara "ya sólo" tiene que convencer al furibundo comunista para que se convierta en un próspero conde millonario y engañar a los padres de Scarlett, que vienen en un vuelo adelantado.
Pese a su carácter, mal genio, trato despótico y falta de moral, el espectador se pone de parte de MacNamara y está a su lado en todas las dificultades que atraviesa para alcanzar su propósito. Aceptamos con agrado que humille a su ayudante, que intente sobornar a un periodista o que utilice métodos poco recomendables para que Otto acabe en la cárcel. Nos magnetizan sus dotes de mando, chasqueando los dedos al grito de "uno, dos, tres" y nos alucina la vorágine de sastres, manicuras, peluqueros, zapateros, pintores o camareros que vuelan zumbando por su despacho a sus órdenes.


- ¿Cuánto tardará en pintar este escudo en un coche?
- Pues...
- Es demasiado. Venga conmigo.

En el fondo sabemos que es completamente inofensivo; le molesta que sus empleados se levanten a su paso, pero no consigue que le obedezcan y a todas horas tiene que dar la orden de "Sitzen machen" (siéntense); a Schlemmer le amenaza con rebajarle el sueldo cada vez que da taconazos, pero le resulta imprescindible; además, tendrá que renunciar a Ingeborg y también al puesto de Londres. Sus sueños dependen de los demás.


Otto, de comunista a conde.
Cuando MacNamara se relaja, nos sentimos aliviados. Ha aceptado con resignación que tendrá que ir a Atlanta con su familia; atrás deja al convencido comunista Otto Ludwig Piffl convertido en el conde Von Droste Schattenburg y a su jefe totalmente feliz con el matrimonio de su hija y con la perspectiva de ser abuelo. Nunca me han gustado las secuelas, pero a veces imagino con placer cómo se las compondrá McNamara en esa "Siberia con discriminación racial" que es Atlanta.  

Curiosidades
- Durante el rodaje de la película, el 13 de agosto de 1961, 
empezó la construcción del Muro de Berlín, que dividió a las dos Alemanias. El Muro supuso un duro golpe para Wilder, porque la historia que se suponía divertida fue una tragedia para el país y un tremendo drama para el mundo. Sus expectativas de éxito en taquilla y de reconocimiento de la crítica se disiparon de inmediato. Parte del trabajo de exteriores se tuvo que realizar en unos estudios de Munich.
- El director y el actor principal no se llevaron nada bien. Wilder lo encontró demasiado frío y distante, y supuso que se debía en gran parte a las notables diferencias ideológicas entre ambos. Cagney era un republicano de derechas. 
Tras la proyección de la película, el actor reveló que el director había sido tiránico y desagradable con él, y anunció que se retiraba del cine. A su vez, Cagney y Horst Buchholz mantuvieron una tensa relación porque, a juicio del primero, Buchholz trataba siempre de robarle los chistes y las escenas.
- La película, con guión de I.A.L. Diamond y el propio Wilder, estaba basada en una obra teatral del alemán Ferenc Molnar, titulada igual: "Egy, kettö, haróm".

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