jueves, 16 de diciembre de 2010

Ed Horman

(Jack Lemmon, "Desaparecido")

Ed Horman busca con desesperación a su hijo en el Estadio Nacional.

Uno de los momentos más admirables que recuerdo de Jack Lemmon sucedió allá por 1998 en un programa de televisión, en el imprescindible (y hace tiempo olvidado por los canales españoles) "Inside the Actor's Studio" que dirigía magistralmente James Lipton. Estaban hablando de "Días de vino y rosas" (1962, Blake Edwards, tristemente fallecido cuando termino estas líneas), en la que Lemmon interpretaba a Clay, un alcohólico, y el actor añadió:
Lemmon: - Alcohólico como soy yo, dicho sea de paso.
Lipton: - ¿Quién?
Lemmon: - Yo.
Lipton: - ¿Estás hablando como Clay o como Jack Lemmon?
Lemmon: - No, como Jack Lemmon. Soy un alcohólico.
Fue una revelación tan asombrosa e inesperada que Lipton no podía ni consolar a ese gigante del cine que estaba abriendo su corazón con lágrimas en los ojos. Si ya entonces le apreciaba por su talento, desde entonces admiré mucho más cada uno de sus personajes: de alguna manera comprendes que el hombre íntegro, honesto, frágil y a veces angustiado que se esconde en muchas de sus películas es realmente la persona, no el actor.
Además de esas cualidades, en 1982 demostró que era una persona comprometida en la lucha contra la injusticia al aceptar el papel de Ed Horman, el hombre que se enfrentó al Gobierno de los Estados Unidos por su implicación en la desaparición de su hijo Charles Horman y en el sanguinario golpe de Estado en Chile. Hay que tener en cuenta que en esa época -sólo nueve años después del fatídico 11 de septiembre de 1973- era muy arriesgado meterse en un proyecto cinematográfico que acusaba a la Casa Blanca de facilitar la insurrección militar de Augusto Pinochet. No fue hasta 1998 cuando se desclasificaron los documentos secretos que involucraban a la CIA y a altos mandos militares de la Inteligencia Naval estadounidense con la brutal dictadura chilena.
El argumento de "Desaparecido" ("Missing", de Constantin Costa-Gavras) se ajusta muchísimo a lo que ocurrió realmente, porque está basado en los testimonios de la viuda de Charles y del propio Ed y, sobre todo, porque el tiempo se encargó de confirmar la base de esas acusaciones:
El 16 de septiembre de 1973, cinco días después del golpe de Estado, el periodista Charlie Horman (John Shea) es secuestrado en su domicilio de Santiago por militares chilenos y desaparece. Ante la alarmante falta de noticias, su padre llega al país para tratar de averiguar su paradero. No se fía de su nuera Beth (Sissy Spacek) porque ella comparte las ideas izquierdistas de su hijo y está convencido de que su ausencia es producto de su propia irresponsabilidad. Pero la mentalidad de Ed Horman se transformará por completo cuando compruebe poco a poco que el Gobierno estadounidense está involucrado no sólo en el golpe militar sino en la misma desaparición de Charlie.
Jack Lemmon sorprende gratamente en un papel tan dramático. Aunque ya había protagonizado "El síndrome de China" (1979, James Bridges), es en esta película cuando borra todos los gestos característicos que le identificaban como actor puro de comedia. Su Edmond Horman es un hombre creyente, de moral y talante conservadores, respetuoso con la autoridad y defensor de unos firmes valores que él cree arraigados también en la democracia de su país, entre ellos la justicia y la honestidad.
La evolución del personaje arranca en una primera fase de impaciencia y malestar. Culpa a su hijo y a su nuera de haber metido las narices donde nadie les llamaba. Está convencido de que Charlie ha hecho algo que no debía y por eso se ha visto obligado a huir. Por supuesto, está seguro de que sobrevive, quizá escondido con algún grupo de contrarios a la dictadura. Le sorprende y le irrita, además, la actitud de franca hostilidad que tiene su nuera hacia el embajador norteamericano (Richard Venture) y sus asesores.

- Si hubiérais prestado atención a las cosas básicas esto no hubiera ocurrido.

- ¿Y qué son las cosas básicas, señor Horman? ¿Dios, Patria y Wall Street?

Sumiso y amable con los representantes de su Gobierno en Chile, Ed investiga por su cuenta, habla con testigos, con amigos de Charlie, con funcionarios chilenos y con una periodista independiente, Kate Newman (Janice Rule), que conoció a su hijo cuando los militares iniciaron el golpe en Viña del Mar. Cuando Ed pierde los nervios dentro de un coche ante un tiroteo indiscriminado en plena calle, Kate le hará ver que ha reaccionado exactamente igual que Charlie días atrás. "¡Es usted como su hijo! ¡Ha hecho la misma tontería que hizo él!".

Beth y Ed, con la periodista Kate Newman.
Quizá lo que más le sorprende es la revelación de Terry (Melanie Mayron), amiga de la pareja; ésta desvela el crucial encuentro que tuvieron con un tejano llamado Andrew Babcock (Richard Bradford), que se encontraba en Viña del Mar sin ser ningún turista: "La Marina me ha enviado a hacer un trabajito y ya está hecho". Lo que le escandaliza es que Terry y Charlie durmieran juntos en un hotel y que a su nuera no le importara; o que Beth y Terry se alojaran en casa de uno de los asesores militares de la embajada norteamericana, el capitán Ray Tower (Charles Cioffi), y su nuera se metiera en su bañera. Esas situaciones no encajan con su moralidad y con su sentido de la decencia.
Conforme pasan los días, comienza a poner en duda la versión diplomática de su país. Cuando el cónsul Phil Putnam (David Clennon) le pregunta con mucha torpeza qué clase de contactos tiene para que tantos altos cargos de Washington se hayan interesado por su caso, Ed Horman se da cuenta de que no es la primera vez que actúan con una intencionalidad oculta y le replica con frialdad: “Sólo soy ciudadano americano”
El hecho esencial es la falsa información que le dan sobre el paradero de otro amigo de Charlie, Frank Teruggi (Joe Regalbuto). Según la embajada, Teruggi regresó a Estados Unidos, pero su familia y amigos le dan por desaparecido. Ed Horman intuye que ambos han sufrido la misma suerte por saber demasiado y decide apelar directamente a la compasión. Su nueva conversación con el embajador es, desde el punto de vista emocional, impactante y muy reveladora. Se empeña en dejar muy claro, por si puede servir para salvarle, que no moverá ningún hilo si se lo devuelven vivo. Se ha dado cuenta, en definitiva, de que la vida de Charlie depende siniestramente de quienes deberían haberle defendido.

“Tal vez fue torturado, tal vez lo golpearon tanto que lo retienen hasta que esté en condiciones de volver. No lo sé y no me importa. De verdad que no me importa. Porque lo que está hecho, hecho está. No armaré alboroto, no hablaré con la prensa… Sólo quiero recuperar a mi hijo”.

Sus súplicas apenas encuentran respuesta, excepto para entrar en lugares como el Estadio Nacional, donde cientos de personas se encuentran retenidas por los militares a la espera de un destino incierto. En una conmovedora escena, Horman se dirige con un micrófono a la multitud con la esperanza de que Charlie, cualquiera que sea su estado, pueda escucharle y dé señales de vida. Cuando alguien baja corriendo por las gradas, Ed se precipita a su encuentro, eufórico, pero se lleva una doble decepción: además de no ser su hijo, el joven le reprocha que haya privilegios en el trato a los prisioneros.

Sissy Spacek y Jack Lemmon en la emotiva escena del estadio.  

A estas alturas, Ed Horman es un hombre angustiado, resignado a la suerte de su hijo, sea cual sea, y ansioso por salir de un país que odia profundamente. Observa una película casera en la que Charlie habla de paz, de igualdad y de libertad y se queda perplejo, como si ese discurso fuera exactamente el suyo; aprecia sus dibujos y sus escritos y comenta admirado: "Parece tan inocente, es casi deliberadamente ingenuo". Pese a las diferencias ideológicas entre ambos, Ed descubre un vínculo que les une por encima de las formas, como si ambos defendieran esencialmente los mismo objetivos y valores.
Ed intuye que el destino de Charlie ha sido la muerte cuando descubre el cuerpo sin vida de Teruggi entre cientos de cadáveres sin identificar. El testimonio de un agente chileno que asegura haber presenciado el brutal interrogatorio a un tal Horman delante de un militar norteamericano le confirma la sospecha de que fue torturado y asesinado por orden estadounidense.
En pocos días cambia radicalmente. Sigue creyendo en las mismas ideas, en la fe cristiana, la justicia, la honestidad o la libertad, pero no en esa autoridad que debía defenderlas, según la doctrina que aprendió de niño, y que él tanto respetaba. Ahora ve a Beth por fin como una idealista sincera, una frágil víctima y “una de las personas más valientes que he conocido en mi vida”.
La Fundación Ford le confirma la muerte de su hijo y Ed Horman regresa a su hotel hundido y derrotado. Allí le llaman desde la embajada para que acuda deprisa, ya que tienen una importante noticia que comunicarle: saben que Charlie se escapó del país con un grupo de izquierdistas. Su reacción deja mudos a los diplomáticos y nos deja fascinados a los espectadores: no hay ira ni violencia; con su mirada y sus palabras muestra una increíble dignidad y un absoluto desprecio a quienes han ordenado la muerte de su hijo. “¿Cuál es su papel aquí además de apoyar a un régimen que asesina a miles de seres humanos?”, recrimina al embajador.

Beth y Ed Horman, en el aeropuerto, de regreso a Estados Unidos.

Poco después, la diplomacia norteamericana reconoce la versión real y admite la muerte de su hijo. La confirmación oficial hunde a Ed, que recoge, emocionado, todos los dibujos, notas y objetos personales de Charlie y reclama todo lo que los militares le requisaron. Se marcha del país hastiado y cansado, pero aún tiene fortaleza para anunciarle al cónsul que va a calentar todo el asunto de tal forma "que van a desear estar trabajando en la Antártida".

- Bueno, supongo que es su privilegio.
- No, es mi derecho. Gracias a Dios vivimos en un país donde todavía podemos poner a gente como usted en la cárcel.

Una voz en off relata que Ed Horman inició un proceso contra once funcionarios estadounidenses, entre ellos Henry Kissinger, pero sin éxito. Mientras, en marzo de 1974 llegaba a Estados Unidos el cadáver de Charlie, con el retraso suficiente como para frustrar la autopsia. Murió veinte años después sin poder cumplir su sueño de ver en la cárcel a los que ordenaron y ejecutaron su asesinato. Jack Lemmon inmortalizó su angustia y el germen de una injusticia que sigue sin esclarecerse.

La película
- Con esta obra maestra, Costa-Gavras volvió a denunciar, como ya hiciera en “Estado de sitio”, la implicación de Estados Unidos en dictaduras militares que servían a sus intereses. En esta ocasión, la ficción se quedó incluso corta: desde 1982 hasta ahora se conoce mucho mejor la vinculación norteamericana en el sangriento golpe de Estado de Pinochet (confirmada inicialmente en el Informe Church en 1975) y también las maniobras de Richard Nixon para acabar con la democracia en Chile. El ‘caso Horman’ sigue abierto, al igual que los de otras muchas desapariciones y ejecuciones.
- El director griego no encontró, obviamente, muchas facilidades para rodar la película en Estados Unidos (y mucho menos en Chile, por supuesto) y el equipo tuvo que filmar en México.
- Hollywood reconoció la calidad de la película y la interpretación de Jack Lemmon y de Sissy Spacek, aunque sólo ganó el Oscar al Mejor Guión, de Donald E. Stewart y del propio Costa-Gavras, basado en el relato "Missing" de Thomas Hauser.
- Como ya hiciera en la magnífica "Z" (1969), Costa-Gavras eludió hablar del país (no se menciona a Chile en ningún momento) y cambia todos los nombres de los militares, asesores, agentes y diplomáticos involucrados por otros nombres ficticios, aunque con semejanzas fonéticas. Por ejemplo, el enlace de la CIA llamado Ray Tower en el film era en realidad Ray Davis y el coronel "Sean Patrick" toma el nombre de un tal Patrick Ryan, ambos presuntamente decisivos en el golpe militar. La decisión del director se explica en los títulos de crédito: "Para proteger a los inocentes así como a la película”. Los inocentes sí aparecen con sus nombres reales, excepto Joyce Horman, la viuda de Charlie, que prefirió que Costa-Gavras utilizara mejor el nombre de Beth, la madre de su marido asesinado.

5 comentarios:

  1. Imprescindible película para entender la historia y conmovedora la transformación del padre. Enhorabuen Kaplan, nos das buenas lecciones de cine en este blog. Gracias

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  2. Pues sí, además de estar muy bien hecha, esta película es sobre todo necesaria. Muchas gracias por tu comentario, amigo.

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  3. Maravillosa y emotiva película. La acabo de ver de nuevo, siguer removiéndome exactamente igual que la primera vez que la ví en los primeros 80. Algo que he descubierto buscando en Google: parece ser que un análisis de adn del cadáver de Horman, varios años después de su repatriación, revelaron que dicho cadáver no era siquiera el de Charles Horman...

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  4. Hola Susanna: Gracias por tu comentario. Coincido contigo plenamente. A mí también me conmueve después de tantos años y de tantas veces que la he podido ver.
    Lo del cadáver que comentas ya es el colmo, increíble que actuaran así, aunque no me extrañaría nada.
    Saludos

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  5. He llegado a tu blog buscando información sobre Jack Lemmon, uno de los intérpretes que más he admirado siempre, y me encuentro con un sitio lleno de estrellas del celuloide en el que parece ser que no falta nadie, el Paraíso para alguien que tiene en el cine una de sus grandes pasiones. La secuencia del programa de Lipton al que aludes en el que el actor se declara alcohólico la he visto recientemente y también me sorprendió y me conmovió. Gracias.

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